Pandemia e importancia de los pueblos amazónicos en Perú
- Opinión
CARTA ABIERTA del apu de la Comunidad Nativa de Pucacuro, Emerson Mucushua Pizango
Señores: Defensoría del Pueblo, Ministerio de Salud, Ministerio de Cultura y Gobierno Regional de Loreto
ASUNTO: Pruebas para el COVID-19, asistencia de médicos, y alimentos para afrontar la cuarentena.
Reciban ustedes el saludo de los miembros de nuestra comunidad nativa de PUCACURO, quienes desafortunadamente venimos siendo víctimas, esta vez, de la irresponsabilidad de las autoridades ediles y médicas del distrito de Trompeteros, y el abandono a los PP.II. de las autoridades nacionales y regionales. Autoridades ediles, a quienes hacemos responsables por cualquier suceso futuro lamentable que afecte a nuestros miembros.
El pasado 20 de abril a horas 10:00 a.m. trabajadores de la comuna contagiados con COVID-19 (dieron positivo luego), aprovechándose de la necesidad alimentaria de nuestros miembros y rompiendo las reglas internas de nuestra comunidad contagiaron a un sin número de comuneros al repartir las canastas de alimentos organizado por la municipalidad.
Como consecuencia mediata tenemos comuneros (niños y adultos) con dolores de cabeza, dolores de articulación, fiebre, dolores estomacales, tos, sequedad en los ojos, y otros síntomas.
Nuestra comunidad consta de 388 familias, entre ellos tenemos niños, niñas, adultos mayores y madres gestantes que padecen desnutrición crónica, anemia, y otras enfermedades atribuibles a la contaminación petrolera (4 décadas de extracción). Durante la explotación de Pluspetrol Norte se ha contaminado nuestro Cocha Atilliano, principal fuente de pescado para la comunidad; a ello, ahora, se suma el contagio del COVID-19, hecho que nos obliga confinarnos en nuestros hogares para evitar se propague el virus. Sinceramente esta situación nos pone en una situación de vulnerabilidad extrema, no contamos con médicos para atender las emergencias que se vaya a suscitar, estamos impedidos de proveernos de alimentos de necesidad básica, y lo desesperante es que no sabemos con certeza cuántos están contagiados con el virus dentro de la comunídad; por estos motivos, solicitamos a su autoridad, lo siguiente:
1. Inmediata atención con médicos y enfermeros
2. Pruebas rápidas de Covid-19
3. Alimentación para resistir el confinamiento
Sin más que decir de momento, agradecemos su respuesta inmediata.
CC.NN. de Pucacuro, 29 de abril 2020
EMERSON MUCUSHUA PIZANGO
DNl 80656934
APU -CC.N N .- PUCACURO
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En este artículo me interesa comentar los primeros casos del coronavirus en tres comunidades nativas; luego ofrecer una breve aproximación para conocer y entender a los pueblos indígenas amazónicos y lo que debemos aprender de ellos; finalmente, presentar una opinión crítica sobre la relación entre el Estado y sus gobiernos y las comunidades nativas y andinas.
Tres casos de pueblos indígenas amazónicos en el escenario político del drama Corona virus
Pese a la decisión de los apus, representantes reales de comunidades nativas, de cerrar los ríos el virus llegó y sigue llegando a muchas de ellas, cerca y lejos de las ciudades y en lejanos lugares de frontera con Ecuador y Brasil, como las de Pucacuro, en el río Corrientes y numerosas comunidades shipibo en Ucayali. La carta del apu de la Pucacuro, que figura como epígrafe de este artículo, es un documento valioso que muestra descarnadamente la realidad en que se encuentran nuestros hermanos indígenas amazónicos. Lorenzo Chimborás, alcalde del distrito de Trompeteros, llegó a Pucacuro llevando canastas de víveres. Pucacuro está a cuatro horas de Trompeteros, muy cerca de la frontera con Ecuador y a tres días de navegación de Iquitos.
Seguramente, no sabía el alcalde que los tripulantes de la lancha con quienes iba estaban infectados; el resultado simple fue que el 90% de sus habitantes fue contagiado. El apu, líder, Emerson Mucushua Pizango, recuerda que con Plus Petrol Norte –una filial de la petrolera argentina Pluspetrol S.A y de la firma China National Petroleum Corporation que comenzó sus operaciones en Trompeteros en 1994– llegó una primera epidemia con la contaminación de las aguas de los ríos por el repetido derrame de petróleo y residuos químicos.
El pueblo indígena Shipibo-konibo ocupa desde hace centenares de años un territorio en Ucayali, hasta la frontera con Brasil. En el distrito de Yarinacocha está la comunidad de San Francisco, que parece ser ya una comunidad urbana, uno de los centros artesanales con sus célebres telas de dibujos geométricos y su hermosa cerámica. En la división del trabajo corresponde a las mujeres vender sus productos en calles y plazas de Pucallpa; desde hace mucho tiempo, ellas son parte del paisaje de la región. En nuestra historia peruana los shipibo-konibo han sido los primeros migrantes de pueblos indígenas amazónicos en Lima, sobre todo en los últimos 30 años. Se acostumbraron a viajar a Lima con frecuencia, hasta que decidieron quedarse en lo que se llama la isla de Cantagallo, a orillas del río Rímac, muy cerca del palacio de gobierno en Lima. Como en Pucallpa, son parte ya del paisaje del centro de Lima, muchas de sus calles, plazas y playas. Cuentan que en 2000, 14 familias llegaron a Lima con la promesa del candidato Alejandro Toledo de ofrecerles un terreno propio a cambio de su apoyo en la campaña electoral. Elegido presidente habría olvidado la promesa. En 2012, el alcalde de Lima prometió reubicarlos en la zona de Campoy, parte del distrito de San Juan de Lurigancho. Las promesas se desvanecían en el aire cuando un incendio en 2016 destruyó sus 480 viviendas, precariamente reconstruidas por ellos y ellas, en el mismo lugar. Hoy, la comunidad urbana shipibo-konibo de Cantagallo tiene alrededor de 400 personas infectadas y está sometida a un aislamiento social obligatorio. Sus condiciones de vida son de una enorme precariedad: sin agua, sin poder vender sus productos, con una extrema pobreza, llevada con dignidad. Hasta ayer, se sabía que tres residentes habían fallecido.
Las imágenes sobre el drama indígena por el virus en la Amazonía que la televisión, la radio, los diarios y revistas presentan, muestran y describen su extrema pobreza y el olvido en que se encuentran. Es demasiado grande la responsabilidad del Estado, de sus gobiernos y de los alcaldes de Lima. Llama la atención que con la pandemia, los limeñísimos periodistas de la televisión y radio de más audiencia en el país se asombran al descubrir que el Perú no es el paraíso próximo a entrar en el exclusivo club de países europeos del primer mundo.
Llegados a este punto, la pregunta que se impone es ¿qué se sabe en Lima y el resto del país de los pueblos indígenas amazónicos? Desde 1968, cuando Stefano Varese publicó su primer libro La sal de los cerros, la bibliografía antropológica se ha multiplicado y son ya muchas las contribuciones desde la biología, la ingeniería forestal y de muchas corrientes ambientalistas. Desafortunadamente, el conocimiento producido en el mundo académico queda encerrado dentro de las universidades y centros de investigación y son muy pequeños los esfuerzos que se hacen por escapar de él. La situación se agrava si se tiene en cuenta que los medios de comunicación no se interesan por ir más allá de una información superficial, no solo sobre la Amazonía sino sobre todo el país que rodea a San Isidro y Miraflores, el corazón oficial de Lima.
Brevísima aproximación para entender y aprender de los pueblos indígenas amazónicos
Las comunidades nativas que vemos hoy se formaron a partir de la Ley 20653 dada por el gobierno del general Velasco Alvarado en 1974, que fue la primera en la que se tuvo en cuenta a los pueblos indígenas amazónicos. La de comunidades andinas tiene ya un siglo. Con información disponible para 2019, hay 2,366 comunidades nativas en 11 departamentos del país (1588 reconocidas y tituladas, 98 reconocidas por titular y 680 por reconocer y titular), con una extensión demarcada y titulada de 12 millones 827 mil hectáreas. Hay también 12 reservas para los Pueblos Indígenas en Aislamiento y Contacto Inicial (PIACI). Por último, hay en la Amazonía nuestra, nueve áreas naturales protegidas (bosques de protección, cotos de caza, parque nacional, refugio de vida silvestre, reserva comunal, reserva nacional, reserva paisajística, santuario histórico y santuario nacional). Para el mismo año, hay en Perú 7,273 comunidades campesinas (5,143 reconocidas y tituladas, 1,111 reconocidas por titular y 1,019 por reconocer y titular) con una extensión de 24 millones 077 mil Hectáreas. (Fuente: Instituto del Bien Común, Lima. Gracias a Margarita Benavides y Ermeto Tuesta por ofrecerme las cifras frescas del momento).
Cada uno de los pueblos indígenas amazónicos está formado por personas que viven en el bosque, comparten una lengua, una cultura y un pasado común. Dependen enteramente del bosque para conseguir el mitayo o carne de animales del bosque, y los peces de ríos, cochas-lagunas y quebradas. Los grupos deben ser pequeños para no agotar rápidamente el acceso a esos animales y si crecen demasiado se desdoblan, guardando vínculos muy estrechos entre ellos como segmentos de clanes y/o linajes. Se instalan en un lugar y queman los arboles ¬–técnica llamada “de roza”– de una pequeña extensión para disponer de una tierra disponible para sembrar principalmente yuca y frutales, componentes esenciales de su dieta alimenticia. Su economía de caza, pesca, recolección de frutos y de horticultura itinerante no permite un asentamiento estable; luego de pocos años se mudan a otro lugar y de ese modo el monte vuelve a crecer y de la roza queda poco o ninguna huella.
La vida de los pueblos indígenas solo es posible si disponen de un vasto territorio, una parte del bosque, entre ríos y lagunas. En los grandes bosques hay espacio y posibilidades de vida para muchos pueblos distintos al mismo tiempo, por eso no hubo nunca luchas entre pueblos para apropiarse de las tierras ajenas. En cada una de las esferas de su vida social, el principio de reciprocidad o del don –dar para recibir y recibir comprometiéndose a devolver– guía las relaciones sociales entre las personas. El dinero y el mercado lo debilitan, pero hasta ahora no han podido destruirlo y sigue siendo una de sus mayores potencialidades.
Hombres, animales y plantas viven en una estrecha y profunda unidad. El punto de vista indígena se expresa en principios como los siguientes: la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la tierra, somos parte del bosque, de la naturaleza; los seres humanos compartimos el bosque con los hermanos monos, peces, tortugas, pájaros y todos los animales que viven en él. En este modo de mirar y sentir la naturaleza la ilusión de una supuesta superioridad del hombre y de la razón sobre la naturaleza y los animales no tiene sentido alguno. La tierra no se vende, se defiende. Tienen con el bosque y los ríos una relación de respeto y amor: en ellos se encuentran las fuentes de sus vidas, y tiene lugar y sentido el mundo mítico en el que viven la realidad, que humaniza a las plantas, peces, animales y ríos. Sin el río y el bosque, el amor de pareja no existiría, tampoco el complejo mundo de espíritus que pueblan sus vidas y viven en las profundidades de los ríos, que son algo así como un cielo occidental cristiano invertido. Por ese respeto y amor, otro de los principios indígenas recomienda tomar del bosque lo que es indispensable y nada más. De ese modo, el equilibrio entre la naturaleza y los seres humanos queda asegurado. No ocurre lo mismo con los empresarios, buscadores de oro, pieles, de madera, y cazadores profesionales para quienes la idea de límite no existe y no se detienen hasta llevarse todo lo que pueden y lo que hay.
Desde una orilla contraria, la Constitución peruana y sus leyes establecen que los pueblos indígenas solo son sueños de sus tierras peladas, sin bosques (aires) ni su subsuelo. Ante el modo de mirar y sentir indígena la reducción del bosque a la tierra y la reducción de la tierra a solo uno de sus tres componentes, les parece sencillamente una tontería propia de blancos y limeños que no saben de lo que hablan. Al despojar a la tierra de su subsuelo y los aires, y al establecer que el Estado reserva para sí su propiedad, las grandes empresas multinacionales y nacionales piden concesiones de tierras para explotar el petróleo, el gas, el oro, la madera y las minas. De la concesión a la propiedad no hay sino un breve salto. Si se observa los mapas de concesiones de tierras a esas empresas, su superposición sobre territorios indígenas y todas las reservas se convierte en un escándalo. Según información del Instituto del Bien Común (2009), el 72% del territorio amazónico ha sido entregado en 81 lotes de hidrocarburos a las empresas multinacionales y nacionales (56´131,861 Has) y el 10% a 1,228 concesiones forestales (7´802,000 Has).
Tala en Tamshiyacu (Loreto). Foto: José Álvarez Alonso
Los ancestros de los actuales pueblos indígenas que hoy pueblan la cuenca amazónica sudamericana en nueve países comenzaron a llegar desde el continente asiático a través de muchísimas oleadas, hace aproximadamente 15 mil años. Son por eso, los habitantes peruanos más antiguos; mucho tiempo después, los incas quisieron conquistarlos pero fracasaron en su intento: los contrafuertes andinos de la Amazonía alta y los calores de la Amazonía baja fueron algunos de los obstáculos principales. A los españoles no les fue del todo mal porque los evangelizadores misioneros católicos conquistadores de almas (jesuitas desde Quito y franciscanos desde Ocopa) lograron instalarse en pequeñas colonias. Les fue muy mal a los buscadores de oro que llegaron hasta el río Amazonas, siguiendo la leyenda de El Dorado –“hay río abajo, una ciudad más grande que Cusco, llena de oro”–. Ese dorado nunca existió. No era posible para los españoles de los siglos XVI y XVIII entrar a la Amazonía porque allí había muy poco oro y muchos árboles sin caminos para sus caballos. Había sí, centenares de pueblos indígenas con lenguas diferentes; es decir, decenas de millares de almas por conquistar y arrancar de manos del demonio, ese personaje extraordinario que la religión cristiana inventó para culparlo de todos los males del mundo. Desde Ocopa (Concepción, Junín) partieron los franciscanos a convertir a los llamados salvajes, en manos de los demonios, en fervientes católicos. Instalaron en parte de la selva central –Chanchamayo, Oxapampa– una treintena de pequeños pueblos de indios convertidos, pero no se portaron como cristianos, aunque se llamaban así a boca llena. Huamán Poma de Ayala fue el primero en advertir, con razón, que los llamados indios eran los verdaderos cristianos.
Contra los abusos de esos misioneros y del virreinato se levantó en 1742 Juan Santos Atahualpa, un quechua cusqueño formado en parte por los jesuitas del Cusco, que había llegado al territorio campa (asháninka) yanesha, shipibo- konibo y piro para organizar una rebelión amazónica-andina. Aprendió dos o tres de las lenguas indígenas como el yanesha y el asháninka, se identificó con su sufrimiento y se rebeló contra los franciscanos y el virreinato. Por su formación católica, se identificó con Cristo, pero al mismo tiempo se declaró “Apu Capac Huayna, Jesús Sacramentado” mostrando el componente andino de sus ideas, una especie de nuevo mesías para gobernar el reino y devolver a los indios la justicia y orden que perdieron con la invasión cristiano española. En 14 años de lucha activa, con unos 500 indios armados de flechas, encabezó un gran movimiento victorioso. Les dijo a los franciscanos, españoles e indios de los pueblos-misiones que “venía a componer su reino, enviado por Dios”, que “ya es tiempo que nos restituyan el imperio de nuestro inca”; que “ya se acabó el tiempo de los españoles y que llegó el suyo”. Desde las tierras altas atacó con piedras a los soldados enviados por el virrey, derrotando muchas veces a los ejércitos virreinales, enviados desde Tarma y Huancabamba. No lo tomaron preso; no se sabe exactamente cómo murió. Lo cierto es que se convirtió en un héroe cultural que todos los pueblos indígenas de la Amazonía central recuerdan con orgullo. Los campas contaron que Juan Santos Atahualpa nunca murió sino que “ascendió al cielo rodeado de nubes”. Otros cuentan que “murió y luego se convirtió en humo y se fue al cielo. (Stefano Varese, La sal de los cerros, resistencia y utopía en la Amazonía Peruana, Fondo editorial del Congreso. Lima, 2006; Alonso Zarzar, "Apo Capac Huayna, Jesús Sacramentado”, mito, utopía y milenarismo en el pensamiento de Juan Santos Atahualpa, Ediciones CAAAP, Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica, Lima, 1989).
A mitad del siglo XIX, a solicitud del gobierno peruano empeñado entonces en “mejorar la raza”, llegaron a Perú migrantes europeos provenientes del Tirol austro húngaro, y alemanes de Prusia que se instalaron en Pozuzo y Oxapampa. Treinta años después, los pueblos amazónicos sufrieron la primera invasión capitalista con los caucheros. Aproximadamente entre 1880 y 1920, unos buscadores de riquezas se convirtieron en caucheros para buscar y extraer la goma o látex del árbol hevea brasiliensis, originario del Amazonas, conocida en portugués como seringueira (el árbol que llora) y en Perú como leche kaspi, palo de leche en versión quechua. Esta goma fue indispensable para la fabricación de las llantas de bicicletas y luego los neumáticos de la naciente industria automotriz. Los únicos hombres capaces de extraer esa goma internándose bosque adentro eran los indígenas. Por eso los cazaron –literalmente– para llevarlos allí donde el caucho estaba disponible. Cito el ejemplo de los quichuas del Alto Napo, muy cerca de la frontera con Ecuador, esclavizados y llevados en seis meses de viaje por los ríos hasta Madre de Dios. Cuando no hubo más caucho, los caucheros los abandonaron y fue imposible que volviesen a sus territorios de origen. Conocí esta historia en mi trabajo de campo en Angoteros (Alto Napo), en 1986. Diez años después tuve la suerte de encontrar a quichuas muy cerca de Madre de Dios, que llegaron allí el 30 de agosto de 1911; por eso se les conoce como “santarosinos”. Luego de trabajar como esclavos extrayendo la goma, fueron abandonados por los caucheros. Desde entonces ninguno pudo volver a su tierra de origen, pero guardan el quichua como su lengua y la cultura que aprendieron y sintieron en Angoteros.
El capítulo de la explotación del trabajo indígena para los caucheros es uno de los más trágicos de la historia peruana. Alberto Chirif, mi amigo antropólogo, uno de los que mejor conoce la realidad amazónica y que vive en Iquitos, ha escrito varios trabajos, en particular: Imaginario imágenes del caucho: los sucesos del Putumayo (Chirif y Manuel Cornejo Chaparro, editores, CAAAP, IWGIA y Universidad Científica del Sur, Lima, 2009) y Después del caucho (Alberto Chirif, Lluvia Editores y CAAAP, Lima, 2017). En ellos se encuentra una información de primera mano sobre la explotación indígena, la guerra entre Colombia y Perú, el aparente patriotismo de los caucheros peruanos para justificar el genocidio de los pueblos indígenas como justificación de los caucheros y los testimonios de caucheros e indígenas. Chirif sostiene que el daño producido por los caucheros en los pueblos indígenas fue muy grande. Afirma que murieron varios miles de indígenas tanto por el genocidio de los caucheros como por las pestes de sarampión y viruela, sin que sea posible tener una cifra exacta o aproximada, por no contar con fuentes confiables.
Luego de los caucheros, llegaron a la Amazonía los buscadores de cueros finos de animales, animales vivos y, claro, los madereros. También, a partir de 1940, los evangélicos con el Instituto Lingüístico de Verano y los Traductores de la Biblia, dos organizaciones e instituciones diferentes, pertenecientes a la misma secta religiosa de doble propósito: por un lado, evangelizar, y por el otro, aprender las lenguas indígenas para traducir la biblia y enseñarla como parte de un proyecto educativo, reconocido por el Ministerio de Educación.
Después, se produjo lo que el arquitecto Fernando Belaunde llamó en su primer gobierno 1963-1968, “la conquista del Perú por los peruanos”. Creyendo que la selva era muy rica en recursos y vacía de seres humanos, aconsejó a los migrantes con dificultades en Lima, que vayan a buscar sus vidas llenando el vacío amazónico. El arquitecto vio sin duda a algunos grupos indígenas amazónicos, pero como buen limeño y apostólico los ignoró por completo. Desde entonces hasta ahora se multiplicó el número de colonos; en 1968 Ezequiel Ataucusi Gamonal fundó la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal Perú que envió un grupo de sus feligreses a la frontera con Colombia y Brasil, buscando un lugar para sus realizar sus sueños de construir un paraíso propio. Hoy, cuentan también con una pequeña colonia de nueve miembros en el Congreso. Lo común a todos esos colonos de diversas procedencias ha sido no conocer el ecosistema del bosque e imponer explotaciones agropecuarias en tierras de bosque no aptas para la agricultura.
En 1974, la ley dada por Velasco Alvarado permitió que los grupos indígenas se reencuentren y reagrupen, fijen un lugar determinado como sede, tengan una escuela, un campo de fútbol y una pequeña posta médica. Así comenzó el nuevo tiempo de los pueblos indígenas amazónicos, gracias a un feliz encuentro entre un pequeño equipo de antropólogos dirigido por Stefano Varese (entre ellos Alberto Chirif) y el general Rodríguez Figueroa, miembro del gobierno militar de Velasco que aceptó la propuesta de reconocer a los pueblos indígenas amazónicos con la denominación de comunidades nativas, nombre desprendido de las comunidades campesinas.
Finalmente, llegaron las empresas multinacionales para explotar pozos de petróleo y gas, nuevas empresas para aprovechar los recursos forestales y más buscadores de oro. Por donde estos invasores pasan, contaminan y envenenan las aguas de ríos y cochas, y dejan sus huellas de modernidad en nuevos poblados con mercaderes de todo tipo, alcohol, drogas, prostitución y tráfico de menores. El resultado está a la vista: allí donde brota el petróleo, la luz llegó muchos años después, no hay un hospital ni escuelas y colegios como en Lima, crece la desertificación de la Amazonía, desaparecen millones de hectáreas de bosques y también, por supuesto, algo de impuestos queda para el Estado, como consuelo.
Pueblo Achuar del Pastaza rechaza a empresa petrolera. Foto: Amazon Watch
Hace 15 años solamente, el presidente de entonces Alan García se convirtió en el ideólogo de la entrega de la Amazonía a las grandes empresas multinacionales. En una serie de artículos acusó a los pueblos indígenas de ser “el perro del hortelano” porque en sus territorios no comían ni dejaban comer. Dijo que la hora había llegado para entregar esa riqueza a las grandes empresas internacionales y trató de abrir el camino para que las comunidades nativas dejen de tener la propiedad de sus tierras y sean sus comuneros quienes individualmente decidan explotarlas y o venderlas. Con un paquete de decretos el gobierno quiso imponer una serie de cambios fundamentales en el régimen de propiedad de las comunidades nativas: 1. Separarían al comunero –primero posesionario, luego propietario– de la comunidad para dejar que la comunidad quede disminuida y lleguen nuevos dueños, 2. Se modificarían los linderos de las tierras comunales y se cambiarían los planos de éstas en los registros públicos; 3. Las tierras comunales declaradas en abandono dejarían de ser tierras comunales y podrían, alquilarse, venderse o entregarse en concesión a nuevos actores individuales o empresas. 4. Las comunidades perderían tierras forestales por una simple decisión del gobierno para que su uso pase a ser agrícola, y, finalmente, 5. La mayoría simple de los asistentes a una asamblea comunal sería suficiente para que parte de las tierras comunales sea privatizada.
Calificó a los indígenas como ciudadanos de segunda categoría, de tener tierras en abandono, acusó a los antropólogos, ONG y religiosos de haber inventado a los grupos indígenas no contactados. En defensa de sus vidas, pueblos y culturas, con la rebelión de Bagua de 2008-2009, los indígenas respondieron exigiendo la derogación de esos decretos. La fuerza de sus argumentos, organización y pleno respaldo de sus comunidades, despertó una extraordinaria solidaridad de la población urbana tanto en Bagua, como en Lima y en todo el país. El aparentemente poderoso presidente García fue derrotado. De esa rebelión brotó en una marcha de solidaridad en Lima una pancarta que decía Todos somos indígenas, así como otra pancarta en manos de religiosas de base en las calles de Iquitos: Cristo también fue un indígena. (Hoy, “No puedo respirar”, es el grito de solidaridad en Estados Unidos y en el mundo con George Floyd, el ciudadano afro norteamericano asesinado por un policía blanco que lo ahogó presionándole el cuello con la rodilla durante 8 minutos. “No puedo respirar”, fue lo último que dijo antes de morir en este execrable y millonésimo caso de racismo en ese país).
Al final de su gobierno, en 2010, el derrotado presidente Alan García, creó el Ministerio de Cultura. Volveré en un siguiente artículo para tratar de mostrar los graves problemas de ese ministerio, derivados de su creación como un nudo de contradicciones.
Para cerrar esta sección, trataré de presentar un inicial listado de lo que debemos aprender de los pueblos indígenas amazónicos en Perú. 1. Sus principios de reciprocidad y solidaridad para organizar cada una de las partes de la vida social. 2. Su respeto y amor por la naturaleza. En Perú, son ellos y ellas los mejores defensores de la naturaleza y al mismo tiempo las mayores víctimas de la voracidad capitalista que explota el petróleo, el gas, el oro, la madera, porque los ríos, cochas y bosques –que son sus vidas– se envenenan, los animales del bosque huyen monte adentro y surge el desierto en que no es posible la vida de plantas, animales, peces y seres humanos. El calentamiento global deriva principalmente de la explotación capitalista en el mundo. 3. Tomar de la naturaleza solo lo que nos hace falta para satisfacer nuestras necesidades, además del respeto a ella, supone tener una opción diferente a la del desarrollo y progreso capitalista. La búsqueda de riqueza como condición para el llamado desarrollo, conduce a poner en peligro a la especie humana porque el planeta Tierra ya no está en condiciones de ofrecer los recursos suficientes para ese ideal de desarrollo. 4. Sus saberes, derivados de la biodiversidad del espacio en que viven es una riqueza que corre el peligro de perderse. El ayahuasca encierra potencialidades muy grandes como una psicoterapia que debe ser vista con respeto y tomada en cuenta en proyectos futuros de salud pública.
Lo que son los pueblos indígenas para el Estado peruano y todos sus gobiernos
Dos meses después de iniciada la pandemia en Perú, el Ministerio de Cultura que oficialmente debe ocuparse de los pueblos indígenas no tenía propuesta alguna para evitar o contener la expansión de la pandemia a los pueblos indígenas. Es allí donde se encuentra la mayor fragilidad del país. No vimos a la ministra de Cultura diciendo algo en las conferencias de prensa del presidente y su Consejo de Ministros, parecía solo una observadora de privilegio. Ella debía saber antes que sus colegas lo que estaba ocurriendo en la Amazonía y no esperar que el incendio ya declarado llegase al Consejo de Ministros para recién entonces preparar una propuesta, corriendo, en lucha contra el tiempo. El primer apoyo del Estado a la comunidad nativa de Pucacuro, pedido el 29 de abril, con medicinas, pruebas y víveres llegó recién el 2 de junio, cuando la comunidad contaba ya con su primer fallecido y otros seis se encuentran muy delicados. ¡Imperdonable!
Alberto Chirif, uno de los antropólogos que mejor conoce la Amazonía, ha desnudado en un reciente artículo el decreto ley del gobierno que presenta esa improvisada propuesta. (En días duros como los que vivimos, nos hace falta Pedro García Hierro, el abogado venido de España y convertido en peruano awajun, autor de varios libros, particularmente uno sobre el territorio, escrito con Alberto Chirif y Richard Smith. Ese y otros de sus trabajos sobre el territorio constituyen un hito en la defensa del territorio indígena en toda la cuenca amazónica de América del Sur). Volveré sobre este punto en mi próximo artículo.
Nuestras hermanas y hermanos indígenas de la Amazonía están lejos de ser considerados como componentes plenos de la patria-suelo que nos vio nacer a todos. A pesar de sus luchas, de algunos derechos ya ganados, el Estado y sus gobiernos reproducen las grandes frases sobre el desarrollo y la inclusión, en abierta contradicción con su política de olvido, en el día a día.
Lo esencial de cada pueblo indígena amazónico es que se trata de pueblos que viven en comunidades, con un modo de mirar colectivo, con el principio de reciprocidad compartido en cada una de las esferas de su vida cotidiana, en una relación de respeto y amor con el bosque-naturaleza. Para el Estado y sus funcionarios civiles y militares de lo que ellos llaman la nación peruana, como si hubiera solo una, está formada por 32 millones de individuos, con un DNI cada una y cada uno; nos llaman ciudadanos como si tuviéramos los mismos derechos y la capacidad de ejercerlos. Los pueblos indígenas son vistos como una suma de individuos separables considerados como formales ciudadanos, aparentemente iguales a los vecinos de San Isidro o Miraflores.
El Estado, aparentemente poderoso, tiene numerosas debilidades. No diré una palabra más sobre su burocracia y monumental lentitud. Lo que me parece importante subrayar ahora es su división interna en ministerios, direcciones grandes medianas y menores, que actúan por separado aunque formalmente serían parte de una unidad. Ocuparse de los pueblos indígenas amazónicos o andinos significa para los funcionarios estatales no llegar a ellos directamente si no a través de los gobernadores y alcaldes, eventualmente de los congresistas, considerados todos como representantes del pueblo democráticamente elegidos. Ninguno de ellos fue elegido como representante de los pueblos indígenas, pero sí del conjunto de electores y electoras de cada una de las circunscripciones territoriales. Un enorme error del sistema político peruano es no representar la realidad tal como es; si así fuera, los pueblos indígenas tendrían una representación propia en el Congreso y serían un interlocutor permanente de las divisiones y funcionarios estatales.
Frente a la pandemia, es el Ministerio de Salud el que asume la responsabilidad principal. Con la lógica de “cada uno a lo suyo”, la ahora exministra de Cultura se situaba al lado. De un escándalo con un personaje de la farándula como el autoproclamado artista Richard Cisneros, con seudónimo en inglés, la ministra fue considerada responsable y obligada a renunciar. Si ella hubiera sido pieza importante en el engranaje para contener al coronavirus, el presidente la hubiera respaldado, como lo hizo con el ministro de Salud cuando desde el propio Colegio Médico exigían que dejase el cargo. Ocurre que el Ministerio de Cultura es responsable en el Consejo de Ministros de la política seguida por el gobierno en y para los pueblos indígenas, pero sobre todo de la “alta cultura”, de ese mundo de pintores, literatos, dramaturgos, teatristas, cineastas, escultores, creadores e intérpretes de música clásica, bailarines de ballet y danza moderna, de los museos, de las industrias culturales, de la interculturalidad, etc, etc. También se ocupa de eso que llama arte popular, como complemento y pariente pobre de la alta cultura, formado por artistas provenientes de los pueblos indígenas, afroperuanos, capas populares urbanas. Este listado quedaría incompleto si no mencionásemos que el Ministerio de Cultura se ocupa también de decir quiénes son o no indígenas, cuestión clave para la consulta previa a los pueblos indígenas para decidir a qué empresas entrega el Estado la explotación de los recursos que se encuentran en sus territorios. Todo esto es demasiado para un ministerio con recursos escasos. Desde su creación en 2010 hemos tenido ya muchos ministros de Cultura, de lo que se desprende dos conclusiones: el gobierno no tiene “una política de cultura” y ninguno de los ministros tiene una propuesta para llenar ese vacío.
Mincul. FOto: Andina
Se supone también que los pueblos indígenas amazónicos debieran recibir una atención especial del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, así como del Ministerio de Desarrollo e Inclusión. Luego de este rápido paso por el laberinto del Estado, es fácil extraer otra conclusión: todos los ministerios y sus respectivas dependencias deben ocuparse de los pueblos indígenas amazónicos y andinos, pero ninguno asume esa responsabilidad porque los jefes suponen que los otros lo hacen. Por ese camino, la responsabilidad es de todos y de ninguno; en consecuencia, los pueblos indígenas amazónicos y andinos están solos, ahora en tiempos de pandemia y desde ayer, cuando la República fue importada de Europa sin tener en cuenta la realidad específica de lo que ocurría en la patria o territorio del Perú
Al borde de cumplir tres meses de cuarentena y estado de sitio, las comunidades amazónicas y andinas enfrentan solas la peor crisis del país. Si el bono universal de 780 soles para 6 millones 800 mil hogares como apoyo del gobierno para tres meses fuese efectivamente cobrado, cada familia tendría 8.66 soles por día (2.62 dólares). Se trata de una burla, simplemente y sencillamente. Así como debiéramos tener siempre alerta el espíritu crítico, tenemos la obligación de expresar nuestra indignación. Para hacerle frente a las crisis y a una pandemia como ésta, las comunidades andinas tienen sus organizaciones, propias, sus rondas rurales y urbanas, sus asociaciones de migrantes residentes en las ciudades, sus grupos de vecinos en distritos donde viven, sus organizaciones del vaso de leche, comedores populares y los equipos móviles para las ollas comunes, las polladas en caso de emergencia económico familiar, y la mano tendida cuando hay que ayudar a quien no tiene qué comer o cómo curar a sus enfermos o enterrar sus muertos. Por su parte, las comunidades nativas, tienen el recurso de cerrar los ríos y refugiarse en el monte para sobrevivir hasta que el peligro pase. Si los periodistas tratasen de averiguar de dónde surge la solidaridad que descubren tarde, se enterarían que viene de una cantera histórica desde tiempos preíncas, incas y de las comunidades nativas que la conocen desde hace miles de años. Ante la pandemia estas reservas de defensa comunal tienen gran importancia, pero son insuficientes y el dolor ante la tragedia es muy grande.
Los gobiernos ignoran a estas organizaciones y asociaciones, los policías y soldados les temen porque sencillamente no las controlan. Debajo de esa conducta oficial se encuentran el no reconocimiento del otro como diferente, la falta de respeto a quienes no son como ellos, ciudadanos del mundo formal y oficial del país. Ordenar que se persiga, golpee y quite las bolsas de mercancías a hermanas y hermanos nuestros que solo quieren trabajar para ganar un dinero y alimentar a sus hijos, solo es gasolina para aumentar el fuego y no agua para apagarlo. Después de esta durísima experiencia de olvido y marginación, no tiene sentido esperar que ellas y ellos canten el valse Contigo Perú, encargado y pagado por el general Velasco al compositor Augusto Polo Campos, o salgan dichosos con la bandera nacional como los felices corredores en parques donde el virus no es una amenaza seria.
Luego de 82 días de cuarentena es innegable que el gobierno tuvo un doble olvido de los pueblos indígenas: de un lado, del presidente de la República y su primer ministro; y, del otro, de la ministra de Cultura. ¿Y los gobernadores, congresistas y alcaldes? No fueron elegidos para eso. No responden ni dan cuenta de sus actos ante nadie. Los electores, son solo eso, no ciudadanos que en ejercicio de sus derechos pidan rendición de cuentas a sus supuestos representantes. ¿Por qué? Son muchos los elementos de respuesta. Me detengo en el que probablemente es el más importante: José Carlos Mariátegui, escribió en sus Siete ensayos que el pecado original de la república en el Perú fue haber nacido sin los indios y contra los indios. La frase-sentencia es cierta y lapidaria. 199 años después, la tarea de reconstruir el Estado desde sus bases sigue pendiente.
Este fin de semana el presidente Vizcarra y el nuevo ministro de cultura se reunieron con indígenas de Madre de Dios. Foto: PCM
En un próximo artículo, examinaré con más detalle la estructura del Ministerio de Cultura y sus profundas contradicciones para tener una propuesta política, coherente y, por eso, posible.
PD. La pandemia continúa, parece que la meseta está ya en el horizonte. Podría ser que no, como quieren muchos de los que desean que este gobierno fracase y caiga. Como en mis tres artículos anteriores, renuevo mi apoyo al gobierno en su esfuerzo por controlar la expansión del virus. El cuadro resumen de Roberto Wangeman, hasta la semana última, 1 de junio, es el siguiente:
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