Siria

11/09/2013
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“El cielo tiene esta noche una oscuridad más densa que de costumbre, las estrellas se esconden detrás de nubes que presagian tempestad. Luego de arropar en cama a las niñas y cantarles canciones de cuna una mujer apaga las luces de casa, pone pasador en puerta y ventanas, se va a la cama y al recostar la cabeza en la almohada reconoce que durante todo el día ha estado habitada por un temor inmenso, desconocido, casi mortal. La aterroriza lo que puede pasar con ella, su vida, sus hijas, su casa, su perro, sus padres que viven al otro lado del pueblo, su futuro, su presente.
 
El presidente de otra nación ha dicho en televisión que, por el bien de la población de Siria, un ejército extranjero invadirá el país. La amenaza incluye bombas, balas y muerte. Ella sabe que también implica robos, ultraje y violaciones sexuales, así es toda guerra, las mujeres sobrevivientes como botín del vencedor.
 
La mujer está consciente que en su país, las cosas están mal, que pueden estar mejor, ¿pero en qué país del mundo no es así? Incluso en los países más desarrollados, lo que les falta de hambre y pobreza les sobra en suicidios y deshumanización. La mujer no duerme bien, esta noche ella es un objetivo militar de la OTAN, los nervios crispados son más fuertes que su cansancio. Siria puede ser un país mejor, pero construido por sus habitantes. La intención del presidente del país invasor, de las empresas imperiales y los militares  que anuncia la guerra no es el bienestar del pueblo sirio. Los mueve el hambre de poder, la sed de petróleo que hay en el subsuelo, bajo la casa de aquella mujer y sus hijas.
 
Los anima la voracidad por la riqueza ajena y una posición militar geoestratégica. La noche de la mujer avanza, el sueño es pesado. Entre el miedo vigilante y una pesadilla que tímida se asoma, un estruendo comprime su respiración y por un instante ahoga el miedo. Las bombas ya no son más una amenaza, son una realidad, tan cercana como la casa de sus padres. El horror de nuevo invade y carcome sus venas. Un súbito impulso la hace corre al cuarto contiguo, no hay refugios anti bombas en el pueblo, así que lo único que queda es cobijar con los brazos a las niñas que lloran aterradas.
 
El espanto es el dueño de la casa. Las niñas no comprenden el ruido que llega de fuera, tampoco entienden por qué tienen miedo o el por qué de sus lágrimas. Todas respiran agitadas, ni el diablo de los libros sagrados es tan horrible como ese tronar de explosiones. El ataque se vuelve más tupido, los proyectiles caen más cerca, el sonido es insoportable, la destrucción que se intuye es devastadora, así pasó en Irak, en Vietnam, en Kosovo, en Hiroshima. ¿Cómo no llorar ante el asesinato masivo, ante la estupidez de la guerra, cómo no sentir ira contra el invasor? ¡La última bomba cayó sobre aquella casa! ¡Maldito imperio!”
 
Evitar el ataque armado que el centro de poder financiero y militar de Estados Unidos ha anunciado contra Siria es un imperativo para la humanidad. La negativa de Rusia y China a esta invasión ha sido decisiva para detenerla. Esperemos que las negociaciones entre estos poderes mundiales no desemboquen en permitir esa empresa criminal. ¿Qué nos queda por hacer a los ciudadanos del mundo? Manifestarnos de cualquier forma en contra de la guerra. Gritar, unir fuerzas, congregar las conciencias de los vecinos, de la familia, de los compañeros y compañeras del trabajo en contra de la guerra.
 
En 2003 las movilizaciones en protesta por la invasión a Irak, perpetrada por Estados Unidos y sus aliados, convocaron en cientos de ciudades y pueblos del mundo a la humanidad, hombres y  mujeres convencidos de que la guerra no es un camino. Salgamos de nuevo a las calles. “No más sangre por petróleo”.  
https://www.alainet.org/es/articulo/79254
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