La sed, ¿necesidad o lujo? el agua, ¿bien publico o mercadería?
06/06/2004
- Opinión
La realidad es dramática: sólo un pequeño 2,5% del total
del agua existente en el planeta es dulce y por lo tanto de
uso humano. Las previsiones, catastróficas: en veinte años
(hacia el 2025) más de 3 mil millones de seres humanos -el
80% en los países «periféricos»- sufrirán la falta de ese
vital líquido. Ya hoy, mil cuatrocientos millones de
personas -uno de cuatro habitantes del planeta- carecen de
agua, entre ellos 80 millones de latinoamericanos. Las
diferencias y tensiones no dejan de aumentar. Mientras un
habitante de un país del Sur consume en promedio 20 litros
por día, un italiano llega a 213 y un estadounidense puede
superar los 600.
El manifiesto del agua
En tanto que «fuente de vida» fundamental y no reemplazable
del eco-sistema, el agua es un bien vital que pertenece a
los habitantes del planeta en común. Ninguno de ellos,
individualmente o en grupo, debería tener el derecho de
apropiárselo en forma privada.
Tal aparece como principio básico del Manifiesto del Agua,
elaborado en 1998 por un grupo de 23 personalidades de
primer nivel mundial encabezadas por Mario Soares, ex-
mandatario de Portugal, y Riccardo Petrella, euro-diputado
y presidente del Grupo de Lisboa.
Con una simpleza máxima y rico en su capacidad didáctica,
el citado documento subraya que «el agua es un bien
patrimonial común de la humanidad», del cual dependen la
salud individual y colectiva así como la agricultura, la
industria y la vida doméstica.
«El agua pertenece más a la economía de bienes comunes y de
la riqueza compartida que a la economía de la acumulación
privada e individual...» Por tal razón «el acceso al agua
es un derecho fundamental, inalienable, individual y
colectivo ...y hace parte de la ética de base de una
*buena* sociedad humana y de una *buena* economía».
Enunciado que sin embargo contrasta con la realidad
cotidiana convertida en estadística. Seis mil niños de
menos de cinco años mueren cada día como consecuencia del
consumo de agua insalubre. 80 % de todas las enfermedades
en los países del Sur tienen como origen la utilización de
agua insana.
Tres mil millones de seres humanos no cuentan hoy con
instalaciones sanitarias adecuadas.
Dicho Manifiesto, que propugna por un «Contrato Mundial del
Agua», anticipaba seis años atrás, uno de los combates más
encarnizados en el plano de las ideas; en el terreno de la
lógica económica ; y de la dinámica diaria que protagonizan
muchas naciones periféricas. Activos movimientos sociales
del planeta han incorporado la consigna de la no-
privatización del agua como un punto de no retroceso de su
disputa callejera. La pueblada de Cochabamba, -«la guerra
del agua»- en Bolivia, en abril del 2000, ha sido tal vez
la protesta más emblemática del último lustro, por su
dimensión y por haber obligado a la transnacional
norteamericana Bechtel Enterprises y al gobierno
sudamericano a retroceder en su plan privatizador. Lucha
andina que no opaca otras tantas movilizaciones locales
anti-privatizadoras en Argentina, Honduras, Perú, El
Salvador, Nicaragua, Brasil, por citar sólo algunos de los
casos más conocidos en el continente.
La «prehistoria» de un derecho esencial.
De la propuesta de Contrato Mundial a la de una Convención
Internacional existe sólo un pequeño paso adelante y una
visión estratégica consolidada.
Organizaciones no-gubernamentales a nivel mundial, entre
las cuales la Comunidad de Trabajo helvética, proponen
avanzar hacia «una convención obligatoria de derecho
público internacional sobre el agua», tal como lo formula
la ecologista suiza Rosmarie Bär, una de las especialistas
en la materia. La propuesta busca definir una política
duradera sobre el tema, fundada en la idea que el derecho
al agua es parte integrante de los derechos humanos
básicos.
Para la ecologista helvética «cuando se habla de agua hay
que hablar de política... La política del agua va de la
mano de la política del suelo y de la agricultura, de la
política comercial y económica, la de medio ambiente,
social y sanitaria, así como de la política de la
igualdad... y sobre todo de la política de los derechos del
hombre y de la paz».
Es necesario, fundamentalmente, agrega Bär, una voluntad
política para incidir en todos los niveles de la comunidad
internacional. «Cada año Europa y Estados Unidos gastan más
dinero para alimentar sus perros y gatos domésticos que el
que se necesitaría para permitir a todos los seres humanos
a acceder al agua potable».
Ejemplo dramático que muestra que la lucha por el agua es
un combate que implica modificaciones sociales a favor del
desarrollo económico y de la justicia social», puntualiza.
Valores todos que exigen tiempos y procesos históricos
largos para su materialización. Mar del Plata, Argentina,
1977, fue la sede de la primera gran conferencia sobre el
agua y el punto de partida de reflexión de una política
global sobre el tema. Allí la comunidad internacional
constataba por primera vez que «todo hombre tiene igual
derecho al acceso al agua potable, en cantidad y calidad
suficientes como para cubrir sus necesidades».
Quince años más tarde, la Agenda 21, resultante de la
Cumbre Mundial de la Tierra de Río de Janeiro, Brasil,
subrayaba y concretizaba esa exigencia.
Fue la asamblea general extraordinaria de las Naciones
Unidas del 2000 la que fijó un nuevo desafío clave: reducir
hasta el 2015 a la mitad el número de personas que no
tienen acceso al agua potable. Objetivo reconfirmado dos
años más tarde en la conferencia de Río+10 de
Johannesburgo, Africa del Sur.
«Un largo camino hasta que sea considerado (explícitamente)
como derecho de la persona humana» enfatiza Rosmarie Bär.
Quien recuerda que en la Declaración de los Derechos del
Hombre de 1948, se establece que «toda persona tiene
derecho a un nivel de vida suficiente como para asegurar su
salud, su bienestar y el de su familia, especialmente a
través de la alimentación, vestido, vivienda...»
Formulación que incluye, tácitamente, el derecho al agua.
En la actualidad esa prerrogativa se deriva de normas
obligatorias del Pacto Internacional relativo a los
derechos económicos, sociales y culturales. En ese sentido,
el derecho al agua aparece como condición previa a la
realización del derecho a la vida, comida, salud y
vivienda.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
(FAO), para su jornada mundial del 2002 lanzó como
consigna: «Sin agua no hay alimentos».
La mayoría de esos documentos y enunciados onusianos han
quedado, sin embargo, reducidos a simples declaraciones de
buena voluntad sin cumplimiento alguno. Muy especialmente
en la nueva era de globalización económica extrema donde el
ritmo lo marcan las instituciones financieras
internacionales tales como el Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional y sus subsidiarias regionales. Y la
presión por privatizar el servicio de agua -entre otros
tantos rubros y servicios- se convirtió casi en receta
universal de las transnacionales del norte para los países
del Sur.
En una nueva arremetida todavía en proceso, la Organización
Mundial del Comercio (OMC) empuja la privatización de los
más diversos sectores públicos -desde la educación a la
salud, pasando por el agua. Marco en el cual la Unión
Europea exige a 72 países *en desarrollo o en transición*
la apertura de sus servicios de agua a empresas
extranjeras, aceptando de hecho la intensa presión de sus
multinacionales del rubro que intentan seguir extendiendo
el radio de acción y beneficios.
Las guerras -militares o privatizadoras- por el agua
En una entrevista de hace algún tiempo, el profesor
italiano Riccardo Petrella, uno de los principales
especialistas y militantes de la causa del agua, anticipaba
que «las guerras futuras serán por el agua», refiriéndose
abiertamente a potenciales conflictos bélicos.
Funda su hipótesis, no sólo en la escasez, el derroche y la
mala distribución del vital líquido, sino también en un
marco planetario estratégico alarmante. 60 % de las fuentes
de agua están localizadas en sólo 9 países (entre ellos
Estados Unidos, Rusia, Canadá, Brasil, China e Indonesia).
En tanto 80 naciones que reúnen el 40 % de la población
mundial están confrontadas a una verdadera penuria hídrica.
De guerras armadas futuras a batallas económicas actuales
no hay más que una diferencia de matices. Y la tendencia a
privatizar el agua, convirtiéndola en una mercancía cada
vez más inaccesible para importantes sectores de la
población del Sur, anticipa explosiones sociales
imprevisibles.
Atrás de esta tensión dos posiciones antagónicas que
quedaron de manifiesto en abril del 2003 durante la
realización paralela del Foro Mundial del Agua de Kyoto,
Japón, y la convocatoria alternativa de Florencia, Italia..
Para las transnacionales y las instituciones financieras
internacionales el agua es un bien económico-comercial,
como el petróleo, un auto o un televisor. Por lo tanto
puede ser vendido, comprado o intercambiado. El acceso al
agua es una necesidad vital pero no un derecho humano
esencial.
Y los seres humanos son consumidores/clientes de un
bien/servicio al que se puede acceder a través de los
mecanismos de mercado.
Según la misma óptica, se impone la liberalización de los
servicios hídricos. Esta liberalización -desregulación y
privatización- se debe aplicar según el principio de
condicionalidad impuesto por el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional. Es decir, un país puede obtener
créditos a condición que liberalice y privatice los
sectores de actividad para los cuales ha solicitado ese
apoyo externo. Concepto en el cual la prioridad está dada a
la inversión privada.
Tal como lo señala la Declaración del Foro Alternativo
«...esta prioridad ha sido consagrada por el Informe
elaborado por Michel Camdessus, antiguo director del FMI,
presentado a Kyoto. Según la Declaración final de la Cumbre
de Monterrey, México, sobre el financiamiento al desarrollo
mundial y el Informe Camdessus, sólo el sector privado
puede asegurar de manera eficaz el financiamiento
suplementario... que sería necesario en la próxima decenio
para reducir a la mitad las personas que no tienen acceso
al agua y a servicios sanitarios».
La visión opuesta, expresada por la sociedad civil
internacional en el Foro Alternativo de Florencia, e
inspirada en el Manifiesto del Agua así como en las
reflexiones del Foro Social Mundial de Porto Alegre,
pregona a favor de «otra política mundial y local del agua»
y busca asegurar «el derecho al agua a las 8 mil millones
de personas que habitarán la tierra en el 2020».
Basándose en cuatro principios fundadores. El acceso al
agua en cantidad (40 litros por día para uso doméstico) y
calidad suficientes debe ser reconocido como un derecho
constitucional humano y social, universal, indivisible e
imprescindible. El agua debe ser considerada como un bien
común que pertenece a todos los seres humanos y a todas las
especies vivientes del planeta. Es a la colectividad
pública de asegurar el financiamiento de las inversiones
necesarias para concretizar el lema de «agua potable para
todos». Y, por último, los ciudadanos deben participar,
sobre bases representativas y directas, a la definición y
realización de la política del agua, desde el nivel local
al mundial.
Banco Mundial-FMI-transnacionales versus sociedad civil
planetaria. Dos visiones diferentes, dos concepciones
antagónicas, muchas más tensiones en puerta y la historia
de un conflicto anticipado: entre los que beben y los
sedientos.
https://www.alainet.org/es/articulo/110054
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