Nosotros en el país de los miedos y el silencio
06/04/2008
- Opinión
“Hijo –No se meta a problemas, ya sabe que esa gente es mala-” es una de las frases que usualmente los padres dicen o decimos a nuestros hijos cuando alguien les o nos ha hecho algún daño y la indignación nos orienta a denunciar o repudiar dichos actos.
“Dejemos las cosas a Dios” es la frase más esperanzadora, aunque sabemos que no basta rezar y que Dios sin nuestro sacrificio y fe no resolverá ningún problema.
Nuestro país ha sido tomado por la delincuencia y la corrupción, son tan grandes estos trastornos sociales que han construido un enorme miedo que nos mantiene a todos estoicamente soportando semejantes males.
En todos los pueblos pasan cosas terribles, perfectos hechos noticiosos para la prensa amarillista y sensacionalista. Generalmente se conocen las identidades de los delincuentes, pero ni las víctimas (cuando quedan vivos), ni sus familiares, ni nadie se atreve a denunciarles.
Vivo en una ciudad hermosa en el centro de Honduras en donde la tranquilidad ha sido su principal característica, pero por desgracia en los últimos meses la delincuencia que ataca al país ha llegado aquí con gran fuerza.
Desde robos de celulares, carteras, asaltos a pequeños y medianos negocios, hasta secuestros son ya casi comunes.
Dice un amigo mío que tiene un puesto en el mercado que “todos los días de Dios sucede algo, un robo, un pequeño asalto y hasta los ricos están ya sufriendo este despotismo”.
Muy pocos denuncian en la policía los hechos delictivos de que son víctima, pues la institución con menos credibilidad en la ciudad de acuerdo a estudios realizados en esta región es la policía.
Cuando he comentado con mis amigos de diferentes partes del país sobre este tema coincidimos en que no hay voluntad para enfrentar en serio el problema de la delincuencia y la corrupción en nuestra patria. La sospecha de que las redes delincuenciales se han infiltrado directa o indirectamente en las altas esferas del poder de la nación son la voz popular.
Yo escribo esta columna en diario Tiempo, conduzco un programa de televisión educativo en un canal de cobertura regional, hice un par de denuncias fuertes relacionadas con la violencia en Siguatepeque, la inoperancia policial, los intentos de privatización del agua y sobretodo una apoyando a los desalojados por la construcción del llamado canal seco que sólo beneficiará a los emporios económicos de Honduras y El Salvador. Después de eso un amigo que también es comunicador social se me acercó y me dijo: “profe no se meta a líos, yo sólo critico al alcalde porque se que no me va a hacer nada”. El miedo y el silencio nos consumen y hacen de nuestro país una victima fácil de la delincuencia y la corrupción.
Casi nadie es capaz de denunciar los atropellos que sufre, los jóvenes la pasan feliz con sus celulares, ipod, MP 4, y otras novedades tecnológicas. Temen y callan ante la violencia que sufren a veces de sus padres y maestros. No les interesa organizarse para defender sus derechos.
En todas las ciudades del país hay al menos un crimen o acto de violencia contra las personas diariamente. En todo el país también el miedo y el silencio nos hacen impotentes y débiles.
A pesar de todo, el gobierno no tiene una política clara para proteger a la ciudadanía, el Presidente es feliz comiendo melón ante la televisión internacional y haciendo sus días de campo con ministros, embajadores y otros burócratas nacionales e internacionales en los más bellos sitios turísticos de Honduras, claro con protección militar por aire y tierra.
Estamos casi en desamparo, no hay una organización social capaz de enfrentar estas desgracias. No hay un liderazgo que nos inspire confianza para derrotar el miedo y el silencio.
Sólo hay unas voces que particularmente me inspiran esperanza Doña Berta Oliva, el Doctor Juan Almendarez, Los sacerdotes Eduardo Méndez, Ismael Moreno, German Cálix, Ángel Castro, El Cardenal Rodríguez, Rafael Alegría, Sandra Maribel Sánchez, Renato Álvarez, Gilberto Ríos, Gladis Lanza, Eduardo Barh, la profesora Onelia Ramírez, el Doctor Custodio, entre otros.
No es fácil levantar la voz, no es para menos la delincuencia, la corrupción y la impunidad pero como dice el poeta José Adán Castelar “Guardar silencio es compartir el crimen”.
Si el miedo nos gana y el silencio cómplice nos domina, le haremos un gran daño a la patria.
Hasta la victoria siempre.
“Dejemos las cosas a Dios” es la frase más esperanzadora, aunque sabemos que no basta rezar y que Dios sin nuestro sacrificio y fe no resolverá ningún problema.
Nuestro país ha sido tomado por la delincuencia y la corrupción, son tan grandes estos trastornos sociales que han construido un enorme miedo que nos mantiene a todos estoicamente soportando semejantes males.
En todos los pueblos pasan cosas terribles, perfectos hechos noticiosos para la prensa amarillista y sensacionalista. Generalmente se conocen las identidades de los delincuentes, pero ni las víctimas (cuando quedan vivos), ni sus familiares, ni nadie se atreve a denunciarles.
Vivo en una ciudad hermosa en el centro de Honduras en donde la tranquilidad ha sido su principal característica, pero por desgracia en los últimos meses la delincuencia que ataca al país ha llegado aquí con gran fuerza.
Desde robos de celulares, carteras, asaltos a pequeños y medianos negocios, hasta secuestros son ya casi comunes.
Dice un amigo mío que tiene un puesto en el mercado que “todos los días de Dios sucede algo, un robo, un pequeño asalto y hasta los ricos están ya sufriendo este despotismo”.
Muy pocos denuncian en la policía los hechos delictivos de que son víctima, pues la institución con menos credibilidad en la ciudad de acuerdo a estudios realizados en esta región es la policía.
Cuando he comentado con mis amigos de diferentes partes del país sobre este tema coincidimos en que no hay voluntad para enfrentar en serio el problema de la delincuencia y la corrupción en nuestra patria. La sospecha de que las redes delincuenciales se han infiltrado directa o indirectamente en las altas esferas del poder de la nación son la voz popular.
Yo escribo esta columna en diario Tiempo, conduzco un programa de televisión educativo en un canal de cobertura regional, hice un par de denuncias fuertes relacionadas con la violencia en Siguatepeque, la inoperancia policial, los intentos de privatización del agua y sobretodo una apoyando a los desalojados por la construcción del llamado canal seco que sólo beneficiará a los emporios económicos de Honduras y El Salvador. Después de eso un amigo que también es comunicador social se me acercó y me dijo: “profe no se meta a líos, yo sólo critico al alcalde porque se que no me va a hacer nada”. El miedo y el silencio nos consumen y hacen de nuestro país una victima fácil de la delincuencia y la corrupción.
Casi nadie es capaz de denunciar los atropellos que sufre, los jóvenes la pasan feliz con sus celulares, ipod, MP 4, y otras novedades tecnológicas. Temen y callan ante la violencia que sufren a veces de sus padres y maestros. No les interesa organizarse para defender sus derechos.
En todas las ciudades del país hay al menos un crimen o acto de violencia contra las personas diariamente. En todo el país también el miedo y el silencio nos hacen impotentes y débiles.
A pesar de todo, el gobierno no tiene una política clara para proteger a la ciudadanía, el Presidente es feliz comiendo melón ante la televisión internacional y haciendo sus días de campo con ministros, embajadores y otros burócratas nacionales e internacionales en los más bellos sitios turísticos de Honduras, claro con protección militar por aire y tierra.
Estamos casi en desamparo, no hay una organización social capaz de enfrentar estas desgracias. No hay un liderazgo que nos inspire confianza para derrotar el miedo y el silencio.
Sólo hay unas voces que particularmente me inspiran esperanza Doña Berta Oliva, el Doctor Juan Almendarez, Los sacerdotes Eduardo Méndez, Ismael Moreno, German Cálix, Ángel Castro, El Cardenal Rodríguez, Rafael Alegría, Sandra Maribel Sánchez, Renato Álvarez, Gilberto Ríos, Gladis Lanza, Eduardo Barh, la profesora Onelia Ramírez, el Doctor Custodio, entre otros.
No es fácil levantar la voz, no es para menos la delincuencia, la corrupción y la impunidad pero como dice el poeta José Adán Castelar “Guardar silencio es compartir el crimen”.
Si el miedo nos gana y el silencio cómplice nos domina, le haremos un gran daño a la patria.
Hasta la victoria siempre.
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