La mujer cubana es, aún, la espalda que más palos recibe durante la rectificación socialista radical? (¿Mentiras!)
13/02/2014
- Opinión
“Todos los Hombres nacen vecinos, es la educación quien los aleja.”
Confucio.
En Cuba las mujeres alcanzan más del 60% de la fuerza de trabajo calificada, activa, del país. Y somos una cultura puñeteramente machista.
La zona del litoral, especialmente los alrededores de La Habana Vieja y Centro Habana, pasarán a los anales de la capital, como uno de los espacios más sensuales del Mundo.
En la época en que nos ha tocado vivir y luchar -en la acepción absoluta del término- se crearon las canciones más bellas en homenaje a La Habana. Mi infinito respeto por los bardos nonagenarios, los del siglo XX; de antes y posterior a 1959, sobre todo nuestra gente de la Nueva Trova. Pero la situación de épica unida a una carestía –bloqueo yanqui mediante-, en no pocas ocasiones de lo más imprescindible para una vida normal, nos devuelve al seno de las bestias o, tal y como está sucediendo nos exalta en la espiritualidad y lo sensorial, incluso, llegando a tocar el paroxismo de los trastornos mentales.
Pero exactamente hasta este minuto no existe una señal explícita, de que toda esta sublimación se la debemos a ese desgarramiento al que las mujeres estuvieron y están expuestas y dispuestas, desde los mismos albores en la génesis de la verdadera lucha por la nacionalidad; y la definitiva materialización del proyecto de emancipación socialista.
Apenas queda alguien en Cuba, cuyos ancestros no se hubiesen asentado aquí, a través del mar; atravesando una distancia enorme de agua, zozobra y maltrato. Pero si en un grupo se cebó tal destino –expansión de la cultura capitalista a lomos de la modernidad europea-, fue en las mujeres negras traídas igual que los otros, desde las costas africanas, en desigualdad de maltrato: ya venían siendo violadas por el camino.
No es menester el recuento acerca de una Iglesia Católica, dogmática, andrógina, racista, machista y como tal, lerda e hipócrita. Y de una espada con empuñadura en forma de Cruz, que entró lo mismo en los pechos, primero aborígenes, buscando su corazón hasta el extermino, y luego -trocando en látigo y grillete- en el corazón de nuestros ancestros africanos. En la vagina de nuestras primeras mujeres negras; variación ultrajante de falo, casi siempre dependiente de cuerpos colonialistas sifilíticos y escasos de higiene fisiológica y mental.
Entonces, el mestizaje, no pudo ser el resultado de un milagro de la sensualidad y atracción mutua. Más bien cavernícola y omnipresente, que utilizando a la ciudad como escenario de nuestro “despetronque”.
Los hombres de diverso estrato social, pigmentación y origen, saltan, mientras van desgarrándose en la pugna de fuerzas por el poder, y la mujer negra aplastada por ellos. Se detienen, por obligación del resuello y descansan. Para encontrar que mantienen a la Mujer aún debajo.
¿Quién sería, entonces, el tonto que bendijo la noche cubana en que la impura racialidad hispana penetró aquí a una mujer negra para ofrecerle el regalo de un mulato, por obra y gracia de una estrategia de invisibilización etnosocial, que el genocidio de la esclavitud carcelaria y del desenlace de supuestas conspiraciones como la de La Escalera se encargarían de tratar de acelerar?
¿Podría alguien acabar de dilucidar los cabos sueltos, la inconstancia en el estudio de la matanza literal a machetazos de los miembros del Partido Independiente de Color que sólo reclamó integrarse en igualdad de condiciones a la nueva República en 1912?
He preguntado muchas veces a la pétrea figura del General José Miguel Gómez que se autoerige sobre un basamento romano-helénico –hoy patrimonio nacional por obra de la abstracta visión que imponemos a la acumulación histórica, ya de por sí poco selectiva-, capaz de competir con el mismo Partenón o el Foro de marras. Él que buscó sus votos y su apoyo; para después sus cabezas de Ivonet, Quintín Banderas y los otros. Creo recordar que crecí junto al Parque Trillo en Centro Habana. Y ese homenaje, tardío, no resulta suficiente para Quintín Banderas, el general del Ejército Libertador al que un colega blanco de su misma graduación asesinó a machetazos como a un perro. A pesar de los excelentes proyectos comunitarios que hoy atienden a un “barrio problemático”.
Es que las canciones de amor nacen de las mujeres que han ido anegando -mejor abonando- la Ciudad en un momento de precaria espiritualidad entre los hombres, como esta de la actual necesaria rectificación socialista radical; hasta perfilarles una enfermiza “devoción” por el amor maternal, con características propias entre “negros” y “blancos”, por separado.
El año 1959, fue el punto de giro definitivo hacia los cambios radicales. Pero se requerirá de mucho más tiempo. Y paciencia. Es necesario ir apaciguando la deuda con ellas. Los hombres no solo somos implementos de la moda. Es un desgarramiento cambiar hacia vivir bien. La “evolución”.
Llegan las canciones a los espacios donde la sensualidad intenta ir brotando desde los prejuicios ancestrales. Desde los maltratos ancestrales; y su actualización desde la cultura que legitima a la tecnocracia capitalista. Desde la, todavía, incapacidad para el compromiso y vulgar ejercicio del utilitarismo sexual, también ancestrales y ultrajantes. Desde la violencia.
Esto no fue, no es la Paz, sino un Infierno del que ha nacido la sensualidad, tal milagroso parto de los mares hasta el litoral conque poder ir acercándonos entre nosotros mismos, ligeros y, por fin, pacíficos en medio de la globalización de una cultura como la angloestadounidense, donde cualquier ignorante irrumpe en la Internet para hacerle, con un dedo grasiento y espinoso la prueba citológica a un ángel de diez años; o de cincuenta.
Hace un cuarto de siglo enamorar en La Habana era muy complejo. Todavía lo será por largo tiempo. Sin que me faltase, un ojo, una mano, una pierna o una tuerca, pude plantar bandera ya pegado a los veinte. Y era, es una mulata hermosa. Los tiempos han revuelto la canasta de los sueños, y estoy consciente de que la plaga vino de “afuera”. En el interior de esa canasta se confundieron flores y zarzas. Durante más de cuarenta años –después de 1959- en La Habana jamás vi una sola prueba de comercio carnal. ¿Sería la falta de demanda la que despertase el mercado? Nadie que asuma con vergüenza su identidad de cubano lo escucharía sin inmutarse. Porque esta resistencia que ya cumple la friolera de cincuenta y cinco años, no ha sido, ni será una panacea.
Resulta más sensato pensar en que, con más frecuencia, estamos incumpliendo con elementos sensibles del contrato social acordado; y mientras más se tense la soga, más veces las mujeres deberán llevarse sus manos al cuello. Y al vientre.
Saludable y merecido es cantarles con devoción, al tiempo que tratemos, sinceramente, de ser menos caníbales, en medio de una sequía de valores. Porque tampoco está hablándoles un San Algo.
Las estadísticas y acontecimientos globales sobre el tema, dejo a los estudiosos nuestra bajísima tasa bruta de reproducción y de natalidad, su cada vez más deprimido promedio, la promiscuidad en la precaria conducta de los actuantes alrededor del sexo; el peligroso incremento de pandemias extrañas, que solo se adquieren durante el proceso de insublimar el espíritu y la capacidad reproductora. La opción de engendrar y fecundar niños y madres “solas” -casi nunca por su propia voluntad-; no creo que sean, absolutamente legados de la Libertad. La ley que garantiza el aborto, es un derecho inalienable de la mujer; y a su vez un doble filo porque denuda a la violencia histórica dentro de una totalidad cultural.
Mientras, las gentes seguirán amándose en el litoral habanero. Nadie podrá quitarles las canciones, ni el espacio de sensualidad abierta. Ni siquiera la escasez de viviendas y de privacidad. O la insalubre tendencia de algunos a vincular al turismo foráneo con el ultraje a la dignidad femenina.
Los Zafiros de los sesenta hablándole al oído cuando le dicen... Piloto y Vera, Portillo de la Luz, Pablo y Silvio. Nosotros, sentados frente a Carlos Varela, Santiago, Amaury y Polito Ibáñez. Gerardo Alfonso lo sabe. Y Alejandro Bernabeu, desde la oscuridad de su injusto anonimato.
Nacimos, naceremos del sufrimiento de las mujeres cubanas, con un corazón tierno y difícil de alcanzar. Ellas se erigen en las noches apabullando la acepción castiza de belleza.
Nacimos, naceremos a esta Isla vecinos cercanos durante la transición socialista posible, a los que la elemental necesidad de convivencia juntó. La educación de espíritu evitará que volvamos a separarnos. Pero no será suficiente. Jamás.
- MSc.Yelina Gómez Martínez es Investigadora en Comunicación Social en fase de defensa del Doctorado en Ciencias de la Comunicación Social. Facultad de Comunicació. Universidad de La Habana.
- Víctor Andrés Gómez Rodríguez es escritor e investigador sociocultural cubano.
https://www.alainet.org/es/articulo/83138
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