Siria, la “línea roja” de Obama y sus tribulaciones en política exterior

06/09/2013
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La política del gobierno estadounidense hacia Siria en medio del conflicto interno ha confirmado hasta el presente los nuevos rasgos del intervencionismo de la administración Obama y la resistencia a la participación militar directa en el terreno a partir de las experiencias y lecciones de las injerencias en Afganistán, Irak y Libia. Los instrumentos empleados desde el inicio del conflicto en Siria han sido sanciones económicas, demandas al Presidente Al Asad de deponer su gobierno, guerra mediática, diplomática y asistencia indirecta a los grupos armados opuestos al gobierno sirio. Es decir, se confirma la existencia de un patrón de intervención, que a excepción de los considerados retos a sus intereses vitales, descansa en apoyo a fuerzas locales, presiones políticas, guerra mediática, sanciones y otros instrumentos indirectos y “blandos” para lograr sus intereses a los que gradualmente se les agregan los instrumentos “duros”, la intervención directa en sus distintas opciones, pero tratando siempre minimizar la involucración de tropas estadounidense. Su participación trata de ser preferiblemente de ayuda a fuerzas locales y en composición de sus aliados estratégicos, principalmente de la OTAN. En esencia se trata de evitar una nueva intervención militar directa y sobre todo unilateral con participación masiva de sus fuerzas en el teatro de operaciones, o como dicen, “botas en el suelo”.

Esta postura no solamente se debe a las “preferencias de Obama”, como algunos analistas y críticos sugieren, sino a un reconocimiento de la realidad objetiva, dada la dura realidad económica, política y social por la que atraviesa ese país y la declinante posición en la correlación de fuerzas mundial, o declinación relativa de su hegemonía. La crisis financiera y económica 2007- 2009 y su secuela: bajo ritmo de crecimiento, elevación de la pobreza y las desigualdades, alto desempleo, deterioro de las capas medias, entre otros asuntos, hacen difícil para su pueblo aceptar nuevas aventuras. El país está apenas saliendo de dos grandes y costosas guerras en Afganistán e Irak –elemento prometido por Obama--, que han drenado sus arcas en una situación política tensa en cuanto al déficit fiscal y la deuda pública, colocando al país más de una vez al borde de la parálisis por la división política en el Congreso entre demócratas y republicanos.

El tema de la intervención en Siria se hace más delicado para Obama, porque en realidad no están en juego intereses vitales para la seguridad de Estados Unidos y los argumentos para intervenir con una especie de “castigo al régimen” de Asad supone como mínimo bombardear objetivos claves y supuestamente destruir su arsenal de armas químicas, lo que intensificaría la guerra y elevaría el costo humano y material, sin alcanzar una real solución para el pueblo sirio: la paz. Obama, habiéndosele entregado el Premio Nobel de la Paz, tiene en este asunto una disyuntiva moral.

Un importante reto a la política de Obama proviene de la existencia de fuerzas conservadoras y sobre todo neoconservadoras en su propio gobierno, en el Ejecutivo y el Congreso y con fuerte presión desde el lobby israelí –americano (AIPAC), centros de pensamiento y sus publicaciones, que proyectan sus intereses mucho más agresivos porque asumen como centro del problema la geopolítica regional para su aliado estratégico Israel.

Las críticas al Presidente Obama por no ser más agresivo y enérgico en este caso tienen reflejos dentro de figuras importantes de su gobierno y en el Congreso. En particular, la corriente neoconservadora, mediante la página web y su revista Commentary ha sido muy activa en estas evaluaciones adversas y sin duda, ha presionado sistemáticamente al Presidente para que este asuma una posición más agresiva. Aunque no siempre trascienden a la prensa, han existido expresiones concretas de una propuesta de la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el ex Director de la CIA David Petraeus para entregar armas a la oposición con ayuda de los países vecinos. El Secretario de Defensa León Paneta apoyaba esa propuesta que fue rechazada por Obama. (1)

La complejidad del problema y las fortalezas y debilidades de Estados Unidos al involucrarse en el conflicto en Siria se traslucen a través de la respuesta que el Presidente Obama le ofreció a New Republic en enero de este año: “Según enfrento estas decisiones, estoy más atento que la mayoría, no solamente a nuestras increíbles fortalezas, sino a nuestras limitaciones. En una situación como en Siria, yo tengo que preguntar, ¿podemos cambiar la situación? ¿Tendría una intervención militar un impacto? ¿Cómo podría esto afectar nuestra posibilidad de apoyar a nuestra tropas en Afganistán? ¿Cuál sería el resultado después de nuestra involucración en el terreno? ¿Podría desatarse peor violencia o el empleo de armas químicas? ¿Qué ofrece mejor perspectiva para un estable gobierno post Assad? Y ¿cómo puedo sopesar decenas de miles que están muriendo en Siria con decenas de miles que están actualmente muriendo en el Congo?”.

Las preguntas expuestas por el Presidente sobre las perspectivas en aquel momento de intervenir, aunque de hecho varios planes estaban en marcha, indican sus dudas y preocupaciones ante una intervención en Siria. A la división política interna en Estados Unidos, a los problemas socioeconómicos ya mencionados, habría que agregar el escenario de intervención militar directa en Siria, sin duda mucho más peligroso que las aventuras en Afganistán e Irak, dado el poderío del ejército sirio y la presencia de la marina rusa en el propio escenario, y de hecho limitan las opciones, que de todas forman podrían desatar un conflicto regional muy difícil de controlar con resultados impredecibles no solo para la región, sino eventualmente para el mundo. La situación en Siria es un gran desafío para la política norteamericana y para Obama.

La propia oposición miliar interna, a pesar de que Estados Unidos se encargó de crear un frente unitario y le otorgó oficialmente el reconocimiento, sus asesores militares y de inteligencia conocen sus limitaciones. Constituye una contradicción muy sensible para la política exterior estadounidense, difícil de aislar de su propio pueblo, que entre las fuerzas militares de oposición estén grupos denominados por el gobierno de Estados Unidos terroristas de Al Qaeda, cuando precisamente se postula que ese es un objetivo principal de su política.

De otro lado está el explosivo escenario regional, sumamente difícil de aislar y mucho menos controlar. El apoyo de Irán y otras fuerzas aliadas de Al Assad, la postergación de una solución para Palestina, y la participación de fuerzas regulares e irregulares de los países limítrofes: Líbano, Turquía (miembro de la OTAN y con posturas muy agresivas), Irak y Jordania. La inspección sumaria de tan complejo escenario no deja dudas respecto a lo impredecible de la acción militar directa de Estados Unidos y sus aliados y cuál sería lo más adecuado, sin duda buscar a toda costa una solución política negociada.

Para Irán una intervención militar extranjera contra el gobierno Sirio, incluso la más limitada, constituye una grave amenaza a su seguridad nacional y por la tanto está involucrada. Irán en realidad es el verdadero objetivo detrás de estas acciones y no cabe esperar ingenuidades o errores de cálculo en cuanto a su significación por parte del gobierno iraní.

Desde el punto de vista de las visiones estratégicas y geopolítica de Estados Unidos y Rusia en la región del Medio Oriente existen perspectivas contrapuestas que se han puesto de manifiesto. La posición del Presidente ruso Putin privilegia la negociación y se opone a la acción unilateral sin aprobación del Consejo de Seguridad, cosa que no conseguirían sin presentar pruebas. Debe recordarse que no solamente Rusia ha sido el proveedor de armas a Siria, sino que existe una base naval de rusa que se ha reforzado de cara a la actual crisis.

Ante esta complicada coyuntura, en la que incluso el Parlamento británico se opuso al uso de la fuerza, a Obama le queda esperar por el debate y aprobación o no en el Congreso. Rusia y otros líderes internacionales cuestionan la legitimidad del Congreso de Estados Unidos para tomar tal decisión. El Presidente estadounidense hasta ahora se aferra a que dispone de pruebas, pero no las ha presentado y no convence con eso a los que rechazan esa intervención. Las diferencias internas dentro de la clase dominante en Estados Unidos se vinculan a la prioridad, los recursos e instrumentos que deben ser comprometidos en el cumplimiento de ese objetivo.

Es decir, el problema es que para Irán y para el gobierno ruso de Putin, un cambio como el deseado por Estados Unidos y sus aliados, también representan un peligro para sus respectivas visiones geopolíticas y de seguridad, y sobre todo un mal precedente para el futuro, considerando los resultados de las experiencias previas en la región. Las preocupaciones se acrecientan, pues si bien hubo un momento en que parecía posible una negociación del conflicto en Siria con participación de Rusia y Estados Unidos, esa posibilidad de extinguió debido principalmente a la postura extrema de la oposición, que colocó como un prerrequisito la salida del actual gobierno en cualquier circunstancias del proceso de transición. Con posterioridad las tensiones entre Estados Unidos y Rusia se han enervado a raíz de la visa temporal otorgada por Rusia al “contratista” de inteligencia estadounidense Snowden.

Sin embargo, más allá de las contradicciones internas respecto a las variantes de la política estadounidense hacia el conflicto sirio, los debates y contradicciones que se han reflejado, los límites y desafíos al intervencionismo militar de Estados Unidos y sus aliados implicados en este teatro de operaciones, se ha observado una gradual y lenta escalada, complicada por el establecimiento en agosto del 2012 por el Presidente Obama de una imaginaria línea roja, que desataría su intervención militar en el conflicto si se empleaba por el gobierno armas químicas.

Ello colocaba la “justificación”, o el pretexto, para escalar la intervención y creaba un incentivo para los que deseaban una involucración mayor de Estados Unidos, entre ellos los grupos de la oposición armada en Siria y sus aliados más agresivos. Es lógico que en un escenario de guerra donde el gobierno estadounidense reconoce a la oposición armada, aun cuando esta incluye elementos de filiación terrorista, si se quiere estimular la intervención directa de las fuerzas militares de Estados Unidos, basta con realizar la acción terrorista por grupos de esta tendencia. Bastaría luego para completar el “cruce de línea roja”, acusar al gobierno de Al Asad de haber empleado esos medios.

Este es uno de las contradicciones más graves de la intervención militar de Estados Unidos en Siria: dos de los grupos “rebeldes” de la oposición armada tienen vínculos con Al Qaeda y ellos son el “Frente Nusra” y el “Estado islámico en Irán y Siria”. Son grupos que atraen elementos extremistas que emplean de manera cotidiana prácticas terroristas y prometen como parte de su discurso crear una sociedad en Siria en la cual se aplique de forma severa las leyes del Islam. Un video referido por The New York Times en una nota presenta cómo los rebeldes asesinan por la espalda a 7 soldados. (2)

El procedimiento tiene precedentes precisamente cuando de manera análoga George W. Bush lanza su intervención militar en Irak basado en “pruebas” de que poseía armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. , Pero ello no se quiere recordar y el propio Obama ante el cuestionamiento ha declarado que “el no cometería ese error”, si bien resulta poco creíble que en el momento de producirse la masacre se encontraba el grupo de investigadores de la ONU –autorizados por el gobierno sirio-- para establecer pruebas sobre el empleo de esas armas en el conflicto y sus responsables.

Casi inmediatamente de establecerse la línea roja para la intervención militar por Obama, comenzaron las sospechas, denuncias, investigaciones, pero no se lograban pruebas definitivas y concluyentes. La prensa registraba un avance de las fuerzas gubernamentales y ello se asociaba al apoyo brindado por fuerzas de Hezzbolah. La denuncia del empleo de esas armas ocurre el 21 de agosto 2013. Se informan enormes pérdidas en vidas humanas de población indefensa, niños, mujeres y ancianos: un problema humanitario. Claramente si esto es cierto, no cabe duda se trata de una conducta inaceptable y rechazada por la mayoría de los gobiernos.

Siria trató de insistir en las investigaciones por un grupo de expertos de la ONU, pero Estados Unidos plantea que ya es tarde. El gobierno estadounidense declara se trata de una situación inaceptable que el gobierno sirio haya realizado este ataque y por ello se convierte en un reto moral, político y humanitario que debe ser castigado. El Presidente Obama decide unilateralmente que actuará militarmente para no dejar impune esos actos en tanto se ha “cruzado la línea roja”. En texto leído a la Nación a finales de agosto señala:

“ He decidido que Estados Unidos debe realizar una acción militar contra los blancos del régimen de Siria. Esto no será una intervención abierta. No se pondrán botas en el terreno. En cambio, nuestra acción sería diseñada como de limitada duración y alcance. Pero espero que podamos hacer pagar al régimen de Assad por el empleo de armas químicas, desalentar este tipo de comportamiento y degradar su capacidad de llevarlas a cabo.”

Se dice que el gobierno estadounidense tiene pruebas sobre la culpabilidad de Bashar Al Asad sobre estos actos, si bien las mismas han sido cuestionadas abiertamente por su veracidad por el gobierno ruso. A partir de ello, el Presidente lo somete a la consideración del Congreso y se comienzan a barajar opciones en tanto se plantea que la efectividad militar de esa acción no es sensible al momento de su ejecución.

La citada publicación Commentary, reconocida fuente neoconservadora en ese país, identificaba tres supuestas opciones para Obama, después que Al Asad había “cruzado la línea roja”. Consideraba que “seguramente el Presidente se decidiría por la más ligera e inefectiva”. Veamos cómo se presentaban: - “bombardeo ligero”, diseñado para “enviar un mensaje”; “bombardeo medio”, combinado con “Operaciones Especiales” para eliminar el arsenal de armas químicas de Siria; y por ultimo, el “bombardeo pesado y sostenido” en combinación con acciones en el terreno por las “fuerzas rebeldes” para derribar al gobierno de Bashar Al Asad. Naturalmente, desde la perspectiva neoconservadora la acción pesada y sostenida es la considerada efectiva y preferida por esta corriente, dado que incluye como objetivo la eliminación del actual gobierno. Ello obligaría a un escalamiento del conflicto en que tarde o temprano se involucrarían fuerzas militares estadounidense y de la OTAN, algo a lo que el Presidente Obama declara no realizará. Faltaría ver cómo se expresan los representantes del en el Congreso de la Unión.

No obstante, la división interna se pone de nuevo en evidencia cuando en medio de este escenario tan tenso y la presencia de Obama en San Petersburgo, Rusia, para la Cumbre del G-20, nada menos que el Secretario de Estado, John Kerry dice que nos e descarta emplear fuerzas en el terreno. Lo que pone al descubierto que las fuerzas estadounidenses no confían en la oposición siria, que de hecho ha recibido duros golpes y la agresión busca revertir la situación.

La publicación Stratford y uno de sus analistas de inteligencia, considera que luego de establecer la “línea roja” para desatar la intervención, Obama se había colocado en una posición muy delicada. Sin establecer esa condición, Siria no clasificaba como un “interés vital”, pero una vez declarado el asunto tenía otras implicaciones para la credibilidad de la postura del gobierno estadounidense y por ello para su seguridad. Una respuesta que pudiera ser avaluada de débil o inefectiva, podría estimular no solamente al gobierno sirio a continuar, sino que “otras líneas rojas” trazadas a Irán, Corea del Norte u otros países y situaciones, serían consideradas vulnerables. Colocarían en entredicho la credibilidad de Estados Unidos, al ser interpretado por sus enemigos como una prueba de debilidad.

Esta interpretación de un centro de pensamiento estadounidense tan reconocido como ese, muy allegado al pensamiento estratégico y de seguridad nacional de ese país, ofrece otra justificación a la necesidad de realizar la agresión de todas formas a partir de este momento, porque lo que está en juego es la credibilidad de Estados Unidos como potencia hegemónica global y ello tendría implicaciones para su “seguridad”.

Tales serían algunos de los elementos que se encuentran en el trasfondo de las decisiones en este caso. Aunque pareciera que la opción más probable, dado los la situación interna estadounidense y el balance de fuerzas regional e internacional en torno a la intervención militar en Siria, se incline hacia alguna variante de intervención militar ligera o media. Ello no supone excluir una escalada posterior, sino más bien demuestran que una vez iniciado el ataque, resulta difícil “limitarlo”. Ello se debe a que en la medida que estas opciones, para ser exitosas requieren en cierta medida de inteligencia en el terreno y colaboración con las fuerzas de la oposición siria, resulta evidente que otros pasos serán “necesarios”, pudiendo alcanzar el conflicto niveles mucho más peligrosos que sus precedentes.

Según experiencias previas, el fracaso o los limitados resultados de las opciones ligeras y medias, obligarían a incrementar las acciones con fuerzas mayores y una involucración más prolongada. El teatro de guerra, en dependencia de la variante aplicada, podría ampliarse a otros países de la región, en una lucha de facciones, sin garantías de conseguir al final el establecimiento de un hipotético gobierno en Siria ajustado a los intereses estadounidenses y de sus aliados. Países como Irán, Líbano, Jordania, Turquía e Irak pueden verse comprometidos en el conflicto, y en cierto modo ya lo están, en correspondencia con su apoyo directo o indirecto a las fuerzas beligerantes.

El presidente Obama está sin duda sentado sobre un barril de pólvora, que para un Premio Nobel de la Paz constituye un verdadero desafío, sobre todo cuando después de trazar la “línea roja” y comprometerse a la acción militar directa en Siria, cualquier opción lo llevará por un camino muy peligroso no solamente para él, sino para la región y toda la humanidad.

5 de septiembre, 2013

- Luis René Fernández Tabío es Doctor en ciencias económicas. Profesor Titular e investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana. E Mail: lrfernan@uh.cu

Notas:

1) “Backstage Glimpses of Clinton as Dogged Diplomat, Win or Lose,” New York Times, February 2, 2013

2) C. J. Chivers, “Brutality of Syrian Rebels Posing Dilemma in West”, The New York Times, September 5, 2013, p. A1.

https://www.alainet.org/es/articulo/79066
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