La pequeña unidad familiar campesina

26/02/2014
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Los campesinos se defienden del sistema incluso muriéndose, decía hace tiempo un connotado agrarista mexicano. En tiempos de crisis económica como la que enfrenta en la actualidad el sistema capitalista, hay que recréalos para que puedan alimentar a los pobres ¿ellos mismos? y a los pobladores de las zonas urbanas, incluyendo a las clases medias. En tiempos de auge, aumento sostenido de  la inversión, PIB y el empleo, hay que proletarizarlos para que sean hombres libres y sirvan de mano de obra barata a la industria, comercio y servicios.
 
En Latinoamérica, los procesos de ajuste estructural neoliberal todavía no han podido con las economías campesinas.  Los economistas neoclásicos de Harvard y de otras universidades donde esta teoría económica se enseña a la vez como sinónimo de economía política, consideran que las  unidades de producción campesina son ineficientes por definición ya que nunca alcanzan ni alcanzarán el equilibrio ideal: el precio de un producto ( maíz por ejemplo) es igual al costo marginal de producirlo.
 
Las transnacionales de alimentos y los comerciantes mayoristas locales y regionales han descubierto, en esta fase de crisis globalizada, que más que destruir las economías campesinas hay que apoyarlas con semilla transgénica para que aumenten su producción y productividad y, por ende, sus raquíticos ingresos, no importando que su uso indiscriminado destruya el equilibrio natural de la producción campesina y  afecte la salud humana. Esperan, como cuando la barba amarrilla (una culebra de la zona norte de Honduras)  se confunde con la maleza para que la presa se acerque para morderla, que la cosecha salga y comprarla a precios irrisorios.
 
El gobierno apoya también estos esfuerzos, en tanto brinda asistencia técnica e insumos a los campesinos con el propósito  que aumenten la producción, no así garantizar un precio justo por dichos productos ya que ello contradice las leyes del mercado y los tratados comerciales suscritos. Al eliminarse los precios de garantía con los tratados comerciales, la concertación de precios de granos básicos es uno de los instrumentos utilizados, pero por lo general los convenios suscritos son violados por los agroindustriales, supermercados y banca de desarrollo.
 
Los organismos financieros y de cooperación internacional también se interesan por las economías campesinas, apoyando a los gobierno para que ejecuten proyectos de competitividad rural  que les permita a estas familias salir de la pobreza explotando rubros no tradicionales y dejando en el olvido  el maíz, los frijoles y el arroz, ya que resulta más barato importarlos. Estos proyectos  basan su enfoque conceptual y metodológico en el diseño de un plan  de negocios donde primero hay que decirle a los campesinos que producir y como producir, y después a quién vender: Un Supermercado mayorista ligado a una transnacional de alimentos.
 
2014 ha sido declarado por las Naciones Unidas como el año de las pequeñas economías familiares o campesinas. Se habla de combatir el hambre y la sequía que provoca el cambio climático, estableciendo contratos de compra venta de alimentos básicos con dichas economías para garantizar precios justos y a la vez cubrir en parte la merienda escolar ¿subsidio al consumo? de la población infantil. Igual de construir la infraestructura de almacenamiento de granos y  comercialización de los productos; también de cosechar y comer insectos. Pero todavía instituciones como la FAO no hablan de la permanente transferencia de ingresos de las economías campesinas a otros sectores como la industria y el comercio, muchos menos del control que ejercen las compañías transnacionales. Incluso  no se habla de reforma agraria, como el principal instrumento para que estas economías puedan tener acceso a una parte de la riqueza nacional, producir más alimentos y morir en forma digna.
 
En Latinoamérica, países como Bolivia y Ecuador están luchando contra esta lógica de apoyar a las economías campesinas para beneficio de empresas transnacionales de alimentos. A lo mejor las Naciones Unidas aprenden de estas experiencias y las trasladan a otros países, exigiendo- al menos- a estas empresas y gobiernos, parar la concentración y el deterioro de los recursos naturales destinados a la producción de alimentos básicos de la población  que históricamente les pertenecen a estas economías lideradas mayormente por mujeres.
 
Tegucigalpa, DC, 25 de febrero de 2014
https://www.alainet.org/es/articulo/83483
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