La revolución de los pobres para salvar a los ricos
Venezuela: Paradoja de la historia
14/06/2002
- Opinión
Quienes venimos de la vieja teoría marxista (no por vieja dejó de tener vigencia),
nos asombramos a veces del masivo apoyo cristiano y creyente en general a los
planteamientos y retos revolucionarios del presente en Venezuela, donde se
desarrolla un drama paradójico, desde mi punto de vista, pues se impulsa una
revolución de los pobres y los justos para salvar a los ricos y a los desalmados de
la estereotipada "justicia revolucionaria" de expropiaciones y paredones.
Sin una sola expropiación ni un ajusticiado por sus desmanes, la Revolución
Bolivariana se presenta como un caso único en la historia universal, además de
encarnar la paradoja insólita de estar no sólo inspirada sino ajustada a la letra de
la Constitución Nacional, la única legitimada por el pueblo venezolano.
Limpia lucha democrática
A partir de 1998, surgió el liderazgo revolucionario de Hugo Chávez, un caso también
inédito (al menos en Venezuela) de arrollador éxito electoral que mantiene, cuatro
años después, un altísimo apoyo popular que obliga a sus adversarios a buscar el
atajo del golpe de estado, fracasado el 11 de abril de 2002, a pesar del descarado
apoyo político, logístico y diplomático de Estados Unidos, gobierno derrotado
también en su propia engendro neocolonial: la OEA, recientemente.
La limpia lucha democrática, con seis contiendas comiciales ganadas sin mayores
recursos financieros ni apoyo de los poderosos –vieja práctica político-mercantil de
la llamada democracia representativa--, ha generado un marco ético y moral que la
oposición recalcitrante no ha podido enlodar, como ha sido su intención desde 1998.
Los medios de comunicación masiva asumieron el papel de los viejos partidos
desplazados y vienen bombardeando de manera inclemente pero torpe un proceso que más
conviene a los ricos que lo que hasta ahora ha dado a los pobres.
¿Por qué conviene a los ricos? Por una cuenta muy simple: 80 por ciento de pobreza
en cualquier país del mundo es una amenaza potencial no hipotética (remember
Caracazo, 1989), sino muy real y catastrófica si llegara a estallar ese volcán en
lenta ebullición que podría barrer en instantes con todo a su paso.
Además, ni la Constitución Bolivariana ni el gobierno de Chávez prometen a los
pobres mejoras sobre la base de las posesiones de los ricos, sino apoyados en un
claro concepto de justicia social que debe eliminar privilegios de clase para que la
distribución de la riqueza nacional sea más equitativa. Eso no significa en
absoluto expropiaciones ni mucho menos confiscación de la libertad de empresa o de
iniciativa económica en su más amplia visión capitalista.
Más democrática que todas las experiencias pseudodemocráticas del pasado reciente,
con garantías de participación cotidiana, incluso hasta para burlarse socarronamente
(como lo hacen los medios todos los días) de una revolución que no persigue a nadie
ni tiene cárceles para las ideas, por más descabelladas que sean, porque por primera
vez la justicia está separada de la voluntad del Poder Ejecutivo o de los
autoritarismos que nos golpearon tanto en el pasado, que algunos en la oposición
añoran y como lo vivimos por 48 horas el 11 y 12 de abril pasado.
La justicia social sin burlas
La literatura satanizada de cierta oposición primitiva (para no decirle embrutecida
por el odio) se burla de todos los postulados humanitarios y justicieros del proceso
que apoyan los pobres como su última esperanza de redención social y que respaldan
otros cientos de miles de personas solidarias con tal propuesta política, salvadora
de los más pudientes de un nuevo estallido devastador como el de 1989.
No hay que retroceder tanto para mostrar las huellas del desajuste subterráneo de
clases que sólo podrá ser amortiguado con cambios a favor de los más pobres. Al día
siguiente del golpe de estado siniestro del 11 de abril, los saqueos en Catía y
otros sitios de Caracas fueron un pálido reflejo de lo que podría ocurrir si los
privilegiados y corruptos recuperan el poder por la fuerza o con las mañas del
soborno parlamentario, para desbaratar las conquistas legales y sociales que ofrece
a los menos favorecidos la Constitución Bolivariana, el texto doctrinario de esta
revolución salvadora, por cierto, de los más afortunados en el reparto de las
riquezas materiales y por la acumulación capitalista.
Es salvadora de éstos porque plantea un equilibrio pacífico entre una mayoría (80
por ciento de la población) sin nada o con poco, y una minoría pírrica que hace
bulto con la llamada clase media, pero que no llega ni al 20 por ciento del total
social.
El equilibrio se busca mediante un mejor reparto de los ingresos del estado, que
beneficie por primera vez en la historia más a los pobres que a los ricos, que se
hicieron millonarios a la sombra de privilegios que deben ser diminuidos o
eliminados en lo que a tal reparto se refiere.
La negativa opositora a admitir que los cambios democráticos en la sociedad son la
única salida pacífica de una crisis estructural de esa sociedad tremendamente
desigual, conduce a una permanente confrontación política con el gobierno de Chávez,
poniéndole ingredientes de intolerancia, terquedad, hipocresía y desfachatez a sus
demandas de desconocer la Constitución, el estado de derecho y la legitimidad de
Chávez para gobernar en paz.
Si el precio de una guerra civil no fuera tan alto, provocaría dejar a los
conspiradores probar la reacción de un pueblo enfurecido con una minoría que no
soportaría los embates de una verdadera confrontación violenta por todos sus
flancos, de la cual sería menos que imposible escapar sin graves consecuencias.
La vía pacífica
Las recientes provocaciones de los conspiradores, sus amenazas contra los círculos
bolivarianos, su dramatización mediática de una guerra a muerte al estilo
paramilitar, la parafernalia de una clasista "sociedad civil" engarzada con los
viejos partidos antes vituperados por ella, toda esa ensalada de fascismo con ultra-
izquierda paranoica, son obstáculos deliberadamente colocados para obstruir la vía
pacífica de este proceso de cambios pacíficos.
Lucen como un "peine" para que los bolivarianos caigan en la trampa armada mucho más
arriba por los golpistas mayores, los del Norte que en la época de Martí era
"revuelto y salvaje", y a los que Simón Bolívar señaló como signados por la
Providencia para plagar a la América de miseria en nombre de la libertad.
La libertad plena es hoy excusa para hacer terrorismo electrónico desde Miami y
Nueva York contra la democracia venezolana, llamando a prepararnos para una guerra
donde los muertos y heridos los pondríamos nosotros, mientras los promotores de la
contienda solamente ponen los dólares para apoderarse de nuestro petróleo, porque
bien tontos seríamos si no sabemos qué es lo que buscan con su juego sucio de mover
sus marionetas a distancia.
Ninguna revolución en el mundo se ha hecho sin violencia, generalmente provocada por
sus enemigos, porque hasta la independencia de la India, lograda mediante la
resistencia pacífica, costó miles de vidas y grandes calamidades al pueblo hindú.
Pero la violencia jamás debe ser endiosada ni bendecida como la gran hacedora de la
historia ("partera de la historia" la llamó Marx), por que el precio de su beso es
demasiado sangriento y desolador como para buscarlo deliberadamente.
Los cambios en Venezuela son necesarios e ineludibles para cualquier gobierno que
respete la democracia y la libertad. Si los conspiradores de hoy creen que pueden
gobernar por el terror, deben recordar la aterradora cifra de la desigualdad social.
Ya no se trata de controlar por la fuerza a un pequeño partido comunista y a sus
aliados, sino al 80 por ciento de la población que quiere cambios favorables y no
migajas en épocas electorales o con ocasión del golpe anunciado, esta vez con
"previsiones" como esta que anuncian los conspiradores civiles: "mejorar una
transición que tenga como palabra clave la inclusión de los estratos de menores
ingresos, de todos los sectores y fuerzas políticas, incluyendo el chavismo".
Maquiavélicos los angelitos del nuevo golpismo maquillado para que Estados Unidos lo
apoye como "constitucional".
De la torta que pusieron el 11, algo han aprendido. Lamentablemente, los
maquillajes no taparán la tronera social que los tiene en la mira.
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