Una visión turnia de nuestro país
12/10/2006
- Opinión
¿Quién de los líderes de los partidos iba a faltar a la cita, si los convocantes tienen la chequera en la mano ?El propósito es, dicen quienes lo promueven, impulsar políticas públicas “intertemporales y virtuosas” que saquen al país del subdesarrollo y lo conduzcan a un estadio de democracia y desarrollo. Para ello es necesario construir un plan de largo plazo que sea capaz de hacer avanzar al país. Suficientemente respaldado por todos los sectores, como para crear una atmósfera positiva a favor del plan y, lo bastante conservador para que no caiga en el rechazo que acostumbra el sector económico tradicional hacerle a toda iniciativa que implica cambios auténticos en la estructura social.
Un plan con esas características se ha presentado en nuestro país. Consta de seis temas de enorme complejidad para Guatemala. El Plan Visión de País, incluye propuestas para atender la seguridad democrática y justicia; el desarrollo rural; educación; y salud y nutrición. Nadie podría negarse a ser parte de un plan que busca resolver esos cuatro problemas. Tampoco nadie se debería resistirse a atender los otros dos temas que completan el paquete: el macroeconómico y fiscal; y el de multi e interculturalidad. Todos deberán ser atendidos, según el Plan, en los siguientes 15 años por los gobiernos de turno, independientemente de su línea ideológica o composición social.
La iniciativa, impulsada desde el sector empresarial, fue aceptada por la mayoría de partidos políticos con representación en el Congreso. Los políticos firmaron el Plan el martes por la noche y se comprometieron “ante el pueblo de Guatemala” a “cumplir con lo que hoy acordamos para lograr, en un proceso continuo e incremental, mediante políticas públicas intertemporales y virtuosas, el desarrollo integral del país”, lo cual reviste al proyecto empresarial de un aspecto más serio y en aumento.
Sin embargo la retórica del compromiso no está muy distante de la verborrea acostumbrada en época electoral. Y es que en medio de campañas electorales, algunos políticos son capaces de firmar cualquier documento que les pongan enfrente, con tal de no quedar mal ante los votantes. Y si quien convoca es el sector de poder económico, nadie con aspiraciones a ser electo a cargo popular quiere quedar mal. Aunque les cause incomodidad y se le atraviesen mil improperios contra la oligarquía, el político firma. Por ello no es casual que en cada uno de los últimos tres procesos electorales hayan firmado compromisos a favor de las mujeres, la niñez, el medio ambiente, los campesinos y de muchos otros sectores.
La nueva modalidad adoptada para este Plan, dicen sus promotores, es que está inspirado en los Pactos del Palacio de la Moncloa, en España, firmados por los políticos españoles –casualmente- en octubre de 1977 y que fueron clave para impulsar a España al concierto de naciones desarrolladas, además de preparar las condiciones que le permitieron, posteriormente, ingresar a la Comunidad Europea. La simple asociación mental podría resultar en creer que con el Plan Visión de País Guatemala saldrá del subdesarrollo y la democracia formal. Lo cual podría resultar muy peligroso.
Desde luego que no se trata de una descalificación mecánica ni una crítica realizada por el simple hecho de venir de un sector que, muchas veces se ha mencionado, es responsable del atraso que vive el país. Pero da mucho que hablar la vanidad del acto mismo realizado el martes “en un hotel de lujo”, la convocatoria o invitación con un croquis incluido donde los “pilotos” podían disponer de parqueo, la advertencia de llegar en “traje formal” y con la previsible connotación mediática que tendría el acto. Lo pretencioso de la iniciativa refleja, desde luego, a quienes promueven el Plan, aunque para armarlo hayan acudido a unos cuantos referentes de otra clase que no es la suya. Colocándolos en un grupo promotor, dominado ampliamente por empresarios, en el cual seguramente habrán ya arrepentidos.
Pero esto es cuestión de forma si se quiere ver con simpleza. Aunque bien podría detallarse, por ejemplo, que el Plan firmado el martes carece de elementos de peso, como para contrastarse con los Pactos de la Moncloa. Para comenzar tenemos un conjunto de partidos políticos que carecen de institucionalidad y toda credibilidad en la ciudadanía, como producto, paradójicamente, de una descalificación constante que proviene del sector mejor acomodado. Que es precisamente el que ahora acude a los políticos de esos partidos para hacer válida una iniciativa de su ingenio e interés. En España el Rey fue el garante de aquellos acuerdos, se opuso de manera contundente a los golpes de Estado y gozaba –y sigue gozando- de un altísimo respaldo y credibilidad. En Guatemala no hay Rey –aunque muchos creen serlo-, tampoco hay quien goce de una figura con suficiente respaldo para convertirse en garante ni de los compromisos del Plan, ni de nada.
Los únicos garantes son los propios impulsadores, y no los políticos asistentes a un evento al que no era económicamente correcto faltar. Y es que quién de los líderes de partidos iba a faltar a la cita, si los convocantes tienen la chequera en la mano y deciden quiénes serán los favorecidos con financiamiento. El sector empresarial –y esto no es descubrir nada novedoso- patrocina financieramente a uno, dos o más partidos. Juega con ellos, se entretiene y luego les cobra las facturas.
Por ello es que se entiende que el proyecto esté siendo aplaudido por grupos que ahora enaltecen la firma y los compromisos de los partidos, pero que a la vuelta de la esquina están impulsando una reforma constitucional ajustada a su muy particular conveniencia, en la cual también van a enrolar a los partidos, a quienes les hablan de acuerdos, de consensos, de democracia, pero que a la primera oportunidad los desvalorizan y satanizan, para que pierdan credibilidad ante la población. De hecho parte de la reforma que promueven está orientada a disminuir la representatividad que deberían poseer los partidos.
Así, podemos ver que muchas de las propuestas están encaminadas a fomentar un cambio gradual visible, pero altamente conservador. En consecuencia la situación privilegiada en que se encuentran desde hace más de un siglo permanece intacta. Con leves matices, desde luego, pero jamás se modifica la estructura económico-social. La muestra clara es que en el Plan se habla de cuatro problemas urgentes de resolver, pero para ello se requiere de fondos, además implican, en un sentido de autentico desarrollo, el fortalecimiento del Estado.
Pero resulta que la clase que aparece atrás del Plan es la misma que se resiste a implementar un sistema tributario globalmente progresivo, a cambiar la proporción de los porcentajes de impuestos directos e indirectos que sostienen al Estado. Asimismo son quienes se oponen al fortalecimiento del Estado, porque esto iría en contra de la línea neoliberal, principal horizonte de sus quehaceres. Si para impulsar los planes se requieren recursos, es extraño que el tema fiscal lo hayan dejado para un segundo momento. Quizá la explicación más sencilla sea porque ello implica entrarle a las reformas fiscales, a la transparencia del gasto, pero particularmente a las exenciones y exoneraciones.
Desde luego que el Plan podría resultar positivo, pero para ello las familias dueñas de este país deberían comenzar por reconocer que la iniciativa responde a la incapacidad política del sector para estructurar una estrategia que les permita reproducir el modelo de la oligarquía vecina de El Salvador, como lo aspiraban. Su experimento más dramático fue la conformación de la GANA, un proyecto que se desmoronó a los pocos meses de haber tomado el poder político, porque se construyó sobre la costumbre de visiones de muy corto plazo. En este caso fue para evitar el triunfo de Efraín Ríos Montt, y no como consecuencia de una estrategia política pensada detenidamente. Lo trabajado ahora con los partidos, podría especularse, quizá responda a una estrategia más elaborada, en la cual excluyeron a quienes podrían presentar contrapropuestas.
No obstante, el Plan resulta atractivo para ciertos sectores, a los políticos para hacer campaña y a los oligarcas para limpiar su imagen. Pero al resto de la población, aquella que no fue parte de la estrategia planteada, ni fue invitada, no le interesa o le interesa muy poco lo que allí se exprese. Al fin y al cabo, los políticos son los mismos y, la pobreza también. Así podemos inferir que la visión de país, puede padecer de estrabismo.
- Erwin Pérez - Editor del Reporte Diario y analista de Incidencia Democrática.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
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