El Papa de las crisis

21/03/2013
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Las crisis se suceden y sus efectos se acumulan, en lo económico y también –en sus más amplias acepciones- en lo político, social y ambiental. Una civilización, la del “capitalismo industrial”, está transformándose en un retrogrado sistema plutocrático, en un sistema financiero-rentista de explotación que se ha apoderado del poder y que utiliza sin empacho alguno todos los medios necesarios –incluyendo la violencia y la corrupción-, para destruir los avances y conquistas logrados desde finales del siglo 19 por las luchas de los pueblos.
 
Basta mirar lo que desde hace años sucede en la Unión Europea (UE), donde uno tras otros los pueblos –Irlanda, España, Portugal, Grecia, Italia y ahora Chipre, sin contar lo sucedido en los países Bálticos, en los Balcanes y Europa Central-, son despojados de las conquistas sociales, económicas y políticas en nombre de la austeridad fiscal que favorece a los acreedores, a la plutocracia dominante. Lo mismo en Estados Unidos (EE.UU.), Canadá y otros “países del capitalismo avanzado”.
 
Todas las herramientas de contestación que los pueblos tenían a su alcance, como ser los partidos políticos, los sindicatos, el sistema mismo de la democracia representativa, los tribunales, la prensa, etcétera, han sido inutilizadas por el “nuevo orden”.
 
Nadie puede sorprenderse que los resultados electorales que no coinciden con las directivas del “nuevo orden” –que serán cada vez más frecuentes- sean descalificados y que los pueblos que “votaron mal”, como hace pocas semanas en Italia, o las legislaturas que no aceptan los dictados, como ahora en Chipre, se vean amonestados o directamente amenazados por los tecnócratas y gobernantes de la UE, por el FMI y los centros financieros, que exigen seguir el dictado y callarse la boca.
 
Nada funciona como antes, el sistema está atascado. La inseguridad social, por el desempleo, la baja de salarios y pensiones, la “flexibilidad laboral” y el aumento de la extracción rentista, entre otras cosas más, está disolviendo el “tejido” social de los “países avanzados”, y en particular de los países de la periferia, donde el catolicismo tiene antiguas raíces.
 
Es imposible no constatar que vivimos en un desestabilizador “estado permanente de excepción”, donde las certitudes anteriores ya no son o pronto dejarán de ser válidas, y en el cual las nuevas exigencias del presente son social e individualmente inaceptables. Un mundo dirigido por políticos y tecnócratas y amparado por instituciones creadas para servir exclusivamente a las empresas e intereses de las oligarquías que forman la plutocracia dominante.
 
En fin, y no para terminar, hoy nosotros y el nuevo Papa vivimos en un mundo que está siendo empujado –como escribieron Thomas Leif y Chris Hedges- hacia la distopía (antiutopía) que constituye la mezcla del totalitarismo absoluto de George Orwell con los “paraísos artificiales” de Aldous Huxley (1).
 
La constante Capital-Trabajo en las encíclicas papales
 
Desde las primeras décadas del siglo 19, cuando la Primera Revolución Industrial revela su potencial y las secuelas destructivas en el terreno social en Inglaterra, Alemania y Francia, clérigos y laicos de las iglesias cristianas comenzaron a denunciar la situación de explotación y miseria de los trabajadores, y a plantear la necesidad de una doctrina social cristiana (2).
 
En 1891, cuando en Europa aun se sentían los efectos de las sucesivas crisis económicas, financieras y monetarias del capitalismo industrial que conforman la llamada “Larga Depresión” -1873 a 1896-, con el desempleo y las hambrunas de millones de europeos alimentando tanto los movimientos socialistas, anarquistas y comunistas, como la emigración masiva hacia las Américas, el papa León XIII dio a conocer su encíclica Rerum Novarum, también conocida como Derechos y Deberes del Capital y el Trabajo, o sea la Doctrina Social de la Iglesia.
 
Esa Larga Depresión fue producto (como la que vendrá en los años 30 del siglo 20) del derrumbe de una fase de liberalismo económico, de mercados autorregulados que por las revoluciones tecnológicas (en los años 30 está en su apogeo la Segunda Revolución Industrial) incentivaron las especulaciones y burbujas financieras, que llevó a rapiñas coloniales, guerras e inmensos desastres sociales, al proteccionismo comercial y al corporativismo.
 
Enfrentada a esa gran crisis del capitalismo industrial y a una crisis interna por el desfase de la Iglesia con la transformación económica, social y política de la época, la encíclica de León XIII recoge y extiende las reformas que Otto von Bismarck, Canciller del Imperio Alemán, había adoptado bajo el consejo de asesores y clérigos cristianos entre 1883 y 1889 con el objetivo de frenar el creciente movimiento socialista (2).
 
A partir de Rerum Novarum y por medio de otras encíclicas se establecen en la Doctrina Social de la Iglesia los principios de conciliación entre los patronos y los obreros que –para frenar el ascendente movimiento socialista y comunista- marcarán el rumbo de los partidos reformistas hasta la llegada del neoliberalismo: derechos de los trabajadores a un salario justo; al descanso; a un ambiente de trabajo y a procesos de manufactura que no sean dañinos para la salud física o la integridad moral; al respeto en los lugares de trabajo de la conciencia o la dignidad del trabajador; a los apropiados subsidios que son necesarios para la subsistencia de los trabajadores desempleados y de sus familias; a pensiones y a seguros para la vejez, la enfermedad y de los accidentes de trabajo; a la seguridad social en los casos de maternidad; y, finalmente, el derecho a reunirse y a formar asociaciones.
 
León XIII, que en 1878 había emitido una encíclica para denunciar el socialismo como “una peste moral”, porque reclamaba la igualdad de todos y atentaba como la inviolable naturaleza del derecho a la propiedad, en 1891 estableció de facto “una Carta de Derechos de la clase trabajadora en todos los países, derechos que están basados en la naturaleza del ser humano y de su trascendental dignidad” (3).
 
No se debe subestimar los impactos de Rerum Novarum y de las legislaciones de Otto von Bismarck sobre las sociedades y las nuevas responsabilidades de los Estados en esa fase del capitalismo industrial (y de la carrera inter-imperialista para apropiarse de colonias), pero definitivamente nunca solucionaron el problema de fondo en la inherentemente contradictoria relación entre el capital y el trabajo.
 
Cuarenta años más tarde, en 1931, cuando Pío XI da a conocer su encíclica Quadragesimo Anno, el problema ha empeorado por las luchas revolucionarias en la década y media que la antecede, y por la polarización política que se produce cuando los partidos políticos tradicionales fracasan en dar soluciones a la crisis monetaria, económica y financiera. Son las fuerzas de extrema derecha que avanzan para enfrentar al creciente movimiento de izquierda que propone la revolución social.
 
Para lograr el “orden social”, es decir los términos de conciliación en la relación Capital-Trabajo e impedir revoluciones sociales y los avances del comunismo y del socialismo, Pío XI predica la conciliación y da su apoyo al corporativismo (Estado-patronos-sindicatos) que el fascista Benito Mussolini estaba implantando en Italia.
 
De Pío XI a Benedicto XVI, todos los Papas reafirmaron y reacomodaron un poco los principios de la Doctrina Social de la encíclica de León XIII sobre la relación Capital-Trabajo, tratando de adaptarse a los cambios que el desarrollo tecnológico y la concentración del capital fue imponiendo en el modo de producción capitalista, y que modificaban la fundamental relación Capital-Trabajo.
 
¿Un Papa para la crisis estructural del capitalismo industrial?
 
Pero si el objetivo compartido del Vaticano y el Capital ha sido la conciliación para “domesticar” la naturaleza brutal de la relación Capital-Trabajo y así impedir la revolución social que nace de la explotación, la naturaleza del capitalismo lo lleva, por su parte, a traicionar constantemente ese objetivo porque su esencia es revolucionar constantemente los medios de producción para reducir el empleo de la fuerza de trabajo humana y aumentar la plusvalía, e inevitablemente aumentar la producción y el desempleo, mudar la producción a países o regiones con mano de obra más barata, y así de seguido en un proceso que inevitablemente lleva a crisis económicas y financieras cada vez más graves, a una mayor concentración monopólica, a ampliar la utilización de la automatización y a más desempleo...
 
Como reconocen algunos analistas y economistas, entre ellos Paúl Krugman, ha llegado el momento de pensar que en la relación Capital-Trabajo son los robots los que les están ganando la guerra a los trabajadores.
 
El desolador panorama que describimos al comienzo es el producto de esa revolución en el modo de producir, que no solamente reduce de manera creciente la cantidad de fuerza de trabajo necesaria –y por lo tanto la masa salarial-, sino que al proceder así está creando un obstáculo cada día más grande para ampliar el consumo y, de esta manera, la conversión de los “valores de uso” producidos en mercancías, y por lo tanto incapacidad de realizar la tasa de plusvalía, con el inevitable descenso en la tasa de ganancia de las empresas.
 
Este proceso existe, en grados de desarrollo diferente, en los “países avanzados” del capitalismo industrial y en la periferia cercana, como es el caso en la UE.
 
Por lo tanto la realidad de la relación Capital-Trabajo que existía en 1891 o en 1931 no corresponde, al menos desde hace dos décadas, con la realidad en los “países centrales”, con Japón como primer ejemplo porque fue el país que más avanzó en la automatización de la producción y el primero en caer en una “depresión controlada” desde la crisis de comienzos de los años 90 del siglo 20.
 
Lo que ahora se define como “desempleo estructural” es, para ponerlo con otras palabras, un desempleo permanente acompañado de la total inseguridad laboral, y por consiguiente inseguridad de ingresos, de vivienda, etcétera, para el resto de la sociedad. Por esa razón ya se abrió la válvula de escape que es la emigración: 20 mil españoles emigran mensualmente a otros países, por citar un caso.
 
Esta realidad, que defino como un “proceso de disolución social”, no tiene solución dentro del capitalismo. No hay receta económica que permita reactivar las economías en términos de creación de empleos dentro del sistema actual, y por lo tanto tampoco es posible ya la conciliación Capital-Trabajo pregonada desde León XIII.
 
Esta es la realidad que en los países del “capitalismo avanzado” enfrentará el Papa Francisco, quien curiosamente proviene de un país y una subregión donde la realidad económica, política y social es muy diferente, y eso debido tanto al desfase de los países sudamericanos respecto al desenvolvimiento del capitalismo industrial como al saldo de la experiencia neoliberal aplicada a partir de mediados de los 70 (Chile y Argentina), que provocó el nacimiento de fuertes movimientos sociales de protesta donde colaboraban masivamente y codo a codo cristianos y no cristianos, marxistas y no marxistas.
 
En la mayoría de países sudamericanos la experiencia neoliberal terminó en un desastre total a finales del siglo 20, llevando a comienzos de este siglo a la elección de gobiernos nacionalistas y progresistas, al rechazo de las políticas neoliberales y, en los últimos años, a la adopción de políticas de desarrollo económico nacional destinadas a combatir la pobreza y crear empleos, y en lo regional a la creación de organismos de cooperación para el desarrollo, como la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños).
 
Así pues, Habemus Papa que viene de una región que trabajosamente busca salir de los desastres del neoliberalismo y que en pocos años, con políticas contrarias a las promulgadas por la UE, el FMI y EE.UU., ha logrado reducir sustancialmente la pobreza y mejorado la calidad de vida de millones de ciudadanos. Una región, además, donde la mayoría de los países están tomando en serio la democracia, al punto que nuestro querido Hugo Chávez nunca dijo no a un reto referendario o electoral, con gobiernos que bregan para hacerla efectiva para todos, no solo para los ricos.
 
¿Usará el Papa Francisco la experiencia de su país y de la región –que él mismo designa como la Patria Grande, lo que me cae muy bien-, y sus propias vivencias como “villero” para abrir un debate sobre los cambios que hay que hacer a la Doctrina Social de la Iglesia? Un debate de la Iglesia y en el sentido más amplio, incluyendo a curas y laicos que viven la situación real, y no solo entre la cúpula ¿Lo hará? Hay algo más que este Papa tiene naturalmente, porque ya dejó de ser pecado en Sudamérica, y es el potencial de ser un caudillo, un dirigente de masas, y así de poder explicarle al mundo de los feligreses de manera sencilla, llanamente, con sentimiento y convicción, los urgentes cambios que deben ser efectuados, y en los cuales deberán ser llamados a participar.
 
En realidad no tiene mucho que escoger, ya que el futuro de la Iglesia católica está seriamente comprometido sin esos cambios que permitan reubicarla en un mundo que está experimentando grandes cambios económicos, sociales, y de genero, un mundo que más pronto que tarde deberá contemplar una transformación social inédita, el comienzo de la construcción de sociedades pos-capitalistas.
 
Para ello el Obispo de Roma –como él quiere que lo nombren-, en tanto que jefe de Estado deberá también sacudir con fuerza el aparato del Vaticano para que caigan los corruptos y bandidos, podarlo para que no le quite sol y nutrientes a las iglesias que tienen raíces locales, y hacer que quienes queden practiquen la humildad a la cual él mismo está acostumbrado.
 
 
La Vèrdiere, Francia.
 
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
 
Notas
 
1.- Esta distopía es formulada, entre otros, por Thomas Leift
Enter the Fifth Estate http://www.eurozine.com/articles/2010-12-31-leif-en.html y tambien por Crhis Hedges en “2011: A Brave New Dystopia”
 
2.- Para combatir al emergente movimiento socialista y reducir la emigración de los jóvenes alemanes hacia las Américas, el Canciller Otto von Bismarck hizo adoptar las leyes que establecieron el seguro de salud, el seguro para los accidentes y la incapacitación laboral, y un fondo de pensiones para los trabajadores.
 
3.- Ver “Catholic Social Teaching and the Welfare State”,
y el muy detallado análisis titulado “Strengths and Weaknesses of the Tradition Around Rerum Novarum”, de Bruce Duncan, en http://www.frbruceduncan.com/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=38&limit=10&limitstart=0&order=hits&dir=ASC&Itemid=30
 
https://www.alainet.org/es/articulo/74759
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