Las mujeres de la libertad: heroínas de la Independencia

01/08/2010
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“Mi patria es todo el continente americano”
Manuela Sáenz
 
"¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Ved que, mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. ¡No olvidéis este ejemplo!"
Estando en el patíbulo, un soldado le ofreció un vaso con agua y ella respondió: “No beberé agua de un tirano”. En la cárcel su compatriota Joaquín Monsalve redactó el famoso anagrama que se inscribe como epitafio: "Yace por salvar la patria".
María Policarpa Salavarrieta Ríos. Fusilada el 14 de noviembre de 1817
 
El bicentenario, tal como sucedió en el centenario de 1910, se configura en un escenario propicio para reescribir la historia y destacar el papel que en la lucha por la independencia, asumieron las mujeres, los esclavos y las minorías étnicas del continente.
 
Pocas veces en los relatos de la historia oficial, embellecida y mitificada con el paso del tiempo, se incluye el nombre de valientes mujeres que aportaron a la lucha emancipadora. Si acaso se les menciona, se hace referencia sólo a unas pocas sin mucho contexto y sin revelar su trayectoria como en el caso de Manuela Beltrán, quien aparece de manera bastante fugaz en la historiografía. Declarada Heroína de la Nueva Granada, se le conoce por haber iniciado la insurrección de los comuneros al liderar un motín contra los impuestos mercantiles que desembocó en la revolución de los comuneros. Al grito de "viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de barlovento" rompió el edicto sobre nuevos tributos notificados por el visitador regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres el 16 de marzo de 1781. Siendo una mujer de pueblo sabía leer, y aún cuando se puede presumir que su compromiso político trascendía el acto público de un día de furia, no se conocen detalles sobre su vida y su historia.
 
Otra gran olvidada por la historia ha sido la heroína Agustina Ferro. En la ciudad de Ocaña, donde se gestaron los primeros fuegos emancipadores, esta criolla se unió a la resistencia patriótica contra la guerrilla realista de “los colorados” y ayudó a la fuga del general Figueredes. Por este hecho fue apresada, no aceptó permutaciones a la pena impuesta ni negó su participación en la lucha rebelde. A las cuatro de la tarde, bajo un sol opaco y una multitud herida, el 20 de enero de 1820, la heroína de Ocaña fue fusilada.
 
Aún cuando en algunos registros historiográficos se menciona el nombre de María Antonia Santos, fusilada el 28 de junio de 1819, poco se sabe sobre su origen, entorno y lucha. Sus últimas palabras ante el patíbulo fueron: “Antes de terminar este año, el suelo granadino, estará libre de quienes lo tiranizaron vilipendiando la virtud y el merito”.
 
Centenares de mujeres como Manuela Beltrán, Agustina Ferro o Antonia Santos lucharon ardorosa y generosamente por la independencia, y aún así fueron intencionalmente condenadas al anonimato o quedaron reducidas a figurar sólo como esposas, novias o amantes de los grandes próceres. Es el caso de Magdalena Ortega[1], esposa de Antonio Nariño. En pocos textos se cuenta que esta valiente mujer estuvo comprometida con la causa libertaria y que a ella consagró sus mayores esfuerzos y sacrificios. Tuvo que padecer los constantes encarcelamientos de su marido, exilios y rechazo social, sufrió la represión española de manera directa, fue perseguida, sus bienes confiscados y finalmente murió sola en la absoluta miseria.
 
Se suele decir que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. ¿Por qué detrás? ¿Por qué no al lado? ¿Por qué no es ella la reconocida y nombrada en la historia a partir de su propio rol social y político y no cómo la simple y fortuita acompañante de un gran hombre?
 
El discurso oficial afirma que la traducción de los "Derechos del hombre", formulados por la revolución francesa, hizo tomar conciencia en América sobre la opresión y de la necesidad de empezar a luchar por la libertad. “Lo que no cuenta este discurso es que los "Derechos del hombre" tienen su correlato femenino y que una mujer llamada Olimpia de Gouges (1748-1793), protestó por el desprecio a los derechos de la mujer. Su encarcelamiento y ejecución por parte del despotismo jacobino, demostraron el fracaso de ese intento igualitario y el largo camino que esperaría a las mujeres en el reconocimiento de sus derechos.[2]
 
Nuestra versión de la historia es androcéntrica y por ello se ha excluido a la mujer de las gestas patrióticas. De allí la importancia de empezar resignificar ese relato histórico que se fundamenta en la victimización o actitud pasiva de las mujeres.
 
Centenares de mujeres deliberantes y con criterio propio participaron a su manera, quizás no todas empuñando las armas, en la lucha por la independencia haciendo uso de la palabra, el rumor, la estrategia de guerra y la realización de diversos actos heroicos que marcaron, quiérase o no, el devenir de nuestra historia.
 
La versión galante y romántica de la historia del siglo XIX, nos habla de mujeres sumisas y obedientes, plegadas a las dos grandes virtudes femeninas de la época: callar y obedecer. Las mujeres fueron expuestas en la historia como seres decorativos que embellecían el hogar y para quienes sólo existía dos opciones decorosas para sus vidas: el matrimonio o el convento. Esta visión no refleja sus inquietudes humanas y menos la participación política que muchas de ellas ejercieron en medio de enormes contrariedades, represiones y adversidades. Las mujeres de la independencia nunca fueron ángeles de hogar, ni las que pertenecían a las élites sociales ni aquellas que tenían su origen en los sectores populares. Al contrario, muchas de ellas fueron partícipes activas en la lucha contra los abusos virreinales desde el movimiento comunero, las luchas patrióticas y desde otras gestas de enorme significado histórico.
 
En el centenario, después de 100 años de exclusiones, se intentó rescatar el nombre de algunas mujeres, pero se hizo desde una perspectiva machista de la historia, y también clasista. Muchas siguieron siendo minimizadas en su verdadero protagonismo político, al igual que los mulatos, indígenas y negros. También se les asignó características masculinas que no correspondían a su naturaleza y desestimaba sus características y potencial femenino.
 
Este intento de rescate histórico no logró por tanto configurar una nueva perspectiva para el análisis de su desempeño político y social. No reconoció la real dimensión del rol que jugó la mujer en la historia y contrario a ello, le adjudicó valores masculinos para justificar su osadía y valentía, como sí estas características fuesen exclusivas de los hombres. Así por ejemplo, la historia personal y humana de Manuelita Sáenz fue distorsionada en los anales de la historia oficial. Sólo se le conoció durante varias décadas como la amante de El Libertador y no como una política aguerrida y comprometida, desde mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte, con el sueño de la libertad.
 
En un comienzo Manuela, como muchas otras mujeres, no ingresó al catálogo de la historia. Los testimonios sobre la época de la emancipación, al igual que muchas de las obras generales que se refieren a la Independencia, no hacían mención de su presencia activa. La vida íntima y la actuación pública de las mujeres no eran materia de atención. Lo trascendental era dar cuenta de las batallas y de las acciones heroicas de los protagonistas en la gesta libertadora. Las mujeres eran dignas de atención, solamente, cuando eran víctimas de los realistas, mártires de guerra, o cuando por la calidad de sus acciones podían ingresar al inventario de los sucesos en la condición de heroínas.
 
Sin embargo, en el caso particular de Manuela, “esta actitud historiográfica se vio intervenida por una restricción «estilística» adicional: ocultar intencionalmente su actuación, básicamente porque no resultaba ejemplarizante ni acorde con la visión impoluta de los héroes que Bolívar, que la máxima figura de la Independencia se hubiese liado con una mujer de comportamiento irregular y censurable[3].
 
Antes de ser registrada por la historia como la “Libertadora de El Libertador” Manuela Sáenz estuvo en Lima con su esposo del Dr. Thorne y se involucró con los rebeldes limeños. Asistía a reuniones clandestinas, buscaba recursos para financiar la causa, servía de correo y conspiraba contra el gobierno español. Tiempo después se radicó en Quito, y desde allí siguió militando para la causa independentista. Participaba en los entrenamientos militares y auxiliaba logísticamente a las tropas; era espía y correo de los insurgentes. Fue en esa condición que se conoció con El Libertador. Al regresar a Perú, ataviada con ropas militares, armada y a caballo emprendió la campaña libertadora escalando la cordillera y participando activamente en la campaña de Junín y en la batalla de Ayacucho. Se integró, por petición de Bolívar, al Estado Mayor General, continuó su entrenamiento militar y se convirtió en coronela. Su actividad valiente y vital le mereció a ella -y 111 mujeres más- la condecoración de “Caballeresa del Sol”, insignia de la nueva nobleza republicana otorgada por el general José de San Martín. Luego de padecer la prisión en Lima y lograr su libertad regresó a Bogotá y se vinculó al Partido Bolivariano, no como amante del Libertador, sino como una oficial dispuesta a entregar la vida por hacer realidad el sueño de la libertad para las naciones americanas.
 
Cuando Bolívar se retiró a Santa Marta, ella se mantuvo en Bogotá y participó con Urdaneta en la ejecución de varias acciones político militares contra el gobierno de Mosquera. Tres años después del fallecimiento de Bolívar, ocurrido el 17 de diciembre de 1830, Manuelita fue expulsada del país e intentó regresar a Ecuador. El Presidente prohibió su entrada al considerar que su sola presencia constituía una referencia política negativa que perturbaba los intereses del partido gobernante[4].
 
Vicente Rocafuerte, jefe de Estado de Ecuador, considerado como uno de los más notables pensadores de la América revolucionaria y un eficaz gobernante expuso por escrito su extraña y contradictoria determinación; más extraña aún si en efecto alguna vez cumplió misiones secretas para Bolívar en España. Su decisión de prohibir el ingreso de Manuelita Sáenz a Quito, fue expresada en los siguientes términos:
 
“….por el carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz, debe hacérsele salir del territorio ecuatoriano, para evitar que reanime la llama revolucionaria”
 
Manuelita siguió adelante en su compromiso con la Independencia. Desde su exilio en Paita se mantuvo al tanto de los sucesos ecuatorianos, informaba de los movimientos rebeldes de los exilados, se carteaba constantemente con ellos y era consejera del venezolano Juan José Flores.
 
Otras mujeres que fueron excluidas o disminuidas en los relatos historiográficos, tanto por ser mujeres como por ser indígenas, fueron la peruana Micaela Bastidas Puyucahua y la boliviana Bartolina Sisa. Micaela ha sido recordada como la esposa de Tupac Amaru II. No obstante, ella además de ser una gran guerrera y estratega militar, tuvo que padecer la tortura y la pena de muerte, como su esposo y su primer hijo. Luego del fracaso en un intento de sublevación, fue capturada, torturada y ejecutada. Sus verdugos le cortaron la lengua, le anudaron al cuello una cuerda que tiraron desde lados opuestos y, mientras agonizaba, la patearon el vientre y el pecho, en la Plaza de Armas del Cusco, el 18 de mayo de 1781. Murió a los 36 años de edad, teniendo que presenciar la ejecución de su hijo Hipólito y de de su esposo[5].
 
Sobre la heroína Bartolina Sisa, compañera de Tupac Katari, jefa indígena Aymará, si bien existen dudas sobre la fecha exacta y lugar de nacimiento,[6] se sabe que su lucha contra la opresión y el despojo colonialista español de que eranobjeto los indígenas de los Andes, le valió ser reconocida como heroína de la emancipación. Bartolina junto a sus progenitores, y luego con su esposo, el gran caudillo Aymara Tupaj Katari (Julián Apaza), se dedicó en un inicio al comercio de la hoja de coca y tejidos nativos, viajando por innumerables lugares entre ayllus, poblados, comunidades y ciudades de la inmensa y árida altiplanicie andina y por los valles yungueños del departamento de La Paz. “Esta febril actividad permitió a Bartolina Sisa conocer el terrible sometimiento de que eran objeto varios pueblos indígenas tanto por parte de los colonialistas europeos como de los criollos y mestizos serviles a estos”.
 
Bartolina Sisa se comprometió con la emancipación y a ella consagró el resto de su vida. Fue así, como junto a su esposo Tupac Katari, lograron coincidir con los itinerarios libertarios del arriero José Gabriel Condorcanqui (Tupaj Amaru) y de los hermanos Dámaso y Tomás Katari de Chayanta, con quienes se integraron formando un ejército rebelde. Contando con más de 150 mil indígenas en toda la región del Perú, La Paz, Oruro, y los valles de Chayanta en Bolivia, dieron una cruenta batalla por la libertad de sus pueblos. Bartolina, fue nombrada comandante político-militar, y cuando estalló la insurgencia Aymara-Quishwa de 1781, ella era proclamada Virreina, no por esposa de Tupaj Katari, sino por mérito propio. Compartió alta jerarquía con su esposo en igualdad de condiciones y fue respetada por varios pueblos guerreros.
 
Tras la derrota de su ejército el 29 de junio de 1781, la Corona ofreció un indulto a los rebeldes a cambio de que éstos entregaran a sus “jefes cabecillas”. Varios de ellos para salvar la vida, sucumbieron a la traición. Tres días después, en un complot organizado por sus propios hombres, la Virreina Bartolina Sisa, fue entregada a los militares españoles.
 
El 5 de septiembre de 1782, la comandante guerrera aymara fue condenada a la pena ordinaria del Suplicio y fue torturada[7]. Atada a la cola de un caballo y con una soga de espatro al cuello fue llevada a la horca después de ser flagelada, violada, azotada, arrastrada a puntapies y paseada desnuda montada en un burro, en la plaza colonial de La Paz, hoy “Plaza Murillo”[8]. Una vez muerta, su cuerpo fue descuartizado y su cabeza y extremidades expuestos en distintos ayllus “para escarmiento de los indios”.
 
Junto a ellas, decenas de mujeres sufrieron cruentos castigos y estos hechos no han sido resinificados por la historiografía oficial. Salvo en contados casos, los Estados han rendido un merecido homenaje a sus heroínas. El 14 de julio de 2009 la presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner 2009, le otorgó a Juana Azurduy de Padilla, heroína de América de origen boliviano, el grado póstumo de Generala del Ejército en reconocimiento histórico a su valor para enfrentar las fuerzas de la colonia española en busca de la independencia de las tierras de La Plata y el Alto Perú. A su vez, el presidente de Bolivia, Evo Morales, la condecoró con el Cóndor de los Andes en el Grado de Gran Collar, la máxima distinción conferida por el Estado boliviano a los presidentes y jefes de Estado.
 
Juana Azurduy fue comandante guerrillera en la entonces llamada Republiqueta de La Laguna. Junto con su esposo Manuel Asencio Padilla se sumaron a la Revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809. Juana vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija. Tras la derrota del Ejército del Norte en la Batalla de Huaqui el 20 de junio de 1811, los realistas al mando de José Manuel de Goyeneche recuperaron el control del Alto Perú y las propiedades de los Padilla junto con las cosechas y sus ganados fueron confiscadas, siendo apresada Juana Azurduy y sus hijos, pero Padilla logró rescatarlos refugiándose en las alturas de Tarabuco.
 
Por su papel protagónico en el primer grito revolucionario en el alto Perú 1809, más conocido como la batalla de Chuquisaca, arrebatar un estandarte español, organizar el "Batallón Leales" que participó en la Batalla de Ayohuma el 9 de noviembre de 1813, y liderar importantes acciones guerrilleras contra los realistas entre ellas la del cerro de Potosí del 8 de marzo de 1816 y lograr el triunfo en el Combate del Villar, recibió el rango de Teniente Coronel. El decreto fue firmado el 13 de agosto de 1816 por Juan Martín de Pueyrredón, director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega simbólica de su sable.
 
El 14 de noviembre de 1816 Juana fue herida en la Batalla de La Laguna. Padilla acudió en su rescate siendo herido de muerte. Ella siguió adelante en su lucha.
 
Un posterior cambio en la estrategia militar de la guerrilla comandada por Juana Azurduy, le significó una disminución en el apoyo logístico. Ello llevo a que su ejército tuviera que replegarse hacia el sur, dónde se unió a Martín Miguel de Güemes.
 
Sus planes no prosperaron. Güemes fue asesinado y Juana se vio reducida a la pobreza.
 
En 1830, vagando por las selvas del Chaco argentino, Juana escribió una carta que da cuenta de su situación:
 
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución.(...)Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".
 
Juana permaneció varios años más en el municipio de Salta solicitando al gobierno boliviano, ya independiente, sus bienes confiscados. El mariscal Antonio José de Sucre le otorgó entonces una pensión, que le fue retirada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares.
 
Murió en la indigencia y la soledad el 25 de mayo de 1862 a los 82 años. Fue enterrada en una fosa común. Cien años después sus restos fueron exhumados y llevados al mausoleo de Sucre.
 
En 1962 la historia se acordó de ella. Fue nombrada generala de la nación por decreto. La dictadura militar intentó de nuevo sepultar su nombre y excluirla de la historia, pero en 1980 a través de las gestiones que impulsaba la academia de Historia, se restablece el decreto y se le asigna vigencia. Finalmente en el 2009 el gobierno de Argentina y de Bolivia la reconoce como Generala de los ejércitos emancipadores de ambas naciones.
Otra heroína que merecería ese mismo reconocimiento histórico es la venezolana Josefa Camejo. Mujer valiente y de élite que consagró su vida a la causa republicana, cedió sus bienes materiales a la causa y participó en numerosas batallas como soldado regular de los ejércitos patrióticos. En 1811, en Barinas, ante la amenaza de los realistas, le solicitó al gobernador permiso para protegerlo. "El sexo femenino no teme los horrores de la guerra; antes bien, el estallido del cañón no hará más que encender en nosotras el deseo de libertad...", le escribió en su misiva. Lideró las rebeliones en toda la Provincia de Coro, fue hecha prisionera, al parecer durante varios años, y su nombre fue arrojado al olvido.
 
Muchas otras Juanas siguen siendo excluidas de la historia oficial. Es el caso de las heroínas de Venezuela Luisa Cáceres de Arismendi, oriunda de La Guaira en 1765, conocida por ser la esposa de José María España. Llamada la "Bordadora de la primera Bandera de Venezuela", a los 17 años, estando embarazada, fue encarcelada y torturada en la Fortaleza de Santa Rosa en La Asunción. Perdió a su hija y permaneció encerrada por más de 8 años. Una vez recuperó su libertad emprendió de nuevo la lucha contra la tiranía española y de nuevo fue hecha prisionera. Murió confinada en Cumaná. Eulalia Ramos de Chamberlain, fue otra heroína arrojada al olvido por la historia oficial. Participó en la batalla de la Casa Fuerte de Barcelona y cuando grito de "Viva la Patria, mueran los tiranos", recibió una descarga en el pecho; su cuerpo fue mutilado y amarrado a la cola de un caballo.
 
Otra heroína de este país fue la criolla Juana Ramírez, conocida como "La Avanzadora" por ir en primera línea y a gran velocidad en combate hacia el enemigo. Participó en la defensa de la ciudad de Maturín al frente de un batallón denominado "Batería de las Mujeres". No se conocen detalles sobre su muerte. Teresa Heredia se comprometió con los patriotas; por ello fue encarcelada cuando tenía 19 años de edad, y obligada al destierro. Existen varias versiones sobre su regreso al país en la clandestinidad, pero no se conocen detalles sobre su muerte.
 
Ana María Campos apoyó decididamente la causa de los patriotas. Por su reiterativa frase: "Si Morales no capitula, monda", fue llevada al martirio y murió en suplicio público bajo los azotes de sus verdugos. Cecilia Mujica ha sido conocida como la “Mártir de la Libertad”. Desde muy joven se dedicó a difundir las ideas emancipadoras y sirvió como enlace entre varios grupos independentistas. Por ello fue condenada a muerte. Antes de fallecer dedicó sus últimas palabras a su novio, otro líder patriótico: "No tuve la gloria de ser tu esposa pero si la gloria de inmolarme por la libertad”. Consuelo Fernández, pretendida por un coronel español que ocupaba La Victoria, decidió servir de espía a la causa patriótica. Cuando trataba de enviar un mensaje de advertencia al ejército patriota sobre la ocupación que caería sobre la ciudad por Boves, fue descubierta y fusilada cuando tenía 17 años de edad. Frente al pelotón de fusilamiento gritó: ¡Viva la Patria! ¡Viva la Libertad!
 
La gran mayoría de los relatos historiográficos y de la iconografía que se produjeron en la época al calor de los hechos o post independentistas contiene omisiones y sesgos culturales propios de su tiempo, fácilmente entendibles dada la concepción y el orden social imperante en aquel entonces; sin embargo, aún cuando en la segunda mitad del siglo XIX se lleva a cabo una revisión histórica, también se produce gran cantidad de sesgos.
 
La construcción por ejemplo del mito de la heroína Policarpa Salavarrieta, ha sufrido grandes variaciones. Hoy se sabe que ningún pintor contemporáneo la dibujó, sin embargo, su imagen ha sido presentada de distintas maneras. Antes del Centenario, se la presentaba como una mujer cercana a los sectores populares, vestida de azul oscuro, robusta, y con una fisonomía propia de su clase social. En el siglo XVIII, tras la generación centenarista, su imagen se embellece, se blanquea y su nombre se mitifica, tal como se puede apreciar en la Sala Emancipación y Republica del Museo Nacional de Colombia. Así sucedió con las propuestas iconográficas, también ocurrió con el relato historiográfico.
 
La historiadora argentina, Berta Wexler del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres de la Universidad de Rosario, Argentina, a través de su libro “Juana Azurduy y las mujeres en la revolución Altoperuana”, demuestra que las mujeres en efecto participaron y lideraron varias acciones de guerra en la lucha por la emancipación, y que muchas de ellas fueron perseguidas y condenadas a la muerte por sus acciones. A través de su prolífico trabajo, la profesora Wexler ha propuesto la relectura y resignificación de los procesos independentistas desde un punto de vista de género. El fenómeno de la exclusión y la masculinización de las mujeres ha sido una constante en el trabajo historiográfico en toda América del Sur, señala la profesora. El desempeño femenino en las gestas libertadoras, fue destacado y produjo importantes hechos que no son contenidos en la historiografía oficial. No se cuenta por ejemplo que muchas de ellas formaron ejércitos sólo de mujeres, como en el caso de Juana Azurduy. En Cochabamba fueron las mujeres las que salieron a pelear y ejecutaron valientes acciones. Una de ellas fue la toma de un cuartel militar. Y cuando el general realista Goyeneche se dio cuenta que eran las mujeres las que habían asaltado el cuartel militar y asesinado a su guardia, dio la orden de que fueran perseguidas y ejecutadas. Treinta mujeres, hoy conocidas como “Las Heroínas de la coronilla”, fueron fusiladas.
 
La acción heroica de buena parte de los próceres de la independencia contó con la asistencia y el apoyo de centenares de mujeres que vieron afectadas sus rutinas en el hogar con la partida de los hombres a la guerra. Fueron ellas en consecuencia quienes debieron asumir, como cabezas de hogar, tanto la manutención de sus hijos, el orden en el hogar y el desarrollo de diversas actividades económicas. Varias de ellas se vieron obligadas a asumir el rol de proveedoras del hogar, y de administradoras de bienes, si los había, de cultivos o empresas. La partida de los hombres a la guerra, a partir del decreto 19 de Simón Bolívar produjo enormes problemas rutinarios, buena parte de los hombres enlistados eran trabajadores del campo, labriegos, y al partir ellos se produce un decaimiento en la producción económica que las mujeres ayudaron a superar.
 
En Argentina, José de San Martín también promulgó un decreto sobre reclutamiento forzado el 27 de agosto de 1821. Por ello, muchas mujeres adineradas, conocidas como las “patricias” para salvar a sus hijos de la guerra y en obediencia al decreto, prefirieron enviar a sus esclavos a la guerra. De modo que buena parte de la sangre que se derramó en los campos de batalla fue la de de esclavos y esclavas cuyos nombre se ignoran aún en la actualidad.
 
El enfoque androcéntrico de nuestro relato histórico desconoce el rol de las mujeres en las luchas emancipadoras y establece unos parámetros prejuiciados, a través de los cuales se mide lo digno de ser recordado y lo que no lo es. A partir de estereotipos creados que privilegian la acción de los sujetos masculinos, blancos, de posición en algunos casos, se universaliza el prototipo a conservar. Las experiencias históricas de quienes no cumplían con el canon establecido fueron relegadas y minimizadas.
 
El sujeto de la historia política y social creado y recreado con el paso del tiempo, establece un perfil heroico que resalta características físicas y sociales que no siempre se cumplieron en la realidad de los hechos. Quizás un enfoque demográfico y económico sobre las luchas emancipadores, pudiera ayudar a revelarnos que la acción femenina desde la actividad domestica, bélica o como proveedora del hogar ha sido intencionalmente negada. La deuda con el género femenino sigue sin resolverse. El bicentenario podría ser un escenario oportuno para resignificar esta historia y adjudicar su valor histórico a los eternamente excluidos de la memoria oficial.
 
- Maureén Maya S. es Periodista, escritora e investigadora social
 
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 217, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org


[1] Sobre Magdalena Ortega, en algunos textos históricos, sólo se hace referencia a su nombre como la esposa de Antonio Nariño y se habla sobre su dote, que demuestra que no era una mujer pudiente, aunque tampoco era pobre. Dicha dote estaba integrado por: un aderezo de diamantes, unos zarcillos de perlas, otros de amatistas, unos más de piedras con perlas, unas mantillas de perlas, etc. El 15 de julio 1785 se registra una anexión a dicha dote, cuando Don José Ignacio Ortega, padre de Magdalena, le obsequia $587 en efectivo. El matrimonio de Antonio Nariño con Magdalena Ortega se realizó el 27 de marzo de 1785, siendo testigos Don José Ignacio Ortega, el doctor Manuel del Castillo y Don Ignacio Santamaría
[2] Triviño Anzola, Consuelo; “Manuelita Sáenz, la libertadora de El Libertador”. Madrid. España
[3] Quintero, Inés; “Manuela Sáenz: una biografía confiscada”. Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Universidad Central de Venezuela
[4]IDEM; Inés Quintero
[5] Texto anónimo. “Biografías de Heroínas peruanas”.
[6] Una versión afirma que Bartolina Sisa nació el 24 de Agosto de 1753 en la comunidad de Sullkawi del Ayllu, y la otra sostiene que su nacimiento se produjo el 12 de Agosto de 1750 en la comunidad de Q’ara Qhatu, situada en la actual provincia Loayza, en el departamento de La Paz, Bolivia.
[7] Mujeres de Vanguardia, “Bartolina Sisa: Comandante indígena”. “Al amanecer del 5 de septiembre de 1782, la heroica comandante guerrera aymara sufre la sentencia de los opresores que en su texto original copiado del castellano antiguo dice: “A Bartolina Sisa Muger del Ferós Julián Apaza o Tupa Catari, en pena ordinaria de Suplicio, y que sacada del Quartel a la Plaza mayor por su circunferencia atada a la cola de un Caballo, con una soga de espatro al Cuello, y Plumas, y una Aspa afianzada sobre un Bastón de palo en la mano y a vós de pregonero que publique sea conducida a la Horca, y se ponga pendiente de ella hasta que naturalmente muera; y después se clave su caveza y manos en Picotas con el rótulo correspondiente, y se fijen para el público escarmiento en los lugares de Cruzpata, Alto de San Pedro, y Pampaxasi donde estaba acampada y Precidía sus juntas sediciosas; y fecho sucesivamente después de días se conduzca la cabeza a los pueblos de Ayohayo, y Sapahagui de su Domicilio y origen en la Provincia de Sicasica, conla orden para que se queme después de tiempo, y se arrojen las cenizas al aire, donde estime convenir”. Y la sentencia se cumplió. Junto a ella también fue condenada la guerrera Gregoria Apaza.
https://www.alainet.org/es/articulo/143189?language=en
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