Quiero un mundo sin justicia

16/02/2007
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Entre los grupos sociales de la etnia kichwa, en Ecuador, cuenta el abogado, profesor y rector de la Universidad Intercultural Amawtay Wasi, Luis Fernando Sarango, las personas no tienen la menor noción del significado de la palabra justicia. Porque, lo saben bien los autóctonos, este es un concepto que ha nacido con el adviento de la sociedad burguesa, por su vez originaria en Europa. La idea de justicia está colgada al llamado contrato social que las personas celebran para vivir en el espacio del burgo, de la ciudad. Está ligada a la idea de un código expreso de leyes y normas hechas por una parcela específica da la sociedad citadina (los que dominan), y que organiza la vida de todos. Tiene, por tanto, carácter universal, aunque su contenido mayoritario sea del interés de una clase en particular. Un ejemplo de eso es la intangibilidad de la propiedad particular. Bueno, si la mayoría de la gente no tiene casa propia, ¿por qué debe respetar la intangibilidad de la casa de los otros? ¿No parece paradójico? Pues no, son los códigos los que rigen a las sociedades.

Así, la regla es muy simple. Sigamos con el mismo ejemplo de arriba. Quién no tiene tierra no puede tomar la tierra de quién la tiene. Esto está en la ley. Pero los que tienen tierra y, por tanto, dinero, pueden tomar las tierras de los que no la tienen. Es lo que se puede mirar, todos los días, en los campos de Brasil. ¿Quién son los “grilleros” (terratenientes que toman la tierra do los que la producen)? Entonces, la idea de justicia se vuelve obscura, aunque juristas de todo orden existan para hacer que dicha ley se cumpla. Pero hay que dejar claro que uno que roba una barra de mantequilla se va a la cárcel, pero un juez que roba a los jubilados u un presidente de un banco que roba el dinero del pueblo tienen toda suerte de subterfugios para no ir a prisión. Esta es, en fin, la justicia de la sociedad capitalista.

Entre los kichwas no hay idea de justicia porque entre ellos la práctica vivencial es la comunitaria, o sea, las tierras son comunales, los trabajos colectivos, toda la gente cuida de los niños, los viejos son respectados como sabios. Cuando uno comete una falta dentro del código que, según ellos, garantiza el equilibrio del cosmos – por tanto no hay justicia pero equilibrio - la persona es llamada al centro de la comunidad y toda la gente habla de que lo que hizo fue un error. Nadie se queda en cárceles repletas de gente, donde se puede transformar en hiena. Las personas son llevadas a asumir la responsabilidad frente a quienes perjudicaron. Si roban a alguien, lo que es raro, ya que casi todo es de todos, deben devolver. Si matan, tienen la obligación de sustentar a la familia de la víctima hasta en final de sus días, y así por el estilo. Las reglas existen, las leyes, normas, códigos, pero todo es construido colectivamente, basándose en la fuerza de ancestral de la convivencia comunal.

¿Esto parece un sueño mítico? ¿Una utopía? Si, es lo que parece. Pero en muchas comunidades de Ecuador, Bolivia, Colombia, Brasil, en fin, hasta en Estados Unidos, donde aún sobreviven pueblos originarios, esto es real. Y nosotros, ciudadanos de la polis moderna, los hijos del sistema capitalista/burgués, tenemos la justicia. Aquella de la cual hablaba yo. Con sus leyes definidas por pocos, para todos. Con un sistema de castigo y no de recuperación, de superación de los errores. Y con una manera de vivir que se basa en la competencia, en el egoísmo, en la propiedad, en el desequilibrio, en la desarmonía, en el sálvese quien pueda.


El resultado es eso que está ahí. Ciudades con su tejido social fracturado, produciendo una multitud de excluidos, gentes que al sistema no le importa nada. Ejércitos de desvalidos. Seres despedazados. Gente que se mantiene viva – en un mundo de caos y miseria - enchufada a la droga, al alcohol, a la fe ciega, a la ilusión de que puede “llegar allá”, aunque sea por la fuerza del revólver. Gente prisionera de la ideología religiosa del capital, que no mide esfuerzos para igualarse con aquéllos que la tele muestra como modelo de éxito, incesantemente, tal como un lavado de cerebro

Entonces, cuando los que consiguen superar, de alguna forma, las barreras de la miseria de la ciudad, se encuentran cara-a-cara con los desvalidos, ¿que tipo de encuentro puede haber? ¿Un encuentro amoroso entre diferentes que se respetan? ¡Claro que no! Hay mucho odio, mucho dolor, mucho rencor, mucho miedo. Entonces, cuando nos toca a nosotros vivir algunos de esos desafortunados encuentros, clamamos por justicia. Pero, al fin, ¿de que justicia estamos hablando? ¿De que derechos? ¿De los nuestros, solo los nuestros? En el mundo de hoy son muy comunes las manifestaciones por justicia. Y en más de una ocasión, ellas están integradas por quienes han tenido una mala experiencia. Pocos son aquellos, que sin haber vivido jamás un encuentro con la tragedia, se levantan en busca de la justicia. La justicia, en el mundo capitalista se ha tornado un derecho individual.

Yo, estúpida que soy, sueño con un mundo sin justicia. Un mundo de equilibrio, donde nadie sea lobo del otro. Un mundo bonito, de riquezas repartidas, de jardines, donde todos puedan tener la oportunidad de vivir felices, compartiendo con la naturaleza y con el cosmos. Y, soñando, camino yo... construyendo...construyendo...

- Elaine Tavares periodista del Observatorio Latinoamericano (OLA), un proyecto de observación y análisis de las luchas populares en América Latina.
www.ola.cse.ufsc.br
https://www.alainet.org/es/active/15638?language=es
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