La parábola del cambur
- Opinión
Yo llevaba un par de años, con el deseo de escribir el presente artículo, pero por falta de tiempo para redactar las mágicas palabritas, pues tuve que dejar la historia languideciendo en mis tontos recuerdos, aunque gracias a la cuarentena social venezolana, finalmente el laborioso reloj del Universo se detuvo frente a mis ojos, y me permitió gozar de sagrados minutos para compartir la parábola.
Pero mi parábola no es cualquier parábola, es nada más y nada menos que la gran parábola del cambur, y si los bíblicos evangelistas estuvieran vivitos y coleando por Venezuela, pues seguro que agregarían a las páginas del evangelio eterno, tanto el puño como la letra del delicioso cambur venezolano.
Todos debemos comprender, que el cambur es una planta de la familia de las musáceas, parecida al plátano, pero con la hoja más ovalada y con el fruto más redondeado, e igualmente comestible por los seres vivos.
Cambur criollo, cambur manzano, cambur topocho, cambur morado, cambur titiaro, cambur pigmeo, cambur amarillo, cambur higo, cambur pintón, cambur dorado, cambur bolivariano, y hasta cambur burro.
En Venezuela, el cambur amarillo es la fruta más famosa y más querida por todos los venezolanos, y todavía yo no he conocido a un venezolano, que rechace desnudar el plumaje del afrodisíaco cambur, para morderlo con salvaje alegría y para devorarlo en un santiamén.
¿Desnudar el plumaje del afrodisíaco cambur?
Sí mi hermano, desnudar el plumaje del afrodisíaco cambur, porque yo creo que escribir es una adictiva poción mágica, y todo buen mago es libre de soñar despierto, es libre de usar la figura retórica, es libre de volar sin tener que pedir permiso para volar.
El cambur es amado y respetado en toda la geografía de Venezuela, no solo porque es una de las frutas más baratas en las tiendas de frutas venezolanas, sino también porque el sabroso cambur tiene un altísimo nivel nutritivo, y debido a la fuerte crisis económica que tristemente sufre Venezuela, pues comprar y comer un simple camburcito, es una oportunidad de oro para que muchísima gente venezolana, tenga un vigorizante alimento para desayunar, almorzar y cenar.
Quizás los lectores extranjeros y ajenos a la realidad social de Venezuela, piensen que mis palabras son exagerados dramas taciturnos, pero aunque muchas soleadas neuronas no acepten la oscuridad de mi prosa, y aunque no estoy en la corte americana para entre lágrimas jurar mis verdades, yo les aseguro que el milagroso cambur es agua viva para todos los venezolanos, y su alto valor energético viene permitiendo que el pueblo venezolano, obtenga la fuerza espiritual necesaria para no morir de hambre, por culpa de una politizada desnutrición en todo el territorio venezolano, que no necesita exhibir una cruz de metal en la boca del ombligo, para perforar a la pobreza con el sabor del cambur.
Yo creo que todos estamos empezando a comprender, que el sagrado cambur es mucho más que una amarillosa fruta venezolana, y aunque los venezolanos no somos los monitos de la selva que obedecen al grito de Tarzán, y pese a que yo creo que millones de venezolanos quisieran vivir en la selva, para comer los mismos plátanos que se comen los obedientes monitos de Tarzán, pues yo también creo que la dignidad, fue el mejor tesoro de vida que nos regaló Jesús.
¿Acaso confiamos y obedecemos a Tarzán, o confiamos y obedecemos a Jesús?
El salario del venezolano solo le permite comprar un solo cambur en la calle, y si el venezolano quiere sazonar el cambur con un poquito de sal, pues el venezolano tendrá que transformarse en un miserable ladrón enmascarado, y el miserable ladrón venezolano tendrá que robar la sal del supermercado, porque no debemos olvidar que el maldito salario que recibe el venezolano, solo le permite comprar un maldito cambur en las malditas calles venezolanas.
Aquellas malditas calles venezolanas, donde te partes el lomo y te sudas el alma, para ganar un centavito que quizás sea suficiente dinero orgánico, para comprar un maldito cambur, o para comprar la bala que cambiará el destino de todos los paisanos venezolanos, que se sienten tan frustrados como rabiosos, porque no quieren aceptar que Nuestro Señor Jesucristo, es el único alimento de vida que puede saciar el hambre, y que puede saciar la sed del pueblo venezolano.
Pero para los venezolanos, el camino de la justicia no llega a través de los pasos de Jesús, porque para los venezolanos la justicia llega por el sabor del cambur.
Sabemos que la cita bíblica en Mateo 15:11 nos afirma lo siguiente:
“Lo que los hace impuros delante de Dios, no es la comida que entra por su boca. Lo que los hace impuros, son los insultos y las malas palabras que dicen”.
La desesperación estomacal de los venezolanos es tan pero tan grande, que, si un simple camburcito hoy no entra con revolucionaria rapidez, dentro de la agónica boca tan abierta como hambrienta de Venezuela, pues los venezolanos mañana serán capaces de cambiar a La Biblia, por un santísimo cambur de Nochebuena.
A causa de la mortífera inflación que sufre Venezuela, la mayoría de los venezolanos ya no pueden comprar productos alimenticios procesados, por lo que cuando los venezolanos se comen el cambur, mentalmente ellos piensan que se están comiendo el arroz con pollo, el espagueti con carne y el lomito de atún, que en el pasado los venezolanos realmente comían en las mesas de sus casas, pero debido a la crisis económica venezolana, ahora los venezolanos convirtieron al cambur en la mejor comida de un imaginario restaurante, que solo existe en los cerebros del anémico prójimo de Venezuela, y que solo cocina el alimento que la imaginación puede hoy imaginar.
Es cierto que el cambur siempre fue parte de la cultura gastronómica de Venezuela, pero en la actualidad, el cambur es una promesa de salvación para la supervivencia de los venezolanos en la Tierra, porque necesitamos del cambur para poder vivir un día más en la vida, porque necesitamos del cambur para tener algo de materia fecal para cagar, porque necesitamos del cambur para no podrirnos como una podrida fruta, que se llena de suicidas mosquitos humanos.
En Venezuela, un simple camburcito es oro del mayor quilate, y la ambición de los usureros por quemar el oro puro con el fuego del oportunismo, siempre ha corrompido el discernir de nuestra sociedad bolivariana, siempre ha sido causa de envidia, y siempre le ha puesto precio a la endeble voluntad del Hombre.
La desesperación social venezolana, no duda en comerse hasta la amarga cáscara del cambur, porque para mover las montañas primero debemos mover nuestros sucios pies, y aunque el cambur es la fruta de la fe en Venezuela, a veces la fe no alcanza ni para comprar un jabón ni para lavarse los pies, a veces la fe no alcanza ni para viajar desnudo en un sucio autobús, a veces la fe no alcanza ni para comprar la amarga cáscara de un cambur, y a veces la fe pierde su propia fe.
Hermanos, aunque ustedes no lo crean, justo ahora que estoy escribiendo melancólicas palabras, por culpa de la falta de fe cristiana de los venezolanos, pues mis vecinos están escuchando con bastante volumen, la canción “One of Us” de Joan Osborne.
La mencionada situación es tan profética como inverosímil, porque mis vecinos solo escuchan el sonido del vallenato, el sonido de las rancheras y el sonido del reguetón, y la verdad es que no entiendo la carambola musical que está ocurriendo ahora mismo, ya que, aunque reconozco que me encanta esa legendaria canción, es muy raro que mis vecinos escuchen esa melodía, porque a ellos solo les gusta la gasolina, dale más gasolina, y dale mucha más gasolina.
Pero no importa el desconcierto, porque ya se esfumó la electrólisis del ambiente roquero, y nuevamente reina la suave y santa paz en mi casa.
Como les estaba comentando a los lectores, el cambur es una sagrada fruta en Venezuela, el cambur es un termómetro social en las calles de Venezuela, y el cambur armoniza hasta con las cuatro cuerdas del cuatro de Venezuela.
Los venezolanos somos seres afortunados y bendecidos por la Madre Naturaleza, ya que el cambur nace, crece, y jamás de los jamases, muere en los evangélicos sembradíos de Venezuela, porque sin importar la época de sequía, porque sin importar la época de lluvia, y porque sin importar la épica época de crisis que estamos resistiendo en el país, pues siempre hay bellos camburcitos coloreando la belleza de nuestra bandera venezolana, siempre hay amarillenta riqueza en la fértil tierra venezolana que sabe cultivar a su hijo, y siempre hay una mojada concha de cambur, que nos hace caer por tanta basura en las calles.
Por desgracia, siempre hay venezolanos que aprovechan la inocencia del dulcito cambur bolivariano, para convertir a la única esperanza de sana alimentación que tienen los venezolanos, en una rentable mercancía que solo se le vende a quien tenga plata para comprarla, que solo se le compra a quien tenga plata para venderla, que solo demuestra la proverbial miseria espiritual que carcome a las mentes venezolanas, y que castiga el corazón de todo el pueblo de Bolívar.
Como decimos los venezolanos, ahora vamos a escribir “sin pelos en la lengua”, aunque realmente en mi caso, tal vez sería “sin callos en los dedos”, o también podríamos decir “sin cucarachas en la cabeza”, pero sea cual sea el color del océano, es tiempo de relatar la parábola del cambur, que está basada en una experiencia personal vivida en el año 2018, dentro de los andes venezolanos que se volvieron tan espiritualmente fríos, como las rocas que lloran de madrugadas.
¿El día?
Viernes que te quiero viernes.
¿La hora?
Tres y media de la tarde.
¿El clima?
Frío con un toque de calorcito.
Después de responder honestamente a las preguntas del interrogatorio policial, yo debo confesar que me encontraba en la capital del estado venezolano, donde nació el revolucionario perro Nevado, específicamente en la plaza Bolívar de dicho estado venezolano, y quiero pensar que usted conoce los históricos ladridos emancipadores de nuestro valiente y glorioso Nevado, porque venezolano que no conoce a Nevado, simplemente no es venezolano.
¿Acaso no sabes quién fue Nevado?
¡Qué vergüenza compatriota! Por eso los venezolanos, estamos como estamos.
Yo anhelaba comprar una gran mano de amarillito cambur venezolano, y mi fructífero sueño se convirtió en jugosa realidad, porque yo avisté a un camión estacionado frente a la plaza Bolívar, que tenía millones de cambures por adentro y por afuera de la amarillenta camioneta, y lo estoy diciendo literalmente, el camión estaba a reventar por tantos cambures resplandeciendo en la camioneta, esperando ser la consentida fruta vendida y comprada por toda la gente, que pasaba a lo largo y paseaba por lo ancho de la hermosa plaza Bolívar.
Llegó mi turno de comprar cambures en la plaza, y el vendedor era un bigotudo señor que estaba parado en frente de la camioneta, con la balanza para pesar el kilo de cambur, con el punto de venta portátil para pagar los cambures, y con las bolsitas de plásticos para almacenar los cambures comprados por el cliente.
Sin pensarlo dos veces, le dije al vendedor: “Buenas tardes, hermano, quiero una mano de cambur bien madura, voy a pagar en efectivo”.
El vendedor me dijo: “Chévere, ya le doy los cambures”.
Cuando el vendedor estaba pesándome mi mano de cambur con su balanza, pues se acercó el típico vagabundo de los andes venezolanos, vestido con su maloliente chaqueta llena de suciedad, cargando en su espalda el maloliente costal lleno de basura, y mostrando la asquerosa y larga barba de viejo mendigo.
El vagabundo le dijo al vendedor: “Oye, dame un camburcito”.
Pero el vendedor le dijo al vagabundo: “No puedo, están contados”.
Inmediatamente, el vagabundo con una maquiavélica sonrisa en su rostro, le dijo al vendedor: “Muchas gracias, te vas a hacer millonario vendiendo cambures, espero que los vendas toditos”.
El vagabundo caminaba y se alejaba del camión de cambures, pero le seguía gritando las mismas irónicas palabras al vendedor.
Pero el vendedor se molestó y con muy mala intención, le tiró un cambur al vagabundo, pero el vendedor deseaba que el cambur cayera en los pies del vagabundo, con el objetivo de humillar al indigente, y así obligarlo a que se agachara en la calle, para recoger el camburcito de la sucia carretera.
No hay duda de que el vendedor tuvo excelente puntería, porque el cambur cayó exactamente en los pies del vagabundo, pero el vagabundo no se detuvo para recoger el cambur del suelo, y siguió caminando como si no hubiera visto, y como si no hubiera sentido el cambur sobre sus pies, aunque es muy probable que el vagabundo moría de ganas por comérselo.
La situación que acabo de describir, ocurrió en un lapso inferior a los 30 segundos, pero lo que me tocó ver y lo que me tocó sentir, durante esos 30 segundos llenos de perversión social venezolana, hizo que me incomodara muchísimo, y decidí no comprarle la mano de cambur al odioso vendedor.
Cuando el vendedor me vio visiblemente enojado, textualmente me dijo: “Tranquilo hermano, no pasó nada, usted vio que no lo quiso recoger”.
Yo ignoré las frías palabras del vendedor, y como castigo por su actitud arrogante, yo no le compré la mano de cambur.
Tras retirarme muy molesto de la plaza Bolívar, yo decidí comprar la mano de cambur en el supermercado, y regresé a mi casa con ganas de tomar una ducha, para volver a purificar el olor a rosas de mi alma, con ganas de escribir la historia que hoy estoy compartiendo, y con ganas de analizar minuciosamente una lamentable escena social callejera, protagonizada por un simple y mundano cambur, y encarnada por tres actores sociales de la patria venezolana.
El vendedor, el vagabundo, el comprador.
¿Acaso debemos buscar a un culpable?
¿Acaso hay víctimas y victimarios?
¿Acaso la culpa fue del cambur?
La verdad, yo siento la necesidad de examinar la actitud de los tres actores sociales, que participaron en la gran parábola del cambur.
En primer lugar, el vagabundo.
Obviamente fue lógico que el vagabundo, le pidiera un cambur al vendedor de cambures. El indigente tenía hambre, y seguramente después de ver que el camión del vendedor estaba repleto de cambures, pues el vagabundo pensó que el vendedor le iba a regalar el cambur que le había pedido, y probablemente, el vagabundo jamás pensó que el vendedor se negaría a regalarle un miserable cambur.
Sin embargo, yo creo que la ironía y el sarcasmo que demostró el vagabundo, cuando le dijo al vendedor: “Muchas gracias, te vas a hacer millonario vendiendo cambures, espero que los vendas toditos”, nos demuestra fácilmente el motivo por el cual, el vagabundo terminó vagabundeando en las calles venezolanas, ya que el ego sigue haciendo estragos en su miserable vida.
Como he afirmado en anteriores artículos, el ego es una maléfica virtud del Diablo, no proviene de Dios, y tan solo hay que recordar a la manzanita de la discordia, a la astuta serpiente, y a dos pecadores llamados Adán y Eva, para comprender que el ego, es más que un tatuaje tatuado en la piel del Ser Humano.
Vimos que al vagabundo le dolió que el vendedor no le diera el cambur, y vimos que el vagabundo tampoco quiso agarrar el cambur del suelo, aunque podía haberlo agarrado sin ningún problema, pero se notó que el ego sigue destruyendo la vida del vagabundo, y aunque parece insólito que una persona sin techo, sin comida y sin nada, pueda seguir alimentándose del ego para no agarrar el alimento, que deseaba consumir y que necesitaba recoger del suelo, pues debemos recordar que el Diablo siempre utiliza el veneno del orgullo, para destruir la vida de su gente envenenada, porque aunque el vagabundo sabía que la cáscara del cambur protegía la frescura y la limpieza de la fruta, pues la suciedad del ego humano se impuso y contribuyó a la desnutrición venezolana.
Las personas que se dejan influenciar por el Diablo, siempre terminan siendo el estiércol de nuestras sociedades, y si el vagabundo se hubiera quedado en silencio, después que el vendedor le negó el cambur, o incluso, si el vagabundo le hubiera dicho al vendedor “Dios te bendiga”, como la mejor respuesta para apaciguar su descontento, pues seguro que el vagabundo hoy no estuviera pasando hambre en las calles, y quizás el vagabundo hasta tuviera su propia frutería llena de cambures para vender, pero como les dije anteriormente, el ego del Diablo no discrimina ni a nada ni a nadie, por lo que basta con estar vivo en la corteza de la Tierra, para potencialmente ser una víctima del ataque de Satán.
Hermano, yo creo que debes reflexionar sobre tu comportamiento social, pues tal vez con tu forma de hablar, con tu forma de tratar al prójimo, con tu lenguaje corporal, y con la personalidad que vienes conllevando en la vida, pues quizás tú, eres el hombre o la mujer que hoy está cavando el hoyo de su propia tumba en la calle, y tal vez más temprano que tarde, usted será el mendigo que termine mendigando un cambur, en la plaza Bolívar de cualquier ciudad de Venezuela.
En segundo lugar, el vendedor.
Es cierto que el vendedor de frutas, generalmente no es el dueño de la mercancía que vende en la calle, por lo que es probable que el bigotudo señor que vendía los cambures en la plaza, y que se atrevió a negarle el camburcito al vagabundo, pues no era el dueño ni del camión, ni de los cambures, ni de su propia vida.
Digamos que esa posible situación laboral del vendedor, podríamos entenderla y hasta cierto punto tolerarla.
A su vez, el hecho que el vendedor le dijera al vagabundo, “No puedo, están contados”, es otra penosa situación que quizás también podríamos entenderla y tolerarla, pues muchas veces el patrón o el dueño de la mercancía, obliga a que sus vendedores siempre digan esas rebuscadas frases, como las mejores excusas usadas para evitar regalar una fruta a la gente humilde, por lo que el vendedor esclavizado solo repite como un títere, la palabra que su patrón obliga a repetir.
Pero yo me pregunto dónde quedó la espiritualidad, la compasión, el altruismo, la solidaridad, y la misericordia de un perverso vendedor, que demostró no tener corazón, no tener amor, no tener valentía, y no tener el espíritu de Dios.
“No puedo”. Por supuesto que el vendedor podía haberle regalado el cambur al vagabundo, porque al vendedor nadie lo estaba apuntando con una gran pistola capitalista sobre su egoísta cabeza, como para que sintiera miedo y se negara a ser un poquito amable y generoso con el indigente, que solo le estaba pidiendo un miserable cambur.
Ni dos, ni tres, ni diez. El vagabundo le pidió un camburcito al vendedor, y el vendedor rechazó regalarle un camburcito al vagabundo.
“Están contados”. El colmo de la miseria espiritual, porque el vagabundo solo le estaba pidiendo un miserable cambur, y por muy “contada” que estuviera la mercancía, sabemos que el vendedor pudo haberle regalado al vagabundo, el camburcito más feito que estuviera sobrando en el camión, el que nadie iba a comprar, el que ya se estaba pudriendo, y estamos seguros que el vagabundo le hubiera recibido el glorioso cambur, y hubiera sido un feliz final de la historia.
Pero el vendedor demostró su miseria espiritual, y el vendedor también demostró que tenía un corazón de piedra, con su egoísta actitud que no le permitió sentir la desesperación del vagabundo, y que no le permitió ser humana e instintivamente empático con el mendigo, por lo que el vendedor no tuvo la suficiente voluntad cristiana, para compartir gentilmente tan solo un cambur, que ese día podía compartir con otro hermano de la calle.
El vendedor primero pensó en su propia conveniencia personal, y no quiso dar esa cosa que podía haber dado, porque sabía que no recibiría nada a cambio, si llegaba a dar gratis esa cosa que podía dar, demostrándose así su gran maldad.
La miseria espiritual del vendedor, también se demostró cuando tiró el cambur a los pies del vagabundo. Lo quiso humillar, y, de hecho, lo humilló, demostrándonos que el vendedor realmente era una mala persona, ya que le molestó las irónicas palabras del vagabundo, quien le dijo: “Muchas gracias, te vas a hacer millonario vendiendo cambures, espero que los vendas toditos”.
Sabemos que el vendedor pudo haber ignorado esas palabras, y pudo haber seguido vendiendo sus cambures en la pacífica plaza venezolana, pero el ego del Diablo también estaba presente en la mente y en el corazón del vendedor, y la diabólica soberbia del vendedor lo privó de alzar la mano de manera educada, y también lo privó de regalarle amistosamente el camburcito al vagabundo.
La diabólica semilla del ego perjudicó al vendedor, y lo incitó a tirar un cambur a los pies del vagabundo, lo cual también nos demostró la gran estupidez del vendedor, porque con esa insana y grosera actitud en contra del vagabundo, pues el vendedor se arriesgó a que el vagabundo se enfureciera por la ofensa recibida, y el mendigo rabioso y sin ya nada que perder, pudo haber dado media vuelta y pudo haber regresado hasta el camión del vendedor de frutas, y sin pensarlo dos veces, el vagabundo pudo haber golpeado, robado, y hasta asesinado al perverso vendedor, que definitivamente merecía recibir un castigo.
Pero más allá del incidente social ocasionado por un simple cambur, fue tristemente increíble escuchar y visualizar la parsimonia del vendedor, quien me dijo: “Tranquilo hermano, no pasó nada, usted vio que no lo quiso recoger”.
¡Qué cínico! El vendedor se sintió la víctima de la parábola, y el vendedor sintió que había hecho su buena acción del día, porque tiró el cambur a los pies del vagabundo, y según el irracional razonamiento del vendedor, pues el vagabundo fue el injusto hombre que no quiso apreciar su regalo, ya que se negó a recoger el cambur del suelo, y ni siquiera le pidió disculpas por rechazar la sucia fruta.
En tercer lugar, el comprador.
La verdad, en un principio me gustó no haberle comprado la mano de cambur al vendedor, siendo el mejor castigo que se me ocurrió llevar a cabo para castigar su vileza, pues yo me sentí anonadado y ofuscado tras ver esa terrible situación callejera, y después de ver la canallada del vendedor en contra del vagabundo, me pareció correcto no comprarle la mano de cambur, para que el vendedor también sintiera tanto el dolor como la frustración que sintió el vagabundo, y para que el vendedor aprendiera a respetar la espiritualidad del prójimo.
También me pareció correcto no haber discutido con el bigotudo vendedor, pues la contaminación espiritual de los Seres Humanos, es como un pedazo de carbón que ensucia a quien lo toca, y la verdad, yo no quería ensuciarme con el sucio carbón del vendedor, por lo que en ese momento, yo pensé que mi mejor expresión de violencia en contra del vendedor, era negarme a comprarle la mano de cambur que él pensaba que yo le compraría, tan solo segundos antes que ocurriera el feo incidente social, entre el vendedor de frutas y el vagabundo.
Yo siempre he pensado que el tiempo de Dios es perfecto, y es precisamente Jehová, quien tiene el control de nuestro destino. También, yo siempre he creído que Dios no castiga a nadie, pues, por el contrario, Dios como buen padre lo que hace es aleccionar a sus hijos, para que aprendan a reconocer los errores cometidos en la vida, y así los Hombres eviten volver a cometer esos pecados.
Por eso, yo me alegré tras no haber usado, ni la violencia física ni la violencia verbal, para expresarle mi enojo al vendedor, y creo que no comprarle a un vendedor lo que el vendedor pensaba que vendería, pues es suficiente castigo terrenal aquí en la Tierra, para reprender a cualquier desgraciado vendedor.
No obstante, cuando regresé a mi casa y analicé el suceso en retrospectiva, yo sentí que tenía que haber comprado una gran mano de cambur, y yo tenía que habérsela regalado de una vez al vagabundo, pero yo debo reconocer que la actitud irónica y sarcástica del vagabundo en contra del vendedor de frutas, también me pareció un comportamiento muy desagradable, y hasta me pareció peligroso arriesgarme a regalarle el kilo de cambur, a un encolerizado hombre que estaba muy herido por culpa del vendedor, y que tal vez, podía haber descargado su rabia y frustración, en contra de un buen samaritano como yo.
Si el vagabundo de la plaza Bolívar, se hubiera comportado como un buen vagabundo de la calle, y no hubiera usado la violencia verbal en contra del vendedor que se negó a darle el cambur, pues con mucho gusto, yo le hubiera comprado una gran mano de cambur al vagabundo, y yo se la hubiera regalado en la plaza, pero debo insistir que debido a la violencia verbal del vagabundo, me pareció que ese hombre estaba espiritualmente muy contaminado, y la verdad, en ese momento yo sentí que el vagabundo era un agresivo hombre de la calle, incapaz de dar las gracias con sincero amor e incapaz de expresar gratitud.
Además, yo sé que la parábola del cambur ocurre todos los días en Venezuela, por lo que tampoco era mentalmente sano, llegar a perturbarme y “sentir de más” una perturbadora situación, que aunque yo sé que genera tristeza en la mente de los buenos cristianos, pues también debemos reconocer que esa injusta situación de la vida, ocurre con bastante frecuencia en las empobrecidas calles de Venezuela, y yo creo que es más saludable sacar a los demonios del alma y escribirlos en una obra, antes que comprar gasolina, para prenderle fuego al camión del vendedor de frutas, y para quemarle el espíritu inmundo que llevaba por adentro.
Recordemos que la cita bíblica en Mateo 25:35-46 nos dice lo siguiente:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer. Tuve sed y me disteis de beber. Fui forastero, y me recogisteis. Estuve desnudo, y me cubristeis. Enfermo, y me visitasteis. En la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer. Tuve sed, y no me disteis de beber. Fui forastero, y no me recogisteis. Estuve desnudo, y no me cubristeis. Enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?
Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo, que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.
Mi querido hermano lector, si Jesús tuviera hambre, si usted tuviera muchísimos cambures, y si hoy Jesús le pidiera un cambur:
¿Acaso usted se negaría a regalarle el cambur a Jesús, porque sus cambures están contados?
¿Acaso usted humillaría a Jesús tirándole el cambur al suelo, para que Jesús lo recogiera de ese mismo suelo?
¿Acaso usted percibe diferencias entre el vagabundo y Jesús?
¿Acaso usted se comporta como el egoísta vendedor de frutas de la plaza Bolívar?
La verdad, yo no le pregunté al vendedor de frutas si era cristiano o ateo, pero más allá de creer o no creer en Dios, yo creo que el Ser Humano ha perdido el agraciado valor humanitario en su vida, y es por tanta cotidiana indiferencia y es por tanto cotidiano egoísmo, que el Ser Humano ha perdido la compasiva condición de “Humano” en el planeta Tierra, y en pleno siglo XXI, yo creo que el Hombre es un simple e inhumano Ser Vivo, que sobrevive sin conocer el significado holístico de su propia vida, y que para tomar la decisión de ayudar a los demás seres vivos, primero preguntará cuánto dinero recibirá a cambio de ayudar a los demás seres vivos, porque desgraciadamente si no hay plata de por medio, el Hombre jamás desplumará al cambur por amor a la vida.
Todos nosotros debemos saber, que la justicia pertenece únicamente a Jehová, y por eso compartimos la cita bíblica en Romanos 12:19 que nos dice:
“Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, así dice el Señor”.
También compartimos la cita bíblica en Deuteronomio 32:35 que nos dice:
“Mía es la venganza y la retribución. A su tiempo, el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca. Ya se apresura lo que les está preparado”.
Y en Hebreos 10:30 también leemos la siguiente cita bíblica:
“El Señor juzgará a su pueblo”.
Hermanos y hermanas, nosotros no sabemos si después de humillar al vagabundo de la calle, y si después de concluir su jornada laboral en la plaza Bolívar, tal vez el vendedor de frutas tuvo un accidente en la carretera y murió por la explosión de su camión, tal vez, una plaga de millares de mosquitos pudrieron todos los cambures de su camión, o tal vez, el vendedor llegó sano y salvo a su casa, y el vendedor durmió en su cama y con su esposa en santa paz.
Si bien nosotros no sabemos cuál fue el destino final del vendedor, usted y yo debemos confiar en la perfecta justicia de Jehová, y nosotros debemos seguir recordando que Dios nos dice: “La venganza es mía, yo pagaré”, por lo que a pesar de la gran aflicción que sintamos, ante cualquier injusta situación presenciada o vivida a lo largo de nuestras vidas, es importante recordar que el buen cristiano no debe hacer justicia por su propia cuenta, pues debemos permitir que la perfecta justicia de Dios, ajusticie a quien deba ser ajusticiado en la vida terrenal, y aunque tal vez esa justicia no llegue en el tiempo que nosotros deseamos que llegue la justicia, pues el buen cristiano debe aprender a confiar en el santo poder de Dios, y no debe confiar en la vengativa mano del Hombre.
Al final de la trágica historia, un cambur quedó fracturado, casi desplumado, y agonizando en el sucio suelo de una andina plaza Bolívar de Venezuela.
Tal vez, el cambur se lo comió un perro de la calle o un cuervo del cementerio.
Tal vez, otro vagabundo de la calle sin egocentrismo en su vida, pues se atrevió a agarrar y a comerse el pedazo de cambur del suelo.
Tal vez, un ciudadano pisó el cambur que estaba en frente de la estatua ecuestre del Libertador, y lo mató con tan solo una pisada de un zapato en pie de lucha.
Tal vez, las ratas se comieron el cambur.
Tal vez, el cambur se convirtió en bíblica poesía.
Tal vez, el cambur se lo llevó el viento.
Tal vez, el cambur murió en soledad.
Tal vez, yo soy el cambur.
Pero más allá del periplo del cambur, todos vimos la metamorfosis emocional de los tres actores sociales, que protagonizaron la escena callejera de la parábola del cambur, y yo creo que es importante repasar los cambios emocionales, para examinar qué tan inestables son nuestros sentimientos humanos, y para saber cómo vamos exteriorizando esos cambios emocionales en nuestras vidas.
Aunque dicen que es más saludable expresar libremente las emociones, y luego sonreír como un niño que se come su helado favorito, antes que reprimir las emociones que sentimos, y luego estallar como una desquiciada bomba de tiempo, lo cierto y lo rescatable, es que la parábola del cambur nos demostró que en un pestañeo del tiempo en la Tierra, podemos apreciar la gran volatilidad de nuestras emociones humanas, y no hay duda, que si la mezcla social del prójimo produce tonalidades, que tal vez no combinan con los colores de nuestras personalidades, pues la actitud positiva puede convertirse en una fatal actitud negativa, y la actitud negativa puede convertirse en una bella actitud positiva.
El vagabundo pidió el cambur de forma respetuosa, pero cuando escuchó que el vendedor no se lo iba a dar, entonces el vagabundo usó la violencia verbal como una reacción emocional negativa, para demostrar su discrepancia por la egoísta decisión del vendedor.
El vendedor de frutas, así como me trató con amabilidad porque sabía que yo pagaría los cambures, pues trató mal al vagabundo porque sabía que él no pagaría el camburcito, y en menos de un minuto, el vendedor humilló al indigente tirándole el cambur al suelo, y en menos de un minuto, el vendedor me dijo: “Tranquilo hermano, no pasó nada, usted vio que no lo quiso recoger”.
El comprador, aunque deseaba comprar alegremente los cambures, pues se enojó por la mala actitud del vendedor en contra del vagabundo. Es cierto que el comprador no estaba obligado a molestarse, por una situación que fue totalmente ajena a su persona, y que se podía soslayar sin sentir ningún tipo de molestia personal, pero fue por sus principios humanamente éticos y morales, que el comprador se molestó por culpa de la mala reacción del vendedor, y al final del caos, el comprador no quiso comprarle la mano de cambur en la plaza.
El Mundo nos dice que es imposible encontrar, el equilibrio emocional viviendo en el Mundo de carne y hueso, pero Dios nos dice que siempre es posible conseguir el equilibrio emocional, si nos arrodillamos en el Mundo de carne y hueso, si entramos en santa comunión con Dios mediante la sincera oración, y si vivimos solo por el deseo de agradar, y con el deseo de alegrar a Dios.
No olvidemos la famosa cita bíblica en Mateo 4:4 que nos afirma lo siguiente:
“No solo de pan vivirá el Hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Pero más allá de las sabias palabras de Jesús, hoy nosotros podemos decir, que no solo de cambures vivirán los venezolanos, sino también vivirán de toda palabra, que sale de la boca de Dios.
En tiempos de crisis, recordemos la santa voz de Jehová, y olvidemos los gritos de Tarzán.
Amigo lector, estoy seguro que gracias a Dios, usted tiene más que un camburcito para alimentar a todas las bocas de su casa, lo cual es una gran bendición en su vida y para su familia, pues miles de compatriotas no tienen ni siquiera un camburcito podrido en sus mesas, por lo que usted no se debe quejar tanto por culpa de una politizada crisis social venezolana, que se roba la paz espiritual de millones de venezolanos, incapaces de apreciar la santa luz del Sol, que aunque sigue brillando en sus vidas, sigue siendo oscurecida por el cambur.
Me alegra haber escrito la parábola del cambur. Es muy bonito desahogar el alma a través del arte, y yo exhorto a todos mis hermanos lectores, para que rompan la mediocridad de sus vidas, y para que rompan el mundanismo de comer y cagar, que tanto daño emocional causa a la salud mental del pueblo cristiano venezolano, y es por culpa de la mediocridad espiritual del prójimo, que los venezolanos terminan glorificando el sabor de un pedazo de cambur, y hasta somos capaces de pelear y de matar, para comer ese vil pedazo de cambur.
Hermano, usted debe ser más agradecido con Dios, hoy debe orar más, debe buscar más de Dios y menos del Mundo, y más temprano que tarde, verá que el cambur terminará siendo, ni más ni menos que un simple cambur.
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