Francesco y el voto femenino

17/03/2013
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Una semana atrás todos los medios publicaron algún reportaje acerca del Día Internacional de la Mujer. En Perú se recordaba con regocijo que las mujeres obtuvimos el derecho a voto en 1955, y que a pesar del sistema patriarcal imperante, hemos podido ir abriendo caminos para ocupar espacios de decisión en las municipalidades, en el Congreso, en los medios de comunicación y en profesiones que hace solo unas décadas estaban tácita o explícitamente vetadas para todas aquellas personas que tuviésemos vagina.
 
Solo cinco días después del Día Internacional de la Mujer, observaba atónita cómo los medios de comunicación esta vez se desgañitaban retransmitiendo en directo, y publicando sendos artículos sobre uno de los actos públicos y de interés mundial más discriminadores para con el sexo femenino.
 
Ciento quince hombres elegían al que hoy es la cabeza visible de la Iglesia Católica. Sin duda, un acontecimiento histórico que afecta especialmente a los más de mil millones de supuestos fieles; y que en el siglo XXI excluye del proceso decisorio a las mujeres, una minoría que alcanza alrededor del 51% de la población mundial.
 
La Ciudad del Vaticano es el único Estado del mundo en donde no se ha declarado el derecho al sufragio femenino. Incluso en Arabia Saudita –que empataba con la Santa Sede en prohibición del voto femenino– el rey anunció que en 2015 las mujeres podrían elegir y ser elegidas. Así, el Vaticano se queda despojado de su hermano mellizo y, desde su atalaya, continúa defendiendo misóginamente el encarcelamiento de uno de los derechos básicos de las sociedades contemporáneas, el derecho a la elección de nuestros representantes a través del voto.
 
Con historias de sotanas, tradición y humos blancos, hombres y mujeres quedan obnubilados incapaces de establecer la conexión entre lo que sus ojos observan y lo que representa una doctrina exclusivista y perversa, una religión para la que los varones detentan el poder y las mujeres son seres inferiores a quienes les toca obedecer.
 
La esquizofrenia de nuestros tiempos permite que hace una semana nos estuviésemos llenando la boca con la “igualdad de género” y hoy estemos aplaudiendo un clarísimo acto de machismo recalcitrante empaquetado en voluntad divina.
 
Para mi mala suerte, el nombre artístico que el papa ha elegido es Francesco. Ayer despotricaba de su decisión, me veía al menos diez años oyendo su nombre y que al sonar tan parecido al mío me dieran escalofríos; y los escalofríos no son agradables. Hoy me he dado cuenta de que al menos en Argentina pocos le cambiarán el nombre. El sumo pontífice Francesco ahí seguirá siendo conocido como Jorge Mario Bergoglio, un nombre imborrable porque identifica a uno de los líderes de la iglesia que apoyó activamente la dictadura militar asesina de Argentina. Con o sin intromisión divina, la historia no olvida, y sus damnificados tampoco.
 
15/3/2013
 
https://www.alainet.org/es/articulo/74632?language=es
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