Del genocidio armenio a las masacres de los kurdos

29/07/2020
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El Estado turco recorre una línea histórica marcada por la represión de las minorías étnicas y religiosas dentro de sus fronteras. Ayer las víctimas fueron los armenios, hoy son los kurdos.

 

El Estado turco es implacable. En su versión otomana, laica y “moderna”, o –en los últimos años- erdoganista, las minorías étnicas y religiosas están en el blanco de una maquinaria militar e ideológica que no concibe diferencias y ni siquiera tibias oposiciones. En Turquía existe una línea histórica que oscila entre el genocidio y las masacres planificadas, la represión y la asimilación de grandes porciones de población bajo el lema de una nación, una bandera, un Estado. Este derrotero comenzó a finales del siglo XIX, con la decadencia del Imperio Otomano, y se reproduce de forma casi exacta hasta llegar al actual gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan.

 

El historiador armenio John Sahakí Kirakosyan es una referencia por demás interesante para observar la historia del Estado turco. En su libro Jóvenes turcos. Antecedentes históricos y geopolíticos del Genocidio Armenio, Kirakosyan investiga y documenta de forma sólida los últimos estertores otomanos y el nacimiento del movimiento que dio vida a la República turca en 1923, con el liderazgo de Mustafa Kemal (Ataturk) y los Jóvenes Turcos. Publicado a mediados de la década de 1980, y recién aparecido en Argentina en 2015 de la mano de Ediciones Ciccus, en Jóvenes Turcos también se pueden rastrear los choques geopolíticos alrededor de Turquía y las tensiones de potencias como Rusia, Gran Bretaña, Francia y, posteriormente, Estados Unidos para conquistar una alianza férrea, en un primer momento, con el Sultán Abdul Hamid II –último patriarca del Imperio Otomano-, luego con Ataturk hasta llegar a la actual e inflamable situación generada por Erdogan y sus planes de expansión y control territorial.

 

Algunos fragmentos del trabajo de Kirakosyan, en referencia a las matanzas contra armenios que derivaron en un genocidio en el que fueron asesinados entre un millón y medio y dos millones de personas, sirven para trazar esa línea histórica siniestra:

 

—El autor recuerda que durante el Imperio Otomano “se perseguía a los maestros (armenios) y se ejercía un estricto control sobre las escuelas. Se violaban y pisoteaban los derechos nacionales y los privilegios concedidos y consagrados por decretos de los sultanes anteriores”.

 

 

—Kirakosyan cita al historiador y político irlandés James Bryce, que describió la persecución: “Infinidad de aldeas se convirtieron en pasto de las llamas, las iglesias fueron transformadas en mezquitas, las mujeres fueron violadas, las muchachas y los jóvenes fueron llevados lejos y vendidos como esclavos”.

 

—Según el historiador armenio, cuando el Sultán era acusado de las masacres contra armenios sus respuestas eran lacónicas: “Las consideraba leyendas, y con el propósito de granjearse las simpatías y la solidaridad de monarcas y tiranos adictos, declaraba que no se hizo nada más que proteger el orden de los atropellos de los revolucionarios, que los agresores eran armenios, que en sus cárceles no se aplicaba ningún tipo de torturas y que, generalmente, las torturas, desde hacía mucho tiempo él las había prohibido en la realidad turca”.

 

—“El propósito de los turcos era –afirma Kirakosyan-, implementando un amplio sistema de matanzas, lograr que en un extenso territorio ninguna mujer armenio pudiera convertirse en madre de un niño armenio”.

 

—Una de las bases de la política otomana era el odio étnico. Así se describen las medidas tomadas por el Sultán Hamid: “Clausuraba las escuelas armenias allí donde le era posible. Estaba prohibido el ingreso a Turquía de todos aquellos libros que, de una manera u otra, podrían alimentar las ansias de autonomía del pueblo armenio. Por ejemplo, estaba prohibida la entrada del Manual de Geografía donde se mencionara la palabra Armenia. Los periódicos armenios eran censurados con particular severidad por parte de los organismos estatales. Se estimulaba el espionaje en todos los ambientes armenios”.

 

Si bien las palabras citadas son una pequeña muestra de lo sucedido con los armenios, describen los grandes rasgos de la política otomana que, con mediaciones y “nuevas formas”, sobreviven en la génesis del Estado turco moderno.

 

En muchas de las historias relatadas por Kirakosyan se podrían suplantar las palabras “armenio” por “kurdo” y “Sultán Hamid” por “presidente Erdogan”, y entonces sospecharíamos que la historia está congelada. Pero el fuego que hace mover los ejes de la humanidad no está en sus dictadores, sino en los pueblos que resisten y se rebelan. Muchos armenios y kurdos tomaron esta decisión que todavía no se apagó.

 

Las similitudes entre las políticas genocidas contra los armenios y la actual voracidad turca por enterrar a los kurdos es la misma.

 

Estos pocos ejemplos lo demuestran:

 

El 4 de mayo de 1937, el gobierno turco dio inicio a la Masacre de Dersim, cometida en la región aleví de Bakur (Kurdistán turco). Miles de pobladores fueron asesinados y la mayoría de los sobrevivientes, expulsados. La cifras oficiales indican que se asesinaron a 12.000 pobladores, aunque ese número, según las fuentes, aumenta a 90.000. El Estado turco no sólo mató, sino que cambió los nombres originales de la región. Desde entonces, en los mapas Dersim aparece con el nombre turco de Tunceli.