Después del Neoliberalismo
30/03/2001
- Opinión
El neoliberalismo, que había anunciado el fin de la historia, quien diría, ya
tiene historia. No solamente porque ya gobierna el mundo desde hace más de
dos décadas, sino también porque ya pasó por algunas fases. Por lo menos dos
ciclos políticos -todos en el ciclo largo recesivo de la economía mundial- ya
se cumplieron.
El primero, el del lanzamiento del nuevo proyecto hegemónico, marcado por la
conducción anglosajona de Reagan y Thatcher, pero con sus representantes
latinoamericanos (Pinochet, Menen, Salinas de Gortari, Fujimori, Fernando
Enrique Cardoso), responsables de la ruptura de los consensos anteriores y de
la implementación inicial de las políticas de desregularización, de
privatización, del ataque a los salarios y a los sindicatos y de la apertura
de las economías al mercado mundial. Fueron los años dorados y de euforia
neoliberal de los 80, que impusieron un violento cambio en la relación de
fuerzas entre el capital y el trabajo, elemento clave para las nuevas
condiciones de acumulación del capital en el capitalismo contemporáneo.
Al llegar a los 90, el modelo sufre readecuaciones, debido al desgaste que la
implementación de un modelo de corte claramente antisocial necesariamente
produce. Gobiernos supuestamente de "centro-izquierda" sustituyeron a
aquellos que habían sido los responsables del momento "duro" del
neoliberalismo y que pagaron el precio respectivo por eso. Nuevamente la
pareja anglosajona comandó este giro con Clinton y Blair manteniendo, en lo
esencial, la misma política económica de sus predecesores, pero con nuevo
estilo y discurso político. La desregulación siguió su curso, con dosis
homeopáticas de redistribución fiscal, de creación de empleos -precarios en
lo esencial- o de reformas educacionales claramente regresivas y
privatizadoras, en el caso de Blair.
Esta vez el alcance en Europa fue todavía más amplio geográficamente, con
casi todos los países sumándose a esta onda, con excepción de España, donde
se instaló el gobierno derechista de Aznar, a partir de los escándalos
producidos por los socialistas españoles de Felipe González. Con eso, el
neoliberalismo, en lugar de ser cuestionado, se rejuveneció, consiguió nuevo
oxígeno y reafirmó su hegemonía, porque pasó a ser sostenido por una supuesta
coalición "progresista", bajo el lema de la "tercera vía". Ésta pretendía
ser equidistante del "estatismo" de la vieja izquierda y del reino del
mercado de la nueva derecha.
Estos gobiernos representaron en realidad una consolidación, recurriendo a
discursos innovadores sobre la interdependencia entre la responsabilidad y la
comunidad, la compatibilidad entre la competición económica y la cohesión
social, entre la eficiencia económica y la solidaridad cívica, entre el
consumo suntuario y la caridad social, entre el éxito individual y la
seguridad social. Buscando lo que se le denominó "el discurso sin enemigos",
conquistó luego consenso social.
Se creaban de esta manera las condiciones para una revitalización del
neoliberalismo, ahora en manos supuestamente con sensibilidad humana, sin lo
cual habría sido imposible llevar a cabo bombardeos como los de Yugoslavia,
con el argumento de "misiones humanitarias", que terminaron conquistando el
beneplácito, no solamente de toda la socialdemocracia europea, sino también
de gran parte de la intelectualidad originariamente de izquierda de dicho
continente.
¿Una tercera etapa?
La derrota de Al Gore en las elecciones norteamericanas plantea la pregunta
acerca del eventual agotamiento de esa fórmula y del eventual paso a una
tercera etapa en el proceso de la hegemonía neoliberal, dado que todavía no
surgen en el horizonte proyectos nacionales importantes de superación de ese
modelo hegemónico. Se suman otras nubes en el horizonte con una misma señal,
como el debilitamiento de Tony Blair en Inglaterra o la posible victoria de
Silvio Berlusconi en Italia.
Sin embargo, eso depende, ante todo, de cómo se interprete la derrota de los
demócratas en los EE.UU. Ciertamente, tuvieron peso los factores
contingentes, como los escándalos de Clinton y el bajo desempeño de Gore, así
como la pésima distribución de los dividendos del ciclo expansivo de la
economía asumido por el candidato demócrata, que prometió extenderlos a la
gran mayoría, aunque sin éxito electoral. Mas si el peso de los primeros es
esencial, la derrota se dio por factores esencialmente contingentes y el
modelo de la segunda fase del neoliberalismo no estaría agotado.
Las condiciones podrían estar dadas para el surgimiento de una "nueva
derecha", al estilo de José María Aznar, una derecha que no se confiesa de
derecha, sino que reivindica el centro, una especie equivalente a la derecha
de lo que fue la "tercera vía" para la izquierda. La experiencia española es
rica, no solamente por el apoyo popular que obtuvo recorriendo el mismo
camino del PSOE, sino también porque avanzó en los índices para que España
entrase en la CEE, dio continuidad a la expansión económica, disminuyó
relativamente el desempleo. Pero además Aznar se transformó en el
interlocutor oficial de Blair en España, revelando como las fronteras de la
"tercera vía" van mucho mas allá de una renovación de la izquierda. Gerard
Schoder ya lo había hecho en Alemania, cuando reivindicó directamente el
centro.
Pero, sea porque las condiciones de campaña electoral hicieron que al nuevo
Bush se desplace mucho hacia la derecha, a fin de enfrentar a su competidor
interno, apoyándose en la nueva derecha religiosa dentro del partido
republicano, sea porque el "perfil de imagen" que el marketing eligió pegó
mejor como el hijo del ex- presidente, "un hombre más a la derecha que el
propio padre", la elección recayó en alguien que, a pesar del lenguaje del
"conservadorismo con pasión", revela un hombre de la derecha tradicional,
reaganiana, que no se puede decir de centro o incluirse en la "tercera vía",
incluso de contrabando.
Mismo así, mostrando como las fronteras no le dicen nada a la "tercera vía"
de Blair y de Giddens, el estreno internacional de Bush fue con un nuevo y
corriente bombardeo a Irak, dándose las manos con Blair, demostrando como la
alianza anglosajona funciona independientemente de quienes estén en el cargo.
Solo que será difícil seguir convocando conversaciones de esta tendencia
como las que Clinton animaba con su saxofón, por lo menos por respeto al ex
presidente norteamericano y su retiro, en medio de las nuevas denuncias que
comprueban que tanto él como su mujer, según la nueva moral de la
conveniencia, están sumergidos plenamente en la corrupción.
Berlusconi, en caso de que gane las elecciones generales de abril en Italia,
tampoco puede reivindicar el perfil de centro, como el de Aznar, haciendo
pareja con Bush, al derrotar los "olivos" italianos, no se prestaría para
incorporarse a las recepciones como aquella que tuvo lugar en Florencia.
Crisis de hegemonía
Falta saber, en este marco, cual es el destino de la América Latina y del
Brasil en particular. Quedó claro, con la elección de los signatarios del
"Consenso de Buenos Aires", Ricardo Lagos en Chile, Fernando de la Rúa en
Argentina, Vicente Fox en México, que la sola promesa de estabilidad
monetaria ya no es suficiente para elegir presidentes. Tuvieron todos ellos
que, además de comprometerse a mantener la política económica del FMI de
privilegio del ajuste fiscal, prometer también el oro y el moro, desarrollo
económico, generación de empleos, distribución de la renta, políticas
sociales, incompatibles con la manutención de la política económica actual.
La dilapidación rápida del capital electoral De la Rúa en Argentina demuestra
claramente esa incompatibilidad y el carácter de fraude que también
representa la "tercera vía" y más aún por aquí. Ricardo Lagos tampoco
consigue diferenciar su gobierno de aquellos dirigidos por la democracia
cristiana y con una economía que depende en un 50% de las exportaciones,
intenta apresurar el ALCA, en vez de fortalecer el Mercosur. Vicente Fox ya
se prepara, mediante la reforma tributaria regresiva "que grava más las
medicinas", para los efectos devastadores que la recesión norteamericana
tendrá sobre un país que pasó a tener el 90% de su comercio exterior con los
EE.UU.
Se produce así una crisis de hegemonía en el continente, donde los antiguos
consensos se han debilitado y los nuevos todavía no se han generado. En ese
vacío es que se decidirán procesos tan importantes como las elecciones
presidenciales brasileñas en el próximo año. Y EE.UU. se apresura a imponer
los acuerdos del ALCA, antes que los proyectos hegemónicos alternativos
ocupen el espacio dejado por el neoliberalismo en crisis.
https://www.alainet.org/es/articulo/105121
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