Reflexiones sobre el proceso de paz del conflicto colombiano y escenarios subregionales
10/02/2015
- Opinión
Los elementos en juego
Aunque suene a lugar común, hay que empezar destacando que la guerra civil colombiana, entre otras razones, debido a su larga duración, ha adquirido un nivel de complejidad poco habitual en la historia de los conflictos político militares de la humanidad.
Conflictos igual de dilatados como el del apartheid en Sur África, a pesar de lo duro que fue y del ingrediente racista, desde nuestro punto de vista, no evidenció variables y de nivel importante, como los que posee la guerra civil colombiana.
Solo para enumerar algunos de esos componentes, señalaremos los siguientes: a) el fenómeno del narcotráfico, con importantes carteles a nivel regional e incluso mundial; b) constancia de tenaces ejércitos insurgentes; c) fuerte presencia de huestes paramilitares; d) una extendida cultura de la violencia en la sociedad, la que en parte se explica por la larga historia de guerras civiles colombianas; e) gravitante peso del ingrediente geopolítico y geoestratégico, nos referimos al rol que juega los EE UU en esa guerra, no solo por la existencia en la actualidad de sus bases militares. EE.UU. ha sido históricamente un factor decisivo en el conflicto al imponer a los gobiernos diferentes planes, que van desde el Plan Lazo al Plan Colombia.
Se podría agregar los grandes intereses del negocio de las armas, el importante lavado de dinero que ha dinamizado economías al interior de Colombia, corrupción de clase política, justicia y fuerzas del orden; esto es tan determinante que a muchos les conviene mantener el statu quo.
Hay historiadores o analistas colombianos que señalan que el detonante para el aparecimiento de las FARC fue el ataque a la Marquetalia. Las autodefensas campesinas se habrían mantenido como tales y probablemente, con el tiempo se hubiesen extinguido, si no se producía ese ataque. Como suele suceder, se inventó un enemigo para la ofensiva ideológica-militar que requería la Alianza para el Progreso e introducir al ejército colombiano en la lógica de la Guerra Fría. Todos estos ingredientes no existían en el caso surafricano, con excepción del factor geopolítico, con sus particulares características.
El ataque a la Marquetalia generó el mito fundacional de las FARC, y según este ejército guerrillero, fue el Estado el que le declaró la guerra a las organizaciones agrarias, las cuales se vieron obligadas a defender sus vidas con las armas.
Frente a todo ello, nos preguntamos, ¿hay razones para el optimismo en las negociaciones que se llevan a cabo en La Habana? Es decir, ¿se llegará a firmar la paz?
Cuando en un conflicto enredado, -no es objeto de este artículo detenernos en el análisis de su complejidad-, en la mesa de negociaciones se empieza a colocar ‘fórmulas jurídicas’, de seguro se encamina al fracaso. Si la cosa se reduce a buscar una supuesta justicia frente a los crímenes que determinado conflicto generó, simplemente no se llegará a ningún lado si el objetivo se restringe a pedirle cuentas al pasado, y mucho menos si eso se circunscribe a un solo actor del conflicto. El problema no debe ser abordado desde la conciencia, sino desde la estrategia, es decir, preguntarse cuál es el mejor método para el objetivo propuesto, y no limitarse a estacionar sobre la mesa de negociaciones lo sucedido en el pasado, sin considerar
las actuales circunstancias. Hay que pensar en la historia que se hace hoy, desarrollando una política realista y responsable.
Un ingrediente disociador entra en escena
Los grandes crímenes que han generado varios conflictos, como el primer genocidio de la modernidad, la de los armenios; y luego las del estalinismo y el nazismo, o guerras como la de Argelia o Vietnam, son de tal magnitud que escapan a la justicia. Me pregunto ¿es posible en el proceso de paz que se lleva a cabo en La Habana establecer un proceso que haga justicia a las víctimas de todos los crímenes que la larga guerra civil colombiana ha provocado?
Ahora que el espinoso punto cinco referido a las víctimas del conflicto está empezando a tratarse, el gobierno de Santos ha colocado en la mesa de diálogos el Acto Legislativo 01 de 2012, que establece la figura de justicia transicional, por fuera de los compromisos del Acuerdo General para las partes. Aspecto que si el presidente Santos lo mantiene, de acuerdo a analistas colombianos, simplemente no se alcanzará la reconciliación entre los colombianos.
Como hemos insinuado arriba, un conflicto de las características del colombiano, es imposible que se resuelva si se lo aborda jurídicamente, la solución es política, por lo que, si alguna fórmula mágica existe, esta se llama, voluntad política.
Con el marco expuesto, queremos evocar a grandes rasgos la experiencia surafricana que si bien, como habíamos señalado, no alcanzó la complejidad del conflicto colombiano, el abordaje que asumieron hizo posible el fin del apartheid, -un orden que duró aproximadamente 50 años-, que permitió sentar las bases de una transición y proceso político hacia la reconciliación del pueblo surafricano, proceso de paz halagado por todos los líderes del mundo, pero que pocos se han preocupado por estudiar y mucho menos seguir su ejemplo.
Prácticamente toda la población blanca de Sur África estuvo implicada en el apartheid. Reconocida esta realidad los negociadores se habrán preguntado ¿es posible condenarlos a todos? Si comparamos, algo similar sucede en el conflicto entre Palestina e Israel, toda la sociedad israelí se encuentra implicada en la ocupación de Palestina, si se abordara un proceso de paz desde la perspectiva de la justicia, ¿sería posible una solución a ese conflicto?
¿Qué se hizo en Sur África? Ahí se desechó los enmarañados procesos jurídicos y se buscó establecer una verdad histórica, en donde cada actor aceptó su parte de culpabilidad con el pasado. Se hizo un reconocimiento público a las víctimas del conflicto a través de facilitar y difundir por todos los medios de comunicación las confesiones públicas sin consecuencias legales de los involucrados en hechos criminales, a cambio de amnistía. Si cabe el término, esto tuvo un efecto sanador en la sociedad surafricana, la minoría blanca aceptó su responsabilidad con el apartheid, y la mayoría negra emprendió el camino para superar el resentimiento.
Si se abordara el reconocimiento a las víctimas desde una perspectiva jurídica, los involucrados en hechos criminales, simplemente se van a defender a través de argucias o mentiras. En Sur África, solo los que confesaban la verdad obtenían la amnistía. Con esta estrategia, no todas las tensiones sociales desaparecen, pero se inicia el largo recorrido de construir un nuevo tejido social. El recuerdo de los horrores del conflicto no desaparece, pero se lo controla a través de establecer un acuerdo social.
La historia cuenta
¿Es difícil emprender la construcción de un pacto social pos conflicto? Camboya nos enseña que no es imposible, el genocidio llevado a cabo por Pol Pot, no ha impedido que esa sociedad, sin ocultar los hechos a través de convertir en museos desgarradores a varios sitios en donde se asesinaba en masa a la población, inicie en su momento una nueva vida.
Sur África escogió la justicia reparadora y no la punitiva. Estableció una verdad histórica, para que esa memoria sirva a una causa justa, la reconciliación nacional. Si las partes se amurallaban en el predominio de sus intereses, esa reconciliación no hubiese llegado. La compensación está en el reconocimiento público de la verdad, no disfrazarla. Se debe comprender que fijar responsabilidades históricas no impide iniciar un proceso en el presente.
Los procesos legales solo conocen de culpables e inocentes, pero la historia de los conflictos nos enseña que estos se explican por los múltiples matices del gris, y no bajo la óptica del blanco y negro.
Si algo hemos aprendido de las comisiones de la verdad es que la responsabilidad personal de los protagonistas de los crímenes se suele diluir por la presencia de las ‘órdenes superiores’. La premisa es que la verdad histórica tiene un valor educativo mayor que unas cuantas sanciones individuales, que por lo general, recaen sobre los más débiles. Una comisión histórica de la verdad, en el caso colombiano, debe colocar a toda la sociedad frente a sus responsabilidades, en vez de concederle chivos expiatorios.
Por las razones expuestas, consideramos que la puesta en marcha de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, juega un rol central en el proceso de paz colombiano, su responsabilidad es gravitante. Como han registrado varios analistas en Colombia, la mayoría de la población colombiana desconoce los orígenes de cinco décadas de violencia política. Sin el reconocimiento de esa realidad es difícil que la sociedad colombiana comprenda las complejidades de su conflicto interno.
Potenciales efectos geopolíticos de la paz en Colombia
No cabe duda que la región y en especial, los vecinos de Colombia, Ecuador y Venezuela, observan con atención los diálogos de paz en La Habana. Los analistas nos preguntamos, cuáles serían los efectos geopolíticos de un acuerdo que ponga fin al conflicto interno colombiano.
Como latinoamericano, el escenario deseado es que se firme la paz en Colombia y esto contribuya a que esa nación hermana se inserte en el nuevo regionalismo y autónomo proceso de integración de Nuestra América, se aleje de la geopolítica estadounidense a la cual ha estado alineada desde hace mucho tiempo a contracorriente de lo que sucede en la región, e inicie el camino de la construcción de una nueva democracia para beneficio de su pueblo. Si adoptara este camino, los niveles de seguridad regional se encaminarían a un nivel óptimo, lo que permitiría que nuestro subcontinente adquiera condiciones inmejorables para su desarrollo.
Un escenario probable es que la corriente guerrerista, representada en el uribismo y latente siempre, incremente su presión, logrando como resultado colocar inseguridad e incertidumbre a los diálogos de paz, hasta poder llegar a provocar su fracaso.
El escenario peligroso sería que el uribismo, en el mediano plazo, recupere el gobierno luego de un potencial fracaso en la búsqueda de la paz o incluso luego de firmada la misma. Es claro que esto generaría en la subregión andina altos niveles de tensión que puede desembocar en conflicto internacional. Este es el escenario que le conviene a los EE.UU., recordemos que desde que promovió el Plan Colombia y su Iniciativa Regional Andina, su estrategia ha estado encaminada a desestabilizar nuestra subregión, como la mejor forma de mantener su control.
El escenario peligroso, no necesariamente es el más probable, sin embargo, al estar entre las posibilidades, implica que el Ecuador lo tiene que contemplar y prepararse.
¿Qué implica prepararse? Hagamos algo de historia. Entre los años 1980 y 1995 en especial, hubo toda una generación de brillantes mandos militares que visualizaron como muy probable un conflicto armado con el Perú. Como pocas veces, estos mandos impulsaron un sistemático proceso de entrenamiento y planeamiento táctico-estratégico para enfrentar ese potencial escenario.
Una de las características de esa generación de mandos militares es que eran buenos lectores y entre ellos había algunos intelectuales. La historia militar del mundo nos enseña que los grandes líderes militares, no son los que mejor trotan, (cada competencia técnico-profesional en su correcta ubicación jerárquica, a medida que se va ascendiendo en responsabilidades, debe ir madurando condiciones intelectuales depuradas), sino los que están dotados de pensamiento estratégico. Las circunstancias colocaron al Gral. Paco Moncayo al frente de las operaciones, y la historia le reconocerá como el estratega que hizo posible la victoria militar en el Cenepa. Aquí rescatamos sus cualidades de líder militar, su actuación político-partidista posterior es otra situación que no cabe comentar y que se enmarca en la libertad que tiene todo ciudadano de escoger sus propias opciones ideológicas.
En el conflicto del Cenepa se pudo visualizar con claridad la virtuosidad de la trilogía de Clausewitz: gobierno – pueblo - ejército. El pueblo ecuatoriano y su ejército estuvieron muy motivados y eso fue sin duda, un factor que contribuyó al éxito.
El actual proceso político impulsado por el gobierno del presidente Rafael Correa, ha tenido como uno de sus resultados que el orgullo nacional alcance niveles muy altos, tenemos unas fuerzas armadas republicanas y conscientes del valor de la democracia; gobierno, pueblo y ejército están identificados. Sin embargo, sospechamos que no existe conciencia clara de las potenciales amenazas frente a lo que finalmente suceda con nuestro vecino del norte. Tener una certeza completa del camino que tome Colombia es cuestión de relativamente poco tiempo, tal vez unos cinco años, mientras tanto consideramos que es obligación del gobierno y de las fuerzas armadas ecuatorianas, prepararse para la peor de las hipótesis, los escenarios deseados no siempre se cumplen, siempre está entre las probabilidades que aparezca un cisne negro.
¿Qué esperar de las capacidades militares del Poder Nacional?
Las fuerzas armadas deben mantener y profundizar ciertas características de su proceso de formación militar, como por ejemplo, el curso obligatorio de paracaidismo para oficiales, que podría ser ampliado a los soldados, si bien es muy poco probable que se llegue a emplear en batallas importantes fuerzas paracaidistas, los intangibles en términos de desarrollo de la vocación, espíritu e identidad militar, ente otros, que entrega ese curso, son de fundamental importancia. De la misma manera, el curso obligatorio de tigres, que demostró su valor en el conflicto del Cenepa, se debe mantener y mejorar.
Esa característica de fuerza especial que tiene el ejército ecuatoriano se debe perfeccionar, dado el anuncio de la reducción de su orgánico. Aquí lo que importa es la calidad, no la cantidad. Promover el concepto de ‘menos es más’, es decisivo. Además eso contribuirá a la formación y cualificación de las reservas, donde igualmente debe primar un criterio de calidad, no de cantidad, aunque debemos contar con un mínimo de 100.000 reservistas altamente cualificados.
Las FF.AA. ecuatorianas, luego de una lectura con mente abierta del escenario internacional, deben proceder a actualizar su doctrina y prepararse para su empleo en los potenciales teatros geopolíticos estudiados, tanto en educación, equipamiento y organización. Se debería dar paso al desarrollo acelerado de una Ala de Combate de drones, con producción y tecnologías propias.
La peor de las hipótesis para nuestra seguridad, no es que frente a una potencial firma de la paz, varios sectores de fuerzas irregulares colombianas no se acojan a la misma y se conviertan en bandas criminales, nuestro desarrollo institucional y la política y estrategia pública establecida ha enfrentado ya esa situación y tiene experiencia en aquello.
La peor hipótesis que amenazaría la seguridad del Ecuador es de carácter geopolítico, solo es cuestión de observar el inestable escenario mundial, y repasar como surgieron conflictos en zonas o países que gozaban de relativa estabilidad y paz. El escenario internacional actual es un campo de incertidumbre, y como lo señaló Clausewitz, en esa niebla de incertidumbre una inteligencia precavida está llamada a sondear la verdad con criterio instintivo.
El mismo ministro de Defensa colombiano, Juan Carlos Pinzón ha declarado a propósito de la compra de modernos tanques por un valor de 84 millones de dólares que:
“Nuestras Fuerzas están hoy en capacidad de interoperar con otras del mundo, especialmente con las de otros países con estándares internacionales y con misiones que busquen garantizar la paz global. Debemos asegurarnos de que continúe el entrenamiento con pasión para responder a los escenarios del presente, pero no temerle a los venideros. Para eso nos estamos transformando y haciendo mucho más fuertes”. (1)
Nos preguntamos, cuáles son los escenarios venideros que prevé el ministro Pinzón luego de una potencial firma de la paz, luego de asegurar su frente interno. Para qué seguir manteniendo tan importante pie de fuerza con que cuentan las fuerzas militares colombianas. ¿Van a permanecer las bases militares estadounidenses luego de la terminación de la guerra civil? ¿Para qué? ¿Cuál sería su función?
El ministro Pinzón ha señalado que sus Fuerzas están en capacidad de interoperar con otras del mundo. ¿Con cuáles? ¿Con las latinoamericanas? ¿Con las rusas? ¿Con las chinas? ¿Con las de la OTAN? Si nos atenemos a la historia y a los acuerdos firmados últimamente con la OTAN, es lógico sospechar que piensan interoperar con la OTAN y más específicamente con EE.UU. ¿Con qué objetivo? ¿En cuál paz global está pensando el ministro Pinzón? Extraño discurso ese de interoperar con estándares internacionales para garantizar la paz global. Desconocemos si alguna fuerza armada suramericana se ha planteado lo mismo, no tenemos información al respecto, sin embargo, creemos que si alguna interoperación debe existir, esta debe darse en el marco del Consejo de Defensa Suramericano. Es más, hay que dar paso a procesos de defensa colectiva efectiva de la región, como ya lo hemos planteado en otros documentos, si queremos disuadir a potenciales y aún obscuros agresores.
Nuestros organismos de seguridad y defensa deben considerar que EE.UU., estima una amenaza para su hegemonía, la actual multipolaridad que no hace más que consolidarse paulatinamente en el escenario internacional, contribuyendo a su decadencia imperial. En ese marco, EE.UU. debe sostener a toda costa su ‘patio trasero’, por lo que no nos sorprende los constantes esfuerzos desestabilizadores que ejerce contra los gobiernos democráticos y progresistas de Nuestra América, concentrándose de manera especial en la destrucción del proceso bolivariano de Venezuela, y busque resolver los viejos conflictos de la Guerra Fría como el bloqueo a Cuba y la guerra civil colombiana, ya que son un obstáculo para el desarrollo de su nueva estrategia en curso.
Por lo demás, la estrategia de que ‘invasores extranjeros’ apoyen a minorías locales para debilitar el poder nacional, es tan vieja como la historia, y usada muchas veces, por ejemplo, durante el siglo XIX los gobiernos europeos armaron a minorías étnicas contra los gobernantes otomanos. Esa estrategia ha sido usada nuevamente en Libia y Siria, conflictos que nuestros mandos militares deberían estudiar profundamente.
Es momento que nuestros organismos de seguridad y defensa se sienten a analizar los escenarios del pos conflicto colombiano y se realice la correspondiente planificación.
6 de febrero del 2015
Nota
La negrilla es nuestra. Tomado del diario colombiano El Tiempo: http://m.eltiempo.com/buscador/CMS- 15133035
Mario Ramos
Director Centro Andino de Estudios Estratégicos (CENAE), Quito, Ecuador
Foto: Telesur
https://www.alainet.org/es/articulo/167445?language=es
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