Guerra en Ucrania: El fin de una época

Este conflicto es una de las expresiones de una lucha de poder en la que una potencia hegemónica, Estados Unidos, reacciona ante los desafíos que le plantean (o que interpreta que le plantean) las potencias emergentes.

21/03/2022
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Es interesante observar cómo los acontecimientos actuales nos hacen recordar episodios del pasado. La guerra de Ucrania, las estremecedoras fotografías de las muertes de civiles, podrían haberme provocado recuerdos de otros conflictos, algunos de los cuales están grabados de forma indeleble en mi memoria, como la cobertura que hice de Angola, Mozambique, el Líbano... Naturalmente todo aquello me vino a la mente, ¡pero en verdad el primer recuerdo fue el del general Líber Seregni!  
 

Seregni y el general Víctor Licandro desempeñaron un papel importante en mi formación política. En los años 70, cuando daba mis primeros pasos en la militancia, asistí a varias charlas de estas dos destacadas figuras de la historia política uruguaya. Oriundos de las filas castrenses, pero articuladores políticos decisivos de la formación del Frente Amplio –coalición que, en ese momento, recién iniciaba su decisiva trayectoria– Seregni y Licandro, en medio a sus múltiples responsabilidades, habían encontrado tiempo para organizar cursos de formación política. Dirigidos a jóvenes comprometidos en la construcción de esa coalición inédita en la historia del Uruguay y hasta hoy una experiencia excepcional de unidad de las fuerzas progresistas, los cursos abordaban, entre otros temas, el papel de las Fuerzas Armadas en América Latina (que ellos conocían no sólo por la bibliografía...). Con sus clases entendí el significado del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca -TIAR, de la Escuela de las Américas y de otras "escuelas" fundadas por Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría para entrenar a las fuerzas armadas latinoamericanas en la Doctrina de la Seguridad Nacional. Y, sobre todo, fueron estas charlas, de la mano de Sun Tzu, Von Clausewitz y de la propia experiencia de estos dos brillantes militares demócratas, las que me introdujeron en el tema de la guerra, que años más tarde viviría directamente, durante las coberturas que hice como editora (y más tarde directora) de la revista "Cuadernos del Tercer Mundo". En este contexto, en una de las conferencias, el general Seregni dijo una frase que nunca olvidé: "En una guerra, se sabe cómo se entra, pero nunca se sabe cómo se sale...". 
 

Esta frase es el marco con el que intento analizar algunas variables que forman el complejo y dramático escenario actual, con Ucrania en el centro. 
 

Estos días nos han bombardeado –perdón por la metáfora– con información, desinformación, análisis, tonterías disfrazadas de análisis, opiniones de expertos sobre todo y nada... Como es previsible, "en una guerra la verdad es la primera que muere"... Entre tanta supuesta información nadie en la prensa comercial ha publicado una simple reflexión, que sí aparece en el artículo de David Mandel "Occidente quería la guerra – Putin promovió una invasión inaceptable, pero había una manera de evitarla. (...) Fue un conflicto provocado".1 El siguiente trecho del mismo artículo aborda la clave del problema: 
 

La OTAN llevaba semanas anunciando la guerra, condenando las concentraciones de tropas rusas en la frontera ucraniana. Sin embargo, ni la OTAN ni Kiev hicieron la declaración que seguramente habría evitado la guerra: Ucrania no se convertirá en miembro de la OTAN. Incluso hoy, cuando la guerra se extiende, en lugar de presionar a Kiev para que negocie sobre la base de esa promesa, la OTAN sigue cínicamente decidida a defender a Ucrania hasta el último ucraniano, mientras les envía armas y facilita la entrada de mercenarios de derecha. Esto es el colmo del cinismo.2 

 

Comencemos, pues, con un breve análisis histórico, tratando de responder a la pregunta: ¿Podía la OTAN evitar la guerra? O más bien, ¿por qué la OTAN no evitó la guerra?  
 

Como consecuencia del proceso que condujo al colapso de la Unión Soviética, el Pacto de Varsovia se disolvió el 31 de marzo de 1991. El Pacto de Varsovia fue una alianza militar creada el 14 de mayo de 1955, en la capital que le dio nombre, por la Unión Soviética, Albania, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumanía, la República Democrática Alemana y Checoslovaquia. Fue fundado como respuesta de la Unión Soviética y sus aliados a la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en abril de 1949, pero el hecho que provocó su creación de forma más directa fue la incorporación de Alemania Occidental a la OTAN el 6 de mayo de 1955, aumentando la tensión en la Guerra Fría. Tras la disolución de la Unión Soviética y el fin del Pacto de Varsovia, era de esperar que la OTAN también dejara de existir, o al menos que no pretendiera expandirse. Eso era lo que había sido acordado con Gorbachov. A pesar de los desmentidos por parte de Estados Unidos, documentos desclasificados de los propios Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Francia, publicados recientemente por la revista alemana "Der Spiegel" (véase la colección digitalizada del "National Security Archive" de la Biblioteca Gelman, de la Universidad George Washington), confirman la versión defendida por Gorbachov: hubo un compromiso por parte de las potencias occidentales de que la OTAN no se expandiría hacia el Este tras la disolución del Pacto de Varsovia.3 “La OTAN no se extenderá ni formal ni informalmente hacia el Este", dice uno de los documentos, citando al diplomático Raymond Seitz, representante de Estados Unidos en las reuniones celebradas con el jefe de Estado soviético para discutir la reunificación alemana. Pero, como tantas veces en el pasado, Occidente no cumplió su compromiso. Tras la desintegración de la URSS y la desaparición del Pacto de Varsovia, su homólogo occidental, la OTAN, no se disolvió ni dejó de avanzar hacia el Este. Hans Köchler en su artículo Power and World Order”, publicado en “Current Concerns, en febrero de 2022, evoca la Carta constitutiva de la OTAN, donde se define la misión de la organización como siendo la defensa colectiva, en consonancia con el artículo 51 de la Carta de la ONU. Sin embargo, prosigue Köchler,  
 

A pesar de haber perdido su razón de ser como alianza de autodefensa colectiva, la OTAN se reinventó como instrumento de intervención global para el autoproclamado vencedor de la Guerra Fría. Para ocultar la transición del concepto defensivo y regional del Tratado del Atlántico Norte (de 1949) a una alianza ofensiva con un mandato global, se acuñó el eufemismo de "operaciones de respuesta a la crisis", que no forma parte del artículo 51.4 
 

La OTAN, que había tenido una actuación bastante limitada durante la Guerra Fría, sobre todo si se compara con lo que ocurrió después, inició una agresiva cooptación de las antiguas repúblicas soviéticas, en sucesivas oleadas de expansión. Además de incorporarse a la OTAN, varios de los nuevos miembros pasaron a albergar bases militares estadounidenses, algunas preexistentes, inclusive construidas por la URSS, otras creadas después de la incorporación a la organización.  
 

Veamos cómo se fueron dando las incorporaciones:  
 

- En 1999 ingresaron a la OTAN la República Checa, Hungría y Polonia. 

- En 2004 lo hicieron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia.  

- En 2009, Albania y Croacia. 

- En 2017, Montenegro. 

- En 2020, Macedonia del Norte. 

 

En 2021, la Reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN, celebrada en Bruselas en junio, emitió un Comunicado Final que confirmaba oficialmente la aspiración de Bosnia y Herzegovina, Georgia y Ucrania de convertirse en miembros de la OTAN. En lo que respecta específicamente a Ucrania, el comunicado afirmaba que 
 

La OTAN reitera la decisión adoptada en la Cumbre de Bucarest de 2008 de que Ucrania se convertirá en miembro de la alianza con el Plan de Acción para la Adhesión (MAP) como parte integrante del proceso. (...) Seguimos apoyando firmemente el derecho de Ucrania a decidir su propio futuro y su política exterior sin injerencias externas. Los Programas Nacionales Anuales de la Comisión OTAN-Ucrania siguen siendo el mecanismo mediante el cual Ucrania impulsa las reformas relacionadas con su aspiración de ingresar en la OTAN. 

 

El concepto de indivisibilidad de la seguridad 

 

Ante la continua expansión de la OTAN y la declaración explícita de Bruselas de 2021 dando la bienvenida a Georgia y, sobre todo, a Ucrania como aspirantes oficiales a la adhesión a la OTAN, Rusia colocó el tema de la "seguridad", o mejor, de la "indivisibilidad de la seguridad", en la agenda de debate internacional. Este concepto fue acuñado mucho antes del conflicto actual. Y no por Rusia. Surgió en el marco de los trabajos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la mayor organización regional intergubernamental del mundo centrada en la seguridad.  

 

Con estatus de observador en las Naciones Unidas y secretaría en Viena, la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) fue fundada en Helsinki (Finlandia) en 1975, en plena Guerra Fría, como foro multilateral de diálogo y negociación entre Oriente y Occidente. El Acta Final de la reunión definía el compromiso de los jefes de gobierno de los países firmantes para construir la paz y fomentar la cooperación, reconociendo el carácter indivisible de la seguridad en Europa.5 En otras palabras, tanto los líderes occidentales como los soviéticos estaban de acuerdo en que sólo era posible hablar de "seguridad" si todos los Estados miembros se sentían seguros. Por lo tanto, este equilibrio era vital para la preservación de la paz y la propia seguridad colectiva. La Unión Soviética fue uno de los firmantes del documento final, al igual que Estados Unidos, Reino Unido y Francia, entre otros.  
 

Hasta 1990, la CSCE funcionaba sin una estructura formal, con conferencias de los Estados miembros. Con el fin de la Guerra Fría, la situación en Europa cambió y la CSCE también. A partir de noviembre de 1990, durante la cumbre celebrada en París, convocada para aprobar la reunificación alemana, y sobre todo tras el fin de la Unión Soviética, la organización entró en un proceso de reorganización. Ya no se centra en el diálogo y la cooperación Este-Oeste, sino en otros problemas relacionados con la seguridad, como el control de armas y el terrorismo. En 1992, la organización adoptó instituciones permanentes y comenzó a desarrollar capacidades operativas. Y en 1994 cambió su nombre por el de Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Rusia sustituyó a la URSS en la organización, que hoy cuenta con 57 Estados miembros, en su mayoría europeos, pero también algunos asiáticos, además de la participación de Estados Unidos y Canadá. Integran la OSCE países de Europa Occidental miembros de la OTAN y también Rusia, hecho que la transforma en un espacio idóneo para el diálogo y las negociaciones diplomáticas, incluso en temas que podrían generar desconfianza mutua. 
 

A pesar de todos los cambios, el concepto de indivisibilidad de la seguridad siguió formando parte de los compromisos de la OSCE y las referencias a él permanecieron en sus documentos. En 2010, el secretario general de la organización, el diplomático y juez francés Marc Perrin de Brichambaut (2005-2011), recordó ese compromiso durante un seminario celebrado en la Academia Diplomática de Viena en febrero. Organizado por la Escuela de Defensa de la OTAN, el tema del evento era precisamente "La indivisibilidad de la seguridad euro-atlántica". En su conferencia, Brichambaut afirmó que, en la historia de la CSCE y la OSCE, la "indivisibilidad de la seguridad" había sido concebido como un concepto entrelazado con otros dos: la "seguridad cooperativa", que como su nombre indica, se refiere a la necesidad de cooperación entre los Estados, y la "seguridad integral", de carácter amplio, que incluye desde aspectos político-militares, económicos y medioambientales hasta sociales, todos ellos igualmente importantes para la seguridad. Recordó, también, que, desde la firma del Acta Final de Helsinki, los Estados participantes reconocían la importancia de la indivisibilidad de la seguridad en Europa y que, a lo largo de la historia de la CSCE, esto implicaba que la seguridad de cada Estado estaba umbilicalmente ligada a la seguridad de todos los demás. "En otras palabras: la cooperación es beneficiosa para todos los Estados participantes, mientras que la inseguridad en o de un Estado miembro puede afectar el bienestar de todos", dijo. Y fue aún más contundente, afirmando que estos tres conceptos han sido reiterados, conjuntamente, por los Estados miembros a lo largo del tiempo. En 1990, la Carta de París para una Nueva Europa declaró que "la seguridad es indivisible y la seguridad de cada Estado participante está inseparablemente ligada a la de todos los demás". La Carta para la Seguridad Europea, firmada en 1999 en Estambul6, fue diseñada expresamente para contribuir a la formación de un espacio de seguridad común e indivisible en el área de la OSCE. (...) Y la Estrategia de Maastricht de 2003 para hacer frente a las amenazas a la seguridad en el siglo XXI confirmó que la definición hecha por la OSCE "de la indivisibilidad de la seguridad como concepto multidimensional, global y cooperativo" era adecuada para hacer frente a los retos de seguridad del nuevo siglo.7 
 

En la conferencia, Brichambaut preguntó: "Si la importancia de este concepto ha sido ratificada tantas veces, ¿cuál es la razón para tener que volver a discutirlo?" Él mismo respondió: que era necesario discutir el concepto a la luz de la ampliación de la OTAN y de la Unión Europea. “¿Estos dos procesos ponen en peligro el concepto tan defendido por la OSCE de la indivisibilidad de la seguridad?”, volvió a preguntar.  
 

En su calidad de secretario general de la OSCE era previsible que Brichambaut no criticara abiertamente la expansión de la OTAN. Pero reconoció que las diferentes interpretaciones del concepto de "indivisibilidad de la seguridad" habían provocado la fragmentación de la organización. Por lo tanto, dijo, "no podemos tener miedo de un debate honesto al respecto". Concluyó diciendo que ese debate era necesario para reconstruir la "confianza mutua entre los miembros".8 La advertencia fue clara y directa: las reivindicaciones rusas debían ser escuchadas y respetadas, para que Moscú pudiera confiar en la alegación de la OTAN de que sus planes no suponían una amenaza para la seguridad de Rusia.  
 

La primera vez que el presidente Putin expresó abiertamente sus temores sobre el tema fue en la Conferencia sobre Seguridad en Europa, realizada en 2007 en Múnich. En su discurso, Putin recordó que "la seguridad internacional comprende mucho más que cuestiones relacionadas con la estabilidad militar y política, implica la estabilidad de la economía mundial, la superación de la pobreza, la seguridad económica y el establecimiento de un diálogo entre civilizaciones". Y citó al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, cuando en la víspera del estallido de la Segunda Guerra Mundial advirtió: "Si la paz se rompe en algún lugar, la paz de todos los países, en todas partes, estará en peligro". Putin dijo que había llegado un momento decisivo “en el que debemos reflexionar seriamente sobre la arquitectura de la seguridad mundial. Debemos seguir buscando un equilibrio razonable entre los intereses de todos los participantes de la comunidad internacional”, enfatizó.9 

 
Pero la negociación en torno de una nueva arquitectura de seguridad global que pudiese asegurar el equilibrio, la seguridad de todos los miembros de la comunidad internacional no se produjo. 
 

En este contexto, además de la expansión de la OTAN, otras cuestiones comenzaron a orbitar en torno a la cuestión de la indivisibilidad de la seguridad. Una de ellas fue la retirada de Estados Unidos de los tratados que controlaban la proliferación de armas de agresión y ataque. Era el caso del Tratado de Misiles Anti-balísticos (TMA), firmado entre Washington y Moscú en 1972, del que Estados Unidos se retiró en 2002, alegando que era una reliquia de la Guerra Fría. El presidente George W. Bush y otros altos representantes del establishment estadounidense, ya implicados en la guerra de Afganistán, consideraron el tratado como el único obstáculo para implementar una de sus prioridades: la construcción de un sistema de defensa anti-misiles. Después de haber sido la "piedra angular de la estabilidad estratégica" en la Guerra Fría, porque facilitó acuerdos posteriores que limitaron y redujeron los arsenales nucleares estratégicos de EEUU y de la URSS, la retirada de Washington del tratado rompió otro marco legal que respaldaba la "indivisibilidad de la seguridad". En respuesta, Rusia pasó a considerarse libre de los compromisos impuestos por otras iniciativas que le impedían continuar la modernización y ampliación de su arsenal. La carrera armamentista entró en una peligrosa espiral cuyos riesgos y consecuencias son ahora claramente visibles.10 

 

Es imposible imaginar que Estados Unidos y la OTAN no eran conscientes de los riesgos de seguir desconociendo las exigencias de Rusia sobre la necesidad de una negociación sobre la seguridad en Europa. Como hemos visto, desde la conferencia de Putin en Múnich en 2007, Rusia venía insistiendo en la necesidad de un debate conjunto con la OTAN y con Estados Unidos sobre la "indivisibilidad de la seguridad". El propio secretario de la OSCE había afirmado en 2010 que era necesario implementar ese diálogo. Y a él se fueron uniendo muchas otras voces. Recordemos la famosa declaración de Henry Kissinger en 2014, tras los trágicos acontecimientos que acabaron con el golpe de Estado y la deposición del presidente Víktor Yanukóvich. "Ucrania no debería entrar en la OTAN".11  
 

La exigencia rusa se volvió más enfática desde que una enmienda a la propia Constitución ucraniana pasó a consagrar la integración a la OTAN. El 7 de febrero de 2019, el Parlamento ucraniano aprobó, por 335 votos a favor (en 450), varias alteraciones en la Constitución, que ya en el Preámbulo pasó a afirmar "la identidad europea del pueblo ucraniano y la irreversibilidad del rumbo europeo y euro-atlántico de Ucrania". La nueva redacción del parágrafo 5 del artículo 85 establece ahora que el Parlamento debe implementar "el camino estratégico del Estado hacia la plena adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte". Y el artículo 102 define que el presidente es "quien da garantía de la aplicación del curso estratégico del Estado hacia la plena adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte". O sea, no interesa quien ocupa la presidencia, la obligación del titular del cargo es encaminar al país en esa dirección, por determinación de la Carta Magna. 

 

Estas enmiendas en la Constitución ucraniana y el hecho de que la OTAN haya definido en la Declaración de Bruselas de 2021 que Georgia y Ucrania habían sido acogidas como aspirantes oficiales a ingresar en la organización, llevaron a Moscú a exigir de Washington y de la OTAN una negociación tendiente a la firma de un acuerdo con Rusia sobre la seguridad en Europa. En ese acuerdo debía constar de forma explícita el compromiso de no incorporar a Ucrania a la OTAN. Sin ese acuerdo, la seguridad del territorio ruso estaría en peligro. Esta fue la principal exigencia de Moscú para una solución diplomática a las tensiones en Ucrania, además de la aplicación de los acuerdos de Minsk. 
 

Como es sabido, el Tratado de Minsk fue firmado en la ciudad del mismo nombre, capital de Bielorrusia, el 5 de septiembre de 2014, a partir de una mediación europea, llevada adelante por la OSCE. El llamado Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, compuesto por representantes de Ucrania, Rusia y la propia OSCE, negoció las cláusulas de los tratados con los representantes de las regiones secesionistas de Donbass, es decir, Donetsk (República Popular de Donetsk - DNR), y Lugansk (República Popular de Lugansk -LNR). La negociación definió las diferentes iniciativas que pondrían fin al conflicto en el este de Ucrania, entre las cuales estaba el reconocimiento de la autonomía de esas regiones.  
 

Los tratados fueron refrendados por el Consejo de Seguridad de la ONU pero los compromisos no fueron implementados y los combates en el este de Ucrania continuaron. El fracaso en la implementación de lo negociado se debió principalmente a la falta de voluntad política mostrada por el gobierno de Kiev de reconocer la autonomía de la región de Donbass (la aplicación de la "Ley sobre el estatuto especial de las regiones de Donetsk y Lugansk"), alegando discrepancias con respecto a la cuestión de las fronteras que debían reconocerse. Como consecuencia, el conflicto continuó, pero cayó en el olvido de los principales medios de comunicación, que desconocieron la gravedad de los enfrentamientos, y los dirigentes europeos permanecieron inertes, mismo habiendo sido partícipes de la negociación, a través de la OSCE – y por lo tanto, de alguna forma co-responsables por la implementación de lo acordado. En consecuencia, más de 14 mil personas perdieron la vida en la región del conflicto, según organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, desde 2014 hasta febrero de este año, cuando Rusia decidió intervenir. 

 

Las razones más profundas de la crisis: la alianza estratégica China-Rusia  
 

Vivimos tiempos difíciles. El alcance de las transformaciones en curso y la dirección que tomarán sólo podrán ser descifrados por los historiadores del futuro. Pero ya se puede afirmar que el actual conflicto en Ucrania forma parte de un escenario geopolítico cuyo análisis es imprescindible para interpretar sus causas más profundas y tratar de imaginar vías de salida.  
 

Este conflicto es una de las expresiones de una lucha de poder en la que una potencia hegemónica, Estados Unidos, reacciona ante los desafíos que le plantean (o que interpreta que le plantean) las potencias emergentes. Con el fin de la Guerra Fría y el desmembramiento de la Unión Soviética, la nueva conformación política internacional indicaba el surgimiento de un mundo unipolar, con Estados Unidos como potencia hegemónica. Era el "fin de la historia", la victoria definitiva del capitalismo en su versión neoliberal, sobre el socialismo.  
 

Algunos analistas afirman hoy que el drama de una nueva guerra en suelo europeo es la peor tragedia que le ha ocurrido al mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Al hacerlo, "olvidan" que, como potencia hegemónica de ese mundo unipolar, con el espacio post-soviético sumido en una profunda crisis, Estados Unidos y sus socios de la OTAN bombardearon Yugoslavia durante la Guerra de Kosovo, de 24 de marzo a 10 de junio de 1999 (la primera iniciativa de agresión a un miembro de la ONU por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte sin la aprobación del Consejo de Seguridad). “Olvidan” también que menos de un mes después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, George Bush declaró la "guerra contra el terrorismo" e introdujo el concepto de "ataque preventivo". A partir de entonces, Estados Unidos podía intervenir (¡y lo hizo!) en cualquier ocasión en que su seguridad se viera presuntamente amenazada. La que pasó a ser llamada de "Doctrina Bush" defendió así la legitimidad del ataque preventivo estadounidense e impuso la idea de que "los que no están con nosotros están contra nosotros". George Bush dejaba de lado algunas de las tradiciones de la política exterior estadounidense como la Doctrina Truman (de contención del comunismo)12 y la Doctrina Reagan (de "apoyo a los luchadores por la libertad"), en las que, al menos en el discurso, la iniciativa del ataque no correspondía al gobierno estadounidense; éste sólo reaccionaba a la intervención iniciada por algún otro actor.  
 

La Doctrina Bush amplió la práctica de no respetar la Carta de las Naciones Unidas para abrazar decisivamente el derecho a la iniciativa de la intervención militar unilateral. El marco jurídico surgido de la Segunda Guerra Mundial, con las Naciones Unidas como su expresión más refinada, fue siendo minado progresivamente hasta caer en un descrédito casi absoluto. Las diversas guerras del siglo XXI, en las que el pretexto principal fue el combate al terrorismo, encajan en este contexto. Citemos las intervenciones "preventivas" de Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN en Afganistán (sin ninguna prueba en cuanto a las responsabilidades del 11 de septiembre), Irak, Libia, Siria, a las que se añaden las "guerras por delegación" (proxi wars), en las que Estados Unidos entrena a mercenarios, proporciona armas e información de sus servicios de inteligencia, ofrece el conglomerado de medios de comunicación a su servicio para enmascarar o incluso omitir graves violaciones de los derechos humanos, etc., como bien saben los palestinos, yemeníes, sudaneses, somalíes, malienses y muchos otros pueblos del mundo.  

 

Sin abandonar totalmente esos objetivos, las prioridades de la estrategia de seguridad estadounidense empezaron a cambiar durante la administración Obama (2009-2017) cuando surgió el concepto de "Reequilibrio Estratégico" (Strategic Rebalancing o Strategic Pivot). Este reequilibrio exigía la reducción progresiva de las fuerzas militares en Irak y Afganistán para permitir una mayor presencia en la región de Asia-Pacífico. La lucha contra el terrorismo daba paso a la contención de China. (Pero esto no impidió que el balance de los dos mandatos de Barak Obama fuera uno de los más sangrientos de las últimas décadas para el Sur Global y en particular para el Medio Oriente.) La búsqueda del "reequilibrio estratégico" demostró que el establishment estadounidense estaba atento al cambio de escenario. A principios del siglo XXI el eje principal de la dinámica transformadora se desplazaba hacia el Este, proyectando el surgimiento de un mundo multipolar, con Rusia y China como actores de destaque. Ambas naciones estaban definiendo una ambiciosa asociación política, económica, tecnológica, diplomática e incluso militar, con importantes proyecciones en Eurasia.  
 

Al mismo tiempo, varios indicadores mostraban un progresivo declive de Occidente. Esto significaba que el orden internacional trazado tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con las instituciones de Bretton Woods como herramientas clave, y en particular la superioridad de Estados Unidos pos Guerra Fría, basada en el trípode economía, tecnología y poder militar, comenzaban a ser cuestionados. 

 

En relación con la economía, por ejemplo, el propio Fondo Monetario Internacional reconoció a principios de 2020 que el PIB de China en Paridad del Poder de Compra (PPC) era un 37% superior al de Estados Unidos. La importancia de utilizar la Paridad del Poder de Compra radica en que este indicador elimina las distorsiones –diferentes tipos de cambio, costo de vida, etc. – y permite comparar dos economías midiendo adecuadamente la capacidad productiva real de cada una.  
 

En el campo de la tecnología y la investigación, China también ha avanzado rápidamente. En el artículo "El declive del poder de Estados Unidos y el futuro de la gestión de conflictos después de Covid", publicado en 2020, Stergios Skaperdas, profesor de Economía de la Universidad de California, afirma que el Índice Nature (natureindex.com), que tiene en cuenta solo los artículos publicados en las revistas científicas más prestigiosas, mostró un avance muy rápido de la productividad científica de China: en 2012, era el 24% de la de Estados Unidos, pero en 2019 ya era el 67%. "Este es probablemente un nivel mucho mejor que el alcanzado por la Unión Soviética en relación con Estados Unidos", añade. Y arriesga a decir que "en disciplinas como la informática y la Inteligencia Artificial, China probablemente esté incluso mejor clasificada".13 Si pensamos en el ambicioso proyecto "Cinturón y Ruta" o "Nuevas Rutas de la Seda", como prefiere llamarlo la prensa occidental, China muestra su capacidad para diseñar, producir y financiar proyectos que implican el dominio de tecnologías sofisticadas, implementadas a gran escala, en contextos sociales y geográficos diversos. Con este proyecto, China lidera la inversión extranjera, apoyada por el hecho de que los tres bancos más importantes del mundo son chinos. 
 

En el frente interno, China también ha alcanzado objetivos ambiciosos, en primer lugar, la eliminación de la pobreza extrema. En febrero de 2021, el presidente chino Xi Jinping anunció que su país había logrado erradicar la pobreza extrema en ocho años. "Es una victoria completa que pasará a la historia. Según los criterios actuales, toda la población rural pobre, de 98,99 millones, ha salido de la pobreza", dijo. Erradicar la pobreza extrema en 2021 era una de las metas del proyecto denominado "Iniciativa Global China 2049". A través de la planificación estratégica, este plan define los objetivos de los distintos sectores y debe estar totalmente implementado en 2049, cuando el país celebrará el centenario de la revolución liderada por Mao.  

 

Hemos visto los avances de China en el terreno económico y tecnológico. En el frente militar, Estados Unidos ha mantenido su superioridad en mar, tierra y aire en todo el mundo. Pero, algunos elementos cuestionan esa primacía. Incluso si fuese posible prescindir de los "efectos colaterales" de las intervenciones estadounidenses en las dos primeras décadas del siglo XXI, y utilizando su propia lógica, los resultados militares tenderían a mostrar más fracasos que victorias. La retirada de Afganistán fue caótica y vergonzosa, la intervención en Irak un desastre, limitados los resultados obtenidos en Siria y Libia vive hoy la desintegración completa, con reflejos desestabilizadores en toda la región del Sahel y más allá, por no mencionar los costos futuros de todas esas agresiones, debido a los resentimientos generados.  
 

Mientras tanto, en Eurasia se está produciendo un proceso muy potente de integración económica, liderado por China, con avances en el terreno político, social e incluso militar. La Organización de Cooperación de Shanghai, la Unión Económica Euroasiática y otras iniciativas como el Foro Económico Oriental, sumadas al proyecto "Cinturón y Ruta", están impulsando el comercio intra-asiático y permitiendo viabilizar proyectos de envergadura en el terreno de la energía, la infraestructura, las comunicaciones y la tecnología que están cambiando rápidamente toda la región.  
 

En este contexto, hay que analizar la creciente cooperación entre Rusia y China, reforzada año tras año desde principios del siglo XXI. La expansión del comercio bilateral y los importantes acuerdos firmados en áreas estratégicas como la energía y la seguridad son algunos de los resultados tangibles de esta asociación. El punto de inflexión en las relaciones bilaterales entre ambos países fueron las maniobras militares, realizadas en el marco de la "Misión de Paz 2005", y la Declaración Conjunta China-Rusia para el Siglo XXI ("Orden Mundial en el Siglo XXI"), firmada en Moscú en julio de 2005, durante las celebraciones del 60º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Interpretada como una clara reacción a la Doctrina Bush, la Declaración Conjunta advertía que Moscú y Beijing rechazarían cualquier intento de injerencia de "fuerzas extranjeras" en la región y se opondrían a cualquier imposición de "modelos de desarrollo político y social desde el exterior". Desde 2013, cuando Xi Jinping asumió la presidencia de China, se ha establecido un nuevo nivel en las relaciones bilaterales y se ha consolidado incluso una sólida relación a nivel personal entre los dos presidentes, Xi y Putin. Documentos conjuntos posteriores han definido las relaciones entre ambos países como una “asociación estratégica”. 
 

La declaración conjunta más reciente de China y Rusia, titulada significativamente "Entrando en una nueva era", fue divulgada en febrero de este año durante la visita del presidente Putin a Beijing con motivo de los Juegos Olímpicos de Invierno. Rusia y China reafirman su rechazo a las "revoluciones coloridas", en alusión a las manifestaciones que se produjeron en varios países con financiación de los servicios de inteligencia occidentales en el marco de la llamada "guerra híbrida" y denuncian que "ciertos Estados, alianzas y coaliciones militares y políticas pretenden obtener, directa o indirectamente, ventajas militares unilaterales a costa de la seguridad de otros". Afirman que ambas partes "se oponen a la ampliación de la OTAN", hacen un llamamiento a la Organización del Tratado del Atlántico Norte "para que abandone las estrategias ideologizadas de la Guerra Fría (...) y adopte una actitud justa y objetiva hacia el desarrollo pacífico de otros Estados". De forma aún más directa, si pensamos en el conflicto de Ucrania que estallaría unos días después, el documento también dice que China "se solidariza y apoya las propuestas presentadas por la Federación Rusa para crear garantías de seguridad jurídicamente vinculantes a largo plazo en Europa". Una declaración como ésta en un documento publicado el pasado 4 de febrero no deja dudas sobre la convergencia de análisis entre Rusia y China sobre los riesgos en el escenario europeo. 

 

Por su parte, Rusia se muestra solidaria con las preocupaciones chinas sobre la seguridad en la región del Pacífico. El documento afirma que Rusia y China "se oponen a la formación de bloques en la región Asia-Pacífico" y permanecen atentas al "impacto negativo" de la estrategia de Estados Unidos en la región Indo-Pacífico para la paz y la estabilidad regionales. Añade la declaración que Rusia y China han realizado esfuerzos constantes para construir un "sistema de seguridad equitativo, abierto e inclusivo en la región de Asia-Pacífico, buscando promover la paz, la estabilidad y la prosperidad”. Por último, es importante destacar que en todas las declaraciones recientes China y Rusia defienden un mundo multipolar, sin potencias hegemónicas.  
 

La lectura del escenario desde el establishment norteamericano 
 

Con estos antecedentes, vale la pena analizar algunos documentos elaborados y difundidos en Estados Unidos en los últimos años. Uno de ellos es de la Rand Corporation, "War with China. Thinking Through the Unthinkable", de 2016.14 La Rand Corporation es un think tank para la investigación y el estudio de la política internacional, creado en 1945 cuyo objetivo es alimentar al Departamento de Defensa de Estados Unidos con estudios y análisis que contribuyan a la toma de decisiones y a la definición de políticas tanto para el sector público como para el privado. Como el propio nombre del documento ejemplifica, se trata de un estudio de las condiciones que podrían llevar a Estados Unidos a una guerra con China y cuáles serían los costos y posibles resultados de esta confrontación para cada país. Una de las conclusiones es que "una guerra larga y feroz" con China es previsible, pero nada apunta a una victoria china, aunque los costos estimados son importantes para ambas partes.  
 

Otro documento a estudiar es la Estrategia Nacional de Defensa (NDS) de Estados Unidos de 2018, de la que sólo se ha hecho público un resumen. Este documento, elaborado durante la administración Trump, continúa el giro estratégico de la administración Obama. Afirma que, tras casi dos décadas de lucha contra el terrorismo, incluyendo las guerras de Afganistán e Irak, el Departamento de Defensa de Estados Unidos debe cambiar sus prioridades. "La competencia estratégica interestatal y no el terrorismo es ahora la principal preocupación para la seguridad nacional de Estados Unidos", dice el documento. Añade que "hoy en día, todos los dominios están en disputa: aire, tierra, mar, espacio y ciberespacio". Y cita nominalmente a China y Rusia como los principales retos para Estados Unidos. Tres son las medidas clave que la Estrategia de Defensa Nacional de 2018 establece para hacer frente al nuevo panorama: una Fuerza Conjunta más letal, resistente, rápida e innovadora, una constelación robusta de aliados y socios capaces de sustentar la influencia estadounidense para garantizar un equilibrio de poder favorable y un Pentágono más eficiente. 

 

Otros dos documentos recientes completan la visión de Estados Unidos sobre el escenario actual. El primero se llama "Guía Estratégica de Seguridad Nacional Provisional" (Interim National Security Strategic Guidance), publicado en marzo de 2021 por la Casa Blanca, con una introducción firmada por el presidente Joe Biden15. Bajo el título "El panorama de la seguridad mundial", el texto afirma que no se puede pretender que el mundo vuelva a ser "como era hace 75, 30 o incluso cuatro años". De ahí la necesidad de trazar, tanto en la política de seguridad exterior como en la interior, "un nuevo rumbo". Según la Casa Blanca:  

 

Debemos afrontar la realidad de que la distribución del poder en el mundo está cambiando, creando nuevas amenazas. China, en particular, se ha vuelto rápidamente más decidida. Es el único adversario capaz de combinar el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para desafiar de forma sostenida a un sistema internacional estable y abierto. Rusia sigue decidida a aumentar su influencia global y a desempeñar un papel destructivo en la escena mundial. Tanto Beijing como Moscú han invertido muchos esfuerzos en el estudio de los puntos fuertes de Estados Unidos para impedirnos defender nuestros intereses y los de nuestros aliados en todo el mundo.  
 

De un documento tan extenso, sólo es posible en este espacio mencionar algunos pasajes significativos. Veamos, por ejemplo, la afirmación de que para "promover una distribución favorable del poder y prevenir las amenazas de los adversarios de Estados Unidos, es necesario impedirles el acceso a los bienes comunes y a las regiones clave". Y esa región clave es Eurasia. 
 

Por último, citemos el documento “Nueva Disputa entre las Grandes Potencias: Consecuencias para la Defensa - Cuestiones para el Congreso" (Renewed Great Power Competition: Implications for Defense-Issues for Congress), elaborado por el Servicio de Investigación del Congreso, encargado de preparar la documentación de base para los debates del Parlamento. Publicado recientemente, el 1 de marzo de este año, el documento parte de las valoraciones ya citadas de la Casa Blanca (en el Interim National Security Strategic Guidance) y aporta elementos para el análisis del presupuesto encaminado por el presidente Joe Biden relativo a las capacidades militares de la OTAN en Europa. 
 

El resumen inicial afirma que "la aparición de la rivalidad de grandes potencias con China y Rusia ha alterado profundamente el debate sobre las cuestiones de defensa de Estados Unidos en relación a los análisis de la época de la pos-Guerra Fría". Reiterando documentos anteriores, señala que “las operaciones anti-terroristas y las operaciones militares estadounidenses en Oriente Medio dejaron de ser prioritarias. Ahora se hace hincapié en los aspectos relacionados con China y Rusia.” En otras palabras, "la prioridad adquirida por la disputa de las grandes potencias guiará todas las discusiones sobre la defensa, provocando incluso cambios organizativos a diferentes niveles". Se esperan cambios, según el documento, en el Departamento de Defensa, en el control de las armas nucleares y en la definición de las capacidades militares de Estados Unidos y sus aliados en la región Indo-Pacífico. En la era de la pos-Guerra Fría que se inició en los años 90, prosigue el documento, el mundo se mostraba unipolar (“con Estados Unidos como centro de este poder unipolar”); pero esta conformación fue cambiando a partir de 2006-2008 y en 2014 el escenario ya era diferente, “con China y Rusia desafiando a los Estados Unidos y al orden mundial liderado por ellos". Una prueba de este desafío seria "la profundización de la asociación estratégica entre China y Rusia, especialmente desde principios de 2022, como resultado de la invasión rusa a Ucrania". Haciéndose eco de las afirmaciones del documento de 2021 de la Casa Blanca, se insiste en la necesidad de inhibir el acceso de Rusia y China "a los bienes comunes y a las regiones clave". 

 

En ese sentido, el documento Renewed Great Power Competition: Implications for Defense-Issues for Congress afirma lo siguiente: 
 

Desde la perspectiva estadounidense de la gran estrategia y de la geopolítica, se constata que la mayor parte de la población, los recursos naturales y la actividad económica del mundo no se encuentran en el hemisferio occidental, sino en el otro hemisferio, especialmente en Eurasia. En respuesta a esta característica básica de la geografía mundial, los responsables políticos estadounidenses han optado en las últimas décadas por perseguir, como elemento clave de la estrategia nacional de Estados Unidos, el objetivo de impedir la aparición de hegemonías regionales en Eurasia.  
 

Es interesante el trecho siguiente:  

 

El objetivo de Estados Unidos de evitar la aparición de hegemonías regionales en Eurasia, aunque se mantiene desde hace tiempo, no es una cláusula permanente: es una opción política que refleja dos valoraciones: 

 

1. que, dada la cantidad de personas, recursos y actividad económica en Eurasia, una potencia hegemónica regional representaría una concentración de poder lo suficientemente grande como para amenazar los intereses vitales de Estados Unidos. 

 

2. que Eurasia no tiene un auto-control capaz de evitar la aparición de potencias hegemónicas regionales. Esto significa que no se puede contar con los países euroasiáticos para impedir, mediante sus propias acciones, la aparición de hegemonías regionales; por eso pueden necesitar la ayuda de uno o más países de fuera de Eurasia para enfrentar eficazmente este peligro. 
 

Es interesante comparar esta afirmación, por parte de Estados Unidos, en 2022, de que en Eurasia los países "no tienen auto-control" y deben ser ayudados y la afirmación de la Conferencia de Versalles, en 1919-20, un siglo antes, en la cual fueron definidos los rumbos de la pos-guerra. Según los vencedores de la “Gran Guerra”, reunidos para dictar las reglas de la paz, los países de Asia y África no tenían madurez suficiente como para gobernarse a sí mismos y, por tanto, las colonias no podían obtener la independencia, debían recibir "protección" -- de los países vencedores en la guerra, por supuesto, y fueron puestos bajo “protectorados” de Francia y del Reino Unido… En los días de hoy, según los Estados Unidos, el objetivo de evitar la aparición de "potencias hegemónicas regionales en Eurasia" le exige – así se afirma en el documento de marzo de este año -, la incorporación de "elementos de fuerza, capaces de permitir desplazamientos a través de grandes extensiones de espacio marítimo y aéreo, y de desarrollar operaciones a gran escala en Eurasia o en las aguas y el espacio aéreo que la rodean".  
 

***

¿Qué nos dicen estos documentos? Hay muchas interpretaciones y reflexiones posibles, pero ninguna de ellas nos permite entender que Estados Unidos se resigna a dejar de ser el centro de poder de un mundo unipolar. Y por no hacerlo, se prepara para la opción militar. Ya no se trata, como en la Guerra Fría, de un enfrentamiento ideológico que, obviamente, también contenía una disputa de poder. Hoy tenemos una rivalidad entre grandes potencias, la potencia declinante y las emergentes. Y aunque haya diferencias en relación con la situación que arrastró al mundo a la Primera Guerra Mundial, es posible establecer algunos paralelismos, sobre todo en lo que se refiere a lo que ha sido llamado por los historiadores un escenario de "paz armada". Así como el atentado del 28 de junio de 1914 en Sarajevo contra el heredero del Imperio Austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, acabó siendo el desencadenante de la "Gran Guerra" porque el escenario estaba preparado, cualquier acontecimiento fuera de control hoy en Ucrania podría derivar en un conflicto de otras proporciones. 
 

Una triste lectura del escenario actual sería constatar que la OTAN no ha actuado para evitar la guerra en Ucrania porque en la disputa de grandes potencias, tan estudiada por los estrategas estadounidenses, el desgaste y el debilitamiento de Rusia resultan útiles para deshacer la alianza estratégica con China; sería la primera etapa del enfrentamiento con la propia China, considerada el enemigo principal. En esta lectura, Ucrania y los ucranianos serían un "efecto colateral" al igual que muchos otros pueblos y países inmolados en el altar de la lucha por la supremacía conquistada por el poder de las armas.  
 

La necesidad de una negociación global 
 

De hecho, esta guerra en suelo europeo encaja tristemente en el proyecto de las sucesivas administraciones estadounidenses de las dos últimas décadas de enfrentarse a Rusia y China, definiendo a ambos países no sólo como adversarios, sino como enemigos a los que hay que derrotar. En los documentos de seguridad elaborados por Estados Unidos no se menciona la aceptación de un mundo multipolar, con responsabilidades compartidas, ni se discuten las vías diplomáticas como camino posible para la solución de eventuales diferencias. El establishment estadounidense hace hincapié en la preparación para la guerra, porque no admite que Eurasia, con su peso demográfico, su riqueza energética, sus tierras raras y sus otros minerales indispensables para las tecnologías de punta, pueda disponer de estas riquezas según sus propios intereses. Los documentos demuestran que para el establishment de Estados Unidos solo sus intereses estratégicos cuentan. 
 

Por esta misma razón es incomprensible el silencio europeo. Estados Unidos utiliza a Europa como espacio de confrontación para preservar sus intereses estratégicos y los líderes europeos están de acuerdo con ello o, si no lo están, se muestran incapaces de rebelarse. Otros estudiosos ya han mencionado que esta postura sólo habla de la falta de verdaderos estadistas en la Europa del presente. Hay una resignación a un papel servil, incluso a un precio muy alto, que puede implicar la propia destrucción de la economía y la infraestructura europea y los consiguientes sacrificios de sus pueblos. No es difícil arriesgar a decir que pronto ese precio será cobrado. 

 

Por otro lado, la maquinaria de propaganda y desinformación, sumada a las secuelas aún no superadas de la pandemia, dificultan una reacción enérgica de las masas a toda esta tragedia. Hace tiempo que la llamada "guerra cognitiva", antes llamada “la conquista de los corazones y las mentes”, se lleva adelante con un arsenal tecnológico muy sofisticado. Frente a la tragedia que ya está en marcha y a las que puedan venir, la sociedad civil global se mantiene mayoritariamente al margen, con importantes y honrosas excepciones. 
 

Una primera conclusión de todo este análisis es que las causas profundas del conflicto que actualmente tiene por escenario a Ucrania no se resolverán mediante negociaciones entre Moscú y Kiev. El diálogo tiene que involucrar a los verdaderos actores. La OTAN y los Estados Unidos no pueden estar ausentes. De hecho, no se trata de negociar la cuestión de Ucrania, o al menos la negociación no puede agotarse ahí, aunque efectivamente ese pueda ser el punto de partida. Es necesaria una negociación sobre las nuevas condiciones de seguridad global, porque el mundo efectivamente ha cambiado. Y los instrumentos forjados al final de la Segunda Guerra Mundial y los que fueron siendo sumados a posteriori, no consiguen dar respuestas a los desafíos actuales. 


 

1 “O Ocidente quis a guerra”, de David Mandel, publicado na revista virtual “Outras Palavras”, em 10/03/2022: https://outraspalavras.net/geopoliticaeguerra/ucrania-o-ocidente-quis-a guerra/

2 Ídem.

4 Ver el artículo “Power and World Order”, del Profesor Hans Köchler, publicado en “Current Concerns” de febrero de 2022. ISSN 1664-7963 (Sitio Web: www.currentconcerns.ch

8  Brichambaut fue electo juez del Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya en 2014, cargo que ejerce hasta los días de hoy. Allí podrá eventualmente juzgar a Putin, si la iniciativa del presidente ucraniano Volodymyr Zelenski de solicitar a ese Tribunal una investigación contra Rusia fuese atendida.
9 http://en.kremlin.ru/events/president/transcripts/24034

     10 John Rhinelander, asesor del Presidente Nixon y miembro de la delegación de Estados Unidos en la negociación del TAB, consideró la decisión de la administración Bush de retirarse del        tratado un "golpe fatal" para otros acuerdos, en particular para el Tratado de No-Proliferación Nuclear, hecho que podría llevar al mundo a una situación en que no existirían límites legales para la proliferación de armas nucleares.

12 La doctrina Truman fue delineada en un discurso del Presidente dirigido al Congreso, en marzo de 1947, en el marco de la Guerra Fría, en el cual él afirmó: Las Naciones Unidas fueron concebidas para tornar posible la libertad y la independencia duraderas para todos sus miembros. Pero no seremos capaces de realizar nuestros objetivos si no estamos dispuestos a ayudar a los pueblos libres a mantener sus instituciones libres y su integridad territorial contra agresiones que buscan imponer gobiernos totalitarios. Esto no, es más que un reconocimiento de que los regímenes totalitarios impuestos a los pueblos libres, por agresión directa o indirecta, minan los fundamentos de la paz internacional y, por lo tanto, la seguridad de los Estados Unidos. Ver: https://www.britannica.com/event/Truman-Doctrine

     15 Interim National Security Strategic Guidance - https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2021/03/NSC-1v2.pdf 

https://www.alainet.org/es/articulo/215169
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