Cambios posibles en el tráfico vehicular

14/04/2020
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No soy de los que creen en la fórmula general de que toda crisis es una oportunidad, pero sí creo que en algunas crisis se hacen presentes, a veces, oportunidades interesantes. Entiendo por “oportunidad” una posibilidad de mejorar, corregir o cambiar algo que lo requiere. Y en nuestro país, como en otros, la actual coyuntura suscitada por el coronavirus da pie para realizar correcciones, o reformas, en rubros que, hasta ahora, pese a lo perniciosos que son para una convivencia social sana, no ha habido forma de corregirlos en sus fallas. Uno de esos rubros es el del tráfico vehicular, público y privado, que desde los años noventa en adelante se ha vuelto agobiante, además de peligroso, para la población en general, aunque de manera especial para quienes andan a pie. Las medidas de emergencia ente el coronavirus, en particular la cuarentena domiciliar, han supuesto un respiro ante los males asociados a un tráfico vehicular desbordado: saturación, abusos, desorden, accidentes de tránsito recurrentes y graves, violencia cotidiana y contaminación por gases tóxicos y por ruido.

 

Recuerdo una frase que escuché en una obra de teatro –presentada por el Taller Libre de Teatro de la UES— que se ponía en escena en los años ochenta: “el hombre [el ser humano] es un animal que se acostumbra a todo”. Y no puedo dejar de alarmarme ante el modo como terminamos por acostumbrarnos, en la dinámica vehicular, a un estado de cosas tan caótico, violento e inhumano. En alguna ocasión comenté una fea experiencia que tuve en un microbús: el conductor viajaba a excesiva velocidad y una señora le dijo esa no era forma de manejar y que se iba a bajar; de mala gana, el motorista, abruptamente, se detuvo. Quienes iban el microbús se burlaban de la señora mientras caminaba hacia la puerta. Fui detrás de ella hacia la salida, y antes de bajarme les dije a dos mujeres jóvenes que reían a carcajadas: “no entiendo de qué se ríen, si la señora ha hecho algo que todos deberíamos hacer”. Me miraron extrañadas, sin entender lo que yo les decía.

 

Al meditar sobre lo sucedido, caí en la cuenta de que, salvo contadas excepciones, casi todos nos hemos acostumbrado a ese estado de cosas. Se trata de un estado de cosas anómalo, que lacera a diario el bienestar, la tranquilidad y la dignidad de las personas. Es anómalo que un conductor de autobús o microbús conduzca, con el vehículo saturado de pasajeros, a excesiva velocidad y con música estridente que golpea los tímpanos una y otra vez. Es anómalo que un conductor de un automóvil tenga como meta llegar primero que nadie a su destino, sin importarle la seguridad de los demás ni el respeto de las leyes de tránsito. Es anómalo que los conductores de motos aparten, sin la menor precaución alguna, a quienes caminan por calles o aceras.   

 

Eso, definitivamente, no puede continuar así. Y la situación actual abre la puerta para hacer algunas correcciones y mejoras que se traducirían en un mayor bienestar ciudadano. Desde hace algún tiempo –y por ahí está registrado en algún artículo— tengo la idea que en El Salvador debe implementarse el “Hoy no circula”, es decir, la práctica de que una vez a la semana los vehículos particulares se queden en casa y que las personas usen transporte público, caminen o no salgan de sus hogares. En el caso de quienes tienen más de un vehículo se aseguraría de que, al menos por un día, no los pongan todos en circulación. 

 

En segundo lugar, creo que también es una buena oportunidad para determinar las necesidades reales de transporte público a nivel nacional. Es evidente que en algunos territorios hay saturación de rutas y unidades, y en otros hay penurias. Es evidente que durante el día varían las necesidades de transporte público en determinados territorios y que en las horas de menor demanda es irracional que circulen más unidades de las necesarias. Rutas y unidades deberían estar en función de las necesidades de la población, y no a la inversa.

 

En tercer lugar, estimo que es el momento de terminar de buena vez con la competencia, poco sana y mal entendida, entre líneas (empresas y sectores) de microbuses y autobuses. Esa competencia es fuente de abusos, violencia y desorden. El problema es que no compiten para ser mejores de cara al bienestar ciudadano, sino para sacar la mayor tajada del negocio a expensas del bienestar y la seguridad de las personas. Esto ha llevado a que los empresarios del transporte colectivo apuesten por tener la mayor cantidad de unidades en las calles, pero cuidando que eso les suponga los menores costos. El resultado: unidades en regular o mal estado, y concentradas donde hay más gente, es decir, los centros de las ciudades y los núcleos urbanos más poblados. 

 

En tercer lugar, junto con lo anterior, quizás también sea un buen momento para ordenar las rutas de circulación del transporte público, que ha sido un dolor de cabeza para diferentes gobiernos. Un mapa de circulación del transporte colectivo, claro y simple, haría la diferencia respecto de lo que ha regido en las últimas décadas. Y en ese mapa deberían estar bien identificadas las paradas de autobuses y microbuses, lo cual es un dolor de cabeza para los ciudadanos. No basta que esas paradas estén en dicho mapa; deben estar bien identificadas en el territorio, con aceras despejadas y bien señalizadas –con la identificación de las rutas— para que las personas hagan su espera sin correr riesgos.

 

Los capitalinos tenemos dos paradas autobuses o microbuses que son un verdadero problema para el bienestar y la seguridad: la que queda a un costado del mercado ex cuartel, viniendo de norte a sur, y la que queda dos cuadras abajo del Banco Hipotecario, siempre de norte a sur. El anterior gobierno decidió concentrar una serie de rutas en ambas paradas, pero sin despejar el tramo de acera correspondiente ni indicar los números de rutas que ahí se detienen. Como resultado de ello, en las horas de mayor afluencia de personas –en especial por la tarde—, llegar a esas paradas y permanecer en ellas es una verdadera tortura, por no hablar de las dificultades que se dan en el abordaje de las unidades. Escribí sobre ello en su momento, y ahora lo traigo a cuenta como un ejemplo de las cosas que se pueden hacer para mejorar la vida de la gente. Posicionar el bienestar de la gente como lo central: he ahí el enorme reto del presente. Con ese criterio deben hacerse reformas y mejoras en rubros vitales como el transporte colectivo y el tránsito vehicular.

 

 San Salvador, 14 de abril de 2020

 

-Luis Armando González es Licenciado en Filosofía por la UCA. Maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO, México. Docente e investigador universitario. 

https://www.alainet.org/es/articulo/205886?language=en
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