El Coronavirus como epidemia del miedo: el distanciamiento social como narrativa
- Opinión
“La solidaridad es la ternura de los pueblos” (Gioconda Belli)
La “normalidad” reinante en el Chile pre-rebelión popular del 18 de octubre, estaba hegemónicamente sustentada en un capitalismo que trae consigo una moralidad promotora de individualismo-aislamiento social, potenciador y agudizador de desigualdades sociales, excluyente de las grandes mayorías y articulador de la destrucción planetaria. Esta “normalidad”, estructurada como un complejo sistema que permea la subjetividad de las personas, desarrollando esquemas perceptivos, cognitivos y afectivos, que definen el accionar de éstas y de la sociedad en general, es lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu reconocía como habitus.
En ese contexto, uno de los mecanismos o instrumentos mediadores y socializadores por excelencia de los habitus, es el lenguaje. A través de él se transmiten valores, normas, costumbres, patrones de funcionamiento social, que, en última instancia, se constatan en la organización de las prácticas de las personas y los grupos sociales, que los naturalizan y pasan largos periodos sin que ellos sean cuestionados.
Precisamente los patrones culturales de esa “normalidad” chilena, habían comenzado a cuestionarse o problematizarse. En efecto, los patrones individualistas, estaban dando paso a la articulación comunitaria, a las redes y tejidos sociales sustentados en la solidaridad y empatía con los demás. Gran parte de los chilenos, comenzamos a identificar problemas comunes, y lo más relevante, comenzamos a identificar que había una raíz y una lógica en el funcionamiento del sistema que permitía mirarnos como parte de una mayoría dominada y explotada. Aparece con ello, los primeros signos que permiten configurarnos con una identidad común. Y esto, para el capitalismo en general y para los sistemas de dominación como las democracias representativas que imperan en gran parte de las sociedades capitalistas, son configuraciones esencialmente subversivas.
Pero por qué, la solidaridad de clase, la empatía o la configuración de identidades comunes, son factores subversivos para el capitalismo. Pues, porque son valores y patrones que emergen en contrapoder a las lógicas de dominación capitalista. En ese sentido, la acción combativa y solidaria de la Primera Línea, no es subversiva sólo porque combate la represión directa de los agentes del Estado; lo es esencialmente, porque se organiza en una lógica común y no individual. Los Cabildos y Asambleas auto convocadas, no eran solamente subversivas porque la población se reunía de manera autónoma, no siguiendo los lineamientos del gobierno y el Estado; lo son, porque rompen la lógica borreguil instaurada por la democracia representativa, y emerge el poder popular con capacidad de articulación y lucha, factor que se suponía, había sido eliminado y superado por el modelo representativo de las aristocracias políticas gobernantes.
Lo anterior, explica, por ejemplo, la agrupación de este sector político (que, por cierto, es transversal a los partidos institucionalizados) que desarrolla el “acuerdo por la paz y nueva constitución” que se concreta con el llamado a plebiscito para el cambio constitucional. Proceso que surge, no como una necesidad de establecer transformaciones reales. Es decir, no porque les interesaba de manera tan relevante modificar las bases jurídicas organizativas, pues claramente, de ellas se han estado sirviendo por décadas, sino porque están realizando un movimiento estratégico, que permita organizar una respuesta desde las elites políticas hacia sectores populares que comenzaban a articularse. En definitiva, también acá estamos frente a una articulación de la clase dominante, que desde su práctica y narrativa actúa como una batalla destructora de la subjetividad de clase.
Considerando lo anterior, la identidad social, la solidaridad de clase, son factores que tienen una alta dosis de subjetividad, y a la vez, son potentes motores que permiten desarrollar culturas de resistencia, autonomía y articulación de los pueblos. De ahí, que, para las democracias representativas como la chilena, son factores altamente subversivos que necesitan ser combatidos por todos los medios. Uno de esos, es el lenguaje y la narrativa de los representantes políticos de la burguesía, los empresarios, las figuras de los medios de comunicación y la prensa en general. Desde estos sectores y utilizando la coyuntura de la epidemia mundial del coronavirus, se ha venido instalando una narrativa con claros tientes fascistoides, por medio de la cual se pretende contrarrestar los avances que se habían realizado desde octubre a la fecha.
Son visibles los intentos por borrar los hitos de la revuelta popular. Por ejemplo, al primer día de decretado estado de catástrofe en Chile, junto con lograr el blanqueo de sacar las fuerzas armadas a la calle, supuestamente para ayudar a la población contra el Covid-19, se dedican a pintar la base del monumento a Baquedano en la plaza dignidad. Usted se preguntará, cuál es la importancia sanitaria de esta acción: ninguna, pero si es relevante para la narrativa de la burguesía, que veía en este sector de la capital chilena un especie de “terreno liberado” por el pueblo, que era imperioso reconquistar.
En la misma línea, ocurre con la puesta en escena de Piñera llegando a la plaza dignidad (acompañado sólo por sus escoltas, por cierto). Hecho que retrata al menos dos cuestiones relevantes: la necesidad de mandar un mensaje a la población, cuya narrativa implícita dice relación con la “reconquista” de espacios. Sumado a una enfermiza provocación, que deja ver los altos niveles de sociopatía de algunos personajes de la política mundial (que decir de Bolsonaro o Trump) caracterizados por una deshonestidad comprobada, con nulos niveles de empatía y el desprecio absoluto por la dignidad de las personas. Antecedentes no menores, considerando que existe una población que depende de medidas tomadas por sujetos con estos perfiles psicopáticos, lo que implica una revictimización constante de los sectores más desposeídos.
Pero esta reconquista cultural y material, implica desarrollar la información como propaganda política. Y en eso, el fascismo puede dar cátedra. Ejemplo de lo anterior, son diversos y cuantiosos. Desde los experimentos de Harold Dwight Lasswell con la “aguja hipodérmica”, que nace con el objetivo de estudiar los efectos de la propaganda política durante el periodo de entre guerras en el siglo pasado. Pasando por la maquinaria de propaganda nazi, encabezada por Joseph Goebbels, cuyos 11 principios aparecen hoy como el “recetario” y manual comunicacional de los principales gobiernos mundiales y sus lacayos. Sin dejar de considerar la labor que cumplió la propaganda en las dictaduras latinoamericanas, donde se orquestaron grandes maquinarias, centros de estudios y laboratorios, que permitieron desarrollar las narrativas de represión social y de lucha contrainsurgente en la región. Un caso destacado, es el poco conocido pero muy influyente “Departamento de Relaciones Sociales y Conducta Social” que nutría de información a los aparatos de inteligencia (DINA y posteriormente a la CNI) de la dictadura chilena.
Ejemplos de estas experiencias, perduran y han especializado su actuar, pues en la actualidad cuentan con mayor apoyo científico y tecnológico, que les permite –entre tantas otras acciones- diseñar campañas de propaganda distribuidas en los medios de comunicación masiva, generando la imperceptible guerra psicológica, que básicamente consiste en realizar acciones que impactan en los instintos más primitivos de las personas, como lo es el instinto de supervivencia. Es en este contexto, donde se deben entender las acciones, discursos y narrativas de la élite política chilena y sus medios de comunicación, que, a propósito de la pandemia del coronavirus, han desarrollado una estrategia de propaganda informativa destinada a generar desconcierto, incertezas y miedo, siguiendo la lógica de Maquiavelo, de “quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas”.
Pero esta estrategia de control social, se acompaña de otra narrativa considerada como una de las acciones “indispensables para no contagiarse del virus”: que la población desarrolle un “distanciamiento social”. Y acá, lo sospechoso no es sólo hacer un llamado al “distanciamiento social”, sino que paralelamente, tratar de legitimar a las fuerzas armadas y de orden, como depositarios de la seguridad y confianza de la población. Sí, los mismos que hace menos de tres semanas gaseaban a la población, violaban mujeres, atentaron contra niños, los detenían, torturaban, les mutilaban, les arrancaban los ojos, etc., hoy nos intentan hacer creer que son los “garantes de seguridad” de la población.
Lo que se intenta con esto, es desarrollar esquizofrenia social. Idear una narrativa, un mundo y una realidad paralela; se pretende escindir nuevamente la realidad, insertando un discurso disociador en la población, acompañado de la generación de miedo y desesperanza. Esa es la base de la guerra psicológica en que se debate gran parte de la población mundial; gobiernos aprovechando la coyuntura de la pandemia para reinstalar la narrativa y la moral capitalista, y un pueblo que ha comenzado a despertar, y que los pequeños sorbos de problematización y concientización que han desarrollado, al menos le está permitiendo dudar de las acciones y discursos de las autoridades.
En efecto, el miedo sólo logra desarticular y desmovilizar. Y lo que ahora necesitamos como pueblo es precisamente lo contrario. Debemos articular y movilizar información certera, solidaridad comunitaria, disposición de quienes están mejor perspectivados para aportar con las comunidades. Y, sobre todo, no podemos confundir “distanciamiento social” de separación física, pues justamente el distanciarnos socialmente, es lo que pretende la narrativa burguesa. Quizás, una separación física cuando sea necesario, pero no el distanciamiento social, porque luego que nos habíamos comenzado a reconocernos y encontrarnos, después de haber estado distanciados como humanos, no podemos volver a la “normalidad” de la moralidad y narrativa capitalista.
Mg. Juan Rubio González
Licenciado en Psicología
Psicólogo chileno
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