Nueve tesis y una premonición sobre la otra política zapatista
19/12/2006
- Opinión
Después de casi un año, la Otra Campaña culminó su primera fase el 10 de diciembre con la celebración de una consulta nacional sobre las definiciones programáticas que se enarbolarán en las siguientes fases. Un balance más a fondo todavía está por hacerse, pero después de 45 mil kilómetros recorridos ya hay algunos logros evidentes: la conformación de una red nacional de defensa de los presos políticos; la creación de una red nacional de trabajadores/as sexuales, el fortalecimiento del Congreso Nacional Indígena, el reagrupamiento de los jóvenes punk-anarquistas, la conformación de la Conferencia de Organizaciones Políticas Anticapitalistas de Izquierda, etc. Como el mismo Delegado Zero lo señaló: la base fundamental de la Otra Campaña son los pueblos indios, los jóvenes y las mujeres. No está mal en un país cuyo sistema político menosprecia, fundamentalmente, a los pueblos indios, a los jóvenes y a las mujeres. A continuación: un artículo que busca establecer algunos aspectos teóricos del significado de la Otra Campaña.
1. El defecto fundamental de la política tradicional, sea de derecha o de izquierda, es que concibe la actividad política como algo exclusivo de lo estatal. Por lo tanto, como algo que solamente puede ser entendido a cabalidad por un puñado de especialistas, ya que el ciudadano común y corriente no sólo no tiene capacidad para participar y decidir sino que si se le deja en total libertad, normalmente lo que va a hacer es matar a su vecino.
Así lo planteaba Nicolás Maquiavelo: “Es necesario que quien disponga de una República y ordene sus leyes presuponga que todos los hombres son malos, y que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente”1. En la práctica, de lo que se trataba era de ejercer una especie de “monopolio de la decisión política” que tenía como respaldo fundamental “el monopolio de la violencia legítima”. Es decir, el control de los cuerpos policíacos y militares.
En la visión de la democracia representativa, el parlamento o el presidente piensan por el conjunto de la sociedad y la única prebenda de ésta es sancionar, de tiempo en tiempo, por medio de su voto, el mantenimiento o no de tal o cual partido o de tal o cual individuo. La política se convierte en una actividad reservada para un puñado de iniciados que, para complicar aún más el asunto, cada vez más dependen directamente del poder económico, ya sea en su forma “legal” o en la forma de crimen organizado o, más comúnmente, en una combinación de ambos, que eso y no otra cosa es el capitalismo en la actualidad.
La propuesta zapatista desde el origen, pero más claramente ahora, representa la búsqueda por devolverle a la gente, en especial a los trabajadores del campo y la ciudad (a la mayoría), lo que por derecho les corresponde: el monopolio de la decisión política, que parte del presupuesto que los políticos profesionales (volteando a Maquiavelo) son malos, y que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente.
2. El problema de si la única forma de expresión política es por medio de un partido político no es un problema teórico, sino sobretodo práctico. La nueva forma de desorganización que ha generado el neoliberalismo ha creado su contrario: la nueva forma de organización de lo social y lo político, como dos esferas que no están separadas, sino que se intercomunican y muchas veces significan lo mismo. Al romper el muro que separa esas dos actividades humanas, el resultado es la emergencia de muchos movimientos, que ocupan el espacio de la política frente al desagrado de los políticos profesionales y de algunos intelectuales de izquierda, que se sienten violentados por la existencia de personas sencillas que reflexionan sobre su práctica y elaboran teorías que ponen en jaque las viejas concepciones, y que buscan imponer sus tiempos de la confrontación. La aparición de esta especie de sin papeles de la teoría, los indocumentados del espacio de la política, permite la existencia de un gran descontrol inicial tanto para el poder, como para algunos partidos, militantes y teóricos de izquierda.
Las preguntas desde el poder se multiplican: ¿Cómo se negocia con tanta gente? ¿Cómo se pactan las alianzas? ¿Cómo se establece la hegemonía? ¿Cómo se establece el orden? ¿Cómo se restablecen las jerarquías? ¿Cómo se hace respetar a las instituciones?
El movimiento, por su parte, tiene otras preguntas más trascendentales y comienza su asedio buscando la creación de algunas respuestas. En especial frente a la terrible cuarteta—explotación, despojo, represión y desprecio—ya tiene algo que enfrentar: justicia, reapropiación, solidaridad y dignidad.
Estamos en medio de la primavera de los pueblos. Es verdad que puede dar vértigo, pero vivir a plenitud esa experiencia es lo único que puede resolver ese vértigo. Hace solamente unos años, parecía que el capitalismo no tenía enemigo al frente. Hoy, en las grandes calles de las megápolis se desafía el tiempo y el espacio del poder; por ejemplo, el NO a la constitución europea tal y como sucedió en Francia. O en Bolivia, donde una multitud tira presidentes y busca reorganizarse a sí misma. O en México, donde decenas de miles ya forman parte de la Otra Campaña.
3. La otra política busca establecer sus marcos político-teóricos en relación con su práctica. En ese sentido, por ejemplo, la discusión sobre quién y cómo se elabora un programa es ilustrativa: En la otra política, e l programa deja de ser un cúmulo de demandas y pasa a ser seña de identidad común. Un programa, por más correcta que sea su elaboración, no deja de ser un texto dirigido al poder, si no es elaborado por un sujeto (muchos sujetos) social (sociales). El programa no existe antes del sujeto. En la otra política la autocreación del sujeto es la creación del Programa (ahora si con mayúsculas). Y el espacio de su creación ya no es el parlamento o la campaña electoral o la reunión de “sabios” que forman comisiones ad-hoc, o las reuniones de líderes sociales, sino el lugar donde la gente vive, trabaja, se junta, se divierte, estudia, se organiza.
Y entonces, “lo que queremos es lo que vamos a construir”. Porque lo que nombramos comienza a existir. Estos hombres y mujeres del subsuelo se han propuesto no cambiar a un presidente, tampoco poner a un partido en lugar de otro, sino construir otro país, otro mundo, donde no haya abajo ni arriba. Estos personajes del subsuelo son nadie para la sociedad del poder. Nadie es invencible porque es invisible, porque es inexplicable e inaprensible.
Los habitantes del subsuelo ya no están dispuestos a ceder el paso, ni bajan la cabeza frente al poder. Esa no es una transformación cualquiera. Desde luego no tiene mucha importancia para aquellos que, desde la derecha o la izquierda, califican a la gente a partir de cómo recibe sus análisis profundos sobre los “grandes temas nacionales”. Pero tiene un gran significado para la construcción de la otra gramática que, desde luego, en el fondo son muchas gramáticas: la de la rebeldía.
En ese espacio la dignidad ocupa el lugar de honor. Los poderosos, el capital, el Imperio tienen un gran enemigo enfrente y, a pesar de lo que muchos podrían pensar, no se trata de un candidato a la presidencia, o de un líder de masas, mucho menos de un partido, ni un ejército revolucionario o rebelde, o un Subcomandante. Se trata sí de la gente, la que todos los días se baja al metro, se sube en trolebuses o microbuses; las decenas de miles de indígenas y campesinos que llegan todos los días a la ciudad o se van a trabajar a los Estados Unidos; los millones que generan la riqueza de este país; los millones que producen los alimentos; las comunidades zapatistas que han dicho basta y están construyendo nuevos espacios de convivencia logrando una modificación de sus relaciones sociales; los émulos de Gavroche de los Miserables de Victor Hugo, niños de las barricadas de Oaxaca. A pesar de que son la mayoría de este país no se dejaban ver mucho, salían cuando querían manifestarse contra una injusticia o cuando quieren reivindicar sus derechos. Abajo se está tejiendo una serie de vasos comunicantes que parece que ahora salen a la superficie con sus propias palabras, sus propias demandas y con su propia organización. La salida está abajo y a la izquierda porque arriba y a la derecha sólo hay muerte, hipocresía y miseria.
4. En la base del nuevo pensamiento rebelde se encuentra la necesidad de escuchar. “El objetivo de la Otra Campaña es escuchar a todas esas personas. Escuchar, ése es el espíritu que anima a la Sexta Declaración de la Selva. A quienes invitamos a preparar y a realizar la Otra Campaña los invitamos a preparar y construir un espacio de escucha, uno nuevo, uno sin precedentes, uno muy otro, como decimos los zapatistas. Un espacio que es el lugar donde la palabra nace, donde agarra su modo, su manera de nombrar la injusticia, la explotación, el desprecio, la represión, la discriminación, el dolor y también su forma de nombrar la lucha, la resistencia, el no dejarse, el no rendirse. El volver una y otra vez por lo que nos pertenece legítimamente: la Democracia, la Libertad y la Justicia” (2).
Con esto el zapatismo está haciendo una reflexión sobre lo que fue su experiencia propia desde que se formó el EZLN en 1983, con los pueblos indígenas del norte, los altos y la selva de Chiapas. Como ellos lo han contado insistentemente, cuando llegaron a esos lugares lo que llevaban consigo eran grandes palabras: programa, estrategia, táctica, partido, revolución socialista, etcétera. En la confrontación con los pueblos indios, esos jóvenes revolucionarios tuvieron la capacidad de poder escuchar lo que se les decía: que su palabra era dura, que de esa manera nadie los iba a entender, que lo mejor era que se callaran y escucharan. Y entonces tardaron más o menos diez años, según dicen ellos, hasta que agarraron el modo de las comunidades.
Nosotros, la izquierda que viene de una experiencia diferente, normalmente tenemos o teníamos (los golpes de la vida enseñan) una hipótesis de poder, un programa, una estrategia, un instrumento político. La base de nuestra teoría casi nunca era nuestro pueblo, sino otros pueblos y otras épocas. Nuestra concepción se basaba en un diseño analógico, con lo cual empobrecíamos no sólo nuestra experiencia sino el proceso real de los diversos pueblos en cuestión.
Con la Sexta Declaración, el zapatismo nos plantea un nuevo reto: trabajar al revés. Escuchar, dejar que la gente hable y a partir de ahí crear el espacio de la palabra nueva, lo cual permitirá establecer el programa anticapitalista y antineoliberal y la visión de construcción de una nueva Constitución, que no quiere decir otra cosa que construir un país nuevo, diferente.
Pero igualmente importante es el señalamiento sobre el espacio donde la gente humilde y sencilla toma sus decisiones políticas. La otra política no privilegia el mitin, o la asamblea de los sabios que tienen línea política para no importa qué país del mundo (es decir para ninguno), o líderes sindicales o sociales con treinta años como secretarios generales. La idea es partir al revés. Ahí donde la gente vive, trabaja, se divierte, hace deporte, se junta, convive, se organiza; ahí en el espacio público cada vez más violentado por el capital y por el sistema de dominación; ahí se va a reconstruir el pensamiento, la acción, el programa y la práctica de la otra izquierda.
5. La otra política busca construir su propuesta global, su Programa Nacional de Lucha, a partir de las microhistorias que se están contando en el transcurso de la gira que se está llevando a cabo. En esas microhistorias se condensan los grandes relatos del capital, es decir los grandes procesos de la destrucción. Nada ni nadie puede sustituir el proceso de toma de conciencia que significa nombrar al monstruo. En esa dinámica de autoconocerse, autoevaluarse y nombrar a su contendiente se va generando una energía social que no puede existir cuando se piensa que la conciencia política se introduce desde afuera y que los que escuchan son pasivos objetos que están esperando la buena nueva de la palabra revelada. En el atreverse a nombrar, a definir, a contar, a relatar, a analizar, se muestra la fuerza de la identidad que se va creando, que se va generando.
Todavía se trata de un relato en voz baja, que no logra acallar el impresionante ruido del show de los políticos profesionales, pero que, poco a poco, al juntarse con otros relatos, van conformando un coro poderoso que abre una brecha en el terreno de la dominación, mostrando su voluntad, su vocación por no permitir su continuidad. La fuerza de estas microhistorias y de estos pequeños relatos es que nos hablan, se hablan, de algo que nos es común a todos y, por lo tanto, se convierten en nuestros relatos, en nuestras historias. Todo esto va conformando un espacio común desde donde comenzamos a reconstruir nuestra gran historia y nuestro gran relato.
6. La otra política establece un principio ético fundamental: su punto de partida se encuentra en la asunción de que su lugar privilegiado es entre los más explotados y los más oprimidos. Desde luego, esta decisión no tiene que ver con fortalecer los mecanismos de división que desde el poder del dinero se han establecido para hacerle creer a los trabajadores que siempre hay algo más que perder. Una de las tragedias en el campo de los explotados y los oprimidos ha sido no entender la responsabilidad que se tiene con los más desfavorecidos. El capital siempre ha generado el temor hacia el extranjero pobre, o hacia el migrante desarrapado, o hacia la mujer que exige sus derechos, hacia el diferente, el otro, el enfermo, el que porta algún tipo de contagio, el feo, el “contrahecho”, el que usa huarache, el de ojos negros que no sonríe, etcétera.
La otra política abre un espacio de expresión hacia todos esos seres humanos donde pueden levantar la cara y verse con otros como ellos y con otros que, quizá sin saberlo, muy pronto estarán como ellos. La otra política abre un espacio de dignidad donde existan las condiciones para que los “otros” cuenten su dolor, nombren a los responsables del mismo, encuentren a sus aliados y ganen la confianza que les faltaba.
7. La otra política recupera la idea de que existe un conflicto (muchos conflictos) que no puede ser pasado por abajo del tapete con el único fin de hacer creer a la gente que el arte de la política es evitar los conflictos. Más aún, la otra política ubica cuatro conflictos como los básicos (pocos pueden regatearle al zapatismo la capacidad para sintetizar y ordenar en pocas palabras, diáfanas y precisas, grandes fenómenos): explotación, despojo, desprecio y represión.
Al enumerar estos cuatro conflictos se plantea que el arte de la política consiste en ubicar el espacio y el tiempo de la confrontación, mientras que la política tradicional busca afanosamente desdibujar el conflicto ubicando un espacio y un tiempo de la desavenencia. Ahí el espacio son las urnas y el tiempo el 2 de julio. Confrontación y desavenencia. En la primera hay explotación, en la segunda una distribución poco equitativa de la riqueza. En la primera hay despojo, en la segunda hay ayuda a los pobres. En la primera hay desprecio, en la segunda hay algunos excesos. En la primera hay represión, en la segunda hay Estado de derecho.
8. En relación lógica con lo anterior, el problema que se plantea la otra política no es responder a la típica pregunta paternalista y asistencialista: ¿qué hacemos con los pobres? Sino una pregunta esencial: ¿Qué hacemos con los ricos? La primera pregunta no tiene salida sin resolver la segunda. La pobreza, más allá de los proyectos demagógicos tipo “hambre cero” de Brasil, o los dos que se han implementado en México en este sexenio (Progresa de Vicente Fox y el de la pensión universal de López Obrador, ambos herederos legítimos de Solidaridad de Salinas de Gortari) no es el resultado de una mala distribución de la riqueza, sino que tanto la pobreza como la distribución de la riqueza son el producto de un sistema de explotación y despojo. Decir lo anterior es visto como una banalidad, pero como decía un querido amigo suizo: “la amnesia de las banalidades habla más del que olvida que de lo olvidado”. Resolver el problema de la existencia de 11 personas que poseen más de mil millones de dólares—y que aparecen en la lista de la revista Forbes de los 500 hombres más ricos del mundo—es más sencillo que resolver la existencia de 65 millones de pobres que viven con menos de tres salarios mínimos. Porque, ahora sí, como decía Maquiavelo: “es una maldad no llamar maldad a la maldad”.
9. La política tradicional no ha hecho otra cosa que interpretar lo que la gente quiere y necesita cuando que, en la otra política, de lo que se trata es de generar los espacios para que los trabajadores del campo y la ciudad puedan tener el monopolio de la decisión política, retomando el viejo precepto político que dice: “lo que a todos afecta debe ser resuelto y decidido por todos”.
La premonición
Hace algunos años, el Subcomandante Insurgente Marcos escribió lo siguiente: “Así es la lucha nuestra, me dice el Viejo Antonio. En la montaña nace nuestra fuerza, pero no se ve hasta que llega abajo ... Y respondiendo a mi pregunta de si él cree que ya es tiempo de empezar, agrega: ‘Ya es tiempo de que el río cambie de color'. El Viejo Antonio calla y se incorpora apoyándose en mi hombro. Regresamos despacio. Él me dice: ‘Ustedes son los arroyos y nosotros el río … Tienen que bajar ya …' Para agregar más adelante: ‘los arroyos cuando bajan ya no tienen regreso … más que bajo la tierra'”.
Los zapatistas (el arroyo) van a un nuevo encuentro con un río (los obreros, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los homosexuales, las lesbianas, las trabajadoras sexuales, los niños explotados, etcétera) mucho más grande, que cruza México de Tijuana a la Realidad. Esta otra política zapatista no tiene regreso.
Notas
1. Maquiavleo, Nicolás. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. p. 37. Alianza editorial. Madrid. 1987.
2. Resumen del Subcomandante Marcos en la reunión con las organizaciones sociales.
Recursos
Laura Carlsen, “An Uprising Against the Inevitable,” IRC Americas Program (Silver City, NM:International Relations Center, April 18, 2006). http://americas.irc-online.org/am/3217
- Sergio Rodríguez Lascano es economista y director de la Revista Rebeldía, y colaborador con el IRC Programa de las Américas.
Fuente: Programa de las Américas del International Relations Center (IRC)
www.ircamericas.org
1. El defecto fundamental de la política tradicional, sea de derecha o de izquierda, es que concibe la actividad política como algo exclusivo de lo estatal. Por lo tanto, como algo que solamente puede ser entendido a cabalidad por un puñado de especialistas, ya que el ciudadano común y corriente no sólo no tiene capacidad para participar y decidir sino que si se le deja en total libertad, normalmente lo que va a hacer es matar a su vecino.
Así lo planteaba Nicolás Maquiavelo: “Es necesario que quien disponga de una República y ordene sus leyes presuponga que todos los hombres son malos, y que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente”1. En la práctica, de lo que se trataba era de ejercer una especie de “monopolio de la decisión política” que tenía como respaldo fundamental “el monopolio de la violencia legítima”. Es decir, el control de los cuerpos policíacos y militares.
En la visión de la democracia representativa, el parlamento o el presidente piensan por el conjunto de la sociedad y la única prebenda de ésta es sancionar, de tiempo en tiempo, por medio de su voto, el mantenimiento o no de tal o cual partido o de tal o cual individuo. La política se convierte en una actividad reservada para un puñado de iniciados que, para complicar aún más el asunto, cada vez más dependen directamente del poder económico, ya sea en su forma “legal” o en la forma de crimen organizado o, más comúnmente, en una combinación de ambos, que eso y no otra cosa es el capitalismo en la actualidad.
La propuesta zapatista desde el origen, pero más claramente ahora, representa la búsqueda por devolverle a la gente, en especial a los trabajadores del campo y la ciudad (a la mayoría), lo que por derecho les corresponde: el monopolio de la decisión política, que parte del presupuesto que los políticos profesionales (volteando a Maquiavelo) son malos, y que pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente.
2. El problema de si la única forma de expresión política es por medio de un partido político no es un problema teórico, sino sobretodo práctico. La nueva forma de desorganización que ha generado el neoliberalismo ha creado su contrario: la nueva forma de organización de lo social y lo político, como dos esferas que no están separadas, sino que se intercomunican y muchas veces significan lo mismo. Al romper el muro que separa esas dos actividades humanas, el resultado es la emergencia de muchos movimientos, que ocupan el espacio de la política frente al desagrado de los políticos profesionales y de algunos intelectuales de izquierda, que se sienten violentados por la existencia de personas sencillas que reflexionan sobre su práctica y elaboran teorías que ponen en jaque las viejas concepciones, y que buscan imponer sus tiempos de la confrontación. La aparición de esta especie de sin papeles de la teoría, los indocumentados del espacio de la política, permite la existencia de un gran descontrol inicial tanto para el poder, como para algunos partidos, militantes y teóricos de izquierda.
Las preguntas desde el poder se multiplican: ¿Cómo se negocia con tanta gente? ¿Cómo se pactan las alianzas? ¿Cómo se establece la hegemonía? ¿Cómo se establece el orden? ¿Cómo se restablecen las jerarquías? ¿Cómo se hace respetar a las instituciones?
El movimiento, por su parte, tiene otras preguntas más trascendentales y comienza su asedio buscando la creación de algunas respuestas. En especial frente a la terrible cuarteta—explotación, despojo, represión y desprecio—ya tiene algo que enfrentar: justicia, reapropiación, solidaridad y dignidad.
Estamos en medio de la primavera de los pueblos. Es verdad que puede dar vértigo, pero vivir a plenitud esa experiencia es lo único que puede resolver ese vértigo. Hace solamente unos años, parecía que el capitalismo no tenía enemigo al frente. Hoy, en las grandes calles de las megápolis se desafía el tiempo y el espacio del poder; por ejemplo, el NO a la constitución europea tal y como sucedió en Francia. O en Bolivia, donde una multitud tira presidentes y busca reorganizarse a sí misma. O en México, donde decenas de miles ya forman parte de la Otra Campaña.
3. La otra política busca establecer sus marcos político-teóricos en relación con su práctica. En ese sentido, por ejemplo, la discusión sobre quién y cómo se elabora un programa es ilustrativa: En la otra política, e l programa deja de ser un cúmulo de demandas y pasa a ser seña de identidad común. Un programa, por más correcta que sea su elaboración, no deja de ser un texto dirigido al poder, si no es elaborado por un sujeto (muchos sujetos) social (sociales). El programa no existe antes del sujeto. En la otra política la autocreación del sujeto es la creación del Programa (ahora si con mayúsculas). Y el espacio de su creación ya no es el parlamento o la campaña electoral o la reunión de “sabios” que forman comisiones ad-hoc, o las reuniones de líderes sociales, sino el lugar donde la gente vive, trabaja, se junta, se divierte, estudia, se organiza.
Y entonces, “lo que queremos es lo que vamos a construir”. Porque lo que nombramos comienza a existir. Estos hombres y mujeres del subsuelo se han propuesto no cambiar a un presidente, tampoco poner a un partido en lugar de otro, sino construir otro país, otro mundo, donde no haya abajo ni arriba. Estos personajes del subsuelo son nadie para la sociedad del poder. Nadie es invencible porque es invisible, porque es inexplicable e inaprensible.
Los habitantes del subsuelo ya no están dispuestos a ceder el paso, ni bajan la cabeza frente al poder. Esa no es una transformación cualquiera. Desde luego no tiene mucha importancia para aquellos que, desde la derecha o la izquierda, califican a la gente a partir de cómo recibe sus análisis profundos sobre los “grandes temas nacionales”. Pero tiene un gran significado para la construcción de la otra gramática que, desde luego, en el fondo son muchas gramáticas: la de la rebeldía.
En ese espacio la dignidad ocupa el lugar de honor. Los poderosos, el capital, el Imperio tienen un gran enemigo enfrente y, a pesar de lo que muchos podrían pensar, no se trata de un candidato a la presidencia, o de un líder de masas, mucho menos de un partido, ni un ejército revolucionario o rebelde, o un Subcomandante. Se trata sí de la gente, la que todos los días se baja al metro, se sube en trolebuses o microbuses; las decenas de miles de indígenas y campesinos que llegan todos los días a la ciudad o se van a trabajar a los Estados Unidos; los millones que generan la riqueza de este país; los millones que producen los alimentos; las comunidades zapatistas que han dicho basta y están construyendo nuevos espacios de convivencia logrando una modificación de sus relaciones sociales; los émulos de Gavroche de los Miserables de Victor Hugo, niños de las barricadas de Oaxaca. A pesar de que son la mayoría de este país no se dejaban ver mucho, salían cuando querían manifestarse contra una injusticia o cuando quieren reivindicar sus derechos. Abajo se está tejiendo una serie de vasos comunicantes que parece que ahora salen a la superficie con sus propias palabras, sus propias demandas y con su propia organización. La salida está abajo y a la izquierda porque arriba y a la derecha sólo hay muerte, hipocresía y miseria.
4. En la base del nuevo pensamiento rebelde se encuentra la necesidad de escuchar. “El objetivo de la Otra Campaña es escuchar a todas esas personas. Escuchar, ése es el espíritu que anima a la Sexta Declaración de la Selva. A quienes invitamos a preparar y a realizar la Otra Campaña los invitamos a preparar y construir un espacio de escucha, uno nuevo, uno sin precedentes, uno muy otro, como decimos los zapatistas. Un espacio que es el lugar donde la palabra nace, donde agarra su modo, su manera de nombrar la injusticia, la explotación, el desprecio, la represión, la discriminación, el dolor y también su forma de nombrar la lucha, la resistencia, el no dejarse, el no rendirse. El volver una y otra vez por lo que nos pertenece legítimamente: la Democracia, la Libertad y la Justicia” (2).
Con esto el zapatismo está haciendo una reflexión sobre lo que fue su experiencia propia desde que se formó el EZLN en 1983, con los pueblos indígenas del norte, los altos y la selva de Chiapas. Como ellos lo han contado insistentemente, cuando llegaron a esos lugares lo que llevaban consigo eran grandes palabras: programa, estrategia, táctica, partido, revolución socialista, etcétera. En la confrontación con los pueblos indios, esos jóvenes revolucionarios tuvieron la capacidad de poder escuchar lo que se les decía: que su palabra era dura, que de esa manera nadie los iba a entender, que lo mejor era que se callaran y escucharan. Y entonces tardaron más o menos diez años, según dicen ellos, hasta que agarraron el modo de las comunidades.
Nosotros, la izquierda que viene de una experiencia diferente, normalmente tenemos o teníamos (los golpes de la vida enseñan) una hipótesis de poder, un programa, una estrategia, un instrumento político. La base de nuestra teoría casi nunca era nuestro pueblo, sino otros pueblos y otras épocas. Nuestra concepción se basaba en un diseño analógico, con lo cual empobrecíamos no sólo nuestra experiencia sino el proceso real de los diversos pueblos en cuestión.
Con la Sexta Declaración, el zapatismo nos plantea un nuevo reto: trabajar al revés. Escuchar, dejar que la gente hable y a partir de ahí crear el espacio de la palabra nueva, lo cual permitirá establecer el programa anticapitalista y antineoliberal y la visión de construcción de una nueva Constitución, que no quiere decir otra cosa que construir un país nuevo, diferente.
Pero igualmente importante es el señalamiento sobre el espacio donde la gente humilde y sencilla toma sus decisiones políticas. La otra política no privilegia el mitin, o la asamblea de los sabios que tienen línea política para no importa qué país del mundo (es decir para ninguno), o líderes sindicales o sociales con treinta años como secretarios generales. La idea es partir al revés. Ahí donde la gente vive, trabaja, se divierte, hace deporte, se junta, convive, se organiza; ahí en el espacio público cada vez más violentado por el capital y por el sistema de dominación; ahí se va a reconstruir el pensamiento, la acción, el programa y la práctica de la otra izquierda.
5. La otra política busca construir su propuesta global, su Programa Nacional de Lucha, a partir de las microhistorias que se están contando en el transcurso de la gira que se está llevando a cabo. En esas microhistorias se condensan los grandes relatos del capital, es decir los grandes procesos de la destrucción. Nada ni nadie puede sustituir el proceso de toma de conciencia que significa nombrar al monstruo. En esa dinámica de autoconocerse, autoevaluarse y nombrar a su contendiente se va generando una energía social que no puede existir cuando se piensa que la conciencia política se introduce desde afuera y que los que escuchan son pasivos objetos que están esperando la buena nueva de la palabra revelada. En el atreverse a nombrar, a definir, a contar, a relatar, a analizar, se muestra la fuerza de la identidad que se va creando, que se va generando.
Todavía se trata de un relato en voz baja, que no logra acallar el impresionante ruido del show de los políticos profesionales, pero que, poco a poco, al juntarse con otros relatos, van conformando un coro poderoso que abre una brecha en el terreno de la dominación, mostrando su voluntad, su vocación por no permitir su continuidad. La fuerza de estas microhistorias y de estos pequeños relatos es que nos hablan, se hablan, de algo que nos es común a todos y, por lo tanto, se convierten en nuestros relatos, en nuestras historias. Todo esto va conformando un espacio común desde donde comenzamos a reconstruir nuestra gran historia y nuestro gran relato.
6. La otra política establece un principio ético fundamental: su punto de partida se encuentra en la asunción de que su lugar privilegiado es entre los más explotados y los más oprimidos. Desde luego, esta decisión no tiene que ver con fortalecer los mecanismos de división que desde el poder del dinero se han establecido para hacerle creer a los trabajadores que siempre hay algo más que perder. Una de las tragedias en el campo de los explotados y los oprimidos ha sido no entender la responsabilidad que se tiene con los más desfavorecidos. El capital siempre ha generado el temor hacia el extranjero pobre, o hacia el migrante desarrapado, o hacia la mujer que exige sus derechos, hacia el diferente, el otro, el enfermo, el que porta algún tipo de contagio, el feo, el “contrahecho”, el que usa huarache, el de ojos negros que no sonríe, etcétera.
La otra política abre un espacio de expresión hacia todos esos seres humanos donde pueden levantar la cara y verse con otros como ellos y con otros que, quizá sin saberlo, muy pronto estarán como ellos. La otra política abre un espacio de dignidad donde existan las condiciones para que los “otros” cuenten su dolor, nombren a los responsables del mismo, encuentren a sus aliados y ganen la confianza que les faltaba.
7. La otra política recupera la idea de que existe un conflicto (muchos conflictos) que no puede ser pasado por abajo del tapete con el único fin de hacer creer a la gente que el arte de la política es evitar los conflictos. Más aún, la otra política ubica cuatro conflictos como los básicos (pocos pueden regatearle al zapatismo la capacidad para sintetizar y ordenar en pocas palabras, diáfanas y precisas, grandes fenómenos): explotación, despojo, desprecio y represión.
Al enumerar estos cuatro conflictos se plantea que el arte de la política consiste en ubicar el espacio y el tiempo de la confrontación, mientras que la política tradicional busca afanosamente desdibujar el conflicto ubicando un espacio y un tiempo de la desavenencia. Ahí el espacio son las urnas y el tiempo el 2 de julio. Confrontación y desavenencia. En la primera hay explotación, en la segunda una distribución poco equitativa de la riqueza. En la primera hay despojo, en la segunda hay ayuda a los pobres. En la primera hay desprecio, en la segunda hay algunos excesos. En la primera hay represión, en la segunda hay Estado de derecho.
8. En relación lógica con lo anterior, el problema que se plantea la otra política no es responder a la típica pregunta paternalista y asistencialista: ¿qué hacemos con los pobres? Sino una pregunta esencial: ¿Qué hacemos con los ricos? La primera pregunta no tiene salida sin resolver la segunda. La pobreza, más allá de los proyectos demagógicos tipo “hambre cero” de Brasil, o los dos que se han implementado en México en este sexenio (Progresa de Vicente Fox y el de la pensión universal de López Obrador, ambos herederos legítimos de Solidaridad de Salinas de Gortari) no es el resultado de una mala distribución de la riqueza, sino que tanto la pobreza como la distribución de la riqueza son el producto de un sistema de explotación y despojo. Decir lo anterior es visto como una banalidad, pero como decía un querido amigo suizo: “la amnesia de las banalidades habla más del que olvida que de lo olvidado”. Resolver el problema de la existencia de 11 personas que poseen más de mil millones de dólares—y que aparecen en la lista de la revista Forbes de los 500 hombres más ricos del mundo—es más sencillo que resolver la existencia de 65 millones de pobres que viven con menos de tres salarios mínimos. Porque, ahora sí, como decía Maquiavelo: “es una maldad no llamar maldad a la maldad”.
9. La política tradicional no ha hecho otra cosa que interpretar lo que la gente quiere y necesita cuando que, en la otra política, de lo que se trata es de generar los espacios para que los trabajadores del campo y la ciudad puedan tener el monopolio de la decisión política, retomando el viejo precepto político que dice: “lo que a todos afecta debe ser resuelto y decidido por todos”.
La premonición
Hace algunos años, el Subcomandante Insurgente Marcos escribió lo siguiente: “Así es la lucha nuestra, me dice el Viejo Antonio. En la montaña nace nuestra fuerza, pero no se ve hasta que llega abajo ... Y respondiendo a mi pregunta de si él cree que ya es tiempo de empezar, agrega: ‘Ya es tiempo de que el río cambie de color'. El Viejo Antonio calla y se incorpora apoyándose en mi hombro. Regresamos despacio. Él me dice: ‘Ustedes son los arroyos y nosotros el río … Tienen que bajar ya …' Para agregar más adelante: ‘los arroyos cuando bajan ya no tienen regreso … más que bajo la tierra'”.
Los zapatistas (el arroyo) van a un nuevo encuentro con un río (los obreros, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los homosexuales, las lesbianas, las trabajadoras sexuales, los niños explotados, etcétera) mucho más grande, que cruza México de Tijuana a la Realidad. Esta otra política zapatista no tiene regreso.
Notas
1. Maquiavleo, Nicolás. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. p. 37. Alianza editorial. Madrid. 1987.
2. Resumen del Subcomandante Marcos en la reunión con las organizaciones sociales.
Recursos
Laura Carlsen, “An Uprising Against the Inevitable,” IRC Americas Program (Silver City, NM:International Relations Center, April 18, 2006). http://americas.irc-online.org/am/3217
- Sergio Rodríguez Lascano es economista y director de la Revista Rebeldía, y colaborador con el IRC Programa de las Américas.
Fuente: Programa de las Américas del International Relations Center (IRC)
www.ircamericas.org
https://www.alainet.org/es/active/15095
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