El espíritu de Carabobo superará el hedor de Monroe

Desde la primera victoria electoral de Chávez en 1998, Estados Unidos intentó descarrilar el proceso bolivariano. El hedor de Monroe pervive en la política estadounidense, mientras la resistencia venezolana se mantiene viva con el espíritu de Carabobo.

25/06/2021
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Batalla de Carabobo
Utopix (Venezuela)
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Queridxs amigxs,

 

Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

 

Hace 200 años, el 24 de junio de 1821, las fuerzas de Simón Bolívar vencieron al ejército real español en la batalla de Carabobo, unos 200 kilómetros al oeste de Caracas, Venezuela. Cinco días más tarde, Bolívar entró triunfante a Caracas. La fortaleza española de Cartagena y Puerto Cabello habían sido tomadas por el ejército libertador, haciendo imposible que España recuperara el poder. En Cúcuta, se reunió un congreso para redactar una nueva constitución y elegir a Bolívar como el presidente.
 

 

Bolívar, ahora a la cabeza de la República de la Gran Colombia (actualmente Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador), no descansaría. Se montó en su caballo y se dirigió al sur hacia Quito, donde todavía había fuerzas españolas, que acabarían siendo derrotadas el 24 de mayo de 1822 en la batalla de Pichincha. Tomaría otros dos años sacar por completo a las fuerzas españolas del hemisferio, pero la tendencia era inevitable. Carabobo había quebrado el espíritu imperialista de la monarquía española.
 

 

La monarquía española había perdido su control sobre América, pero pronto emergieron otras amenazas. El 2 de diciembre de 1823, el presidente de Estados Unidos, James Monroe, declaró ante el congreso que las Américas ya no eran dominio de las antiguas potencias europeas. Pero la Doctrina Monroe no implicaba que las diversas partes de las Américas, incluyendo la Gran Colombia, tengan soberanía. La Doctrina significaba que Estados Unidos podía comportarse en el hemisferio como si fuera un viejo poder imperial, una tendencia que se haría cada vez más clara a medida que mejoraba la tecnología militar estadounidense. Los objetivos de la Doctrina Monroe se hicieron evidentes de dos modos. Primero, por el comportamiento de EE. UU., cuyas fuerzas armadas intervinieron directamente en todo el continente, desde Perú (1835-36) hasta Guatemala (1885), Cuba y Puerto Rico (1898). Segundo, por el corolario a la Doctrina del presidente Theodore Roosevelt en 1904, que incluía el derecho de EE. UU. a actuar —en palabras de Roosevelt— como una “potencia policial internacional” en el hemisferio.


 

Bolívar comprendió la naturaleza de esta nueva amenaza. En su carta de 1829 al chargé d’affaires británico Patrick Campbell, Bolívar señaló que Estados Unidos “parecía predestinado por la Providencia a plagar América de miserias en nombre de la libertad”. Es por eso que convocó a un congreso en Panamá en 1826 para crear una plataforma de unidad política. Desafortunadamente, pocos Estados llegaron a Panamá. La unidad regional continuó como un sueño, pero uno que más tarde encontraría adherentes que intentaron hacerlo realidad.
 

 

En el siglo XXI, Hugo Chávez retomó el proyecto de unidad regional de las Américas. Acertadamente, a los procesos revolucionarios en Venezuela y Latinoamérica los llamó Revolución Bolivariana. “Lo que vemos en el periodo histórico entre 1810 y 1830 son las líneas generales de un proyecto nacional para América del Sur”, dijo Chávez. Este es el proyecto que Chávez desarrolló dentro de Venezuela y en la región, a través de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), ambos fundados en 2004.
 

 

Desde la primera victoria electoral de Chávez en 1998, Estados Unidos intentó descarrilar el proceso bolivariano. El hedor de Monroe pervive en la política estadounidense, mientras la resistencia venezolana se mantiene viva con el espíritu de Carabobo. Las vengativas sanciones  estadounidenses contra Venezuela, definidas específicamente para derrocar el bolivarianismo, continúan a pesar de la pandemia. El año pasado, la presión del Departamento del Tesoro de EE. UU. impidió que el Fondo Monetario Internacional diera acceso a Venezuela a sus propios fondos y a otro dinero de emergencia para la pandemia. Entre abril y mayo de 2021, Venezuela autorizó al banco suizo UBS a pagar al mecanismo COVAX 10 millones de dólares para comprar vacunas contra el COVID-19. El 7 de junio, COVAX escribió al gobierno venezolano para informar que UBS había bloqueado los pagos. Claramente, el banco sintió el gran peso de la política estadounidense en sus puertas.


 

En la reunión del G-7 en Gales, los siete gobiernos —desde Estados Unidos hasta Alemania— acordaron un lenguaje tibio para abordar el suministro de vacunas. Circularon por el mundo promesas de mil millones de vacunas, pero sin ninguna información específica; es bien sabido que las promesas hechas en las reuniones del G-7 rara vez se cumplen. El secretario general de la ONU, António Guterres, cuestionó al titular sobre los mil millones de vacunas. “Necesitamos más que eso”, dijo. “Necesitamos un plan de vacunación global”, lo que requiere de un aumento en la producción de vacunas y de “una fuerza de emergencia que garantice el diseño y luego la implementación de ese plan de vacunación global”.
 

 

Con ese objetivo, tres importantes voces de Asia, África y Latinoamérica —K. K. Shailaja (ex ministra de Salud de Kerala, India), Anyang’ Nyong’o (gobernador de Kisumu, Kenia) y Rogelio Mayta (ministro de Relaciones Exteriores, Bolivia)— se reunieron para escribir sobre internacionalismo de las vacunas. Presentaron tres propuestas:
 

 

    Eliminar las patentes de propiedad intelectual sobre las vacunas.

    Compartir el conocimiento sobre cómo producir las vacunas.

    Enfocarse en la desobediencia colectiva para invalidar los derechos de propiedad intelectual sobre las vacunas.
 

 

Para comprender el tercer aspecto es mejor ver sus propias palabras, imbuidas del espíritu de Carabobo:
 

 

Ya existen ciertas disposiciones para invalidar las protecciones de propiedad intelectual, por ejemplo, a través de la declaración de DOHA de la OMC de 2001. Sin embargo, los países han dudado en hacerlo debido al temor a las sanciones de ciertos gobiernos y a las represalias de las grandes farmacéuticas. Estudiaremos cómo podríamos introducir una legislación nacional para anular colectivamente las protecciones a la propiedad intelectual, introduciendo una amenaza creíble al monopolio farmacéutico actualmente en juego.
 

 

Hay dos elementos clave respecto a este punto sobre la desobediencia colectiva. Primero, reconoce la frialdad con que “ciertos gobiernos” impondrán sanciones a cualquiera que ose romper las ataduras de los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio o ADPICS, que benefician a las grandes farmacéuticas por sobre todo. Segundo, instala la valiente sugerencia de que las naciones del Sur Global encuentren los medios legales en sus países para dejar de lado la captura del conocimiento común por parte de las grandes farmacéuticas. Hay una pizca de realismo en esta última sugerencia. Sería mucho más potente si los países del Sur —especialmente los 25 Estados que gastan más en el servicio de la deuda que en su sistema sanitario— se articulen y creen un bloque para el internacionalismo de las vacunas.
 

 

Pero este tipo de solidaridad regional amplia no está fácilmente disponible en la actualidad, ya que las plataformas regionales y globales —incluyendo el Movimiento de Países No Alineados, que ya tiene 60 años— están considerablemente debilitadas. Fortalecer el regionalismo era precisamente el programa de Chávez y del movimiento bolivariano.


 

El regionalismo, como lo reconoció Chávez, no es meramente una plataforma de mercados e instituciones comunes para desarrollar los intereses de las empresas globales y las elites nacionales. Este es el tipo de regionalismo que define, por ejemplo, a la Unión Europea. Tampoco es suficiente desarrollar un regionalismo limitado por la ideología de la cultura, que ha prevalecido a menudo en los proyectos panárabes y panasiáticos.
 

 

El enorme poder de las empresas multinacionales produce la necesidad de tener ciertas barreras, que tal vez ya no pueden ser erigidas por los países de manera individual, ya que son vulnerables a sanciones y amenazas. Lo que se necesita es una plataforma más amplia, la unidad de continentes enteros o secciones del mundo que se nieguen a someterse a la autoridad del G-7 o de esta o aquella empresa multinacional. Un regionalismo de este tipo no significa meramente la unidad de una serie de países en un continente; requiere que el poder estatal en ciertos países claves esté en manos de la clase trabajadora y el campesinado. Solo un gobierno apoyado por la fuerza de las masas tendrá la fortaleza de enfrentarse a la autoridad y el poder de “ciertos gobiernos”, como dicen Shailaja, Nyong’o y Mayta con cuidado.


 

Mientras Bolívar estaba en su lecho de muerte en Santa Marta (actualmente Colombia), su doctor le leía los periódicos franceses. Se encontraron con una canción que habían cantado los partisanos de la Revolución de Julio de 1830 al entrar en el Hôtel de Ville para tomar París:

 

América, para alentarnos,

nos observa a lo lejos.

Su anillo de fuego de repúblicas

fue encendido por Bolívar.


 

La memoria de Carabobo continúa encendiendo esos fuegos en las comunas de Venezuela, en las calles de Colombia, en la revuelta campesina en India, y en el movimiento de los habitantes de barracas en Sudáfrica.

 

Cordialmente,

 

Vijay.

 
https://www.alainet.org/es/articulo/212810?language=es
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