El Papa Francisco y Karl Polanyi

17/01/2014
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A finales de los años 20 del siglo pasado el economista Karl Polanyi escribió que era “necesario trascender la ética individual cristiana, reconocer la realidad de la sociedad, la naturaleza última e insuperable de la sociedad, y adquirir conciencia de ese carácter insuperable” (1).
 
En un artículo reciente (2), el teólogo y filósofo Leonardo Boff subraya algunas de las posiciones del Papa Francisco en la Exhortación Pontifical y apunta que “hay una afinidad perceptible” con el pensamiento de Karl Polanyi.  En efecto, leyendo lo que dice y escribe el Papa, y conociendo un poco la obra de Polanyi, sea por casualidad o causalidad, esa afinidad existe.
 
Polanyi, considerado como economista, antropólogo e historiador de la economía, hizo el más lucido y profundo análisis sobre las fases de liberalismo económico en el capitalismo industrial durante los siglos 19 y 20.  Desentrañó tanto la mecánica como los objetivos del liberalismo, de los mercados autorregulados que exigen que el Estado desmantele toda forma de protección social, la regulación de los monopolios y los sistemas bancarios, la redistribución de la riqueza mediante programas sociales, que elimine las legislaciones o regulaciones que fueron creados gracias a las luchas sociales y políticas para proteger a los trabajadores de la explotación abusiva, y que para poner el Estado y sus poderes al servicio exclusivo de sus intereses económicos restringe lo que haya existido de democracia.
 
Este análisis sigue siendo valido y es el que permite hacer una crítica profunda de lo que hoy llamamos la “globalización neoliberal”, o sea el existente sistema global de mercados autorregulados.
 
Este economista húngaro centró gran parte de su atención en las desastrosas consecuencias políticas y sociales que provoca el liberalismo económico, entre ellas la disolución de los lazos sociales que convierten al individuo en parte de la comunidad, y de paso brindó la más realista y completa explicación del ascenso del fascismo en muchos países como consecuencia de las crisis producidas por el liberalismo económico, así como la respuesta social que en otros países condujo a la creación del Estado de bienestar, o sea de la intervención estatal en la economía.
 
En Polanyi encontramos la descripción de un sistema que para poner la sociedad al servicio de egoístas intereses económicos, en situación de servidumbre y con toda la destrucción social y miseria humana que eso conlleva, está llamado a imponer una tiranía del mercado.
 
En efecto, lo que Francisco expone en su crítica del sistema neoliberal, tanto en su parte social como política o económica, e incluso en sus efectos sobre el sistema de relaciones internacionales –las guerras e intervenciones militares-, tiene muchas “afinidades perceptibles” con la crítica que Polanyi elabora en su libro “The Great Transformation”, publicado en 1944, y en otros escritos (Essais de Karl Polanyi, Editions du Seuil).
 
Haya leído o no a Polanyi, lo importante es que lo conocido hasta ahora del pensamiento de este Papa va más allá, como señala Boff, de la simple reiteración de la Doctrina Social de la Iglesia de León XIII, la encíclica Rerum Novarum de 1891.
 
¿Un Papa a la altura de la realidad neoliberal?
 
La critica radical que Francisco hace de la realidad económica, social y política del neoliberalismo es importante porque elevó la “barra” del debate social y político actual, y del que necesariamente se viene, y porque con su mensaje claro y conciso puso el tema al nivel de las masas de católicos y no católicos.  Como escribió John Cassidy en la revista New Yorker, la crítica moral que Francisco hace del capitalismo neoliberal es algo “incendiario” en Estados Unidos, y superó a las que se escucharon de los oradores de Ocupemos Wall Street.
 
Un aspecto importante, que explica tanto la crítica al neoliberalismo como la gran importancia que Francisco otorga a una “conversión” de la Iglesia católica, es que esta última, como los partidos políticos (y en particular los que realmente representan o buscan representar los intereses de las mayorías), sólo pueden tener una acción efectiva en sociedades con lazos comunitarios y laborales sólidos.  La disolución social en un individualismo del tipo “sálvese quien pueda” solo es favorable para el cultivo de las ideas fascistas.
 
Elaborando sobre un análisis del sociólogo estadounidense Richard Sennett, para quien el neoliberalismo erosiona la capacidad misma de imaginar una real pertenencia a la “sociedad moderna” porque nos desarticula y deshabilita para la práctica de la cooperación, y nos hace perder las habilidades para “tratar con las diferencias intratables” de una sociedad compleja, el antropólogo maltés Ranier Fsadni -en un articulo en The Times of Malta (3-5-2012)- planteaba que esta deshabilitación se produce por tres condiciones: 1) la creciente desigualdad entre las clases sociales que reduce el “terreno común” de contacto social, lo que explica el nacimiento de “políticas tribales”; 2) los cambios en el mundo laboral por la división y la organización del trabajo, cada vez más inseguro, a tiempo parcial y fuera de la comunidad, y -agregaríamos- el desempleo y la exclusión social; 3) la “reacción violenta” o el contragolpe cultural a esta realidad, cuyos síntomas son los votos ganados por los partidos de extrema derecha, que proclaman solidaridad y proteccionismo, pero sólo para quienes tienen las condiciones para pertenecer a la “tribu”.
 
Y nuevamente nos encontramos con un Polanyi muy actual: “La obstrucción hecha por los liberales a toda reforma comportando planificación, reglamentación y dirigismo (estatal) hizo prácticamente inevitable la victoria del fascismo.  La privación total de libertad en el fascismo es, diciendo la verdad, el resultado ineluctable de la filosofía liberal, que pretende que el poder y las limitaciones (institucionales o estatales) son el mal, y que la libertad exige que no ocupen lugar alguno en una comunidad humana.  Nada de tal es posible, lo percibimos bien en una sociedad compleja.  Quedan dos posibilidades solamente: o continuamos fieles a una idea ilusoria de la libertad y negamos la realidad de la sociedad, o bien aceptamos esta realidad y rechazamos la idea de la libertad.  La primera es la conclusión de los adeptos del liberalismo económico; la segunda es la de los fascistas.  Ninguna otra, parece, no es posible” (3).
 
Y con un Francisco advertido, que nos dice (4) que “algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo.  Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.  Mientras tanto, los excluidos siguen esperando.  Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.  Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe.  La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (Exhortación 54).  Y que por ello “ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado.  El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo.  Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos (Exhortación 204).
 
O como lo escribió Polanyi, “la verdadera critica que podemos hacer a la sociedad de mercado no es que esté basada sobre lo económico –en un sentido, toda sociedad, no importa la cual, debe basarse en ello-, sino que su economía se basa en el interés personal.  Tal organización de la vida económica es completamente antinatural, lo que debe ser entendido en el sentido estrictamente empírico de excepcional” (Pág. 320 de la obra citada).
 
El Papa y las relaciones internacionales
 
Un aspecto que me parece importante y que forma parte de la crítica al sistema neoliberal, es el interés que manifestó el Papa en su carta al G20 para que se restablezca el multilateralismo basado en el respeto de las soberanías.  Esto fue visto por algunos, entre ellos el corresponsal de CBS en Londres, Mark Phillips, como un “apoyo a Putin y una crítica a Obama”, y en efecto esa carta llegó a su destino cuando se produjo el punto de inflexión en la agresiva política de Washington hacia Siria, y que probablemente abrió el camino para el cambio de la política hacia Irán.
 
Sabemos, por la experiencia de la “primera globalización” (1870 a 1914), una era de liberalización y de acumulación de riquezas que condujo a la “Gran (o Larga) Depresión”, de 1873 a 1896, que en sistemas imperialistas dominados por el liberalismo económico estas crisis profundas desatan guerras, conflictos y rebatiñas coloniales.  Durante ese período las potencias europeas y Japón duplicaron la extensión de los territorios y poblaciones de sus posesiones coloniales.  Esa era fue marcada por importantes migraciones producto del desempleo y la miseria, y por dislocaciones sociales en muchos países europeos, y condujo a una guerra inter-imperialista, como fue la Primera Guerra Mundial (5), y también sabemos que el intento de revivir el laissez-faire en el período de la pos-guerra y de mantener el rígido sistema monetario, como analizaba Polanyi, llevó a las destructivas crisis monetarias y financieras, a las espirales deflacionistas y el desempleo masivo que caracterizan todo el período de la Gran Depresión de los años 30, creando las condiciones para el ascenso del fascismo al poder en muchos países, el intento de expansión de la Alemania nazi  y la Segunda Guerra Mundial.
 
Por esta razón la carta que en septiembre pasado Francisco envió al anfitrión del G20, el Presidente ruso Vladimir Putin, y de la cual las agencias de prensa citaron solo algunas líneas, es importante para entender el papel que entiende jugar en materia de las relaciones internacionales, en tanto que jefe de Estado del Vaticano.
 
En la primera parte de esta carta el Papa se ajusta a la temática de la reunión y recuerda a los países del G20 que “el contexto actual, altamente interdependiente, exige un marco financiero mundial, con propias reglas justas y claras, para conseguir un mundo más equitativo y solidario, en el que sea posible derrotar el hambre, ofrecer a todos un trabajo digno, una vivienda decorosa y la asistencia sanitaria necesaria”.
 
Y agrega que “en esta perspectiva, parece claro que en la vida de los pueblos los conflictos armados constituyen siempre la deliberada negación de toda posible concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que requieren muchos años para cicatrizar.  Las guerras constituyen el rechazo práctico a comprometerse para alcanzar esas grandes metas económicas y sociales que la comunidad internacional se ha dado, como son, por ejemplo, los Millennium Development Goals.  Lamentablemente, los muchos conflictos armados que aún hoy afligen el mundo nos presentan, cada día, una dramática imagen de miseria, hambre, enfermedades y muerte.  En efecto, sin paz no hay ningún tipo de desarrollo económico. La violencia no lleva jamás a la paz, condición necesaria para tal desarrollo”.
 
En la segunda parte de esta carta el Papa Francisco precisa que el G20 “no cuenta entre sus principales objetivos la seguridad internacional”, pero que aun así “no podrá prescindir de reflexionar sobre la situación en Oriente Medio y en particular en Siria.  Desgraciadamente, es doloroso constatar que demasiados intereses partidarios han prevalecido desde que empezó el conflicto sirio, impidiendo hallar una solución que evitara la inútil masacre a la que estamos asistiendo.  Los líderes de los Estados del G20 no deben permanecer indiferentes frente a los dramas que vive ya desde hace demasiado tiempo la querida población siria, con el riesgo de llevar nuevos sufrimientos a una región tan castigada y necesitada de paz.  A todos y cada uno de ellos dirijo un sincero llamamiento para que contribuyan a encontrar los medios para superar las diversas oposiciones y abandonen toda vana pretensión de una solución militar.  Y que sea tomado, por el contrario, un nuevo compromiso para proseguir, con valentía y determinación, una solución pacífica a través del diálogo y la negociación entre las partes interesadas con el apoyo unánime de la comunidad internacional.  Además, es un deber moral de todos los Gobiernos del mundo favorecer toda iniciativa orientada a promover la asistencia humanitaria a quienes sufren a causa del conflicto dentro y fuera del país” (6).
 
El seguimiento a la situación en Siria y los llamados a que se ponga fin a las matanzas y a la persecución de las minorías religiosas en el Oriente Medio y otras regiones, así como la reunión que sobre la situación humanitaria en Siria celebró la Academia Pontifical de Ciencias del Vaticano el 13 de enero (7), muestran que este Papa concede importancia a la política internacional, que busca el restablecimiento de un multilateralismo que evite las guerras y permita la solución de los conflictos y problemas a través del diálogo y la negociación en el respeto de los intereses de las partes, un asunto clave en momentos en que las agresivas políticas neoliberales de un caótico y decadente sistema imperial no reconocen la soberanía nacional de los pueblos, se dedican a la rapiña y amenazan o tratan de desestabilizar a aquellos gobiernos que luchan por reducir o escapar al dominio neoliberal para crear sus propias políticas de desarrollo social y económico.
 
La Vèrdiere, Francia.
 
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
 
Notas:
 
1.- Esta cita proviene del texto que Ilona Duczynska Polanyi escribió en 1970 para resumir la vida y la evolución de las ideas de su esposo Karl Polanyi, y figura en la edición en francés (Editions Gallimard, 1983).
 
2.- El Papa Francisco y la economía política de la exclusión, Leonardo Boff, http://alainet.org/active/70130
 
3.- K. Polanyi, La Grande Transformation, Editions Gallimard, 1982, página 330, capítulo « La transformation en marche – la liberté dans une société complexe ». Traducción libre del francés al español de AR.
 
 
5.- Michel Huberman y Christopher M. Meissner: Evidence from the first Great Wave of Globalization, 1870-1914 http://www.international.ucla.edu/media/files/Huberman.pdf  y Guillaume Daudin, Matthias Morys y Kevin H. O’Rourke: Globalization, 1870-1914; http://dev3.cepr.org/meets/wkcn/1/1679/papers/Daudin-Morys-O%27Rourke-Chapter.pdf
 
6.- Carta del papa Francisco al Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin  http://www.vatican.va/holy_father/francesco/letters/2013/documents/papa-francesco_20130904_putin-g20_sp.html#  La versión oficial en español tiene partes que son confusas, por lo cual la cotejé y adapté a las versiones en francés e inglés, disponibles en el mismo portal.
 
7.- El folleto para la convocatoria de esta conferencia, en la cual participaron expertos, representantes de diversas religiones y diplomáticos rusos, señalaba que el llamado de Washington para que el Presidente sirio Bashar Al Assad renuncie “puso a EE.UU. en una efectiva oposición” a los intentos de la ONU, a comienzos del 2012, de organizar un diálogo entre el gobierno sirio y los rebeldes, y que “Rusia argumentaba que la insistencia estadounidense en la salida inmediata de Assad era un impedimento para la paz. En esto, quizás Rusia tenía razón”. También se acredita al Presidente Putin el haber convencido al Presidente Barack Obama de “no llevar a cabo los planeados ataques militares en Siria” en septiembre 2012, como “respuesta a los ataques con armas químicas contra civiles que se pensó habían sido hechos por fuerzas leales a Assad”.Ver http://www.thetablet.co.uk/news/277/0/tony-blair-to-address-vatican-summit-pushing-for-syria-ceasefire
 
https://www.alainet.org/es/articulo/82399?language=en

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