La década de la desesperanza
13/07/2003
- Opinión
Somos victimas cotidianamente de una serie de afirmaciones en el
área económica, que terminan apareciendo como verdades, por la
forma como son reiteradas a nuestros ojos y oídos. De repente, la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) publica un balance del
mundo y todas esas quimeras se revelan como mitologías sin
fundamento.
La utilización, desde el comienzo de los años 90, del Índice de
Desarrollo Humano (IDH), permite evaluar el desarrollo del mundo en
general y de los países en particular, no sobre la base de datos
macroeconómicos, sino de un conjunto de indicadores que se enmarcan
en la idea de "desarrollo humano" en su conjunto. Siempre será
posible cuestionar si los índices escogidos y sus respectivas
ponderaciones corresponden a lo que consideramos fundamental para
la vida humana, pero su superioridad como metodología de evaluación
en relación a datos como simplemente el Producto Interno Bruto
(PIB) o la producción de automóviles, es incuestionable.
En el IDH se combinan datos sobre renta per cápita conforme el
poder de compra en cada país con índices de tasas de escolaridad y
de analfabetismo adulto y de expectativa de vida al nacer,
permitiendo una estimación más aproximada del desarrollo humano de
los países, incluso si las medias siempre esconden disparidades -un
tanto mayores en el caso de un país como el Brasil, por las enormes
desigualdades de renta existentes-. (Más desiguales que Brasil son
solamente países bastante pobres: Namibia, Lesotho, Honduras,
Paraguay, Sierra Leona, Botswana, Nicaragua y República
Centroafricana.)
El informe publicado por la ONU hace una evaluación general de la
década del 90, aquella del auge de las políticas económicas
liberales, que contó además con un fuerte ciclo expansivo de la
economía de los Estados Unidos, en un clima de euforia que parecía
no tener fin. El debate entre los adeptos la globalización liberal
y los de la globalización solidaria -entre Davos y Porto Alegre- se
daba para saber si la década había representado un avance o un
retroceso. Los primeros argumentaban que la pobreza había
disminuido y que esto se había dado justamente en los países y
regiones que se habían adherido a los cánones liberales -
mercantilización, desregularización, privatización, apertura de
mercados-, mientras los adeptos de "un otro mundo es posible"
afirmaban, al contrario, que la miseria y el abandono se habían
extendido, conforme el Estado restringía su actuación a favor de
los criterios del mercado.
La ONU no deja dudas en su balance: la década del 90 representó un
retroceso sin precedentes en el desarrollo humano del mundo, como
no se había visto en las décadas anteriores. Los datos se
acumulan: 21 países retrocedieron en su Índice de Desarrollo
Humano, contra tan solo 4 en la década anterior. En 54 países la
renta per cápita es más baja que en 1990. En 34 países la
expectativa de vida al nacer disminuyó, en 21 hay más gente pasando
hambre y en 14 hay más niños que mueren antes de los cinco años.
Los países son clasificados por grupos, según su nivel de
desarrollo humano. Aquellos que comandaron el proceso de
globalización liberal -los globalizadores- se sitúan todos en el
tope de la lista, como los de mayor desarrollo, seguidos por países
considerados de "alto desarrollo", por haber podido obtener
ventajas relativas de las condiciones existentes en la década. Los
"tigres asiáticos" se localizan ahí, junto a países que ostentan
índices sociales superiores en las respectivas regiones -como
Uruguay, Costa Rica y Cuba en América Latina). Argentina se
mantiene en ese bloque, porque su brutal regresión no fue todavía
consignada en los índices utilizados, mientras México fue promovido
a ese grupo, en pleno auge de la economía norteamericana de la cual
se beneficiaba, siendo victima después de la profunda recesión de
su vecino del norte.
Se constata que la consideración de los índices sociales deja a
Cuba en una posición (lugar 52) superior, por ejemplo a México (55)
y a Brasil (65), a pesar de disponer de la renta per cápita más
baja que estos dos países (5.259 dólares en comparación con 8.430 y
7.360 respectivamente), por la consideración del poder real de
compra local, que en el caso cubano cuenta con los salarios
indirectos, que propician, por ejemplo, educación y salud
universales y gratuitos, además de la canasta básica de consumo
subsidiada. Se revela así como el IDH privilegia criterios
económico sociales en detrimento de los exclusivamente económicos o
económico financieros.
Los resultados sólo no son peores para el conjunto de los países
por el crecimiento espectacular de China, que arrancó de la pobreza
en la década de 90 a 150 millones de personas -casi la población
entera del Brasil-. Si fuera excluida China, el total de personas
viviendo con menos de un dólar diario aumentó en 18 millones de
personas. El mayor desastre de la década se dio en África,
rechazada por los mecanismos de mercado, que no encontraron en ella
atracciones para grandes inversiones, dejando el continente
menguado, victima del SIDA.
Para gran parte del continente africano y para muchos otros países,
la relatoría de la ONU caracteriza la década del 90 como una
"década de desesperanza", a contramano de la euforia economicista
que nos vendió imágenes totalmente falsas de lo que la dictadura de
los mercados y del capital financiero producían a humanidad. (Traducción ALAI)
https://www.alainet.org/es/articulo/107884
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