Razón crítica
12/11/2012
- Opinión
La razón, esa suerte de parámetro absoluto que configura la esencia del ser humano, debe ser cuestionada. En el inicio de la modernidad, la razón fue el instrumento de liberación del ser humano de las cadenas míticas establecidas en occidente por el orden monástico.
Esta razón liberada del centro teológico reconoció la existencia de un proceso de liberación, un proceso progresivo de acuerdo a los logros y avances que por esa senda podía conseguir el ser humano.
El progreso entonces fue interpretado como progreso técnico científico, y sus cristalizaciones medidas en términos de acumulación cuantitativa. Se olvidó aquella idea de que el progreso implicada la superación del ser humano en términos morales.
Si la idea era inaugurar la mayoría de edad del ser humano y ordenar el mundo de acuerdo a las máximas aspiraciones de la humanidad, llegar a la libertad de la moralidad según Hegel sería la culminación de este proceso. Esto sin embargo se perdió. El progreso cualitativo pasó a ser un subproducto del progreso técnico, y la libertad, el deseo de adquirir una felicidad controlada.
La razón se transformó en la ideología de la dominación ligada al productivismo capitalista, al individualismo, al progreso infinito, a los valores técnicos y la metodología de un tipo particular de civilización donde el mercado “racional” establece una dictadura invisible y espontánea.
Hannah Arendt se preguntaba si esa dictadura podía funcionar sin una dictadura política, pues lo lógico sería que para un proceso de acumulación ilimitado habría que generar una estructura política que garantice ese poder ilimitado.
Las contradicciones fundamentales del capitalismo siguen en pie y se profundizan, como si todos estuviéramos de acuerdo. Este modo de producción produce mercancías, no produce bienes para satisfacer necesidades. Su visión es absolutamente autoreferencial y en esta miopía no alcanza a ver más que la propia acrecentación del capital.
El crecimiento del capital es lo único que importa, la persona es un medio para acrecentar el capital y todos llegamos a ser prescindible y desechables. La naturaleza y la vida, aquello que permita el aparecimiento de la vida, es un recurso, una potencia propiedad privada destinada a la explotación.
La economía del capital predomina sobre cualquier otra perspectiva de vida, y en algunos casos la vida pasa a ser un accidente. El capital financiero no necesita la vida para auto-reproducirse. En un primer momento incluso el capital habló de que no podía haber sociedades florecientes y felices con habitantes pobres (A.Smith). Mas la especulación financiera ya no habla de habitantes. Su idea de riqueza no tiene sentido porque ya no involucra a la sociedad. Su discurso totalizante inutiliza la crítica que sigue hablando de redistribución de la riqueza sin entender otros conceptos de pobreza y de riqueza. Por lo mismo hay que hablar del fin del sistema capitalista y eso requiere la valentía de asumir las implicaciones políticas y culturales de la libertad, es decir, el desaparecimiento del capital, su lógica productiva, su institucionalidad política y sus súper-signos culturales.
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