Paz y democracia en las calles
14/01/2014
- Opinión
Resulta por lo menos engañosa la pretensión de reconocidos alentadores y devotos de la guerra de obtener votos en nombre de la paz, para alcanzar su elección o reelección en un cargo legislativo. La ratificación de la paz, convirtiendo los acuerdos de una negociación en leyes y políticas responde a un complejo proceso de construcción social colectiva y no puede volver a ser sometido al escrutinio de quienes la usan como slogan. Sin embargo lo determinante del asunto no es el proceso electoral, son los obstáculos que quienes gobiernan gracias a la guerra le han puesto al actual sistema democrático que lo mantiene viciado de fondo, de raíz. El ideal de elecciones libres y voto popular, hacen parte más del imaginario que de la realidad. El sistema democrático vigente se sostiene en fundamentos legales, pero su legitimidad no aprueba un examen simple sobre ninguno de tres de sus principios básicos: imperio de la ley construida por todos; separación e independencia de poderes públicos y; hacer del ejercicio de los derechos humanos su base fundamental. Y el modelo electoral conserva prácticas de terror, compra y venta de votos, pagos con dinero, cargos y contratos, que explican el cinismo de candidatos cuestionados por sus actuaciones políticas o con responsabilidad directas en la aprobación y ejecución de las políticas que han provocado y sostenido el desangre vivido, que reaparecen sin más en nombre de la paz.
Es el sistema democrático mismo él que está en problemas y la paz difícilmente podrá tener garantías de refrendación de lo pactado, usando las herramientas de decisión que han contribuido a sostener la guerra como el congreso de la República. Esta situación pone en riesgo los alcances de la paz y convoca entonces a fortalecer la movilización y resistencia para que lo acordado se refrende a través de mecanismos de participación popular directa y no representativa. Las elites han volcado el funcionamiento del sistema democrático sobre metodologías electorales y formalidades jurídicas, que envían a segundo plano la sustancia del ser democrático basado en la igualdad material y las libertades. Las metodologías que suplantan la esencia democrática, fueron convertidas en sustitutas del ser democrático y su novedad y velocidad producen una percepción de trasparencia. Sin embargo por ser la democracia no un asunto técnico si no uno político en el que subyacen ideas de poder, el problema real hay que buscarlo en el origen mismo del sistema democrático y en consecuencia la paz que se pretenda ratificar debe propiciar la remoción de obstáculos del modelo cuya base es de desigualdad, no derechos, y de concentración de la riqueza, sobre las que se levantan las practicas de control de votos y libertades.
Reafirmar la paz necesita pueblo y hay pueblo suficiente para hacerlo, tanto para recuperar el demos de la democracia, como para guiar otro modo de ser democráticos, pero se requiere que este imponga su propia lógica de organización, lucha y resistencia y no siguiendo el trazado de precariedad democrática vigente. Los escenarios de la unidad en la movilización social y la consolidación de alternativas políticas surgidas desde abajo podrán darle el contenido necesario a la paz, para que no quede presente la amenaza de nuevas insurrecciones ni de golpes de estado uniformados o institucionales. La ratificación de los acuerdos de paz no puede depender de una suma simple de voluntades elegidas. La construcción material y simbólica de paz y democracia exige colectivos de organización y lucha para afrontar tensiones y conflictos de poder. Hay que abrir camino inmediato para abordar la transformación del sistema democrático mismo en su esencia, sus modos de acción, sus técnicas y maneras de entender y hacer la política. La paz hay que afirmarla con nuevos valores que incorporen al inicio el respeto por la vida y el desuso de las armas, pero a la vez la distribución de los bienes materiales y desconcentración de la riqueza, para que la sola idea de la paz contribuya a modificar las percepciones sobre la realidad que podrá ser vivida al abandonar la guerra, cuya maquinaria y voces de los privilegiados continúan clamando sangre y victoria, como en la arena del pan y el circo.
La ratificación de acuerdos de paz que lleguen de la negociación, tendrá que apostar por realizar un segundo pacto social, orientado a crear nuevas reglas democráticas salidas de un colectivo constituyente del que participen hombres y mujeres honestos, que no mientan, que no roben, que sean capaces de sobreponer la voluntad general a sus propios intereses y asumir la defensa de una sociedad para la vida y la democracia con leyes y políticas que la sostengan. La paz no puede volverse otra vez un slogan de las empresas electorales y los candidatos que usan su nombre con cinismo, con desprecio, luego de haber contribuido a modelar la realidad de la muerte en que sobreviven las mayorías excluidas y de haber tenido una activa participación en la aprobación de leyes para incrementar el presupuesto de guerra, tratados de libre comercio contra la voluntad general del pueblo, leyes de judicialización y criminalización de la protesta social, leyes de tributación onerosa y desigual, leyes de privatización de la educación y la salud, leyes de favorecimiento a parapolíticos y contratistas a su servicio y leyes para ampliar la impunidad contra los agentes del estado responsables de ejecutar las políticas de terror.
Tanto la paz como la democracia contienen una sustancia colectiva de ética, política y responsabilidad pública. Hace 30 años las elites y sus partidos hoy fragmentados pero unánimes en la defensa de sus privilegios reacomodaron el sistema democrático usando como slogan electoral que “la paz es liberal”. El elegido Alfonso López, hijo, oxigenó las estructuras de la desigualdad, fortaleció las garantías al sistema financiero y abrió el camino de sangre contra la movilización social con la brutal arremetida del 14 de septiembre de 1977. El conservatismo con Belisario Betancourt, volvió a reacomodar el sistema, el país fue pintado con palomas y la paz hizo aguas. La paz que viene no podrá ser entonces el trofeo que refrenden las mismas elites que sostienen la guerra y provocan los fracasos de la democracia y la paz reales como propósitos colectivos. Es momento para reafirmar esta vez la paz por sus mismos constructores: sectores populares, trabajadores, campesinos, víctimas, estudiantes, indígenas, afrodescendientes, mujeres y en común los marginados que hace tiempo enseñan paz y democracia real con su presencia soberana en las calles, tratando de eliminar los obstáculos y los privilegios del poder que tienen secuestrada a la política, para que por fin al pueblo le toque.
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