La política que se necesita
- Opinión
El capítulo 5 de la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, tiene como título “La mejor política”. La idea que se desarrolla alrededor de este tema es que, “para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones, hace falta la mejor política” (n. 154). ¿Qué es la mejor política? ¿Cuáles son sus rasgos básicos? ¿De dónde surge su necesidad y urgencia? En definitiva, ¿de qué manera la buena política puede propiciar fraternidad universal? Estas son preguntas clave que se busca responder en esta parte de la encíclica.
El papa comienza señalando una triple constatación: el descrédito, debilitamiento y necesidad de la política. Lo primero se expresa en que, “para muchos, la política hoy es una mala palabra”. Y señala que “no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos”. Respecto a lo segundo, verifica que existen estrategias “que buscan debilitar, reemplazar [la política] por la economía o dominarla con alguna ideología”. Finalmente, constata que el mundo no puede funcionar sin política, que el camino hacia la fraternidad universal pasa y supone una buena política (n.176). Veamos cómo se enfocan estos tres aspectos.
En primer lugar, según la encíclica, el descrédito de la política deriva cuando ésta se convierte en un instrumento de enriquecimiento ilícito, de imposición y de arbitrariedad. Frente a ello, el papa no duda en rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia (n.177). La política es un lugar aptísimo de dedicación a los otros en cuanto tiene como propósito el bien común, pero corre el peligro de caer en “insano populismo [autoritario, manipulador y demagógico] cuando se convierte en la habilidad […] para instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo […] Cuando se busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población” (n. 159).
Otra causa de la degradación de la política expuesta en la encíclica es el inmediatismo. Es decir, “se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad” (161).
En consecuencia, para el papa Francisco, la política no debe ser cautiva de las ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de poder. Por eso ante lo que él denomina “formas mezquinas e inmediatistas de política”, contrapone lo que, a su juicio, es la grandeza política que se muestra “cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo” (n.178).
En segundo lugar, el papa señala que en los últimos años la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática. Con respecto a la primera insiste en “que la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia”. Frente a esa subordinación, el papa propone implementar una política que “piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis” (n.177).
El papa está convencido de que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (n.168). En esta línea recuerda que las visiones neoliberales reflejan “un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Asimismo, aclara que esta critica al neoliberalismo no significa proponer un “populismo irresponsable”. Sin duda, comenta el papa, lo primero es la superación de la inequidad, lo cual supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, señala que “los planes asistenciales solo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (n.161).
La tercera constatación tiene que ver con la necesidad de la política en la vida social y económica. Y en este plano el desafío es cómo crear procesos para que eficiencia y equidad sean compatibles y no contradictorios, para que el mercado no anule al Estado. En esta línea el papa afirma que “por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social” (n.162).
Ahora bien, ¿cuál es la política que se necesita para que haya justicia social, económica y ecológica? El papa piensa en lo que él llama “una sana política” capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas (n.179). Es la política que tiene como horizonte el bien común (n.182), el respeto irrestricto de los derechos humanos (n.189), la atención al clamor de los pobres (n.187), la conversión de los liderazgos (n.166), y el cultivo de la participación y la vida comunitaria (n.182), entre otros.
Pero la política que se necesita, según el papa, requiere de buenos políticos que se preocupen “de la fragilidad de los pueblos y de las personas”. En este sentido sostiene que “las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias…” (n.188).
Y pensando en el futuro de la política y de los políticos, el papa afirma que “algunos días las preguntas tienen que ser: ¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente? Porque, después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado las preguntas no serán: ¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí? Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?” (n.197).
Son preguntas serias que exigen respuestas honradas para dignificar el quehacer político y ponernos en el horizonte de la política que necesitamos: la política ética.
Carlos Ayala Ramírez
Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara University, CA). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la UCA de El Salvador.
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