A un país aún acongojado por el terremoto se suman 33 mineros atrapados
02/09/2010
- Opinión
Definitivamente este ha sido un año de duras pruebas para Chile. Todavía está presente esa sensación de vulnerabilidad y zozobra que dejó el terremoto de 8,8 grados en la escala Richter y aún hay víctimas en el sur del largo territorio que no tienen dónde vivir y que están tratando de recuperar la vida, interrumpida el 27 de febrero de este año.
Y como si esto no bastara, cinco meses después, el 5 de agosto, otra noticia colmó los medios de comunicación: 33 mineros quedaron atrapados 700 metros bajo tierra, tras un derrumbe en la mina San José, en el norteño Coquimbo, a 460 kilómetros de esta capital.
Desde ese día, no ha habido momento en que los chilenos no hayan conversado o se hayan emocionado por cada novedad transmitida. En realidad, la noticia recorrió el mundo. El golpe fue tan estremecedor que, cuando se logró establecer una comunicación y se pudo confirmar que los 33 estaban vivos, medio Chile salió a festejar a las calles.
Cada uno se sintió parte de la familia de cada minero, salió a tocar bocina por la calle, a flamear banderas desde las ventanas de los autos, a bailar cuecas frente a ese monumento que habitualmente convoca a hinchas de fútbol o a disidentes con pancartas a gritar "Viva Chile", una arenga recurrente en cada festejo.
Diecisiete días después de haber quedado atrapados se esperaba el peor de los panoramas. Sin embargo, el himno nacional de los mineros se oyó fuerte por los altavoces del teléfono que hacía de puente entre la cueva subterránea y la mañana dominguera de los chilenos.
A pesar de que la noticia se había dado a los familiares de inmediato, el resto de la población debió esperar que el presidente Sebastián Piñera llegara a la mina y empuñara frente a cámara el papel escrito en rojo y con letra firme por uno de los mineros: "Estamos bien en el refugio los 33".
El sondaje que finalmente estableció la comunicación no había podido dar antes con ellos, por lo que la frustración afuera era grande.
Sin embargo, bajo tierra sentían el ruido de la sonda y sabían que la ayuda estaba cerca. Todavía hay mucha pena e impotencia por un derrumbe que podía haberse evitado. Pero también hay mucha esperanza y todos juran que los mineros son fuertes, que están acostumbrados a ese entorno y que podrán sobrellevar estos tres o cuatro meses que deberán estar bajo tierra esperando el rescate.
Ahora por la vía de las sondas se les abastece de comida, líquidos, oxígeno, información y los medicamentos necesarios. Aunque en sentido están bien, autoridades médicas reconocen que han perdido peso y algunos de ellos muestran signos de depresión.
Al pie del cerro de la mina San José, un campamento de familiares, con unas 200 personas, aunque la cifra crece a diario, espera, reza y guarda la esperanza de que, si lograron sobrevivir al derrumbe, también podrán sobrevivir a la espera.
Mientras tanto, se alista la Strata 950, una perforadora australiana que hará un túnel subterráneo por el cual se introducirán tubos de 55 centímetros de diámetro que extraerán a los mineros desde las profundidades. La máquina trabajará las 24 horas del día y estiman que avanzará entre 10 y 15 metros diarios. Según está previsto, se instalará este fin de semana.
Al pie del cerro
Desde que supieron que sus padres, hermanos o esposos habían quedado atrapados bajo tierra, las familias se fueron haciendo presentes en la mina y construyeron una especie de barrio a base de carpas, vehículos y estructuras que fueron montando literalmente para quedarse a vivir en el lugar.
De hecho, no piensan abandonarlo hasta que puedan llevarse a sus familiares. Sólo aceptaron irse dejando a "representantes" en su lugar.
La angustia de los días iniciales desapareció con el primer mensaje de sus familiares atrapados y desde entonces la agrupación de carpas pasó a llamarse "Campamento Esperanza".
También fue el día en el que a las 32 banderas chilenas y una boliviana clavadas al pie del cerro, su sumó la número 34: la de la foto que recorrió el mundo tras el terremoto del 27 de febrero, una bandera que se hizo famosa luego de que un sobreviviente del tsunami la encontrara tirada en el piso, instante capturado en una imagen por un fotógrafo de un medio.
Todos estos días, estas familias han estado durmiendo en carpas o directamente en sillas. La vida en el campamento ha sido un espacio de contención, de sufrimiento compartido y de cosecha de amistades entre todas las personas que se han solidarizado con la causa.
Hasta el campamento llegaron personajes de la farándula, políticos, cantantes, payasos, vecinos que han llevado agua o alimentos. La colaboración ha sido plena.
Muchas mujeres están allí desde que conocieron del accidente y recién ahora están pensando en regresar a sus casas. Aunque muchas ya sabían que este día podía llegar en algún momento, la realidad las sobrepasó.
Otras, sin embargo, tenían la versión de sus maridos que les juraban, para dejarlas tranquilas, que el avance de la tecnología alejaba el peligro.
Las mujeres han ocupado un papel fundamental en los reclamos que muchas veces sus maridos no podían hacer por temor a perder sus trabajos. La seguridad en esta mina siempre fue escasa y hace tres años falleció un ayudante de geólogo por el no cumplimiento de normas.
Según narra un reportaje del diario El Mercurio sobre la vida de ellas en el campamento, en esa oportunidad las mujeres presentaron 1.300 firmas a la ministra Karen Poniachik para que cerrara la minera San Esteban, dueña de la mina San José.
Querella penal
La historia de los mineros tuvo un comienzo esperado y un desenlace que algunos tildaron de milagroso. Aunque resulte increíble, la minera San Esteban, dueña del yacimiento San José, negó hasta el momento toda responsabilidad por lo ocurrido.
Es más, pidió ayuda al gobierno para poder seguir pagando los sueldos de los mineros atrapados y del resto del personal porque alega estar al borde de la quiebra.
Por este motivo, afirmó que tampoco podrá hacerse cargo del rescate de los trabajadores atrapados (que tiene un costo de 10 millones de dólares).
Sin embargo, desde el gobierno ya se tomaron algunas medidas y el Primer Juzgado de Letras de Copiapó decretó la retención de 900 millones de pesos chilenos (aproximadamente un millón 800.000 dólares) que la Empresa Nacional de Minería debía pagar a la Minera San Esteban.
Además, la familia de uno de los mineros, Raúl Bustos, presentó ayer una querella criminal por el presunto delito de prevaricato en contra de los funcionarios públicos de Sernageomin (Servicio Nacional de Geología y Minería); un delito específico de los funcionarios públicos que dictan resoluciones manifiestamente injustas, según su definición.
Otro punto a decidir es si los empresarios serán formalizados por cuasidelito de lesiones por el caso de un trabajador de la mina que, el 3 de julio pasado, perdió una de sus extremidades.
Fuente: http://www.redsemlac.net/web/
https://www.alainet.org/es/active/40718
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