La política y su carencia de respuestas ante los problemas públicos

Si los ciudadanos no liberan a la praxis política del rapto en el cual se encuentra, se corre el riesgo de postergar la tendencia de un Estado capturado por intereses facciosos que no muestran interés en contribuir a la solución de los problemas públicos.

04/06/2021
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Si la praxis política se convirtió en un espectáculo y una parodia, así como en un ramplón mercadeo, otra manifestación del triunfo incuestionable del individualismo hedonista y del fundamentalismo de mercado es la carencia de respuestas de cara a los lacerantes sociales que asedian a los ciudadanos de a píe. Ello es el meollo de la crisis de legitimidad del Estado y la manifestación de la crisis de la política como colapso civilizatorio. Sin respuestas y alternativas ante la gravedad de los problemas públicos, la política pierde razón de ser y se convierte en un simple artilugio vaciado de contenido y sustancia con el cual solo se pretende estimular la vena pulsiva y las emociones de los votantes, sin mediar procesos de reflexión y razonamiento.

 

Lo anterior encuentra terreno fértil en la despolitización y la desciudadanización de las sociedades contemporáneas y en la erosión misma del espacio público y del sentido de comunidad. Extraviada la brújula respecto al sentido de la política como praxis transformadora de la vida social, no es lejano el escenario donde la atomización de los individuos desgarrará toda posibilidad de acuerdos y arreglos sociales, tal como ya ocurre en vastos territorios del mundo subdesarrollado. Una raíz profunda de lo anterior se encuentra en la ruptura del pacto entre el Estado, el capital y la fuerza de trabajo, signado al finalizar la Segunda Gran Guerra.

 

Cuando en una campaña electoral predomina la spotización y el ruido de melodías populares que remiten a la figura del andidato, sin mediar referencia alguna a propuestas de gobierno ni a reformas de gran calado, entonces la praxis política es reducida a la mera contaminación visual y auditiva, y el candidato se presenta como una simple prenda a la cual comprar a través del pago del voto. Si a ello se suma la lejanía de estas élites políticas respecto al ciudadano de a píe, lo que tenemos es una erupción de banalidad acompañada del empequeñecimiento de toda capacidad de discernir. Impuesta esta lógica, es suplantada toda posibilidad de deliberación colectiva y de ejercicio de la política como praxis para la construcción de conocimiento en torno a los problemas públicos más acuciantes.            

 

El discurso de la mentira (https://bit.ly/3ivDXOQ) se impone sin límites en el espacio público, al tiempo que configura la era de la post-verdad. Como pulsión incontenible, la mentira se erige en el más importante de los dispositivos de las élites políticas para contactar con los ciudadanos. Y la despliegan sin el mínimo escrúpulo con tal de suplir su incapacidad para vertebrar propuestas realizables que incidan en la vida cotidiana de las poblaciones. De ahí que las políticas públicas no sean más que un receptáculo de buenas intenciones, preñado de retórica y de vacíos de referencias intelectuales que se apeguen a las circunstancias y necesidades de las poblaciones.

 

La trivialización de la política es directamente proporcional al predominio de los intereses creados de quienes aspiran a la conducción de los Estados y de las instituciones públicas. Obsesionadas con el esfuerzo de labrar un escudo impenetrable que evite el cuestionamiento de las estructuras de poder, riqueza y dominación, las élites políticas gestionan –que no resuelven– los problemas públicos. De ahí que las intervenciones desde el Estado sean titubeantes mecanismos para evitar que las poblaciones se encaminen al desfiladero y pongan en predicamento el patrón de acumulación de capital.

 

La pandemia es el botón de muestra más acabado. Como crisis sistémica y ecosocietal evidencia la ausencia de diagnósticos profundos respecto a los problemas públicos que le son consustanciales. Más aún, la pandemia evidencia el cortoplacismo de las élites políticas y la ausencia de estadistas que no antepongan soluciones radicales respecto a un macro-fenómeno que aflora las costuras del colapso civilizatorio contemporáneo. 

 

La crisis epidemiológica global se mira como un problema público donde no se piensa en soluciones respecto a la totalidad, sino donde solo se aspira a inmunizar a los organismos humanos para hacerle frente a un nuevo agente patógeno como el coronavirus SARS-CoV-2. La cuestión es mucho más amplia y no se resuelve ni con la vacuna o con el estabelecimiento de pasaportes sanitarios. Salir de la pandemia para, al día siguiente, regresar como si nada a la vida que creímos tener hasta antes de marzo del 2020 –la demagógica “nueva normalidad”–, no solo es una miopía sino una descontextualización respecto a sus causas profundas. Si el fenómeno es visto con la óptica del cortoplacismo y de la superficialidad y no como una red de sistemas complejos, entonces las élites políticas no hacen más que encubrir e invisibilizar el sentido y las contradicciones de los problemas públicos, y disfrazar con ello cambios profundos en las formas de organizar a las sociedades y la correlación de fuerzas.                

 

Si las élites políticas no son capaces de vertebrar respuestas acabadas que ataquen las causas últimas de los problemas públicos, no es por retraso mental –aunque no faltará quienes lo padezcan en ese ámbito–, sino por los signos de agotamiento que desde 1968 padece la ideología liberal y por la misma orfandad ideológica que experimenta el mundo desde 1989 cuando, con la Caída del Muro de Berlín, cayeron también las posibilidades de reflexión fundamentadas en el pensamiento utópico. De ahí que el malestar en la política y con la política se ahonde con la ausencia de referentes ideológicos que brinden cierta cohesión y sentido de identidad a quienes participan en los asuntos públicos y en la toma de decisiones. El pragmatismo se impone en ese ámbito y lo visual –las grandes obras faraónicas que, en no pocas veces, terminan como elefantes blancos–, suplanta las ideas, los argumentos y toda posibilidad de reflexionar públicamente.

 

Si los ciudadanos no liberan a la praxis política del rapto en el cual se encuentra, se corre el riesgo de postergar la tendencia de un Estado capturado por intereses facciosos que no muestran interés en contribuir a la solución de los problemas públicos. No es un asunto que se relacione con opciones partidistas, sino uno que se vincula con la posibilidad o no de frenar o revertir el colapso civilizatorio.

 

 

Isaac Enríquez Pérez (@isaacepunam). Investigador en El Colegio Mexiquense, A . C., escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/212526?language=es
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