Las distracciones de Chávez
24/01/2008
- Opinión
Son muchas las páginas que se han llenado en el mundo, el año anterior y este que comienza, con las sucesivas declaraciones del presidente venezolano. Lo más dramático es que su proyecto político y social quedó envuelto en un manto de señalamientos y de confusiones que sólo contribuyen a generar más enemigos de los que tiene su propio proceso.
Se sabe que el dominio del neoliberalismo y la desbandada de los seguidores del socialismo en el mundo se distancian o confrontan un proyecto como el que se impulsa en Venezuela. Pero, justamente por eso, era de esperarse que sus adalides propiciaran acercamientos y apoyos que les permita consolidar esa opción no sólo en sus países sino en todos aquellos que sufren los impactos despiadados de la nueva forma del capitalismo salvaje.
No se entiende, entonces, porque el presidente Chávez abre tantos frentes de confrontación. Hasta se podría aceptar su dramatización en la ONU cuando, al hacer su intervención, simuló limpiar el aire luciferino que enrarecía el ambiente por la presencia allí del mandatario norteamericano que le había precedido. Aunque no pocos jefes de gobierno renegaran de esa acción como poco diplomática.
En cambio, calificar al congreso brasileño como proimperialista por no agilizar la discusión y aprobación de la entrada de Venezuela al Mercosur, pone en cuestión las alianzas que necesita para encontrar apoyos a su proyecto político bolivariano de la integración o unidad regional. Eso podría pensarse también de su obstinación en la discusión con el presidente Rodríguez Zapatero de España en el pasado encuentro iberoamericano. Lo cual no puede justificar el desparpajo monarquista de ordenarle callarse. Pero en la geopolítica mundial tener un aliado europeo pesa en muchas decisiones tanto políticas como económicas; sin desconocer que los grandes capitales peninsulares se disputan la hegemonía en la región.
Lo propio podría decirse ahora del conflicto con Colombia. Se puede compartir que Uribe es agente del imperio y que sólo le interesa la paz que imponen los fusiles, pero la escalada que asume el gobierno venezolano conduce a alineamientos internacionales y en los propios países que pueden vulnerar lo que su pueblo ha logrado con su liderazgo. La misma postura frente a las FARC profundiza esta tendencia. No sólo porque desconoce la falta de arraigo en el pueblo colombiano de lo que todavía pueda encontrarse en este grupo guerrillero de proyecto político. Sino también porque conduce a que muchos sectores sociales y personalidades de estos países, afectos al proceso socialista de la república bolivariana, se distancien de hacerlo.
No tiene sentido afirmar que su actuación busca concitar la unidad interna, ante la pérdida del referendo, para reafirmar sus propósitos. Eso sería desconocer su propia conclusión de que los resultados electorales mandaron un mensaje que no podía desconocer y que obligaba a su gobierno a fortalecer procesos de base y, sobre todo, organizativos. Igualmente, dejaría de lado a una oposición que no desaprovecha acción alguna para socavar el arraigo popular que tiene su política; lo mismo que a la derecha internacional liderada por Bush y Aznar que lo tiene entre sus objetivos centrales.
Tampoco es coherente pensar que con el apoyo a las FARC respalda un propósito expansionista. Pues si así fuera lo haría frente a una organización que pocos réditos le brindaría para lograr fertilizar un proceso que requiere de mayores alianzas en las comunidades y en las fuerzas populares de todos los países azotados por la hegemonía capitalista neoliberal, y no en tendencias militaristas como el que ese grupo representa.
En conclusión, es incomprensible que se produzca una radicalización de la confrontación bajo esas condiciones, cuando tanto el proceso interno como el que se vive en varios países de América Latina requieren del más amplio apoyo para consolidarse. Y no sólo eso, es necesario que el mundo conozca ampliamente los resultados políticos y sociales exitosos en que el pueblo se ve beneficiado para contrarrestar toda la acción de los grandes monopolios de la comunicación que no hacen más que desprestigiarlo. Por eso Chávez no debería distraerse en cazar más peleas que aquellas propias del proceso del socialismo del siglo XXI.
- Diego Jaramillo Salgado es doctor en Estudios Latinoamericanos UNAM, profesor titular de Filosofía Política de la Universidad del Cauca.
Se sabe que el dominio del neoliberalismo y la desbandada de los seguidores del socialismo en el mundo se distancian o confrontan un proyecto como el que se impulsa en Venezuela. Pero, justamente por eso, era de esperarse que sus adalides propiciaran acercamientos y apoyos que les permita consolidar esa opción no sólo en sus países sino en todos aquellos que sufren los impactos despiadados de la nueva forma del capitalismo salvaje.
No se entiende, entonces, porque el presidente Chávez abre tantos frentes de confrontación. Hasta se podría aceptar su dramatización en la ONU cuando, al hacer su intervención, simuló limpiar el aire luciferino que enrarecía el ambiente por la presencia allí del mandatario norteamericano que le había precedido. Aunque no pocos jefes de gobierno renegaran de esa acción como poco diplomática.
En cambio, calificar al congreso brasileño como proimperialista por no agilizar la discusión y aprobación de la entrada de Venezuela al Mercosur, pone en cuestión las alianzas que necesita para encontrar apoyos a su proyecto político bolivariano de la integración o unidad regional. Eso podría pensarse también de su obstinación en la discusión con el presidente Rodríguez Zapatero de España en el pasado encuentro iberoamericano. Lo cual no puede justificar el desparpajo monarquista de ordenarle callarse. Pero en la geopolítica mundial tener un aliado europeo pesa en muchas decisiones tanto políticas como económicas; sin desconocer que los grandes capitales peninsulares se disputan la hegemonía en la región.
Lo propio podría decirse ahora del conflicto con Colombia. Se puede compartir que Uribe es agente del imperio y que sólo le interesa la paz que imponen los fusiles, pero la escalada que asume el gobierno venezolano conduce a alineamientos internacionales y en los propios países que pueden vulnerar lo que su pueblo ha logrado con su liderazgo. La misma postura frente a las FARC profundiza esta tendencia. No sólo porque desconoce la falta de arraigo en el pueblo colombiano de lo que todavía pueda encontrarse en este grupo guerrillero de proyecto político. Sino también porque conduce a que muchos sectores sociales y personalidades de estos países, afectos al proceso socialista de la república bolivariana, se distancien de hacerlo.
No tiene sentido afirmar que su actuación busca concitar la unidad interna, ante la pérdida del referendo, para reafirmar sus propósitos. Eso sería desconocer su propia conclusión de que los resultados electorales mandaron un mensaje que no podía desconocer y que obligaba a su gobierno a fortalecer procesos de base y, sobre todo, organizativos. Igualmente, dejaría de lado a una oposición que no desaprovecha acción alguna para socavar el arraigo popular que tiene su política; lo mismo que a la derecha internacional liderada por Bush y Aznar que lo tiene entre sus objetivos centrales.
Tampoco es coherente pensar que con el apoyo a las FARC respalda un propósito expansionista. Pues si así fuera lo haría frente a una organización que pocos réditos le brindaría para lograr fertilizar un proceso que requiere de mayores alianzas en las comunidades y en las fuerzas populares de todos los países azotados por la hegemonía capitalista neoliberal, y no en tendencias militaristas como el que ese grupo representa.
En conclusión, es incomprensible que se produzca una radicalización de la confrontación bajo esas condiciones, cuando tanto el proceso interno como el que se vive en varios países de América Latina requieren del más amplio apoyo para consolidarse. Y no sólo eso, es necesario que el mundo conozca ampliamente los resultados políticos y sociales exitosos en que el pueblo se ve beneficiado para contrarrestar toda la acción de los grandes monopolios de la comunicación que no hacen más que desprestigiarlo. Por eso Chávez no debería distraerse en cazar más peleas que aquellas propias del proceso del socialismo del siglo XXI.
- Diego Jaramillo Salgado es doctor en Estudios Latinoamericanos UNAM, profesor titular de Filosofía Política de la Universidad del Cauca.
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