¿Permitirá la gente con armas que nuestro planeta respire?

El costo de la transición energética ha disminuido, debido al descenso del precio de las tecnologías y a los míseros pagos que cobran los países del Sur por las materias primas. Si se pagaran los costos reales la transición sería más cara, pero los países del Sur no dependerían del fondo climático.

08/11/2021
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Tal vez sea adecuado que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, haya llegado a Glasgow para la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) con ochenta y cinco automóviles a cuestas, meses después de haber declarado “soy un hombre de autos” (para más detalles sobre la catástrofe climática, véan nuestra Alerta Roja: Una sola Tierra). Solo tres países del mundo tienen más autos por persona que Estados Unidos, y estos países (Finlandia, Andorra e Italia) tienen una población mucho menor que EE. UU.

 

Justo antes de que Biden partiera hacia la cumbre del G20, su reunión con el Papa Francisco y la COP26, hizo que su administración presionara a los Estados productores de petróleo (OPEP+) para que “hicieran lo necesario en materia de suministro”, es decir, para que aumentaran la producción de petróleo. Mientras Estados Unidos presionaba a la OPEP+ para que aumentara la producción de petróleo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicaba un informe clave sobre las emisiones mundiales. El PNUMA señaló que los países del G20 son responsables de cerca del 80% de los gases de efecto invernadero mundiales y que los tres mayores emisores de carbono per cápita son Arabia Saudí, Australia y Estados Unidos. Dado que las poblaciones de Arabia Saudí (34 millones) y Australia (26 millones) son mucho más pequeñas que la de Estados Unidos (330 millones), es evidente que este país emite volúmenes de CO2 mucho mayores que estos otros dos: Australia representa el 1,2% de las emisiones mundiales de carbono, mientras que Arabia Saudí representa el 1,8% y Estados Unidos el 14,8%.

 

Antes de la reunión de Glasgow, lxs líderes del G20 se reunieron en Roma para concretar su propio enfoque frente a la catástrofe climática. El comunicado que surgió de esta reunión, la “Declaración de los Líderes del G20 en Roma“, fue tibio y utilizó términos como “avanzar”, “reforzar las acciones” e “incrementar”. Según el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés), a menos que se reduzcan las emisiones de carbono, es poco probable que se alcance el objetivo clave de no tener más de 1,5 grados centígrados de calentamiento en comparación con los niveles preindustriales. El IPCC señala que hay un 83% de probabilidades de alcanzar ese objetivo si se reducen las emisiones de carbono a 300 gigatoneladas desde ahora hasta el momento en que logremos una emisión neta de carbono cero (actualmente hay 35 gigatoneladas de emisiones anuales de CO2 procedentes de los combustibles fósiles). Sin embargo, las posibilidades se reducen a un 17% si solo podemos reducir las emisiones a 900 gigatoneladas. El IPCC sugiere que cuanto más rápido avance el mundo hacia las emisiones netas cero, más posibilidades habrá de evitar niveles catastróficos de calentamiento.

 

En la reunión de la COP21 de 2015 en París, ninguno de los países poderosos quiso siquiera pronunciar la frase “emisiones netas cero”. Ahora, gracias al trabajo de los informes del IPCC y a las campañas masivas en todo el mundo sobre la emergencia climática, los líderes que preferirían ser “hombres de automóviles” están forzados a pronunciar esa expresión. Aunque la necesidad de alcanzar un nivel cero de emisiones de carbono para 2050 está sobre la mesa desde hace algunos años, la declaración del G20 la ignoró y optó por la vaga formulación de que las emisiones netas deben terminar “a mediados de siglo o alrededor de esa fecha”. Tampoco se habló de las emisiones globales de metano, que son el segundo gas de efecto invernadero antropogénico más abundante después del CO2.

 

En los días previos a la reunión de la COP26, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, dijo: “Ha llegado el momento de dejar atrás los discursos vacíos, las promesas rotas y los compromisos incumplidos. Necesitamos que se aprueben leyes, que se apliquen programas y que las inversiones se financien rápida y adecuadamente, sin más demora”. Sin embargo, ha habido un retraso desde la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Retomando la Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente Humano celebrada en Estocolmo (1972), los países del mundo se comprometieron a hacer dos cosas: revertir la degradación del medio ambiente y reconocer las “responsabilidades comunes pero diferenciadas” de los países desarrollados y en desarrollo. Está claro que los países desarrollados —principalmente los occidentales, las antiguas potencias coloniales— han consumido mucho más de lo que les corresponde del “presupuesto de carbono”, mientras que los países en desarrollo no han contribuido tanto a la catástrofe climática y luchan por cumplir obligaciones básicas con sus poblaciones.

 

La fórmula de Río —responsabilidades comunes y diferenciadas— está presente en el Protocolo de Kioto (1997) y en los Acuerdos de París (2015). Se hicieron promesas, pero no se cumplieron. Los países desarrollados prometieron lo que empezó a llamarse “financiación climática”, tanto para mitigar los desastrosos resultados de la catástrofe climática como para cambiar la dependencia de la energía basada en el carbón por otras formas de energía. El Fondo Verde para el Clima se ha quedado muy por debajo del compromiso anual de 100.000 millones de dólares prometido en 2009. La reunión del G20 en Roma no llegó a ningún consenso sobre la falta de aportes para este Fondo; mientras tanto, es importante reconocer el marcado contraste de que, durante la pandemia, se desembolsó un total de 16 billones de dólares en estímulos fiscales entre marzo de 2020 y marzo de 2021, principalmente en los países desarrollados. Dada la improbabilidad de que se produzca un debate serio sobre la financiación del clima, es probable que la COP26 sea un fracaso.

 

Trágicamente, el proceso de la COP26 se ha visto envuelto en la trama de peligrosas tensiones geopolíticas, impulsadas en gran medida por Estados Unidos en su afán por impedir el avance científico y tecnológico de China. El carbón está en el centro del debate, con el argumento de que, a menos que China e India reduzcan sus centrales energéticas de carbón, no será posible reducir las emisiones de carbono. En septiembre, el Presidente de China, Xi Jinping, declaró en las Naciones Unidas que “China se esforzará por alcanzar el punto máximo de emisiones de dióxido de carbono antes de 2030 y lograr la neutralidad del carbono antes de 2060”; también afirmó que China “no construirá nuevas centrales de carbón en el extranjero”. Esta fue una declaración monumental, muy por delante de cualquiera de los compromisos asumidos por las otras grandes potencias mundiales. En lugar de basarse en este compromiso, el debate impulsado por Occidente ha consistido en gran medida en difamar a los países en desarrollo, incluida China, y culparlos de la catástrofe climática.

 

Analizando las evidencias del IPCC, el economista John Ross demostró recientemente que, según la propia propuesta de Estados Unidos de reducir las emisiones actuales en un 50-52% respecto a los niveles de 2005, el nivel de emisiones de CO2 per cápita del país seguiría representando el 220% del promedio mundial en 2030. Si EE.UU. alcanzara su objetivo, las emisiones de carbono per cápita del país en 2030 serían un 42% superiores a las actuales de China. EE.UU. ha sugerido que le gustaría ver una reducción del 50% de las emisiones en 2030; dado que tomaría como referencia los desiguales niveles actuales de emisiones, se le permitiría emitir 8,0 toneladas de CO2, a China le corresponderían 3,7 toneladas, a Brasil 1,2 toneladas, a India 1,0 toneladas y a la República Democrática del Congo 0,02 toneladas. Tal y como muestra Ross, las emisiones de CO2 per cápita de China son sólo el 46% de las de EE. UU., mientras que otros países en desarrollo emiten mucho menos (Indonesia, 15%; Brasil, 14%, India, 12%). Para más detalles, siga el Climate Equity Monitor [Monitor de Equidad Climática] elaborado por la MS Swaminathan Research Foundation y el National Institute of Advanced Studies (Bengaluru, India).

 

En lugar de centrarse en la necesaria transición energética, los países desarrollados han recurrido a una burda propaganda contra un puñado de Estados en desarrollo como China e India. El informe Making Mission Possible: Delivering a Net-Zero Economy [Hacer posible la misión: conseguir una economía con un nivel cero neto] de la Energy Transition Commission calcula que el coste de una transición será del 0,5% del PIB mundial en 2050, una cantidad insignificante comparada con las alternativas catastróficas, como la desaparición de varias pequeñas naciones insulares y el aumento de patrones climáticos extremadamente erráticos.

 

El costo de la transición ha disminuido debido al descenso del precio de las tecnologías clave (parques eólicos terrestres, células solares fotovoltaicas, baterías, etc.). Sin embargo, es importante reconocer que estos valores se mantienen artificialmente bajos debido a los bajísimos salarios pagados a lxs minerxs de los minerales y metales clave que alimentan estas tecnologías (como lxs minerxs de cobalto en la República Democrática del Congo) y a los míseros pagos de royalties que cobran los países del Sur por estas materias primas. Si se pagaran los costos reales, la transición sería más cara, y los países del Sur tendrían recursos para pagar el cambio sin depender del fondo climático.

 

El Instituto Tricontinental de Investigación Social estará en Glasgow junto con delegadxs de la Asamblea Internacional de los Pueblos. Estaremos en varios eventos para sondear el espíritu de los movimientos populares. En la conferencia, Nnimmo Bassey, de la Health of Mother Earth Foundation (Ciudad de Benin, Nigeria), y yo conversamos sobre la catástrofe. Bassey escribió un poderoso poema, “Volver a ser”, del que presentamos un fragmento aquí:

 

La batalla se libra

¿Quién debe engullir el presupuesto de carbono,

envolver a la Madre Tierra en interminables cúmulos de smog?

¿A quién le toca acumular la deuda climática?

¿Y a quién le toca ser esclavo del carbono?

Colonizar la biosfera

Aniquilar la etnósfera

Esperanzas trazadas en geografías coloniales de la muerte

Marcadas por deporte, con trampas y flotando en sangre.

 

 

El sueño se ha desvanecido, el gallo ha cantado,

El traidor busca una rama para imitar el movimiento del péndulo

Y uno o dos derraman una lágrima por la prensa

Mientras el halcón planea suavemente sobre los vientos del canto fúnebre buscando una presa desventurada

Los tambores fúnebres estallan por los bíceps pulsantes de dolor

Las flautas susurran un canto fúnebre largamente olvidado que emerge repentinamente de las profundidades de años de historias borradas

Mientras las hijas y los hijos de la tierra recogen trozos de colinas, ríos y bosques sagrados

La Madre Tierra despierta, abraza a sus hijos visibles e invisibles

Y finalmente los humanos vuelven a ser.

 

Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/cop26/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/214301?language=en
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