Segunda ola, peso de una concepción de salud que no tiene en cuenta la realidad
Si el virus está cargado de nuevas variedades y cepas, la tempestad será inevitable y no tenemos vientos para desviarlo.
- Opinión
Evolución del promedio diario de contagios en Perú desde inicios de la pandemia hasta hoy, según la Universidad Johns Hopkins.
Para describir el momento que vivimos con la segunda ola a cuestas, vienen a mi memoria las nubes cargadas de lluvia que en los Andes a veces repentinamente bajan de las alturas, oscurecen el cielo y siguen bajando. Como sabemos que la tempestad hace mucho daño, nos queda el consuelo de ver si hay vientos suficientes para llevarse esas nubes más lejos. Si no es así, la tempestad es inevitable. Si el virus está cargado de nuevas variedades y cepas, la tempestad será inevitable y no tenemos vientos para desviarlo. Estamos al borde de la cornisa y es preferible no mirar hacia abajo para evitar el riesgo de caer.
Un rasgo constante de los gobiernos de Vizcarra y Sagasti frente a la pandemia es que estuvieron y están siempre detrás de los acontecimientos, se movieron y mueven a remolque, no imaginaron que la metáfora de la ola suponía también la llegada de una más y de otras, si como dicen los expertos, el corona-virus y sus variaciones conocidas y por conocer vinieron para quedarse. Cuando las evidencias eran ya visibles, el ministro de economía dijo con toda seguridad que no habría una segunda ola, que era solo un rebrote y que a la economía peruana ya le estaba yendo muy bien. Era el gobierno que se expresaba en su voz. Luego, la ministra de salud dijo que ya la segunda ola estaba con nosotros. No hay signo alguno de que con la experiencia ganada estén en condiciones de adelantarse a los hechos. Los resultados están a la vista: se repiten los dramas de falta de oxígeno, de camas UCI a pesar de las promesas, de camas hospitalarias, de médicos, enfermeros y técnicos intensivistas, y de ayuda a los diez millones de pobres del país. Los 600 soles prometidos para cuatro millones a partir de la segunda mitad de febrero, serán absolutamente insuficientes, habría más hambre y volverán las banderas blancas que ya conocimos con la primera ola.
Uno. Empresarios e iglesia, co-responsables de la segunda ola
Con nuestra peruanísima tradición de cantar victoria antes de tiempo, al ver que la primera ola perdía fuerza, que el número de fallecidos había llegado a menos de 50 por día, y que pronto llegaría a cero, los grandes, medianos, pequeños y mini empresarios, así como las cristianísimas y catoliquísimas familias, y los jóvenes ávidos de recibir el año con grandes celebraciones para celebrar anticipadamente la cercana libertad, tuvieron el placer de comprar, regalar y recibir-, convertir la crisis del coronavirus en una oportunidad de mayor ganancia, celebrar en la noche de navidad el reencuentro familiar, y cerrar el ciclo bebiendo y bailando en el primer día del año. Como escribí en su momento, carecía de sentido recomendar o esperar que los empresarios privados no vendan nada y que por una vez se cancele la celebración de navidad no solo en las iglesias sino en las casas. El resultado fue muy simple: como la muestra el último gráfico de la Universidad de Johns Hopkins, la flechita maravillosa del número de contagios que bajaba se detuvo, volvió a subir, sigue subiendo casi verticalmente, sin que nadie sepa cuándo se detendrá. Fueron los pobres con hambre que salen a las calles a comprar algo para vender y ganar algún dinero para dar de comer a sus familias, los únicos que tenían razones serias de correr el peligro de llenar algunas calles clásicas de Lima y provincias y contagiarse con el virus que muta, se transforma, contagia y mata más. A mitad de enero, la estadística fúnebre multiplica el número de víctimas y supimos por primera vez que familias enteras empezaron a caer contagiadas, que las hospitalizaciones parecen más breves y mueren más jóvenes. Volvimos con gran rapidez a los días duros de agosto y el pico mayor de la primera ola.
Dos. Insistir en la perspectiva hospitalaria como principal y única opción
Casi once meses después de la aparición de la pandemia, pasada la primera ola, y al final de la primera semana de la cuarentena especial en pleno ascenso vertical de la segunda ola, con la esperanza de detenerla, el gobierno del señor Sagasti toca la misma puerta de la solución hospitalaria. Es el camino recorrido por el Sr Vizcarra, y sus ministros de salud, sin variación importante alguna.
Desde mayo o junio de 2020, voces de médicos con un firme pensamiento crítico advirtieron que esa solución hospitalaria impuesta desde arriba no resolvería los problemas. Propusieron que era indispensable partir desde abajo, atendiendo a los pacientes desde sus casas para evitar que lleguen masivamente a los hospitales y produzcan el colapso que ya conocimos y que ahora volvemos a ver en solo las primeras 5 semanas después de las fiestas de navidad y año nuevo. Todas las esperanzas están puestas en la llegada de vacunas, vendrán poco a poco, más tarde que oportunamente porque nuestro país no está al comienzo de la cola por razones suficientemente conocidas. Es cierto también desde el comienzo, que los médicos con responsabilidades oficiales, anunciaban tibia y fríamente que darían la atención en los centros primarios de salud, siguiendo ese viejo principio de la burocracia estatal: sí, pero no. ¿Se trataba simplemente de una falta de voluntad? No lo creo. Hubo y hay razones serias para que la opción hospitalaria fuese y sea, en última instancia, su única opción.
Se trata de la misma perspectiva médica en los últimos 40 años, en la que coexisten una medicina privada unida y coherente en un conjunto de clínicas; y otra, pública, que es una suma de fragmentos dentro de un complejo sistema de hospitales que dependen de Essalud o del Ministerio de Salud, sin unidad ni voz colectiva. No es un atrevimiento decir que es el bloque de clínicas privadas el que marca el horizonte del conjunto por sus recursos propios, su acceso a la tecnología llamada de punta y su extraordinaria seguridad económica dada por las compañías de seguros que respaldan a sus pacientes. No en vano los presidentes, altos funcionarios del Estados y congresistas, todos se atienden en clínicas privadas y ninguno (a), salvo algún caso excepcional, en hospitales públicos. Otra sería la realidad si todos esos funcionarios se atendiesen únicamente en hospitales públicos. Es visible el ejemplo de las clínicas dentro del sector público porque muchos de los hospitales privatizan sus servicios y han creado pequeñas clínicas para favorecer a los pacientes con más recursos y, al mismo tiempo, sin tantos para atenderse en las grandes clínicas privadas.
Las clínicas forman cadenas, atadas a compañías de seguros, a grupos empresariales multinacionales y nacionales, a grandes cadenas de farmacias, laboratorios y centros de exámenes médicos con la tecnología de última generación. En esta opción, cuenta más el espíritu empresarial y de búsqueda de fortuna de un reducido número de médicos que su vocación médica para curar y salvar vidas de los pacientes sin distinción entre una minoría con seguros de empresas privadas y el resto sin seguro alguno o solo afiliados a alguno de los sistemas públicos.
Son todos públicos los hospitales, con la obligación de atender a pacientes que se multiplican todo el tiempo sin que eso implique disponer de recursos suficientes para ofrecerles la atención debida. El caso del reciente Sistema Integral de Salud (SIS) es el mejor ejemplo de esta política de salud que no parece tener horizonte.
Tres. Un sistema de salud (desde abajo) a partir de la casa familiar como opción a la propuesta esencialmente hospitalaria
El Dr. Elmer Huerta, suele repetir en la radio y en TV con mucha frecuencia uno de sus consejos: “consulte con su médico”. Dos preguntas parecen inevitables: ¿cuántas familias tienen en Perú hoy el privilegio de tener su médico o uno de cabecera?, ¿En cuántas de las postas médicas existentes en el país hay médicos que cumplen esa labor? Un consejo como ese en barrios populares de Lima, en pueblos jóvenes, asentamientos humanos de las ciudades, en comunidades indígenas andinas y amazónicas, en centenares de distritos de todos los pisos de nuestra geografía vertical, suena a una broma de mal gusto.
Hace no más de dos siglos, se llamaba en la historia europea “médico de familia o de cabecera”, al único Dr. al alcance de las familias, en sectores principalmente urbanos, cuando las ciudades eran medianas y pequeñas, las familias se conocían, sabían quiénes eran el médico, el policía y el cartero. Ese modelo viajó por el mundo y llegó a Perú y, como siempre, era solo parcialmente repetible porque las poblaciones indígenas y campesinas de las tres regiones, tenían sus propios saberes y prácticas de medicina y se negaban a ser llevados a los pocos hospitales en los que eran maltratados porque los sabios médicos universitarios los trataban de ignorantes.
Con el tiempo, los médicos de cabecera fueron disminuyendo hasta desaparecer, sustituidos por los servicios hospitalarios y los consultorios privados de los nuevos doctores.
En el mundo de varios sistemas de salud privados y públicos de hoy, los médicos de cabecera no existen. No obstante, hay en el mundo sistemas de salud que privilegian la salud pública en Europa (Suecia, Noruega, Finlandia, Francia, Inglaterra, Alemania, incluso España) y también en América latina especialmente Cuba y Costa Rica. Son inevitables y necesarias las comparaciones, sobre todo ahora, cuando los medios de comunicación más importantes controlados por grandes empresas internacionales y nacionales, estamos cayendo en un provincialismo lamentable. Las noticias del mundo no cubren ni el 5 % de la información. Por lo menos el 50% tiene que ver con las páginas policiales.
Consagraré a Cuba un párrafo particular. Allí, el sistema Nacional de Salud está dirigido por el Ministerio de Salud Pública que ofrece atención médica a toda la población de alrededor de 12 millones de personas: con el sistema primario de atención (médicos y enfermeras de cabecera) y policlínicos de apoyo se atiende el 80 % de los problemas de salud; con el sistema secundario, se atiende en hospitales municipales y provinciales el 15 %; finalmente, en el sector terciario, formado por hospitales de alta especialización se atiende al 15 % restante. La atención médica es universal y gratuita porque dispone del 12.5 del presupuesto nacional y tiene, además, una virtud especial: contingentes de médicos cubanos son enviados a países que requieren ayuda. (No olvidemos que los últimos gobiernos dictatoriales de Brasil y Bolivia echaron del país a los médicos cubanos que hoy en tiempos de pandemia serían de gran utilidad. Recuerdo también que el Colegio médico peruano pidió que los colegas venidos de la isla se vayan para no dejar sin empleo a los médicos peruanos). En una visita a Cuba, invitado a un Congreso de intelectuales de América Latina, visité el Hospital de los hermanos Ameijeiras, antes que se convirtiese en Hospital Clínico Quirúrgico de hoy con el mismo nombre. Me explicaron lo que era el sistema de salud, que entonces tenía cinco niveles y no tres como los de ahora, y quedé conmovido al ver que en el piso de enfermedades mentales y en los patios del hospital, jóvenes con serios problemas, desarrollaban sus gustos artísticos, no estaban internados ni encerrados: los músicos formaban pequeños grupos y bandas que animaban fiestas, y los amantes de jardines y flores preparaban ramos y coronas de flores, recibiendo un pago por su trabajo y disfrutando de la alegría personal y de sus familiares.
Nunca los dos gobiernos peruanos durante la pandemia pudieron responder a las demandas de reforzar o atender prioritariamente el nivel primario, tanto para curar a tiempo en los primeros días como para seguir los casos de los contagiados y aislarlos. Aun si las autoridades de salud quisieran hacerlo, no podrían, porque no se trata simplemente tener voluntad o no. Este es un problema estructural que no puede ser resuelto en un plazo corto y menos sin los recursos humanos y económicos que se requieren. ¿Contamos con médicos para ese servicio primario?, no; ¿cuántos médicos estarían dispuestos a aceptar un empleo como el de médico de cabecera?, ¿con qué recursos implementar policlínicos para la atención primaria? si nos detenemos solamente ahí, las dificultades serían enormes. No nos queda más remedio que aceptar la realidad y esperar que la solución hospitalaria en tan precarias condiciones y las vacunas en el más corto plazo posible, contengan la intensidad esta segunda ola.
Para terminar esta sección, debo agregar dos puntos necesarios. Debemos seguir los buenos ejemplos, vengan de donde vengan. No se asusten lectoras y lectores de mi mención al sistema cubano de salud pública. Seguir los buenos ejemplos significa seguir la lección dejada por el amauta José Carlos Mariátegui: el socialismo no será en Perú calco ni copia sino creación heroica. Cuba y Perú tienen más diferencias que semejanzas; se trata solo de seguir algunas ideas claves a partir de la originalidad de nuestra realidad heterogénea y pluricultural. Finalmente, con esta sección acabo de abrir una ventana que conduce a imaginar más tarde el sistema de salud pública que el Perú necesita y tomar el toro por las astas para responder a las preguntas: ¿debe continuar la salud pública sometida a la locomotora de medicina privada de los grandes grupos internacionales y nacionales, de un auge nunca visto en nuestra historia?, ¿en qué condiciones sería posible la coexistencia entre las clínicas privadas y los hospitales públicos? Ya llegará el momento de abordar la cuestión de las lecciones que la pandemia nos deje para saber si queremos que lo nuevo se parezca al pasado o sea algo significativamente distinto.
Cuatro. “No sabemos comunicar”, piadosa autocrítica de los gobiernos
Con aparente inocencia, recientemente el señor Alejandro Neyra, Ministro de cultura, reconoció “No sabemos comunicar”. En mi artículo Pandemia: enorme distancia que separa al gobierno del pueblo, (n° 7 de la serie sobre la pandemia, agosto de 2020) ofrecí una primera aproximación a un mal endémico del Estado peruano y sus gobiernos: no dirigirse nunca a todos los segmentos que la categoría pueblo cubre, sino a los periodistas en conferencias de prensa que ellos y ellas deben exponer y/o traducir a quienes los leen o ven. Entre los presidentes y ministros, de un lado; y los periodistas, de otro, hay un lenguaje relativamente común, eso que en Lingüística se llama un castellano estándar. Para comunicarse con los segmentos de las culturas y pueblo del Perú se requiere de un dominio mínimo de los modos de pensar y expresarse de quienes están aprendiendo el castellano partiendo de matrices lingüísticas indígenas enteramente diferentes, o, simplemente recurrir a traductores.
Las decenas de segmentos de la categoría pueblo, saben muy bien que las conferencias de prensa no están pensadas para hablar con ellos, por el lenguaje diferente, y a veces incomprensible. Ven en la TV de señal abierta los programas especialmente pensados para ellos: telenovelas, programas cómicos y están cautivados por las vedetes, sus chismes, cuernos, sus programas de concursos para lucir los cuerpos de las mujeres y los músculos de los jovencitos aspirantes a estrellas, también para esconder los cerebros, llamados “calabacitas”, con el debido perdón de las calabazas que no tienen responsabilidad alguna de las carencias de esos jovencitos. Ninguno de ellos y ellas sale del pueblo. No ven los programas políticos que son para iniciados, y en los noticieros, las pocas informaciones no permiten entender lo que ocurre; sí están atentos a los informes policiales sobre robos, muertes, accidentes, violaciones, feminicidios.
Por su parte, los periodistas toman de las conferencias de prensa la información que los dueños necesitan para llevar el agua a sus molinos de intereses. En el proceso de interpretar las noticias y declaraciones de personajes, funciona eso que se conoce como el teléfono malogrado: cada quien oye lo que quiere y difunde lo que le parece haber entendido. Los llamados técnicos y sabios en marketing y los especialistas en publicidad conocen muy bien los gustos de los empresarios para vender sus productos y saben “lo que el pueblo quiere”. Tienen poco o nada que enseñar estos especialistas para que la distancia entre los funcionarios estatales y los segmentos del pueblo acorten la enorme distancia de lenguaje y actitudes que los separa.
Lima, 5 de febrero 2021
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