El maestro rural Pedro Castillo y una luz hacia “el Perú de todas las sangres”
Castillo promete una ruptura radical con el sistema político-económico que reinó las últimas décadas, y que dejó al Perú al borde del abismo con una crisis mutidimensional dantesca.
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Los gurúes de la encuestología y el marketing 2.0 deberían estar quemando algunos manuales. En la previa de las elecciones, Pedro Castillo figuraba séptimo en los sondeos con menos del 6% y tenía apenas 2.172 seguidores en Twitter, 2.027 en Instagram y 567 en TikTok. Pero a la escasa presencia mediática y la casi nula influencia en el mundo las redes sociales, le contrapuso la mucha influencia en las redes reales del mundo andino-amazónico, y desde el Perú profundo se gestó la sorpresa que depositó a este maestro rural y líder sindical de izquierda en el primer lugar con el 19% a la espera de un rudo balotaje contra el fujimorismo.
Castillo llegó al centro de votación cabalgando una yegua por las calles de Cajamarca, con su sombrero de paja típico de los campesinos de esa región. Declaró: “El pueblo peruano se acaba de quitar la venda de los ojos. La segunda vuelta será una competencia entre ricos y pobres, entre la opulencia y el mendigo Lázaro, una lucha entre el patrón y el peón, entre el amo y el esclavo”. Las primeras encuestas lo dan con ventaja frente a Keiko Fujimori para el balotage. Y la pregunta del millón recorre el mundo: ¿quién es este tal Pedro Castillo?
Ni calco ni copia
Su primer antecedente de liderazgo fue en 1990. Tenía 21 años y comenzaba a alzar la voz como líder estudiantil en el Instituto Superior Pedagógico “Octavio Matta Contreras” en la provincia de Cutervo. Después de recibirse, empezó a ejercer la docencia en escuelas primarias y luego también se graduó como magíster en psicología educativa en la Universidad César Vallejo. Desde 1995 da clases en quinto y sexto grado de una escuela rural, en un caserío de su natal Tacabamba, provincia de Chota.
Pocas veces interrumpió su labor docente por grandes periodos. La reciente, para la campaña presidencial, y en 2017 cuando encabezó una histórica huelga de maestras y maestros por más de dos meses. Aquella larga lucha fue un parteaguas en su vida: saltó al centro de la escena nacional y se desafilió del partido Perú Posible, del ex presidente Alejandro Toledo, donde había tenido una militancia bastante pasiva (sólo un intento fallido a la alcaldía de Anguía en 2002). Tercero de nueve hermanos, inició su activismo en la adolescencia en las Rondas Campesinas –extendida organización comunal de las zonas rurales–, desde donde forjó su camino como dirigente comunitario y sindical.
En 2020 aceptó el desafío de la candidatura presidencial por Perú Libre, un partido que se define de izquierda, marxista y mariateguista, con gran arraigo territorial y gestión en algunos gobiernos locales.
Su plan de gobierno contiene una batería de transformaciones estructurales como la convocatoria a una Asamblea Constituyente para crear una nueva Carta Magna que reemplace a la fujimorista de 1993. Propone “un Estado socialista”, la nacionalización de los recursos estratégicos, una ley que regule a los medios de comunicación, elevar del 3,5 al 10% del PBI el presupuesto educativo, crear el programa Perú Libre de Analfabetismo, “desactivar” la Corte Suprema y conformar una elegida por el pueblo, y bajar a la mitad el sueldo de ministros y congresistas. Busca además deslastrarse del karma de los últimos seis presidentes peruanos (todos destituidos y/o presos) repitiendo como un mantra que “la corrupción es el nuevo terrorismo de Estado”.
Pero a la vez que promete una ruptura radical con el sistema político-económico que reinó las últimas décadas, y que dejó al Perú al borde del abismo con una crisis mutidimensional dantesca, Castillo porta un fuerte conservadurismo en materia de derechos sociales: se opone a la enseñanza con enfoque de género, al matrimonio igualitario y al aborto (aunque aclaró que trasladaría su debate al proceso constituyente). Acá es donde aparece una preocupante coincidencia anti-derechos con las derechas latinoamericanas, incluida su rival Keiko Fujimori. De todas maneras, es necesario contextualizar su figura, como representante y emergente del mundo rural de las serranías peruanas, donde esa mirada es hegemónica y la religiosidad –sobre todo evangélica– tiene una fuerte influencia.
Algunos apresurados ya hablan del “Evo Morales peruano”. Por lo pronto, el ex presidente boliviano le tiró un centro: “Hemos perdido en Ecuador pero ganamos en Perú. Castillo es del mismo linaje (…) El modelo del MAS es el que ha ganado en el Perú». Tanto su partido Perú Libre como su referente Vladimir Cerrón nunca dejaron de reivindicar al proceso bolivariano y al cubano, y recientemente Castillo se negó a calificar a Venezuela como “una dictadura”, cosa que sí concedió la candidata del progresismo Verónika Mendoza. Además, en su plataforma propone “la integración del Perú a la UNASUR y el abandono de la OEA”.
Un fantasma recorre el Perú
Se viene un largo y áspero combate hacia el balotaje del 6 de junio. Caerá sobre Castillo una implacable campaña de satanización: lo acusarán de “terruco” (terrorista) y le seguirán inventando vínculos con Sendero Luminoso, operarán con el cuco del comunismo y el castro-chavismo para impedir que logre capitalizar el hastío de la población hacia la clase política.
Sin que nadie lo viera venir, cabalgando las sierras peruanas con su sombrero cajamarquino y cargando siempre un lápiz gigante (como símbolo de su profesión y logo de su partido), irrumpió este personaje difícil de encasillar que sacudió el escenario y puso en jaque al establishment. Por ahora encierra más enigmas que certezas, pero no deja de ser una luz de esperanza para que por primera germine un proyecto de izquierda plebeya, que incluya la compleja variedad racial, regional y cultural, que contenga a lo que el novelista peruano José María Arguedas llamó “el Perú de todas las sangres”.
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