Perú: los trabajadores
El gobierno de Fujimori arrasó con todos los derechos laborales: la estabilidad en el trabajo, la negociación colectiva, la jornada laboral, el reajuste salarial y la organización sindical.
- Opinión
En distintas circunstancias, los trabajadores han sido aludidos en el marco de la confrontación electoral que se cerrará el próximo 6 de junio.
El lunes pasado, en horas de la tarde, Pedro Castillo tuvo un encuentro con la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) y los sindicatos, en el Centro Recreacional de Construcción Civil, en Huachipa.
Dos días antes, en la puerta de la Cárcel de Chorrillos, Keiko Fujimori se refirió también a los trabajadores, hablando -sorpresivamente- de “los derechos laborales”.
Más allá de esos mensajes dirigidos a un destinatario definido, un “analista político” de “Perú 21” consideró oportuno filosofar un poco, aludiendo tibiamente a la relación capital-trabajo que tantos desvelos concita en nuestro tiempo.
Cabe subrayar el hecho de que todas las referencias de uno u otro signo, han tenido como telón de fondo un tema que habitualmente se soslaya, y comúnmente se deforma: la lucha de clases.
Es sabido que la expresión asusta a unos, y genera expectativa en otros. Pero con frecuencia se le toma como una alusión a acontecimientos que mejor debieran no ocurrir.
Suceden, sin embargo, desde épocas milenarias. Los estudiosos la remiten hasta la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción, y la señalan como la fuente natural de las contradicciones sociales.
Hay quienes se la adjudican a Carlos Marx, y prefieren persignarse cuando la evocan; pero el Titán de Tréveris, ya por 1852, dejó en claro que su mérito no era haberla descubierto, sino señalarla como el motor de la historia.
En el Perú también lo es, a despecho de la opción de ciertos personajes que prefieren cerrar los ojos ante la realidad porque piensan que afecta sus intereses; bien supremo que están prestos a cautelar a cualquier precio.
Cuando Pedro Castillo alude a la perentoria necesidad de vincular al sindicalismo con la política, está asumiendo una clara opción de clase. Consciente de ello asegura que “durante muchos años, nos han metido en la cabeza que se puede hacer sindicalismo sin hacer política”.
Ante esa idea, reivindica la necesidad de hacer política como una opción irrenunciable, y sostiene que debe ser ejercida con un propósito definido: construir un poder popular que oriente el rumbo del Estado.
Eso es posible –dice- en la medida que seamos capaces de obrar de común acuerdo para abordar una tarea concreta: cambiar al Perú para forjar una sociedad más justa en el plano social, económico, político y cultural.
Podemos hacerlo -señala- “hablamos el mismo lenguaje y estamos en condiciones de forjar la unidad. Para eso, tenemos que trabajar, no amilanarnos; y luchar”.
El candidato de Perú Libre no hace promesas, ni busca aplausos. Procura llegar a la conciencia de los trabajadores para hacerlos reflexionar. Lograrlo, dice con acerada convicción, es tarea de todos. Actúa, entonces, como alguien que tiene opción de clase, instinto de clase y sentimiento de clase.
Keiko Fujimori en cambio, sí promete. Asegura, con el mayor desenfado, que respetará los derechos laborales. Pero oculta que en la Década Dantesca el gobierno de su padre arrasó uno a uno con todos los derechos laborales: la estabilidad de trabajo, la negociación colectiva, la jornada laboral, el reajuste salarial, la vigencia de la organización sindical, e incluso asesinó alevosamente a dirigentes sindicales, como Pedro Huilca. ¿Alguien podrá creer en sus promesas?
Y olvida también que su representación parlamentaria votó en favor de leyes ominosas y que incluso Rosa Bartra, su principal vocera de entonces, propuso una de ellas: “La ley del esclavo” le llamaban, y consistía en obligar a trabajar en las empresas, sin remuneración alguna, a todos los universitarios durante un año, como requisito para graduarse.
Adicionalmente, esos esclavos debían pagar una suma de dinero para que las empresas les “permitan” trabajar en ellas.
Con esa concepción en la cabeza, la Señora Keiko asegura que la lucha de clases es fuente de resentimiento y odio. Y que su negación es algo así como esperanza y amor. Lo que quiere decir es muy simple: me encargaré de explotarlos a mi gusto, pero ámenme; no me odien, que yo habré de protegerlos ¿Alguien puede tomar en serio tamaño brulote?
El esquema es simple. Cuando los dueños de las empresas esquilman a sus obreros, eso responde a “las leyes del mercado de trabajo”. Y cuando los asalariados protestan, eso es “lucha de clases”.
Como lo dice Juan Manuel Robles “se acepta las manifestaciones políticas generadas por el miedo, pero no las inspiradas por la rebeldía”.
Para Perú 21, no se puede hablar de “ricos y pobres” porque eso implica “alentar la lucha de clases”. Es delito. Entonces, hay que hablar de paz. Por lo demás, asegura que la inversión -es decir el dinero- “genera impuestos, trabajo y sueldos”. Está en su lógica. La lógica de los capitalistas.
La verdad es otra: el trabajo es el que genera riqueza. Gracias a él, los “inversionistas” tienen recursos; y los pueblos, bienestar y desarrollo. ¿Es difícil entenderlo?
Por eso, en la perspectiva de un cada día más seguro cambio social, el papel de los trabajadores será decisivo.
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