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La paradoja ecológica de las economías digitales

El capitalismo y su paradigma de crecimiento económico nos han llevado a un límite planetario en el que no es factible reducir las emisiones de carbono con la rapidez necesaria. Quizá sea el momento de explorar críticamente el proyecto de decrecimiento.

16/11/2021
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 554: Tecnología y medio ambiente: Respuestas desde el Sur 02/11/2021

El avance de la potencia de la tecnología y la reducción de sus costes de fabricación han creado un ecosistema de tecnologías digitales interdependientes que sustentan la transformación digital. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) [1], este ecosistema evolucionará y seguirá impulsando el cambio económico y social en el futuro. En la actualidad, el ecosistema se sustenta en el internet de los objetos (IO), las redes inalámbricas de próxima generación (5G), la computación en la nube, el análisis de big data, la inteligencia artificial, el blockchain y la computación de alto rendimiento, aunque también es probable que las tecnologías que conforman la evolución del ecosistema cambien con el tiempo.

 

Se dice que tenemos ante nosotros una revolución. Sin embargo, es igual de fácil argumentar que parece una nueva evolución de lo mismo: el capitalismo ha encontrado una nueva vida con las tecnologías digitales. En una continuación de las prácticas extractivistas y colonialistas, esta vez las tecnologías digitales reclaman la experiencia humana como materia prima gratuita para traducirla en datos de comportamiento.

 

La nueva "revolución" se llama Cuarta Revolución Industrial y para las empresas que se benefician de ella, suena como una feliz revuelta. Ahora las empresas pueden explotar cada uno de nuestros pasos diarios sin siquiera depender de si encendemos o no nuestros dispositivos: las "ciudades inteligentes" y todos nuestros comportamientos mediados por los "dispositivos inteligentes" (IO) pueden ser convertidos en datos, procesados por múltiples empresas y vendidos en mercados de futuros comportamientos, que, más allá de los anuncios en línea dirigidos, se extienden a muchos otros sectores.

 

Pero las revoluciones exigen velocidad. Un sentimiento de urgencia contagia a los Estados aletargados que carecen de ideas para lograr un bienestar social masivo.  La iniciativa en políticas públicas la dicta ahora el sector privado que, como un soplo de ayuda, exige a los gobiernos que faciliten la "transformación digital". Es una situación en la que ambos ganan: las empresas privadas tendrán infinitas minas de datos (cada uno/a de nosotros/as) y los Estados podrán tener un aumento de la producción y, por tanto, mejores cifras de crecimiento.

 

El cambio climático como oportunidad de negocio

 

La transformación digital recibió un impulso inesperado y espectacular hace poco más de cinco años. El 12 de diciembre de 2015, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en París (COP21), las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) alcanzaron un acuerdo histórico para combatir la emergencia climática y acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible y bajo en carbono. La mitigación del cambio climático significa que hay que reducir el consumo de energía, principalmente mediante el establecimiento de un sistema de electricidad renovable.

 

El Acuerdo de París se refiere explícitamente a la innovación en el artículo 10, párrafo 5. Además, para aprovechar plenamente el potencial de las tecnologías climáticas, la CMNUCC afirma que es crucial innovar y utilizar "tecnologías revolucionarias" en otros ámbitos para mejorar nuestras vidas "como la nanotecnología, y las cadenas de bloques, el internet de las cosas y otras tecnologías de comunicación e información"[2]. La CMNUCC también nos recuerda que la innovación tecnológica debe ser inclusiva y equitativa para lograr el máximo impacto.

 

Según Rieger [3], en teoría, hay tres formas en que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) conducen a la desmaterialización (entendida como la disminución del uso de recursos). Por un lado, las TIC conducirían a la desmaterialización al sustituir los bienes materiales por los virtuales, por ejemplo, sustituir las copias físicas de los álbumes de música por copias digitales. Por otra parte, el sector de las TIC tiene un impacto medioambiental menor que muchos otros ámbitos. Dependiendo de los sectores económicos que desplace, su crecimiento podría reducir las emisiones totales del conjunto de la economía. En efecto, la sostenibilidad ha sido identificada como uno de los principales beneficios de la economía digital, especialmente en los procesos de fabricación, donde la asignación de recursos (productos, materiales, energía y agua) puede hacerse de forma más eficiente a partir de una gestión inteligente mediante diversas tecnologías.

 

Y, por último, el uso generalizado de estas tecnologías aumentaría la eficiencia energética y de recursos.  Además, según la Iniciativa Mundial sobre Cibersostenibilidad (GeSI), en un informe elaborado por la empresa privada Accenture, las TIC pueden permitir una reducción del 20% de las emisiones mundiales de CO2 para 2030, manteniendo las emisiones en los niveles de 2015: "Esto significa que podemos evitar potencialmente la disyuntiva entre prosperidad económica y protección del medio ambiente"[4].

 

La paradoja ecológica de la economía digital

 

No obstante, es fundamental comprender que los efectos beneficiosos de las TIC –reducir el consumo de energía y facilitar el cambio hacia las energías renovables– deben sopesarse con los efectos perjudiciales directos de nuestro cambio a una economía digital. Entre ellos están las emisiones debidas al aumento de la producción, del uso y de la eliminación de las TIC. En otras palabras, debemos considerar el coste material del imaginario etéreo de la digitalización.

 

Se reconoce que la evolución del ecosistema tecnológico que sustenta la economía digital va acompañada de un insólito aumento del consumo de energía; sin embargo, esta relación positiva entre digitalización y consumo de energía no se da en todos los países ni en todos los vectores energéticos.  Para hacer frente a estos retos fundamentales en los sistemas y dispositivos de telecomunicaciones, se ha desarrollado una visión holística denominada la "comunicación verde", que apuntar a aumentar la eficiencia energética en toda la escala de las redes de comunicación e informática[5]. Por ejemplo, hay esfuerzos para disminuir el consumo de energía en el despliegue de 5G y en los centros de datos, entre otras tecnologías.

 

Aunque la eficiencia energética lleva décadas de incremento en el sector de las TIC, las promesas de reducir el consumo de energía a través de la digitalización aún no se han justificado. Según un estudio reciente de Lange et al., "la digitalización echa por tierra sus propios potenciales" para reducir la demanda de energía[6].

 

Además, tal y como demuestran los resultados recientes sobre la desmaterialización y las TIC en Europa:

 

Si bien es probable que la desmaterialización se haya producido en sectores específicos de la economía –la digitalización de la música, los libros y las películas son ejemplos, así como el aumento del teletrabajo y las teleconferencias y la generalización de las compras en línea–, se trata todavía de un cambio limitado y no ha tenido un impacto en el consumo en su conjunto[7].

 

Esta paradoja producida por el aumento de la producción, uso y eliminación de las TIC también repercute directamente en la gestión de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), o residuos electrónicos. La miniaturización, la obsolescencia de los dispositivos y la mayor versatilidad de los mismos (por ejemplo, con la nueva generación de dispositivos compatibles con el 5G) han contribuido a la redundancia de los dispositivos más antiguos.  Según Forti et al.[8], por término medio, el peso total del consumo mundial de aparatos eléctricos y electrónicos aumenta anualmente en 2,5 millones de toneladas métricas, aun cuando se excluye los paneles fotovoltaicos. Además, en 2019, el mundo generó la sorprendente cifra de 53,6 Mt. de residuos electrónicos, lo que supone una media de 7,3 kg per cápita.

 

Un valor estimado de 57 mil millones de dólares de materias primas secundarias estaba presente (en total) en los RAEE generados en 2019. La minería urbana intenta recuperar los materiales secundarios y reducir el agotamiento de las materias primas primarias. Sin embargo, esto no siempre es viable, sobre todo porque produce contaminación en el aire, el agua y el suelo debido a los efluentes que emanan de las actividades de reciclaje, a menudo informales. Además, el diseño de los dispositivos para facilitar su posterior reciclaje sigue siendo un reto.

 

También hay que tener en cuenta los costes ecológicos de la extracción de materias primas para fabricar la nueva generación de dispositivos tecnológicos, incluidas las tecnologías verdes. Los conflictos políticos, medioambientales y culturales creados por el "extractivismo verde", que no hace sino ahondar la brecha económica entre los países desarrollados y los no desarrollados, deberían ser un serio indicador de los costes reales de la innovación y, lo que es más importante, de quién acaba pagando el precio.

 

El ser humano también forma parte de la paradoja ecológica en esta cadena extractivista. Cuanto más eficientes sean las tecnologías, más se explotará a los y las humanos como materia prima, ya que somos las fuentes del excedente del capitalismo de vigilancia. Los costes materiales de la digitalización van más allá del uso de los recursos naturales; también incluyen el extractivismo humano. Sin embargo, las consecuencias de esto en el medio ambiente están aún por examinar. Por ahora, se puede afirmar que, como parte del ciclo del capitalismo, la explotación de nuestros datos está en parte motivada por la promoción del consumo infinito en las economías digitales.

 

Tecnología para una transformación socioecológica igualitaria

 

En línea con los conceptos hegemónicos de la economía digital, la emergencia climática es una oportunidad de negocio más que una crisis sin precedentes producida por el Capitaloceno. Esto ha hecho que una visión neoliberal despolitizada domine las tecnologías actuales. Su diseño y despliegue buscan resolver problemas estructurales de sostenibilidad con pura eficiencia y productividad, alineándolas con políticas de austeridad. La lógica del extractivismo puro aplicada a las tecnologías es contraria a cualquier norma ética posthumana y allana el camino a horrores como el "apartheid climático".

 

En los tiempos urgentes del Capitaloceno, es imperativo crear tecnologías alternativas; pero en lugar de concebir los espacios de hackers o los emprendimientos de código abierto como intentos valiosos pero individuales que se tambalean en ausencia de un horizonte político, el desafío es que las tecnologías digitales se desplieguen en una configuración socioeconómica y socioambiental cualitativamente diferente que no sea sólo "menos de lo mismo". En este contexto, quizá sea el momento de explorar críticamente el proyecto de decrecimiento.

 

El decrecimiento es un proyecto de transformación socioecológica radical e igualitaria que pretende descolonizar el imaginario social de la búsqueda del crecimiento sin fin. Como afirman Mastini et al., el decrecimiento busca una reducción equitativa del rendimiento con la consiguiente garantía de bienestar[9].  Su hipótesis es que el PIB puede disminuir y, a pesar de ello, la calidad de vida puede mejorar. Desde esta perspectiva, el capitalismo y su paradigma de crecimiento económico nos han llevado a un límite planetario en el que no es factible reducir las emisiones de carbono con la rapidez necesaria. Además, basándose en la historia, el decrecimiento rechaza la idea de que el despliegue de las energías renovables sea suficiente por sí solo para desplazar a los combustibles fósiles en la producción de energía, dado que, por ejemplo, el descubrimiento del petróleo como fuente de energía no ha sustituido al carbón.

 

El paradigma del decrecimiento es aún incipiente y queda mucho por hacer, incluido el papel fundamental que deben desempeñar las tecnologías en él.  Por lo demás, la transición al decrecimiento debe planificarse como un esfuerzo planetario y participativo para evitar las desigualdades estructurales. Con todos sus infinitos desafíos, el decrecimiento puede ser un estímulo para que los tecnólogos, la sociedad civil, el mundo académico, los gobiernos y las empresas se alejen de la lógica extractivista y den forma a una economía digital sostenible.

 

La humanidad no tiene tiempo que perder. Si queremos sobrevivir como especie, necesitamos una innovación estructural. Necesitamos situarnos en un umbral diferente, donde humanos y no humanos, incluidas las máquinas inteligentes, puedan tener una convivencia solidaria ante los retos de un planeta que, nos guste o no, ya es irremediablemente diferente.

 

 

 

(Traducción ALAI)

Paz Peña es consultora independiente y activista en la intersección de la tecnología, el feminismo y la justicia social.

https://pazpena.com  paz@pazpena.com

 

[1] OECD. (2019). Going Digital: Shaping Policies, Improving Lives. OECD Publishing.

[2] UNFCCC. (2017). Technological Innovation for the Paris Agreement: Implementing nationally determined contributions, national adaptation plans and mid-century strategies. https://unfccc.int/ttclear/tec/brief10.html

[3] Rieger, A. (2020). Does ICT result in dematerialization? The case of Europe, 2005-2017. Environmental Sociology, 7(1), 64-75. https://doi.org/10.1080/23251042.2020.1824289

[4] GeSI. (2015). #SMARTer2030: ICT Solutions for 21st Century Challenges. https://smarter2030.gesi.org/downloads/Full_report.pdf

[5] Wu, J., Rangan, S., & Zhang, H. (2016). Green Communications: Theoretical Fundamentals, Algorithms, and Applications. CRC Press.

[6] Lange, S., Pohl, J., & Santarius, T. (2020). Digitalization and energy consumption. Does ICT reduce energy demand? Ecological Economics, 176. https://doi.org/10.1016/j.ecolecon.2020.106760

[7] Rieger, A. (2020). Op. cit.

[8] Forti, V., Baldé, C. P., Kuehr, R., & Bel, G. (2020). The Global E-waste Monitor 2020: Quantities, flows and the circular economy potential. UNU/ UNITAR – co-hosted SCYCLE Programme, ITU & ISWA. https://www.itu.int/en/ITU-D/Environment/Documents/Toolbox/GEM_2020_def.pdf

[9] Mastini, R., Kallis, G., & Hickel, J. (2021). A Green New Deal without growth? Ecological Economics, 179.d

https://www.alainet.org/es/articulo/214372
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