A propósito de Oriente Próximo

El poder permanente sionista imperial: ejército, ley, religión

16/09/2013
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A modo de introducción
 
¡No nos confundamos! Las guerras, el terrorismo, los genocidios, los magnicidios, la destrucción, el hambre, no lo deciden los gobiernos y mucho menos sus parlamentos o sus congresos. Estas son instancias de la estructura funcional del Estado al servicio  de los intereses económico-geoestratégicos de las élites sionista-imperiales del poder mundial. Son estas las que deciden, y han decidido desde siempre, el destino de la humanidad. Por eso, la resistencia en Siria connota una significación histórica, y resulta relevante la posición de Rusia y China.
 
La estructura del “poder permanente imperial” no viene de ayer, ni de  la Primera, o Segunda Guerra. Hunde sus raíces en la historia. La del sionismo, se retrotrae a los “libros virtuosos” del Torá y de la Biblia, y a la simbiosis mitológico-esotérica de los rosa y cruz, los iluministas, los templarios, los masones, entre muchas otras especies.
 
Esto vincula a las élites sionista-europeas, como el cristianismo protestante del Medioevo vincula a los puritanos y a las otras sectas religiosas de los EEUU. Nacen de las mismas fuentes. Se funden en la alianza judeo-cristiana para pretender destruir el Islam e instaurar el Reyno de Israel.  
 
Obama y el congreso norteamericano, Cameron y el parlamento inglés, la Merkel, el “socialista” Hollande, la canciller italiana, o el títere de la ONU, son meros voceros, cuando no, apenas figuretis.
 
A cada uno de ellos, y a su descendencia, les esperan cargos fabulosos en las empresas de las élites sionistas cuando terminen su triste papel de marionetas. Allí están los casos (por citar sólo algunos), de Tony Blair, de los dos George Bush, del judío Bill Clinton y de su “inmaculada” esposa, de  Condoleezza Rice, de Sarkozy, de Koffi Annan (ex secretario de la ONU), del propio Carter ungido como el defensor de los “derechos humanos” sin conocer su verdadera historia.
 
Investigaciones serias advierten que todos y cada uno de los presidentes, vicepresidentes, secretarios (as) de todo tipo, altos comisionados y funcionarios, pasan a ocupar cargos mejor remunerados una vez salidos de la administración de sus Estados. No sólo por el tipo de organizaciones y fundaciones que los acogen, sino por la corrupción que implican.
 
JP Morgan, Rand Corporation, Carlyle Group, Goldman Sachs, Fundación Rockefeller, Carnegie Corporation, Carnegie Endowment, Heritage Foundation, Hewlett Packard, y claro, ¡los poderosos bancos! de la financiarización de la crisis que viven Europa y EEUU, son algunas de las instituciones que se hacen cargo del “capital humano” que previamente “digitaron” para las funciones públicas.
 
Los ex-presidentes, ex-primeros ministros, ex-secretarios de NNUU y la élite de tecnócratas dorados, asumen los negociados billonarios que mantienen estas empresas y ONGs con las dinastías monárquicas árabes, los gobiernos tiránicos de África y del sudeste asiático, los grupos extremistas del terror en Oriente Próximo. Obama, no será la excepción. Está asegurando su futuro y el de su descendencia.
 
El poder permanente sionista imperial
 
El poder imperial opera y se impone través de una estructura piramidal en cuyos vértices se ubican el ejército (el poder militar), la ley, (el poder legal) y la religión (el poder ideológico).
 
Ha sido instaurada por el Imperio sionista judío-norteamericano para afirmar su dominio, sustentar su expansión. Reproducirse allí donde la destrucción imperialista impone los “Estados fallidos” para hacerlos, luego, sus “protectorados”.
 
1 El Ejército está representado por la OTAN. El poder bélico de este macro ejército lo constituyen las fuerzas convencionales y nucleares de marina, aviación y tierra. Estas fuerzas ya han sido desplazadas hacia las bases militares de EEUU en sus “protectorados” del Golfo Arábigo (Arabia Saudita,  Irak, Catar, Kuwait, Baréin, Emiratos Árabes), en Afganistán, en Diego García en el mar de la India, en Turquía, Jordán, Amán e Israel. Esperan la decisión que tomen las élites sionista-imperiales una vez concluido el cálculo costo/beneficio de su nueva aventura terrorista. En la actual coyuntura, este cálculo pasa por la crisis económica norteamericana, su trillonaria deuda pública, el desplazamiento del dólar como moneda de cambio. Todo esto desencadenado por el crecimiento de China y Rusia, la alianza del BRICHS, la realidad multipolar.  
 
Forman parte del “ejército imperial” las fuerzas militares de la ONU que, al igual que las de la OTAN, se han desplazado hacia las mismas bases y en la propia Siria. No precisamente con propósitos humanitarios, sino para contribuir a hacer más efectiva su destrucción, como antes ya lo hicieron en Irak, en Libia, en Egipto. Esta nueva actuación tiene que ver con las “reformas” que los “compinches” Koffi Annan y Lajthar Brahimi introdujeron a la ONU en el año  2000, para hacer más expeditivos sus genocidios por guerra, por desastres naturales, por hambre, utilizando grupos armados mercenarios.
 
La ONU dejó de ser el aparato de burócratas y de fuerzas armadas, de todos los países miembros, para “verificar” la aplicación de los acuerdos de paz, los armisticios, las treguas, como las que se aplicaron en Palestina desde 1947 para favorecer la “limpieza étnica” de palestinos y el despojo de sus tierras.
 
Hoy, la ONU es, además, el aparato que moviliza cientos de “compañías de mercenarios” para las “guerra sucias” de “baja intensidad”. No “garantiza acuerdos” entre las partes en conflicto, sino que es parte del conflicto. (Ver artículo relacionado: ¿Para qué sirve la ONU y los premios nobel de la paz?)
 
También la OTAN, como fuerza bélica, se ha “flexibilizado”. Además de convencional, se ha especializado en tácticas de “guerra de baja intensidad”. Con este propósito entrena ejércitos y grupos mercenarios de EEUU y de los países europeos, árabes, africanos, sudamericanos, asiáticos, australianos.
 
2. La Ley, está representada por La Carta de NNUU. Aquí me referiré sólo a algunos de sus artículos con relación al Consejo de Seguridad.
 
Conforme a La Carta, “el Consejo de Seguridad tiene la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales. (Subrayados míos donde aparezcan).
 
El Consejo está integrado por 15 miembros, cinco de éstos “permanentes”. Cada uno con derecho a un voto y a veto. Diez son “no permanentes” y sólo tienen derecho a voz y su mandato tiene fecha de término. Cinco terminan este año y cinco el próximo. No son reelegibles.
 
Una vez que el Consejo de Seguridad emite una resolución, esta tiene carácter de ley, y los Estados miembros tienen que cumplirla, sin dudas ni murmuraciones. 
 
“De acuerdo con la Carta de la ONU, todos los países miembros de la ONU convienen en aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad. Éste es el único órgano de la ONU cuyas decisiones los Estados Miembros están obligados a cumplir” (http://www.un.org/es/sc/members/.).
 
Siendo que sus artículos tienen un carácter punitivo y guerrero, para lo único que sirve la ONU es precisamente para castigar y matar. De este modo, la alianza sionista de EEUU, de Europa y de Israel se ha permitido y permite llevar a cabo los genocidios más atroces contra pueblos que no se ubican en el modelo de democracia que instauró esa misma alianza, al término de la segunda guerra mundial, y que no adhieren a la moral judeo-cristiana.
 
 
 
Como marco doctrinario, hecho para asegurar la partición del mundo después de la II Guerra, el articulado referido al Consejo de Seguridad es un metalenguaje. Un lenguaje político para la hegemonía sionista judío norteamericana, que habla de otro lenguaje político para la sumisión y el colonialismo.
 
Sustrayéndose a realidades concretas e históricas, La Carta “conviene” en la existencia de Estados “buenos” y Estados “malos”. Al término de la II Guerra identificó como "Estados canallas" a Alemania, Japón e Italia y a todo aquél que era sindicado como “enemigo” de cualquiera de los Estados signatarios de La Carta. Inmediatamente después, los Estados “malos” fueron los comunistas. (Reagan llamaría a la URSS “imperio del mal”). Hoy “los malos” son los Estados Islámicos.
 
Dentro de La Carta todo está asegurado para que gane Estados Unidos y sus socios sionistas. Y si de ganar se trata, éstos pueden “convenir” en hacer de los buenos malos, y de los malos buenos.
 
Los “malos” son los que no están en el redil; los que han perdido “su asiento” en la Asamblea General; los que son “enemigos” de la democracia modelo USA, del mercantilismo, de la empresa privada, del terrorismo de Estado; los que pertenecen al “eje del mal”.
 
Todos los años, desde 1981, la Secretaría de Estado de los EEUU, hace una lista de los “Estados malos” que identifica como la “avanzadilla del terrorismo”. En el 2002, los think tank le dijeron al inefable George Bush que identificara a Irak, Irán y Corea del Norte como Estados del “eje del mal”.
 
Luego, los think tank  agregaron Libia, Siria y Cuba y, en el 2005, incluyeron a Bielorrusia, Myanmar (Birmania) y Zimbabue. El anuncio lo hizo Condoleza Rice, que ocupaba el cargo de Secretaria de Estado de Bush.
 
Pero como dije anteriormente EEUU y sus socios sionistas pueden hacer de  los malos buenos. Los llaman “Estados fallidos” y los asumen como “protectorados”. Ese es el caso de Birmania, donde impuso y mantiene una dictadura militar desde 1962, y de Zimbabue, donde mantiene la dictadura de Robert Mugabe desde los 80. Todo en función de la rentabilidad económica, geopolítica y militar que representan.
 
En el caso de Birmania no sólo por el petróleo, las piedras preciosas, la corrupción y el mercado de drogas (heroína y anfetaminas), sino por la posición estratégica de sus Islas Coco para su dominio y el control del Océano Índico.
 
Zimbabue por sus diamantes, su comercio ilícito a través del ejército, el tráfico de armas y de mercenarios, y por las bases militares para el control del sur africano junto a  Zambia, Sudáfrica, Mozambique, también “protectorados”.
 
Los otros siguen siendo “malos”. Y como no pueden invadirlos porque las condiciones aún no se dan, entonces, La Carta establece que el Consejo de Seguridad aplique medidas que no impliquen el uso de la fuerza armada. Obliga a los países miembros de la ONU a interrumpir sus relaciones económicas con el Estado “malo”, cortar las comunicaciones ferroviarias, marítimas, aéreas, postales, telegráficas, radioeléctricas, y otros medios de comunicación, y romper relaciones diplomáticas (Artículo 41).
 
En algunos casos estas “medidas” son “convenidas” para negociar en mejores condiciones la corrupción imperante en los “Estados fallidos” (Zimbabue, es un buen ejemplo) y en los “protectorados”. En otros, las “medidas que no implican el uso de fuerzas armadas”, sirven para destruir gobiernos y economías, propiciar invasiones. El bloqueo de Cuba desde hace 50 años, de Corea  del Norte, de Libia, de Irán son ilustrativos. Sirven también para desaparecer pueblos. Piense usted en Palestina donde el Consejo de Seguridad, desde 1947, avala que Israel imponga las medidas de este Consejo para lograr el exterminio de la población árabe y culminar con la usurpación de su territorio. Sin mengua del “uso de su fuerza armada” para acelerar las masacres.
 
“La Carta” es pues un instrumento flexible a los intereses del imperio norteamericano y de sus socios sionistas. Pero no sólo esto. Es, además, el instrumento que viabiliza la mercenerización de la paz y la seguridad.
 
Al respecto en su artículo 43 se prevé que sus miembros secomprometen a poner a disposición del Consejo de Seguridad, de conformidad con un convenio o convenios especiales sus fuerzas armadas para el propósito de mantener la paz y la seguridad internacionales. Dichos “convenio o convenios” fijan el número y clase de las fuerzas armadas, su grado de preparación, su ubicación general, las facilidades y la ayuda que se les proporcionará (en armas, por supuesto). El “convenio o convenios” los “negocia” directamente el Consejo de Seguridad con la prontitud que EEUU determine.
 
En su artículo 44, La Carta precisa que cuando el Consejo de Seguridad haya decidido hacer uso de la fuerza, invitará al proveedor de fuerzas armadas  a participar en las decisiones del Consejo de Seguridad relativas al empleo de sus contingentes bélicos.
 
En cuanto al Comando de esas fuerzas armadas el Artículo 47 establece un Comité de Estado Mayor encargado de la regulación de los armamentos (léase compra y venta) y del establecimiento de sub comités regionales. Estos sub  comités se instalan en las bases militares de EEUU y de sus socios sionistas distribuidos en todo el mundo. De hecho, ya están instalados de antemano. Para esto, las bases militares norteamericanas, en todo el mundo, se han hecho mucho más versátiles y se llaman “nenúfares”.
 
Con relación a los “arreglos pacíficos” La Carta afirma que: “Ninguna disposición de esta Carta se opone a la existencia de acuerdos u organismos regionales cuyo fin sea entender en los asuntos relativos al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales y susceptibles de acción regional, siempre que dichos acuerdos u organismos, y sus actividades, sean compatibles con los Propósitos y Principios de las Naciones Unidas” (Artículo 52).
 
Desde esta perspectiva, La Carta se asume como trascendente. El Poder que se otorga EEUU y el sionismo en la ONU, trasciende la realidad. Entonces, La Carta, no es sólo punitiva y guerrera, ni sólo terrorista y cínica. Es divina.
 
3. La Religión, viene con “vigilias, rezos y ayunos” que ocultan la hipocresía de las logias que instrumentalizan la fé y el ecumenismo desde el Vaticano. Si bien las tres religiones monoteístas se reconocen de un origen común abrahamánico, no hay que perder de vista que en la judía y la cristiana, que incluye a los católicos y sus sectas, se solapa el mito del “Pueblo de Dios”. Son por tanto el sustento moral del sionismo-imperialista. Bien lo decía el crucificado:
 
Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (Evangelio según San Juan 4:22)
 
Históricamente la religión judeo-cristiana ha sido el soporte ideológico más importante para la dominación, el saqueo de territorios del mundo, la alienación, la enajenación, el desarraigo de pueblos enteros y el exterminio de su población (como actualmente en Palestina y en todo Oriente Próximo).
 
Hoy, la impronta que lacró la estupidez de Occidente, pretende imponerse a los pueblos de Oriente. De lo que se trata es de acompañar al poder de las armas y de la ley, el control de las mentes y los cuerpos para hacer posible el “Reyno de Israel”, el sionismo del Likud de Netanyahu.
 
En palabras de Benedicto XVI, este sionismo:
 
“Vecon tristeza que la Tierra elegida por Dios (Israel),ha sido hollada (abatida, humillada) por los patriarcas y los profetas orientales y experimenta hoy profundas convulsiones humanas. Por esa razón, la Iglesia de Pedro apoya y anima todo empeño por la paz en Oriente Medio favoreciendo el marco jurídico internacional que la consolide”.
 
Y, parafraseando Hechos 3:19-20, el mismo Benedicto, ordena a los musulmanes, “arrepentirse y convertirse para que se borren sus pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios”. (Cf: Exhortación apostólica postsinodal, Iglesia en Medio Oriente: 2010).
 
Benedicto y la iglesia que representaba y que hoy representa el Papa Francisco, se adhieren a la ley expresada en La Carta. No podía ser de otro modo: Dios y Ley tienen carácter divino.
 
Lo que ocurre en Oriente Próximo es la versión de una última “cruzada occidental” judeo-cristiana.
 
Y lo primero que habría que decir es que esta, como todas las se hicieron en nombre del Señor, no es una cruzada de paz sino de guerra.
 
Lo segundo, es que se trata de una “cruzada sucia” que encuentra sustento en el fundamentalismo judeo-cristiano.
 
Tercero, que se trata de una cruzada de limpieza étnico-religiosa para hacer del judaísmo la gran religión universal que propone el sionismo.
 
Cuarto, que se trata de una cruzada que viene de siglos de enfrentamiento orientado a fijar en la mente de la humanidad que “el Islam es la encarnación del mal”.
 
Quinto, que se trata de una cruzada que encuentra profusa difusión en los Billy Graham, desde el más longevo hasta el más joven. Fundamentalistas evangélicos que difunden la cruzada sangrienta del cristianismo en Oriente, y en el mundo entero, desde Truman hasta Obama. A ellos se suman otros “pastores” evangélicos como Pat Robertson, Benny Hinn y el ya desaparecido Jerry Falwell, sin importar la secta a la que cada uno pertenezca. La cobertura mediática con la que cuentan, gracias al financiamiento estatal y a los “diezmos de los hermanos”, les permite no sólo lucrar y corromper la fe, sino también servir al sionismo imperial.
 
Pero  la creencia de que el cristianismo es “el germen de la democracia futura y la exaltación de los valores y derechos del hombre”, viene desde Tocqueville que dedicó su cerebro a elogiar las “virtudes” de la democracia norteamericana y de la religión cristiana (Cf. Democracia en América y Sobre las religiones: cristianismo, hinduismo e islam). La idea misma sobre el “poder permanente” les viene a los think tanks sionistas del pensador francés quien a su vez lo interpretaría de Constant y de Guizot.
 
Curiosamente, sin embargo, la realidad resultó contradiciendo las perspicaces observaciones tocquevillanas.
 
En todas las democracias occidentales judeo-cristianas y, particularmente en la norteamericana, la separación entre Iglesia y Estado (entre religión y política), no existe. La religión, contrariamente a lo que opinaba Tocqueville, ejerce en las “democracias” occidentales, una influencia directa sobre las leyes y las opiniones políticas, además de dirigir las costumbres; es un “instrumento de atropello” no sólo al interior de sus países, sino en sus relaciones internacionales. La religión les permite “concebirlo todo y atreverse a  todo”. 
 
En este sentido, no cabe hacer distingo alguno respecto de lo que Tocqueville criticaba en el catolicismo: su injerencia en los asuntos del Estado y desmedida ambición por el poder sin importar su origen o procedencia (dictatorial, totalitario, fascista, terrorista). Judíos, cristianos y católicos, y sus alianzas, se identifican por lo mismo. Hacen de la religión un instrumento para la dominación y la hegemonía. Para el poder imperial.
 
La idea de la separación entre religión y política que supuestamente se atribuye a los “padres fundadores de la democracia norteamericana” (Jefferson, Washington, Madison, Benjamin Franklin, todos judíos y masones), junto a su “doctrina de la muralla” es sólo un mito.
 
La religión puesta al servicio de la estructura del “régimen permanente imperial” resulta de la alianza del sionismo racista y segregacionista con el fundamentalismo cristiano protestante y católico (como el de Bush).
 
Su expresión concreta y real es la guerra. A Bush le dijeron que la llamara “Cruzada contra el terror” y a Obama “Guerra contra el terrorismo”. Pero guerra al fin. Y no contra uno u otro sustantivo, sino  contra quienes le dan realidad al sustantivo: los islamistas árabes, musulmanes y persas. Sin importar cuál sea su interpretación del Corán. De lo se trata es de una guerra de limpieza étnica: racial, cultural, religiosa. De destrucción física y económica de sus culturas milenarias para construir “paraísos” exportadores de gas, agua y petróleo y de corrupción y vicio. No importa qué sunita o chiíta seas. Más temprano que tarde te tocará.
 
Por eso, hay que parar la destrucción de Siria, la balcanización de Irak, de Afganistán, de Libia, de Egipto. Hay que parar la guerra, desenmascarar al cristianismo, desarmar al sionismo. No creo que para esto sirva la ONU, al menos, no la que actualmente aún controla EEUU y el sionismo que representa.
 
Ejército, Ley y Religión son vértices de la estructura piramidal del poder imperial que se hizo y hace permanente por una institucionalidad que se basa en el “consenso” del voto impuesto por EEUU como democrático. Así, el voto, también se hizo trascendente. En la ONU como en la OEA no importan la realidad ni los argumentos. Una institucionalidad que se sustenta en el voto, en la mayoría nominal, es perversa.
 
La solución al problema sirio y en general a los problemas de los pueblos de Oriente Próximo y del mundo, pasan por su propia realidad, no deben pasar por el voto en una organización que nació para asegurar el neocolonialismo. La ONU, la OEA, garantizan la injerencia norteamericana en los asuntos internos de nuestros pueblos y hace permanente su poder.
 
Ya no es ninguna utopía pensar que una nueva institucionalidad advierte su nacimiento. La unipolaridad cede camino al avance multipolar. Pero el tránsito será duro. Las élites sionistas persistirán en su empeño de querer universalizar el Monte Sión. Y como es consustancial a su moral, usarán la mentira para justificar la guerra, la destrucción.
 
Lo dijo Obama, su vocero de turno, en reciente entrevista: el tema nuclear es un asunto mucho más grande para nosotros que la cuestión de las armas químicas. La amenaza contra Israel que un Irán nuclear plantea, es mucho más cercano a nuestros intereses fundamentales. Los iraníes no deben extraer una lección del acuerdo que hemos alcanzado en Siria y pensar que no vamos a atacar a Irán".
 
Por eso conviene recordar lo decía el Che: “Al imperialismo, no se le puede creer ni siquiera un tantito”. El Coronel Gadafi, consecuente con su fe, les creyó. Eliminó su poder bélico. Una vez que lo hizo, no sólo lo mataron. Destruyeron su pueblo, su cultura, su riqueza, su niñez, su juventud. Y todo con el “voto” del Consejo de Seguridad y el amén de los “protegidos” de la Asamblea General de la ONU.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/79329?language=en
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