Arquitectura financiera debe reflejar el mundo de 2020

15/05/2020
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El cuarto conversartorio del Observatorio de Integración Económica Suramericana (OBIESUR), en el marco de la Cátedra Banco del ALBA, abordó el tema “Bancos Multilaterales”, con una presentación de Marcos Vinícius Chiliatto, doctor en Economía por la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). En los últimos años el ponente desempeñó funciones como oficial de Asuntos Económicos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y como consejero por Brasil y Surinam en el directorio ejecutivo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La reunión on line fue acompañada por más de 15 docentes e investigadores de Argentina, Brasil y Uruguay. La charla y las posteriores intervenciones impulsaron muchas reflexiones, que, de manera muy resumida, se presentarán a continuación.

 

Un banco panamericano

 

Con base en el libro “A Long and Winding Road: The Creation of the Inter American Development Bank”, de Eugenio Díaz-Bonilla y Victoria del Campo, fueron recordados los antecedentes de la arquitectura financiera regional desde finales del siglo XIX. En la I Conferencia Panamericana, el conjunto de reuniones realizadas en Washington, entre 1889 y 1890, los Estados Unidos ya proponían a los representantes latinoamericanos la creación de un banco panamericano, el establecimiento de una Unión Aduanera y la adopción de una moneda común.

 

En los años de la Gran Depresión, las discusiones acerca de la necesidad de contar con una institución financiera regional se hicieron evidente. En 1940, se planteó la creación de un Banco Inter Americano (BIA), incluyendo funciones de banco central, comercial y de inversión. En la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos ya trabajaba Harry Dexter White, quien años después protagonizó el famoso debate con Jonh Maynard Keynes, en las Conferencias de Bretton Woods. La II Guerra Mundial y sus terribles consecuencias suspendieron temporalmente aquel planteamiento.

 

En el post-guerra, después de un largo período de desorden político y económico que se arrastraba desde 1914, se configuró un nuevo orden internacional, con el mundo capitalista bajo hegemonía estadunidense. Pese al complejo conflicto con la URSS y a la llamada bipolaridad del Sistema Internacional, vigente hasta 1991, se impuso la arquitectura financiera internacional de Bretton Woods. Dicha estructura estaba compuesta, de forma simplificada, por un trípode: el patrón dólar-oro y sus reglas, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La estructura garantizaría relativa estabilidad para la denominada “era de oro” del capitalismo hasta 1971.

 

Seis décadas después de la I Conferencia Panamericana, en 1948 ocurrió la IX, en Bogotá, que definió el nacimiento de la Organización de Estados Americanos (OEA). El escenario era de establecimiento de instituciones que pudieran reforzar y garantizar la hegemonía estadunidense. En el área financiera estaban el BM y el FMI; en el campo comercial, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio -GATT (1947); en el militar, la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN (1949). En Estados Unidos, se creó la Central Intelligence Agency -CIA (1947).

 

El mundo bipolar

 

Todavía tardaría una década más para crearse el BID. La coyuntura política en América Latina era de tensión y antiamericanismo. Se recuerda que en mayo de 1958, Richard Nixon, vicepresidente de Estados Unidos, realizó una gira por Uruguay, Perú y Venezuela. Fue muy claro el rechazo a su presencia en Montevideo y Lima. Pero el trayecto entre el aeropuerto de Maiquetía y Caracas fue una pesadilla. Nixon y su esposa fueron recibidos por una multitud, que escupió, apedreó, pateó y quebró los vidrios de su automóvil. Antes que la crisis fuese solucionada, el presidente Eisenhower llegó a insinuar la preparación de una “operación de rescate”. Ese era el cuadro a fines de los años 1950.

 

La postura del gobierno brasileño igualmente fue decisiva para la creación de un banco interamericano. El presidente Juscelino Kubitschek de Oliveira (JK) buscaba demostrar a Washington la creciente relación entre “seguridad” y “desarrollo”. Es decir, entre “subdesarrollo” y “inseguridad”. Así, JK buscó sacar provecho de las tensiones de la Guerra Fría. Presentó la propuesta de Operación Pan-Americana (OPA), buscando la multilateralización de las relaciones interamericanas, como alternativa a la “Alianza para el Progreso”, que priorizaba las relaciones bilaterales.

 

Paralelamente, en 1956, se estableció el Comité de Comercio de CEPAL. Algunos meses después, la Comisión creó el Grupo de Trabajo del Mercado Regional Latinoamericano, que presentaba ideas muy avanzadas sobre la integración. Buscaba eliminar poco a poco las restricciones al comercio regional, adoptar un Arancel Externo Común (AEC), crear un comité central coordinador de políticas comerciales, organizar un sistema de compensación de pagos y créditos recíprocos, admitir mecanismos especiales para los países menos desarrollados, equilibrar los intercambios y respetar el principio de reciprocidad. Dichos esfuerzos resultaron en la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), hace 60 años, en 1960.

 

Nacimiento del BID

 

La institución multilateral, con sede en Washington, nació en 1959 con el objetivo de financiar proyectos de desarrollo económico, social e institucional. Así como las demás estructuras creadas en el mundo post-1945, fue producto de su contexto, de su tiempo. Por un lado, un banco panamericano, con sede en la capital del imperio, con participación accionaria y poder de voto del 30% de Estados Unidos. Por otro lado, hubo espacio para que el chileno Felipe Herrera, su primer presidente, impulse acciones realmente positivas hasta el fin de su gestión, en 1970. Sería muy raso un análisis que ignorase esas tensiones y que desconociera esas disputas internas.

 

En 1960, se creó el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), con sede en Tegucigalpa. Su función era promocionar la integración y el desarrollo de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. En 1968, los países del Pacto Andino fundaron la Corporación Andina de Fomento (CAF), con sede en Caracas. En 1970, en la ciudad de Kingston, capital de Jamaica, se constituyó el Banco de Desarrollo del Caribe (CDB), cuya finalidad también era promover la integración y financiar proyectos en aquella región. En 1974, Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay crearon el Fondo Financiero para el Desarrollo de los Países de la Cuenca del Plata (Fonplata), banco actualmente con sede en Santa Cruz de la Sierra.

 

Durante los años 1970, la arquitectura financiera internacional sufrió grandes cambios. Algunos autores, incluso, previeron el declive de la hegemonía estadunidense como consecuencia del fin del patrón dólar-oro en 1971. La historia demostró lo contrario: el poder de Estados Unidos se impuso de manera todavía más contundente, con la posibilidad de imprimir dólares sin la necesidad de lastro. Así se aceleró el financiamiento del complejo industrial-militar más poderoso que jamás existió. Así se ganó la Guerra Fría.

 

El mundo unipolar

 

Los años 1980 están marcados por la suspensión de las políticas de impulso al desarrollo latinoamericano, derrotadas por la crisis de la deuda externa. La intervención estatal, la planificación y los esfuerzos industrializadores fueron denominados por el pensamiento liberal hegemónico como “keynesianismo irresponsable” o “populismo macroeconómico”. La caída de la URSS, en 1991, fue el acto final. Los años 1990 fueron marcados por la unipolaridad en el Sistema Internacional, que posibilitaron la creciente injerencia del imperio en las instituciones y los asuntos internos de las naciones. Es decir, se trató de un atropello al propio sistema de Westfália (1648).

 

Claramente el BM y el FMI fortalecieron su rol como fiadores de políticas de apertura financiera y comercial, pasando a vender préstamos y vistos buenos a cambio de políticas macroeconómicas neoliberales. El pensamiento económico y la economía política, la construcción secular desde la fisiocracia, el mercantilismo y los clasicos, sufrieron una masacre. Fue el triunfo del utilitarismo, los modelos y grafiquitos de Marshall, Walras, Jevons y Menger. A lo largo de muchos años, centenares de miles de economistas de la región fueron formados bajo esas concepciones y formateados en las escuelas estadunidenses. Es visible que la avalancha del pensamiento único, neoliberal, del Consenso de Washington, arrastró a las instituciones financieras regionales o subregionales, como el BID, la CAF, el BCIE, el BDC o el Fonplata.

 

Vale sostener la idea de que la victoria de Estados Unidos contra la URSS no fue solo sobre el socialismo. Representó la supuesta imposibilidad de que cualquier país del planeta pudiera adoptar medidas de política económica que no fuesen neoliberales. Las posturas imperiales, agresivas e intolerantes, son una constante. Pero se vieron de manera más nítida en las administraciones de los George Bush, el padre y el hijo.

 

El mundo multipolar

 

Aquella unipolaridad duró cerca de una década. El punto de inflexión puede ser considerado los años 1997-1998, con las crisis financieras en Rusia, los Tigres Asiáticos y los países de América Latina, desastres económicos resultantes de las mismas políticas de apertura recomendadas por el FMI. La caída del World Trade Center (2001) y las elecciones de Hugo Chávez (1999), Lula da Silva y Néstor Kirchner (ambos en 2003) también marcan el periodo. El escenario de colapso económico y de convulsión social parió a los gobiernos progresistas latinoamericanos, que en los 2000 pudieron surfear en la onda del superciclo de las commodities.

 

La buena situación económica estimuló la presentación de propuestas como la de una Nueva Arquitectura Financiera Regional, que fuese producto del nuevo contexto de multipolaridad y que reflejara el mundo de hoy, no el de 1945. En 70 años, las dimensiones económicas relativas de Bélgica, Brasil, Índia, Inglaterra o China han cambiado completamente. Por eso, cada vez más se proponen nuevas instituciones financieras regionales o subregionales que expresen la realidad del mundo multipolar.

 

En Suramérica, durante los años 2000, se planteó fundar el Banco del Sur y un fondo monetario del Sur. Se creó el Banco del ALBA, el Sucre, el Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur (Focem) y el Sistema de Monedas Locales (SML). Igualmente, se fortaleció el Convenio de Créditos Recíprocos de ALADI. En un contexto similar, nació la Iniciativa Chiang Mai, en 2000, como acuerdo multilateral de divisas entre los miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean), más China, Japón y Corea del Sul. El banco de los BRICS igualmente es fruto de ese contexto. Otro producto resultante del nuevo momento es la creciente presencia de instituciones extra-regionales en América Latina, como el China Development Bank (CDB) o el Eximbank de China. Pese a eso, el BID y la CAF continúan operando como las principales instituciones de financiamiento de la región, lo que se observa principalmente en los desembolsos para proyectos de infraestructura de integración.

 

Crisis económica y COVID-19

 

Los organismos internacionales plantean una crisis de profundas proporciones, mucho mayor que la del 2008-2009, comparable con la de los años 1930. Puede tratarse del inicio de una nueva década perdida. La CEPAL apunta que la economía de América Latina ya creció menos en los años 2010 (1,5%) que durante los años 1980 (1,7%).

 

El cuadro es desorden absoluto y de rápida ampliación del número de infectados y fallecidos por el coronavirus. Solamente en Brasil, ya son más de 13.550 muertes. Ante ese dramático escenario y la criminal omisión del gobierno nacional, que insiste el negar la pandemia sin abandonar la política de austeridad, la previsión es de caos. Se vienen una seria retracción económica y las consecuentes explosiones sociales, como las observadas en Chile, Ecuador y Perú en los primeros meses del 2020.

 

Sin duda, las instituciones financieras multilaterales pueden cumplir un papel relevante para contribuir con los países de la región en ese grave momento. Para eso, sería necesario tener en cuenta cuatro puntos.

 

1) considerando que instituciones multilaterales, al poseer alta calificación, tienen acceso a recursos más baratos y pueden conceder préstamos con tasas de interés más favorables, con hasta 30 años de plazo para el pago y con carencias de hasta 5 años para empezar a liquidar;

 

2) considerando que dichas instituciones financieras regionales significan mucho más que “acceso a dinero barato” para los países latinoamericanos, al ofrecer un amplio abanico de acciones como apoyo técnico, asesoramiento, diseño de operaciones, planes de ejecución y estudios de impactos económicos, sociales y ambientales;

 

3) considerando que como muchos de los proyectos demandados en la región necesitan de más que un ente financiador para su viabilidad, es fundamental el respaldo de una reconocida institución, lo que representa una salvaguardia, como un sello de calidad del proyecto;

 

4) considerando que el stock de deudas de los países latinoamericanos con los bancos multilaterales como proporción de su deuda externa es relativamente pequeño, solamente cerca del 9% del total;

 

Podría ser razonable el perdón de deudas solo en casos muy específicos, ya que su condonación de manera generalizada consumiría capital de las instituciones multilaterales y debilitaría su potencial en el largo plazo, dificultando que pudieran ejecutar las funciones para las cuales existen. Así, en ese momento, la mejor estrategia de las instituciones financieras multilaterales para hacer frente a la actual crisis de los países de la región podría ser ampliar los préstamos y acelerar los desembolsos, manteniendo su solidez financiera.

 

Los estudios del OBIESUR-UNILA y la Cátedra Banco del ALBA tienen la finalidad de contribuir con esas discusiones, que deben ganar fuerza entre los intelectuales comprometidos con la construcción de Patrias libres y soberanas en América Latina, así como de una región integrada y consolidada como relevante bloque de poder en el mundo. El mensaje debe ser definitivo: la Arquitectura Financiera del siglo XXI debe reflejar el contexto político del mundo en 2020.

 

- Luciano Wexell Severo es Docente de UNILA y Coordinador del OBIESUR

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206582?language=en
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