Critica del silencio nuestro

28/10/2013
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A nadie se lo digas…

Es un secreto, o algo por el estilo, el cúmulo de éxitos sociales de las revoluciones que despiertan en Latinoamérica. Se trata de un secreto, o eso parece, porque una especie de censura, con inercia morbosa, tiende a convertir en “dudas”, “sospechas”, “incertidumbres” y hasta “interrogaciones” profundas en manos de sesudos analistas, con ceño fruncido, que mientras iluminan sus cabezas shhhhhh… secreto, o algo parecido, ¡muy parecido!. Para garantizar ese secreto hay muchas voluntades paridas en las entrañas de las más confusas natas ideológicas burguesas. No pocas veces copiadas por sedicentes “izquierdas”. El resultado es funcional a la mentira, la censura y tergiversación dominantes.
 
 
Ya debiera haber fiestas continentales, efemérides nuevas, por ejemplo, por haber encerrado en la cárcel a los protagonistas del plan cóndor en Argentina; ya debiera haber desfiles y algarabías para celebrar a los cuatro vientos los millones de ojos, sonrisas, corazones y alegrías salvadas del pantano neoliberal donde quiere hundirnos el imperio. Ya debiéramos tener celebraciones masivas por la recuperación de fuentes energéticas, de recursos naturales y de soberanía financiera en más de un territorio en revolución. Deberíamos saltar de alegría por las mil y una buenas tareas que han frenado a las jaurías burguesas, que les han incomodado su libertad de desastre y han ido imponiendo condiciones emancipadoras nuevas. Deberíamos celebrarlas, mucho y bien, aunque sean incipientes, incompletas e imperfectas. Por ahora.
 
Calladitos, muchos, mascullan sus “dudas”, las mascan para sacar jugo ensalivado con tesis de “todo o nada”, de ultrismos cómodos y de irresponsabilidad “políticamente correcta”. Total para ellos lo que no es obra propia es como si no existiera. Muy parecido a la mezquindad burguesa y sus adláteres. Pero los pueblos se orientan de otras maneras, su intuición revolucionaria exige calidad de espíritu y calidad de acción. Es preciso estar ahí, y celebrar, cada pequeño o grande paso que pueda ser, acaso, motor de fuerza moral que desate huracanes revolucionarios. Nada puede desperdiciarse.
 
La batalla será larga y tendrá velocidades diversas, según las oportunidades y según las condiciones. Requerirá muchas generaciones entregadas a ser correa de transmisión dialéctica en todos los frentes y desde lo objetivo hasta lo subjetivo, siempre indisolubles. Y ya que la batalla ha de ser larga, y ancha, incluyamos la alegría de la celebración minuciosa, la celebración enamorada, sinceramente, de sus alientos y de sus logros. Aceptemos que han sido ya mucho el tiempo de la dominación, de la esclavitud, de la explotación y de la tristeza para los pueblos y que nadie tiene derecho a amargarle, a las luchas, sus conquistas por incipientes que sean. No se trata de ser a-crítico, ni complaciente, ni resignado, ni conformista… se trata de declarar la guerra sin cuartel al “escepticismo” reaccionario que, mientras se regodea, silencia todo. Ya basta.
 
Las revoluciones sociales que nacen en Latinoamérica tienen urgencias y debilidades muy grandes en materia de comunicación, hacia afuera y hacia adentro. Necesitan soberanía tecnológica; desarrollos jurídico políticos de integración regional; revolución epistemológica (que cambie -para siempre- la lógica de la mercancía que intoxica a la comunicación); y necesitamos independencia semántica en la soberanía de los contenidos. Hay que luchar contra las vanidades, las egolatrías y las miopías. Hay que luchar contra la pobreza de conceptos, contra las taras y contra los prejuicios burgueses. Es falso que se deba descender la calidad de las ideas “para que el pueblo las entienda”. Lo que debe hacerse es contar con actores de la comunicación capaces de hacerse entender, en la calidad y en la cantidad de conceptos necesarios, con frescura, con sentido del humor y sin repetir las “fórmulas” mercantiles de la comunicación.
 
Las revoluciones nacientes necesitan, con urgencia exponencial, comunicación verdadera para decirnos las verdades necesarias, sin miedo, sin complejos sin censuras y sin ventajismos. Las revoluciones necesitan ciencia de la comunicación para planificar su desarrollo y su retroalimentación dinámicas, sin obstáculos, sin cegueras, sin sectarios reyezuelos tenderos de las verdades mediáticas. Nos urge la comunicación que rompa todos los silencios y los secretos que ponga la vista y a la luz, la crítica y la responsabilidad socialistas. Nos urge la comunicación de la verdad la comunicación de la inteligencia, la comunicación de los mejores valores y los mejores amores. Sin ilusionismos, sin auto engaños, sin sectarismos. Espacialmente sin silencios. Hay mucho que celebrar y es más lo que nos espera. Los que no quieran verlo tienen, al menos, problematizados los principios. Mientras tanto las revoluciones avanzan. Sin callarse.
 
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
 
@FBuenAbad
 

 

 

 

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