El Discurso de Angostura: genialidad filosófica y modelo sociopolítico bolivariano

17/02/2020
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I

 

Hace doscientos un años, el 15 de febrero de 1819, Simón Bolívar pronuncia su discurso inaugural del Congreso de la República de Venezuela, convocado con cualidad constituyente en la ciudad de Angostura. Es el momento de consolidación de su liderazgo nacional, su primer gobierno, desde el cual proyecta y ejecuta la liberación del continente que aún sigue en manos del Imperio Español; comenzando por la Nueva Granada, para refundirla junto a Venezuela en la nueva República de Colombia que nacerá ese mismo año de su verbo y su espada, precisamente allí, a orillas del Orinoco.

 

Este tiempo le exige al Libertador adoptar definiciones claras de su proyecto político. Llegó la hora de inventar una nueva forma de organización social y –en consecuencia- una nueva forma de gobierno: “Una reforma que nunca se ha realizado”, diría el maestro Rodríguez.

 

El Discurso de Angostura puede considerarse la síntesis del ideario político de Simón Bolívar, quien, a los 35 años, es la encarnación del proyecto más avanzado ideológicamente dentro del movimiento emancipador latinoamericano. Decimos con Rumazo González que “trocado de guerrero a estadista”, con la convocatoria al Congreso cual depositario de la soberanía, el Libertador despeja todas las dudas sobre su autoridad frente a la República y al Ejército: ahora tiene un mando relegitimado.  

 

En Angostura Bolívar se explaya en esas grandes preocupaciones políticas que han sido inquebrantables en su lucha, más allá de las penurias propias de la guerra en esa década tortuosa: “que más cuesta mantener el equilibrio de la libertad, que soportar el peso de la tiranía”.

 

Algunas de esas preocupaciones fundamentales podemos enunciarlas de la siguiente manera:

 

-       Definir y obtener las fuentes de origen y los soportes de la legitimidad del poder

 

-       Establecer el mejor modelo organizativo del gobierno republicano: “escoger la naturaleza y la forma de Gobierno que vais a adoptar para la felicidad del Pueblo; si no acertáis, repito, la esclavitud será el término de nuestra transformación”.

 

-       La preservación de la soberanía nacional en conjunción con la genuina expresión de la voluntad popular: Estado independiente y formas de democracia

 

-       Gestar instituciones que garanticen el destino soberano y justo de la Patria

 

-       Necesidad vital de promover las virtudes ciudadanas en la sociedad y el gobierno: “sabiduría, rectitud, prudencia”.

 

-       Doctrina y estrategia militar: convicción de que mientras existan ejércitos enemigos en el territorio continental, la prioridad es servir en el campo de las armas, ya que sólo la derrota total del enemigo haría viable la independencia.

 

-       La libertad anhelada requiere de la democracia que es totalmente desconocida en las colonias españolas y buena parte del mundo: pasar del poder de un rey “soberano”, a la soberanía popular, es la difícil ecuación a resolver.

 

-       Descifrar el concepto de Democracia para adecuarlo con sentido de éxito y permanencia a nuestra realidad particular: “Sólo la Democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero, ¿cuál es el Gobierno Democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?

 

La falta de experiencia y formación en el oficio de gobernar era una de las más complicadas debilidades del proyecto que se iniciaba con la Independencia, y esto a Bolívar lo mortificaba sobremanera. Se trataba nada más que de crear un nuevo sistema, un nuevo poder, para el ejercicio del cual no estaban totalmente maduras las condiciones subjetivas de la población. Sobre la paradoja de pertenecer a un país al que no se puede autogobernar, y la dificultad de asumirlo sin tener la preparación adecuada para dicha tarea, expone al foro parlamentario: “Por el contrario la América, todo lo recibía de España que realmente la había privado del goce y ejercicio de la tiranía activa; no permitiéndonos sus funciones en nuestros asuntos domésticos y administración interior. Esta abnegación nos había puesto en la imposibilidad de conocer el curso de los negocios públicos: tampoco gozábamos de la consideración personal que inspira el brillo del poder a los ojos de la multitud, y que es de tanta importancia en las grandes revoluciones. Lo diré de una vez, estábamos abstraídos, ausentes del universo en cuanto era relativo a la ciencia del Gobierno”.

 

II

 

Podemos hablar de que Bolívar vive una especie de “angustia democrática”: sabe que es necesario inventar una nueva forma de gobierno, pero a la vez le atormenta que el deseo y aún la voluntad no bastan, porque las costumbres pesan en el alma política del pueblo, y el carácter nacional no se ha forjado aún, ni menos liberado de los tres siglos de colonialismo ideológico, para la tarea sin precedentes que tienen por delante: “El hábito de la dominación, los hace insensibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional; y miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la libertad, bajo la tutela de leyes dictadas por su propia voluntad. Los fastos del universo proclaman esta espantosa verdad”.

 

Profunda reflexión desde la filosofía política, la sociología y –por qué no- la antropología, que le hacen ver entre las tinieblas las verdades más recónditas de aquella realidad colonial, atrasada y retrógrada: “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es hija de las tinieblas; un Pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción: la ambición, la intriga, abusan de la credibilidad y de la inexperiencia, de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil: adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”.

 

 “Crueles reflexiones” en las que se pone de manifiesto, a la luz de la experiencia histórica, “que las grandes naciones han sido mandadas por aristocracias o monarquías”, pero aun así se restea con la democracia, un concepto que para su época era vago, difuso, y que estaba apenas iniciándose la discusión de sus contenidos contemporáneos.

 

En su discurso, escrito en minutos arrancados a la intensa labor de Jefe Supremo, a veces en idas y venidas por el Orinoco en cumplimiento de estratégicas operaciones militares, El Libertador no es indiferente a los males que gobiernos opresores causan a otros pueblos del mundo, y esa realidad internacional que él no cesa de vigilar y estudiar, lo reafirma con más fuerza en la línea de exigirle a la revolución los mayores esfuerzos para inventar y ejercer el mejor gobierno que sea posible: “casi toda la Tierra ha sido, y aun es, víctima de sus gobiernos. Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos…horror de tan chocante espectáculo”.

 

¿Cuál es ese gobierno que él desea para nuestra Patria? Porque Bolívar no es de los que se conforman con criticar al sistema injusto como simple acto de rebeldía o denuncia; en su disertación, ofrece las pautas doctrinarias del gobierno deseado, esa imagen objetivo por alcanzar que justifica todos los sacrificios ofrendados al sueño de libertad: “el sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política”.

 

Esta definición del Gobierno ideal alcanza tal nivel de perfección, que dudo se haya producido de entonces para acá, una aportación más acabada.

 

Y, ¿cuál es el elemento clave que marca la diferencia entre los “sistemas de manejar hombres… para oprimirlos” y éste nuevo que el Libertador Presidente propone ante la representación nacional? Respondamos sin vacilar: la igualdad. Escuchemos su voz metálica pronunciada con vehemencia: “Mi opinión es, legisladores, que el principio fundamental de nuestro sistema, depende inmediata y exclusivamente de la igualdad establecida y practicada en Venezuela”.

 

Bolívar sabe con Rousseau que “los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad”, y, en sintonía con el pensamiento progresista de su tiempo, señala que tal principio igualitario, “está sancionado por la pluralidad de los sabios”.

 

Pluralidad de sabios que él había estudiado muy a fondo, o que supo de sus ideas a través del maestro Simón Rodríguez, quien durante la travesía europea que hicieron juntos en 1805, seguro le conversó del acervo revolucionario francés, de las logias del sansimonismo a las que asistía, y de un tal Graco Babeuf, líder de la llamada “Conspiración de los Iguales”, guillotinado el 8 de agosto de 1787, quien pregonaba por entonces que “la naturaleza nos ha dotado de un derecho igual para el disfrute de todos los bienes, el fin de la sociedad es defender esa igualdad atacada frecuentemente por el fuerte y el malo, y así aumentar de forma colectiva los disfrutes comunes”

 

Bolívar es un militante de la igualdad política y social. No cae en extremismos ni se frena en la resignación. Entiende que la condición humana se debate entre la predeterminación de la naturaleza y la dialéctica del devenir social. En base a su visión de la construcción societaria, propugna las herramientas culturales que viabilizan el camino hacia la igualdad: “Si el principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social”.

 

Su idea es clara: “Principio fundamental de nuestro sistema: la igualdad establecida y practicada”. Para ir en busca de esa igualdad, se requiere aplicar la doctrina del Buen Gobierno: “aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política”; porque como el aire “necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas, y las costumbres públicas”.

 

III

 

Analizando el contenido del Discurso de Angostura, y comparándolo con los tres documentos anteriores más representativos del pensamiento bolivariano, a saber, los Manifiestos de Cartagena (1812) y Carúpano (1814), y su Carta de Jamaica (1815), encontramos que El Libertador se reitera en una metodología científica de abordaje teórico que presenta los siguientes rasgos comunes:

 

-       Perspectiva histórica: ejercicio de memoria de los procesos de luchas vividas y sus enseñanzas.

 

-       Consideración de la realidad internacional, la geopolítica mundial, como elemento esencial a la formación de una cultura política general, que permita el entendimiento concienzudo de las fuerzas actuantes y los intereses que pueden influir en la estrategia revolucionaria.

 

-       Marco teórico filosófico: Bolívar conoce la multiplicidad de autores influyentes y tendencias ideológicas de su época, así como los clásicos de la literatura filosófica, política y militar.

 

-       A estos tres aspectos metodológicos comunes en la obra de Bolívar, debemos agregar la permanente observación del espacio geográfico como terreno de las realizaciones concretas, y el análisis estadístico como instrumento de sistematización y comprensión formal de los fenómenos sociales. Todo esto constituye lo que he denominado el método científico de Simón Bolívar, en mi libro La Doctrina Bolivariana. Esencia y vigencia. (Inédito)

 

Partiendo de esa visión científica de la realidad es que propone romper el estado de cosas opresor que la Colonia impuso en nuestro continente y dar el salto histórico hacia la nueva sociedad que debe surgir de la victoria independentista; en tal sentido, proclama que Venezuela, constituida en República Democrática, “proscribió la Monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir”.

 

Este abordaje científico de la situación histórica concreta, es el mismo que reclama la originalidad de las propuestas programáticas contenidas en el proyecto revolucionario: “¿No dice el espíritu de las leyes que éstas deben ser propias para el Pueblo que se hacen? “¡He aquí el código que debíamos consultar, y no el de Washington!!!”

 

Esa necesaria originalidad de las iniciativas liberadoras en una sociedad hasta entonces sometida al oscurantista régimen colonial, que Simón Rodríguez resumió magistralmente en la máxima “inventamos o erramos”, es válida igualmente para el modelo de gobierno a implementar, asunto que tanto ocupó las reflexiones del Libertador: “No olvidando jamás que la excelencia de un Gobierno no consiste en su teórica, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye”. Ese gobierno soñado por el Creador de Colombia, tiene que ser “eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un Gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un Gobierno que haga triunfar bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad”.

 

IV

 

Construir ciudadanía, de la que se declara felizmente uno más, exige definir e implementar políticas de Estado conducentes a la siembra de valores y virtudes en una población que de seguir sujeta al arbitrio de las costumbres dominantes que la hundían en la ignorancia y la sumisión, nunca estaría en capacidad de autodeterminarse y ser gestora de la nueva civilización. Clama en armónica oratoria al modesto salón, para que su voz impregne a través de la etérea humedad la piel de la población que escucha tras los ventanales, “renovemos en el mundo la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso”. Increpa a los delegados presentes, con la convicción que brota desde su alma magisterial: “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”.

 

Nada de lo soñado y arduamente luchado, que apenas comenzaba a tomar cuerpo en ese espacio de utopías concretas que fue su primer Gobierno en Angostura, sería sostenible sin la ética republicana, antídoto insustituible contra ese enemigo mortal de toda revolución que es la corrupción: “demos a nuestra República una cuarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana. Constituyamos este Areópago para que vele sobre la educación de los niños, sobre la instrucción nacional; para que purifique lo que se haya corrompido en la República; que acuse la ingratitud, el egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio, la negligencia de los Ciudadanos: que juzgue de los principios de corrupción, de los ejemplos perniciosos…”.

 

Bolívar cree en esa necesidad de regar la patria con los valores morales que fortalecen el espíritu nacional y convierten a cada patriota en una atalaya de su dignidad individual, blindando la seguridad del bien colectivo. Su visión de futuro, el país por él anhelado, se refleja en el largo plazo como una sociedad poderosa en virtudes, libre de esclavitudes y servilismos, amante del saber y del trabajo como vías de la verdadera independencia.

 

Coincidimos con Alfonso Rumazo, al afirmar que: “Cuando se estudia el pensamiento y la obra de los demás libertadores de América, se encuentra que Bolívar aparece como un pensador solitario, aislado; ninguno se le acerca en ilustración, fijeza de conceptos, altura de ideales y poder penetrante de captación de las normas de gobierno, de las de la sociología, la moral o las lecciones de la filosofía y la historia”.

 

“Tuvo el Libertador un concepto lato de revolución” (Brito Figueroa), porque para él ésta comprendía no sólo conquistar la autonomía política respecto a la metrópoli colonial, sino también “la independencia económica, social, jurídica, histórica y hasta espiritual de los pueblos de América”.

 

Soy convencido de la existencia de una Doctrina Bolivariana que con sorprendente vigencia nos llama a continuar aquella gesta inconclusa. Preocupa -y molesta- la superficialidad con que se trata este tema fundamental para nuestra existencia. Repetir frases hechas en esas ceremonias vacías y rutinarias llamadas “efemérides”, sin comprometernos en el estudio profundo y sistemático del Pensamiento Bolivariano, es incurrir en un error chocante, reflejo por demás de un ambiente político mediocre, característico del que instauraron tras su fallecimiento los enemigos de Bolívar.

 

¡Honor y Gloria Eterna al Proyecto Bolivariano de Angostura!

 

Yldefonso Finol

Historiador bolivariano

Cronista de Maracaibo   

 

 

 

 

 

 

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