EEUU: Pandemia, violencia racial y resistencia

21/10/2020
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Foto: https://revistapetra.com
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Si bien los patógenos no reconocen fronteras ni diferencias sociales, su propagación no es producto del azar sino que esta más bien condicionada por las relaciones de poder y las estructuras de clase. En el capitalismo racial estadounidense los más afectados por la pandemia son los trabajadores en general y los trabajadores migrantes y de color en lo particular. La crisis económica y sanitaria desatada por la pandemia no solo puso en evidencia la bancarrota del neoliberalismo sino que además ha puesto en cuestión la naturaleza racial y colonial del capitalismo estadounidense, de su cultura e instituciones políticas hasta no hace mucho consideradas como paragón de la modernidad y la democracia.

 

La súbita paralización económica impuesta por las medidas sanitarias de emergencia contra el Covid-19 eliminó de la noche a la mañana aproximadamente 40 millones de puestos de trabajo. Algunos trabajadores fueron despedidos temporalmente mientras durara la emergencia. Muchos otros perdieron sus puestos de trabajo permanentemente. Se estima que de los despidos ocasionados por la pandemia, 42% serán permanentes.

 

Trabajadores en los sectores de la economía considerados como “esenciales” (transporte, hospitales, servicios públicos, industria de alimentos) se mantuvieron en sus puestos de trabajo a riesgo de contraer el virus. Sectores cuya fuerza laboral está formada fundamentalmente por gente de color, mujeres e inmigrantes con una gran presencia de indocumentados en el sector agrícola y ganadero, procesamiento de alimentos, servicios de hoteles y restaurantes, servicio de reparto a domicilio, trabajo doméstico y atención a niños, enfermos y ancianos. La falta de equipo y medidas adecuadas de protección dio lugar a paros y protestas imprevistas entre trabajadores de hospitales, de empresas de reparto y distribución de mercancías, choferes de Uber, plantas de procesamiento de alimentos, entre otros. Por la naturaleza de sus ocupaciones y condiciones de vida que dificultan el estricto cumplimiento del aislamiento y medidas sanitarias los trabajadores afrodescendientes, latinos e inmigrantes, sus familias y comunidades han sido también los más afectados por el coronavirus. Durante el momento pico de la pandemia en la ciudad de Nueva York, la mortandad por el coronavirus entre afrodescendientes y latinos fue el doble que la mortandad entre blancos. De la misma manera la morbilidad y mortalidad del coronavirus tuvo mucho mayor incidencia en barrios de clase trabajadora. De manera semejante a lo que ocurre en muchos países latinoamericanos, en los EEUU son también los pueblos indígenas quienes más vienen sufriendo los efectos de la pandemia. La mortalidad por coronavirus entre pueblos indígenas es el triple que la mortalidad entre la población blanca.

 

Así como diferencias de raza, clase y genero asociadas a precarias condiciones de existencia y trabajo condicionaron el patrón de propagación de la pandemia, estas mismas diferencias y el contexto político y social que las sustenta también son caldo de cultivo para otra pandemia que, al igual que el coronavirus, mata desproporcionalmente un mayor número de hombres de color, afrodescendientes en particular. Estudios conducidos por especialistas en salud pública muestran que en los Estados Unidos hombres afrodescendientes son 3.5 veces más propensos que los hombres blancos a ser muertos por la policía; uno de cada mil hombres negros muere en manos de la policía. Según observadores de la violencia policial entre el 2013 y el 2019 el 98% de los homicidios de afrodescendientes a manos de la policía ha quedado impune con más de 700 homicidios de hombres negros perpetrados desde inicios de este año.

 

El brutal homicidio del ciudadano negro George Floyd perpetrado por la policía en la ciudad de Minneapolis a fines de Mayo en plena pandemia desato una rebelión no vista en el país desde la que sacudieran al país en 1968 en protesta al asesinato de MLK. La ira y frustración de las espontaneas y violentas iniciales estuvo dirigida principalmente en contra de la policía, comisarías y cortes de justicia. Bajo coordinación de Black Lives Matter estas protestas iniciales fueron incorporadas en un masivo movimiento multirracial y multi-generacional en contra del racismo y la brutalidad policíaca, y por la desmilitarización y reorganización de las fuerzas policiales. En su momento culminante el día 6 junio, cientos de miles se movilizaron en 550 ciudades en todo el país. Según el New York Times, entre mayo y junio se realizaron cerca de 2500 movilizaciones con un número aproximado de participantes estimado entre 15 y 26 millones de personas. Las movilizaciones tuvieron lugar tanto en las grandes metrópolis como en ciudades y poblados de población mayoritariamente blanca. La masiva participación de manifestantes blancos en un movimiento conducido por una organización negra y los altos niveles de aceptación de las acciones de BLM y de apoyo a sus demandas señalados por las encuestas, refleja también la cambiante demografía estadounidense que en las últimas décadas ha experimentado un crecimiento, por nacimiento y migración, de comunidades de color así como ha incrementado su presencia tanto en las esferas económicas como en las artísticas, culinarias, empresariales, deportivas y académicas a lo largo y ancho del país.

 

La movilizaciones también generaron un intenso debate nacional sobre la raza y el racismo, su importancia e inserción en las instituciones estatales, la cultura y la vida diaria. Uno de los debates más intensos es el relativo a la demanda de la reorganización integral de la policía. BLM y la izquierda del movimiento demandan el recorte de presupuesto y desmilitarización y abolición de la policía, su reemplazo por nuevas formas de organización de la seguridad publica bajo control ciudadano dando énfasis a programas de salud mental, adicción y servicios sociales. Sindicatos, equipos deportivos, universidades, instituciones culturales, empresas privadas, televisoras se vieron obligadas a pronunciarse y a tomar medidas contra el racismo dentro de sus propias instituciones.

 

Una de las medidas más significativas fue la proscripción de la bandera y los símbolos de la Confederación de los estados esclavistas derrotados en la Guerra Civil (1860-1865). Generales de las fuerzas armadas –en oposición a deseos de Trump—proponen la cambiar el nombre de las bases militares que llevan los nombres de generales de la Confederación. Las demandas de remover monumentos a políticos y militares esclavistas existentes en estados del sur, así como en la capital de Washington, D.C. también dieron lugar a intensos debates. El derribamiento de la estatua de Jefferson Davis, presidente de la Confederación, por manifestantes de mediados de Junio dio inicio a una oleada de acciones similares a lo largo y ancho de los estados del Sur. También fueron blanco de los manifestantes monumentos conmemorando la memoria de esclavistas y colonizadores. En el estado de Nuevo México una coalición de pueblos indígenas forzó a las autoridades a remover de la capital del estado el monumento al conquistador Juan de Oñate. Replicadas en otros lugares la movilización contra la brutalidad policiaca en los EEUU se transformó en una acción global contra el racismo, el colonialismo y la supremacía blanca. En la ciudad de Bristol, Inglaterra, manifestante derribaron y echaron al mar la estatua de Edward Colson, filántropo, prominente miembro del parlamento y uno de los más grandes traficantes de esclavos de su tiempo. En Popayán, Colombia, a iniciativa del pueblo originario Misak manifestantes derribaron el monumento al conquistador Sebastián de Benalcázar. En Chile manifestantes derribaron o desfiguraron más de 70 monumentos conmemorando colonizadores o militares participantes en guerra y represión contra los pueblos originarios.

 

(Lucha Indígena, Año 14, n. 169, Octubre 2020)

 

Gerardo Renique Brooklyn, Nueva York

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209411
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