El modelo energético es profundamente patriarcal
El actual modelo energético solo materializa a sangre y fuego el marco simbólico de dominio sobre la naturaleza.
- Análisis
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 550: Energía y crisis civilizatoria 26/10/2020 |
El actual sistema energético es mayoritariamente fósil, concentrado, centralizado, antidemocrático y racista/colonialista; está orientado a la acumulación de capital, es profundamente ecocida y, como me interesa exponer en este breve texto, también patriarcal. Todo esto va articulado: son características del denso y complejo entramado de las estructuras de dominación que configura nuestra existencia, y que para resumir podemos llamar capitalismo patriarcal colonialista.
Me centraré en los rasgos patriarcales del sistema energético, pues otros artículos en este número describen en detalle varias de las características mencionadas, mientras que pareciera difícil identificar los rasgos patriarcales de la energía: de la electricidad que usamos en casa, de la gasolina, o de las baterías de nuestros celulares. Lo primero que quiero precisar es que asumo que patriarcado es el término que desde el feminismo y diversas luchas de las mujeres en el siglo XX se ha asignado al entramado de relaciones de poder basadas en el androcentrismo y en la dominación de los cuerpos hegemónicamente masculinos y heterosexuales sobre los cuerpos de las mujeres y sobre otros cuerpos feminizados, o que no encajan con el ideal de “hombre”. El patriarcado es la estructura de dominación construida histórica y violentamente para convertir la diferencia sexual en desigualdad social entre mujeres y varones. Se materializa en la división sexual del trabajo y se expresa en diferentes ámbitos y producciones sociales como el lenguaje, la religión, las instituciones, las normas, las leyes, el deseo, el amor y las estructuras de sentimientos. La ciencia incluida.
En este sentido, el patriarcado es fundamentalmente una lógica, una forma de ordenar el mundo que se hizo sentido común hace por lo menos cuatro milenios, y que determina todas las relaciones sociales y ecosistémicas, legitimando la desigualdad entre varones –como centro superior de este orden social– y el resto de la vida en el planeta, incluidos los cuerpos femeninos, feminizados y el resto de las especies y ecosistemas.
Comparto dos claves de reflexión de cómo el patriarcado ha contribuido con la forma histórica del sistema energético, siendo éste expresión del desarrollo de las estructuras de dominación, en especial la de la acumulación de capital y reproducción del valor: i) a través de la expropiación y explotación del trabajo como fuente de energía, ii) a través del desencantamiento del mundo y la dominación de la naturaleza.
La expropiación del trabajo como fuente de energía
La primera1 revolución energética en el planeta fue el desarrollo de la agricultura, desarrollada por las mujeres en una temprana división sexual del trabajo, y asociada a los tiempos de la gestación y de los cuidados colectivos de las agrupaciones humanas; esta revolución energética alargó y mejoró las condiciones de vida de la especie humana (hablamos de alimentos y calor), y le permitió complejizar sus formas gregarias hasta desarrollar lenguaje, cultura y otros aspectos que no son objeto de esta breve exposición; la división sexual del trabajo fue llevando a la gestación de roles diferenciados entre hombres y mujeres, y llevó al desarrollo de la identidad individual y racional a los varones que cazaban:
Cuanto mayor es la movilidad de una persona, más se expande su universo y más capacidad de decisión tiene que desarrollar para adaptarse a él. Estos factores fueron generando en algunos hombres una sensación de menor dependencia del colectivo. (Fernández Durán & González Reyes, 2014, p. 79).
Esta identidad facilitó el desprendimiento emocional, el egoísmo y la violencia como mecanismo de sobrevivencia individual, generando procesos de expropiación, primero sobre las mujeres y su capacidad productiva (de trabajo) y su capacidad reproductiva (de seres humanos), y después –o simultáneamente– de otras especies y formas de vida. El sometimiento de las mujeres a través de la violencia y la explotación de su trabajo (Mies, 2019), a través del desarrollo agrícola que es trabajo familiar y domesticación de plantas y animales, fue el principio de un largo y doloroso proceso de sujeciones que implicaban la apropiación y explotación de energía: de capacidad de trabajo y capacidad de transformación de la naturaleza. Acá radica el origen de la guerra, la familia patrilineal y heteronormativa, la propiedad privada y la razón instrumental: el desarrollo de una identidad individual que rompe los vínculos de interdependencia propios de la especie humana y desemboca en la apropiación del trabajo de otros y otras, y de la capacidad generativa y energética (transformativa) de los ecosistemas.
La segunda revolución energética estuvo asociada a este proceso de organización de la violencia masculina, y estuvo centrada en la apropiación y explotación de la capacidad productiva de otras agrupaciones humanas (mujeres y hombres) a través de la esclavitud, la servidumbre y la invasión, con la correspondiente apropiación de su energía exógena: cultivos y animales. Este proceso fue consolidando las formas de organización jerárquicas, los mecanismos de dominación violenta y las formas de producción por expropiación, invasión, conquista y guerra.
Feminizar a la naturaleza para dominarla, someterla y explotarla
Al darle un carácter femenino a la naturaleza –es decir, susceptible de ser violada y sometida– y al excluir a las deidades femeninas del orden simbólico, el patriarcado instaló un orden simbólico androcéntrico que despojó de emociones o de respeto a las relaciones con respecto al entorno, a los ecosistemas, a eso que llamamos naturaleza. Este patrón de conducta y este marco de valores han sido decisivos en la configuración de la relación de la especie humana con el resto de las formas de vida en el planeta. De hecho, nos ha llevado a considerarnos como un ente externo, como una especie, no solo superior, sino ajena a las dinámicas relacionales e interdependientes del planeta, a tal punto, que el pensamiento científico que se desarrolló desde el renacimiento y en la modernidad se fundamenta en el dualismo cartesiano: sociedad-naturaleza, que de hecho se nombra como “hombre-naturaleza”.
Es este marco simbólico y está comprensión hondamente interiorizada en las relaciones sociales, la que ha facilitado y multiplicado la intervención sobre los ecosistemas para la producción y reproducción de la especie humana. La historia de los últimos siglos ha sido el relato de la imposición de la especie humana y sus necesidades (artificiales e históricas) sobre los ritmos, flujos y procesos ecosistémicos y planetarios.
De la misma forma, esta lógica androcéntrica de despojo y desigualdad, basada en la violencia y negación de la subjetividad no varonil heterosexual, configuró las relaciones políticas en esquemas jerárquicos, centralizados, militaristas, ejercidos por hombres, adultos y que concentran la riqueza socialmente producida. El estado monárquico y el estado moderno son la mejor expresión de estas formas políticas, que dan máximo reconocimiento y poder a los hombres blancos, europeos, propietarios en el capitalismo, que es tan solo el último de los modos de producción que la humanidad ha impuesto al planeta: el trabajo asalariado, i) que invisibiliza el trabado reproductivo (que reproduce la fuerza de trabajo) encargado a las mujeres (Federici, 2018), y ii) invisibiliza el cambio metabólico (Moore, 2020) que genera la producción de mercancías.
La energía permite el movimiento del sistema de acumulación de capital y de poder
En todo este escenario, la energía pareciera un mero síntoma del entramado de relaciones de dominación, sin embargo, el impulso que dio el método positivista, el conocimiento científico, la técnica y la razón instrumental al capitalismo, significó, en términos materiales, la expansión en el espacio de la explotación de la naturaleza a través de los procesos de extracción y procesamiento de ecosistemas para convertirlos en mercancías; y la expansión en el tiempo de la acumulación de capital, a través de la aceleración de los procesos de producción y de explotación de la fuerza de trabajo.
La energía fósil, que caracteriza al modelo energético del modo de producción capitalista, aceleró estos procesos, y justifica cultural y simbólicamente la extracción y procesamiento de hidrocarburos, como necesidades para el desarrollo y el progreso, reproduciendo la idea de jerarquización socio-cultural, de tiempo lineal y de necesidades humanas (definidas históricamente por varones con poder político y económico) por sobre las capacidades y limites de los ecosistemas planetarios.
El actual modelo energético solo materializa a sangre y fuego el marco simbólico de dominio sobre la naturaleza y de autosatisfacción de necesidades individuales, que atribuye a una elite la capacidad de decidir el devenir de la vida misma en todo el planeta; como dice Yayo Herrero, “quienes tienen poder económico, político y militar se sienten con el derecho a disponer de un mayor espacio vital, aunque para ello haya que expulsar, ahogar, congelar o matar de hambre a la población <sobrante>. En el Antropoceno, el capitalismo se transforma en fascismo”: y nada más patriarcal que el fascismo que hoy recorre el mundo en busca de energías baratas.
- Sandra Rátiva Gaona es doctorante de la BUAP; Trabajadora de la cooperativa Onergia; militante del Congreso de los Pueblos en Colombia. sandra.rativa@onergia.com.mx
Referencias Bibliográficas
Federici, S. (2018). El patriarcado del salario: Críticas feministas al marxismo.
Fernández Durán, R., & González Reyes, L. (2014). En la espiral de la energía. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no solo): Vol. I. Libros en Acción; Baladre.
Mies, M. (2019). Patriarcado y acumulación a escala mundial (P. Martín Ponz & C. Fernández Guervós, Trads.). Traficantes de sueños.
Moore, J. W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital. Traficantes de Sueños.
1 Hay investigaciones que señalan que la primera revolución energética fue el descubrimiento del fuego.