El Mundial
03/07/2014
- Opinión
Cuarenta años. Ese es el tiempo que ha transcurrido desde que vi el primer mundial, siendo un joven, en una ciudad universitaria, a cientos de kilómetros de distancia del ojo escrutador familiar. Como un novato universitario tenía todo por aprender, y en aquellos años de la Argentina de “la liberación o la dependencia”, nunca estuvo más claro que los conocimientos eran imposibles de enclaustrar.
Así que entre Cálculo I y II y los Seminarios sobre la Realidad Nacional, había tiempo para que una veintena de novatos rodeáramos un televisor a blanco y negro, que nos traía las imágenes desde los lejanos Estadios de Frankfurt, Stuttgart y Hanover.
Argentina a pesar de ser vencida por Polonia 3 a 2, pasaba a la segunda ronda. Holanda nos caería como un mazazo, invadiendo de tristeza a millones de corazones futboleros y presagiando que lo que estábamos por perder, los argentinos, era inconmensurablemente más importante que una Copa del Mundo.
Diego ya hacía magia con una pelota de hule, o de lo que fuese, más o menos esférica, porque daba lo mismo. Él ya le rebatía a Isaac sus leyes físicas del Movimiento de los Cuerpos, poco después rebatiría las de la Cuántica. Comenzaba a crear un arte nuevo. Tenía 14 años y vivía en Villa Fiorito. A Leo le faltaban 13 años para aparecerse por el planeta. Solo cinco días faltaron, luego de la humillante derrota contra Holanda, para que se iniciara para los argentinos, el comienzo del fin. Con la muerte del General Perón, la suerte ya estaba echada para millones de compatriotas. Las tenebrosas fuerzas de la reacción controlaban todas las esferas del Estado y de la vida nacional. La Embajada digitaba. Kissinger pensaba, planeaba y ordenaba. Los mejores argentinos comenzaban a desaparecer. Nunca nos fue más contundentemente claro y dolorosamente bello ese poema de Cortázar: “Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía”.
Mi generación tuvo los mejores 30 mil hermanos, que iban por los montes y las ciudades. Un más que cuestionable Mundial 78, trajo a no pocos periodistas honestos, muchos de ellos holandeses, que abrieron esa caja de Pandora de los Derechos Humanos en la Argentina, mientras muchos colegas argentinos se desgañitaban con la ignominiosa frasesita de que los argentinos éramos “derechos y humanos”.
La historia los pone en su lugar, los manda al basurero que los pueblos eligen para sus enemigos. ¿Quién se acuerda del infame y despreciable José María “el Gordo” Muñoz? El Mundial del 78 fue un boomerang para la Junta argentina. Quiso reivindicarse ante el mundo, y el mundo conoció a unas madres que clamaban justicia en un escenario casi desértico. Diego tenía solo 17 años, no fue elegido por Menotti. A Leo le faltaban 9 para aterrizar en Rosario.
Cada vez que se acercan estas fechas mundialeras y en el transcurso de las mismas, reaparece la misma pregunta: ¿Quién fue el mejor? Di Stéfano, Pelé, Garrincha, Bobby Moore, Messi, Maradona. Creo que la comparación es inapropiada, porque compara categorías y dimensiones diferentes. Mientras los cinco primeros –y muchos más, la lista es muy extensa- fueron extraordinarios jugadores de fútbol, y Messi lo sigue siendo; lo de Diego es diferente, porque de él no se puede decir que jugó al fútbol, sino que creó un arte nuevo, o al menos un género dentro de un arte, como lo hizo Antón Chéjov, con el relato corto dentro de la narrativa de ficción, con la diferencia a favor de Diego, que no le ha aperecido ningún Edgar Allan Poe, ni ningún Robert Louis Stevenson, ni ningún J. L. Borges de la redonda; y si me exigen un poco más, les diré que nunca le aparecerán. Lo de Diego es único e inimitable.
Después llegaron mundiales en que no aparecimos ni a los premios, y que en otros la expectación fue muy grande, y la alegría del 86 fue un delirio. Cuatro años después, en Italia, estuvimos muy cerca de acariciar la Copa nuevamente, y hubiera sido por tercera vez.
Luego vinieron los años del Consenso de Washington, y en el fútbol no nos fue mejor. Este 2014 me encontró con la inauguración y los partidos de la primera vuelta, estando en España. El todavía actual campeón, perdía ante Holanda y luego contra Chile, recuperando algo de autoestima en su partido final contra Australia. La vuelta a Madrid tuvo un sabor amargo. Yo visitaba España en forma más o menos regular desde hacía más de veinte años. Algunos fenómenos sociales parecen no haber cambiado un ápice. La primera vez, me acuerdo, Isabel Pantoja “la coplera”, era el centro del “periodismo” farandulero. Más de veinte años después el tema sigue siendo Isabel Pantoja. Otras cosas han cambiado mucho para millones de españoles. Del bum inmobiliario a los desahucios. Del supuesto Estado de bienestar, a un Estado que desprotege a la infancia, casi tanto como el Estado griego, que no es poco decir. La corrupción cruza en diagonal las esferas del Estado, el Gobierno, y el mundo empresarial. Los pobres, que no son pocos, salen inmaculados, no saben nada de eso que es el tráfico de influencias, la especulación financiera, ni de institutos y organizaciones tapaderas.
De las tertulias de “análisis” político, que tienen todos los canales de televisión, sacamos una sola conclusión: los enemigos de la democracia son los Gobiernos de Venezuela, Ecuador, Argentina y Bolivia; y los monstruos que asesinan a sus pueblos los populistas Chávez (que lo sigue haciendo de la mano de Maduro), Correa, Cristina y Evo.
Gran cambio en el Palacio de la Zarzuela: Llego Felipe VI. De la mano de los movimientos populares apareció Podemos, un partido que podría romper la apatía política de millones de españoles, lo que aterroriza al PP y le causa escalofríos al Partido Socialista Obrero Español. Estos super, archi, recontra, ultra izquierdistas (según el PP) están dirigidos por un tenebroso profesor de la Complutense, un tal Pablo Iglesias, que de solo verle la cara, uno que no es miedoso, tiembla.
Ya estoy de vuelta en mi país de residencia. Vi a la Pulga escaparse, dejar atrás a dos suizos, se cruzó en diagonal el Fideo y la puso en el otro palo, imposible para Benaglio. Me cuelgo a la TVP, la Televisión Pública. Lo veo al Pibe de Oro, ese que estuvo contra George W. Bush y su ALCA, en Mar del Plata, el que estuvo siempre contra la mafias del fútbol, contra los Havelange y los Blatter, al que nunca se olvidó de sus orígenes, al que nunca encontré en off side (o si les gusta más, en orsai) cuando de causas justas se habla, al que no le importó, ni le sigue importando perder decenas y decenas de contratos publicitarios multimillonarios, de multinacionales, por defender esas mismas causas justas. Lo vi junto a otro grande en dignidad y profesionalidad, Víctor Hugo Morales.
Vi a Diego cantar con orgullo la Marcha de los Muchachos Peronistas, en una Argentina que lucha a brazo partido por defender su soberanía, contra los buitres foráneos y los cuervos vernáculos. En una Argentina que hoy tiene la voluntad política de llevar a su pueblo “la mayor suma de felicidad posible”. Crecen y se multiplican los “Fantomas contra los vampiros multinacionales”. Julio desde la tribuna canta…”Vamos, vamos, Argentina…
https://www.alainet.org/es/articulo/86893
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