Un ensayo sobre los desafíos de las Ciencias Sociales

08/01/2020
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  1. Introducción

 

Tengo en mi mesa de trabajo el estupendo libro de José Sarukhán, Las musas de Darwin, en la hermosa edición preparada por el FCE para celebrar el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin (12 de febrero de 1809), así como el sesquicentenario de la publicación de El origen de las especies por medio de la selección natural (24 de noviembre de 1859). Una de de las dedicatorias que hace Sarukhán expresa bien la visión de la ciencia que quieron transmitir en estas teflexiones, es decir, de la ciencia como un quehacer que, sostenido por la lógica y las evidencias empíricas, no tiene nacionalidad ni patria, pues pertenece a la humanidad. Dice así la dedicatoria:

 

“Dedico este libro

con el placer del agradecimiento

a Efraín Hernández Xolocotzi

quien me introdujo

a Darwin

por medio de la evolución

bajo la domesticación”

 

Junto al libro citado, están tres más que estoy leyendo y estudiando en estos días: El capellán del diablo y El cuento del antepasado, ambos de Richard Dawkins, y ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie, de Michael S. Gazzaniga. Por su parte, ya están en el estante, los tres libros que recién terminé de leer: Un erizo en un pajar, de Sthepen Jay Gould; Vida, la gran historia. Un viaje por el laberinto de la evolución, de Juan Luis Arsuaga; y La ciencia en el alma, de Richard Dawkins.

 

Menciono esas lecturas no por petulancia o afán de lucimiento, sino porque quiero hacer ver que en esos textos y otros de carácter científico –los autores de los libros son científicos eminentes— se desmiente la tesis, que muchas personas aceptan con credulidad pasmosa, de que la ciencia es una empresa totalitaria, fría e insensible. Jay Gould, Arsuaga, Dawkins y Gazzaniga –y a la lista se puede añadir a científicos como Carl Sagan, Francisco Ayala, Camilo José Cela Conde, Steven Pinker y Antonio Damasio, entre otros— no sólo se muestran maravillados ante la complejidad y enigmas de la realidad, sino que su interés por todo lo humano, que involucra no sólo sentimientos y comportamientos estéticos o religiosos, sino también violencia, miedos y odios ancestrales.

 

Los científicos mencionados comparten un enorme respeto por ese extraordinario científico y ser humano que fue Charles Darwin, de quien aprendieron, entre otras cosas, a maravillarse ante la belleza del mundo natural. Como dice Dawkins,

 

“[A los científicos] también nos entusiasma la naturaleza por ser honesta y no ser caprichosa. Existe el misterio, pero nunca la magia, y lo más hermoso es poder, al fin, explicar esos misterios. Las cosas se pueden explicar y nuestro privilegio es hacerlo”1.

 

No sólo las cosas naturales, sino también las sociales y culturales, cuyos misterios deberían ser explicados por los científicos sociales con entusiasmo y con la conciencia de que hay más belleza y misterio en lo que son las cosas humanas que en lo que deberían ser o quisiéramos que, según nuestras ilusiones, fueran.

 

 

  1. Los pilares de quehacer científico

 

Cualquiera que esté medianamente informado del modo cómo se procede en más de un campo científico tendrá claro que el ejercicio centífico efectivo se caracteriza –según las áreas de que se trate— por discusiones, búsqueda y procesamiento de datos, elaboración de hipótesis y planteamientos explicativos que, desde fuera, puede parecer un ir y venir sin orden ni concierto, pero que en cada disciplina científica tiene pleno sentido.

 

En algunas áreas del conocimiento científico predomina el debate teórico y la elaboración de hipótesis sofisticadas desde un punto de vista matemático; en otras, la búsqueda de patrones, a partir de simulaciones y modelos; en unas terceras, el trabajo de campo en desiertos, montañas, oceános o lagos; y en otras, la revisión de registros arqueológicos o paleontológicos en archivos de museos, o de material bibliográfico en bibliotecas o centros de documentación especializados. Los énfasis que se hagan dependen de cada disciplina –y de los intereses y capacidades de los científicos que las cultivan— pero definitivamente lo que no se puede decir es que lo científico reside, de las actividades reseñadas o de otras, en una en particular y que, por tanto, es esa actividad concreta la que define el ser científico por excelencia.

 

Es decir, la actividad científica es una empresa compleja con variadas ramas que son, precisamente, las distintas disciplinas en la que se realiza esa actividad. Tomar una de las ramas como la ciencia por antonomasia (ya se trate de la física, la química, la biología, la antropología, la paleontología o la matemática) o, peor aún, uno de los aspectos del quehacer de alguna de esas disciplinas como el que define lo científico –por ejemplo, la recolección de datos o la formulación de modelos matemáticos— es sumamente pobre respecto de la riqueza que hay en el quehacer científico efectivo. Como anota José Surkhán:

 

“Para muchos, la ciencia está constituida por la acumulación de descubrimientos o de ideas y conceptos, ya que ésta es la manera en que, a través de diversos medios, recibe la información de su desarrollo… La imagen de la ciencia como una simple acumulación de hechos y datos es distorsionada e incompleta, ya que hace caso omiso de la forma en que se originan los conceptos y las ideas, o se mejoran los ya existentes, lo cual es básico para la generación de los ‘productos terminados’ de la ciencia. El entendimiento del mundo que nos rodea se logra mejor mediante grandes avances conceptuales que por la simple acumulación de hechos y datos”2.

 

Algunas epistemologías han sido promotoras de un empobrecimiento en la visión de la ciencia, justamente por no reparar en los diversos aspectos del quehacer real. Hay, por supuesto, aspectos que son comunes e intrínsecos al quehacer científico, sin importar las disciplinas, y que son los puntales de la ciencia; hay otros que son una amenaza y un obstáculo a vencer. Entre los primeros, son fundamentales la lógica y la evidencia empírica (efectiva o potencial). En cuanto a las amenazas, una de las que más asechan no sólo los científicos, sino a los ciudadanos en general, es la ideología bajo distintos ropajes.

 

  1. Explicación: lógica y evidencia empírica

 

El propósito común en las distintas disciplinas científicas es elaborar y ofrecer a la sociedad explicaciones (relatos, narraciones, discursos) sobre cómo funcionan los ámbitos de la realidad de los que ellas se ocupan y cuáles son las relaciones (causales, funcionales, correlativas o de asociación) que hay entre los fenómenos propios de esa parcela de la realidad, ya sea en lo evolutivo-histórico, en un momento delimitado del tiempo y del espacio (en los marcos propios de la física no cuántica) o en los terrenos extremos de la incertudumbre cuántica. Son esas explicaciones (relatos, narraciones) las que aparecen en las publicaciones (libros, revistas, ensayos) y actividades (conferencias, cátedras, mesas redondas, docencia) de carácter científico.

 

Ellas condensan, de manera ordenada, los resultados del ir y venir ciéntifico que, por lo general, escapa a la mirada no sólo del público, sino incluso a muchos especialistas de filosofìa de la ciencia. Lo que se lee en una publicación es una parte del quehacer científico; la otra parte está formada por todas las actividades que hicieron posible llegar a la explicación publicada. Sin aquéllas, ésta no sería posible como explicación científica sólida. Y la empresa científica se articula a partir de unas y otras, pues una vez que una explicación es divulgada entra en el circuito del debate, la crítica, la revisión de sus resultados y conclusiones, hasta que, si resiste las arremetidas (teóricas y empíricas) de propios y extraños, termina por convertirse en un componente del conocimiento científico aceptado por las comunidades científicas.

 

La explicación científica tiene un pie en la lógica: la la narración elaborada por el científico se atiene a las exigencias de la lógica, pues violar esas exigencias (por ejemplo, si se contradice en sus enunciados o cae en falacias) supone ver descartada su contribución prácticamente de entrada. Se trata, en general, de una sujeción de toda su escritura (no sólo la matemática) a esa exigencia, pues no todos los ensayos, artículos o libros científicos están escritos matemáticamente, sino en lenguaje común, que es el que los científicos utilizan para comunicar sus ideas a sus colegas y al público. El otro pie de la explicación científica reside en la evidencia empírica, es decir, un conjunto de datos tomados de la realidad (debidamente recolectados y procesados) que dan sostén a lo que se afirma.

 

  1. Teorías explicativas: la meta

 

La pretensión de los científicos es ofrecer explicaciones sobre cómo funciona, cambia, evoluciona o se transforman las cosas reales sobre cómo se relaciona una cosa real con otra (en el ámbito de sus respectivas especialidades), y no cómo ellos desearían que ella se comportara. O sea, su propósito es ofrecer una visión lo más certera posible a lo que las cosas reales son, no a lo que éstas debieran ser.

 

Algunos supuestos ontológico-epistemológicos que los científicos asumen es que hay algo fuera de la subjetividad, deseos y voluntad humanas que llamamos realidad, que esa realidad tiene sus leyes y dinámicas de funcionamiento propio, que esas leyes y dinámicas pueden ser conocidas y que para que ese conocimiento sea confiable es necesario cotejar sus enunciados con datos (evidencia, información) tomados de la realidad. Hasta ahora, con las abrumadoras conquistas de la ciencia –y sus espectaculares aplicaciones tecnológicas— esos supuestos han mostrado ser correctos.

 

¿Qué tipo de datos? Los necesarios y suficientes para respaldar (y que no refuten concluyentemente) lo que se ofrece como explicación sobre sucesos, fenómenos, eventos o hechos de la realidad. Tanto los que se puedan cuantificar de manera estricta como los que no, pues sólo remiten a una evidencia cualitativa. No importa: lo que interesa es que son evidencias (pruebas) tomadas con rigor (con procedimientos adecuados) de la realidad, mismas que deben ser validadas por terceros para corregir errores o manipulaciones.

 

Las explicaciones, lógica y empíricamente validadas, se covierten en parte del cuerpo de conocimientos de las distintas disciplinas científicas. Son las teorías científicas: no especulación o creencia endeble, sino explicaciones rigurosas (lógicas, razonables), con pruebas firmes tomadas de la realidad, acerca de cómo funcionan, evolucionan, cambian, se relacionan cuasalmente o interaccionan determinados fenómenos, hechos o acontecimientos de la realidad física, química, biológica y social-humana. Los cuerpos teóricos de las distintas ciencias deben ser ser coherentes entre sí, pues si una explicación en física es negada en biología (o viceversa) una de las dos es falsa.

 

Teorías establecidas-problemas-preguntas-hipótesis3 son el motor desencadenante y vertebrador del quehacer científico (un quehacer que es investigativo por definición); y la búsqueda sistemática de evidencia empírica que respalde-verifique-refute las hipótesis formuladas es el nervio activo de este quehacer. Por dondequiera que se mire en los distintos campos del conocimiento científico estos dos componentes están presentes.

 

Cambian los procedimientos (las técnicas) y los modos de implementarlos en cada disciplina; cambian los contenidos de las teorías y las hipótesis, pero no las exigecias lógicas y empíricas que, de faltar, no permitirían calificar esa actividad como científica. Por cumplir con esas exigencias –y sólo para mencionar dos ejemplos—, son ciencias la física de las partículas elementales (que tiene en el CERN de Ginebra uno de sus focos centrales de desarrollo) y la paleontología humana (que tiene en Atapuerca, en Burgos, uno de sus focos principales de desarrollo). Son también ciencias, para añadir otros ejemplos, la biología evolutiva, la biología molecular, la psicología evolucionista y la psicología cognitiva.

 

  1. Lo científico en las “ciencias” sociales

 

Y las ciencias sociales, ¿son ciencias? Esta interrogante –que muchos obvian dando por supuesto que las ciencias sociales son ciencias— no es impertinente, pues no sólo la diversidad de corrientes y enfoques al interior de algunas disciplinas, sino la proclamación en otras de que lo que hacen es contrario a la “ciencia occidental” (y que lo suyo es “otro” conocimiento) obliga a meditar sobre el estatus científico de las ciencias sociales y sobre las exigencias que deben cumplirse si se quiere ser merecedor de ese estatus.

 

Algo digno de hacer notar es que no suelen encontrarse cultivadores (ensayistas, docentes, investigadores) de las disciplinas y especialidades (y sus corrientes) adscritas a las ciencias sociales que abjuren abiertamente de esta denominación y que, en consecuencia, renuncien a los protocolos académicos en sus publicaciones (por ejemplo, la obsesión con las normas de la APA), conferencias e incluso en su autopromoción como personas con las credenciales que avalan sus conocimientos4.

 

  1. Las ciencias sociales en El Salvador: grupos de interés

 

En un país como El Salvador, una mirada rápida (sumamente cualitativa) permite identificar un primer grupo de interés en el cultivo de las ciencias sociales, mismo que se precia de lo científico de su campo (algunos economistas, politólogos y sociólogos son representativos de esta postura). Dejando de lado que a veces algunos de sus miembros identifican ciencia con datos o con modelos matemáticos sofisticados, lo destacable es que ciencia para ellos (y ellas) no es anatema, sino todo lo contrario: se precian de ser científicos y no hacen mala cara a los libros de ciencia, particularmente si son afines a su especialidad.

 

Un segundo grupo toma a bien ser parte del mundo de las ciencias sociales, aunque haciendo resistencia a lo que llaman “cientificismo”, en la línea de creer que los científicos sociales –por ocuparse de realidades no naturales— deben optar por otros procedimientos, estrategias y manejo de datos5. Aceptan acríticamente, aunque no les guste mucho, que sus ciencias son “blandas”, que sus datos son puramente cualitativos y que, en lugar de explicar, deben “interpretar” el significado que los actores dan a sus acciones.

 

Este grupo ha sido, y es, sumamente influyente en las facultades de humanidades y ciencias sociales en las cuales se cultivan, además de híbridos de literatura, filosofía, sociología y antropología que son el foco de resistencia al “cientificismo” y al “reduccionismo”, visiones metodológicas y epistemológicas según las cuales lo cualitativo es algo opuesto a lo cuantitativo, siendo esto último algo propio de las ciencias naturales.

 

Supuestas metodologías cuantitativas y cualitativas son las que marcan los linderos entre unas ciencias naturales “duras” y unas ciencias sociales “blandas”. Desconocen que el quehacer efectivo de ciencias como la física, la astronomía o la biología evolutiva los afanes de medición no descartan las aproximaciones cualitativas como una puerta de entrada legítima a fenómenos de su interés.

 

Un tercer grupo profesa un rechazo abierto a la ciencia “occidental” a la que oponen “otro conocimiento” –según dejar ver algunos de sus voceros—, no occidental, de procedencia más “autóctona”, entendiendo por tal cosa algo no sólo fraguado en la India, China, África o América Latina sino realizado con un espíritu de resistencia anti-colonial o de recuperación de la tradiciones y vivencias de las personas.

 

Poco importa que las narrativas en que se elaboran y difunden esos planteamientos sean hechas en lenguas “coloniales” y occidentales como el español, el portugués o el francés, o que sus portavoces se ciñan, aunque la maltraten con falacias, a la argumentación lógica, también de procedencia occidental, o que no duden en llenar sus ensayos de referencias bibliográficas occidentales (de preferencia en alemán, francés o inglés). No importa, si es por la causa de un “pensamiento crítico descolonizador”. Rechazan la ciencia, a la que califican de “occidental, y entablan una disputa con ella en nombre de un conocimiento distinto, de perfiles difusos y arbitrarios.

 

Precisamente, la arbitrariedad es lo que mejor carateriza a estas formulaciones de “otro conocimiento”, pues está animadas por un relativismo cultural según el cual la realidad es contruida por los sujetos; y por tanto determinada vision de la realidad (que es una construcción subjetiva) es tan válida y legítima como cualquier otra. Más aun, en esta perspectiva, el “otro conocimiento” (no occidental, postcolonial, o como quiera que se la llame) es tanto más válido y legítimo que la tan denostada “ciencia occidental”. De lo que se trata es de librar una batalla en contra de ésta; si no, según dicen, la ciencia occidental seguirá imponiendo su hegemonía, profundizando el eurocentrismo neocolonial.

 

  1. El (insostenible) rechazo a la ciencia

 

Los defensores de ese “otro conocimiento” profesan un rechazo acerbo a la “ciencia occidental”, a la que le achacan males extraordinarios, no sólo en sus capacidades para explicar las dinámicas de la realidad natural, sino sus afinidades con el capitalismo, su carácter totalitario, eurocéntrico e imperialista y su desprecio por saberes no científicos, vale decir, ancestrales, vivenciales, comunitarios o semejantes. En definitiva, de la “ciencia occidental” nada bueno se puede esperar, según estos discursos anti-distópicos y “descolonizadores” del saber. El siguiente texto ejemplifica la visión que comentamos:

 

“El modelo de racionalidad que preside la ciencia moderna se constituyó a partir de la revolución científica del siglo XVI y fue desarrollado en los siglos siguientes básicamente en el dominio de las ciencias naturales. Aunque con algunos presagios en el siglo XVIII, es solo en el siglo XIX que este modelo de racionalidad se extiende a las emergentes ciencias sociales. A partir de entonces puede hablarse de un modelo global de racionalidad científica que admite variedad interna pero que se distingue y defiende, por vía de fronteras palpables y ostensiblemente vigiladas, de dos formas de conocimiento no científico (y, por lo tanto, irracional) potencialmente perturbadoras e intrusas: el sentido común y las llamadas humanidades o estudios humanísticos (en los que se incluirán, entre otros, los estudios históricos, filológicos, jurídicos, literarios, filosóficos y teológicos).

 

Siendo un modelo global, la nueva racionalidad científica es también un modelo totalitario, en la medida en que niega el carácter racional a todas las formas de conocimiento que no se pautaran por sus principios epistemológicos y por sus reglas metodológicas. Es esta su característica fundamental y la que mejor simboliza la ruptura del nuevo paradigma científico con los que lo preceden”6.

 

Se trata de un texto en el que, por más respeto que le profesen al autor sus seguidores, se hacen afirmaciones falsas o discutibles en extremo. Por ejemplo, qué es eso de “modelo global de racionalidad científica” que identifica, de un plumazo, ciencias tan distintas como la física (y sus disciplinas, entre las cuales la mécánica es una rama entre otras), la biología evolutiva, la paleontología, la psicología evolucionista, la psicología cognitiva, etc.). Precisamente, algunas de estas disciplinas están entrándole en serio al análisis del sentido común, al tiempo que le están dando unos fundamentos sólidos a las humanidades y a los estudios humanísticos, a los que científicos destacados consideran con el mayor respeto.

 

Para los científicos cuyos campos bordean temas culturales, históricos o sociales éstos no son ni perturbadores ni intrusos, sino todo lo contrario: son objetos de reflexión detenida. Quien lo dude, debería tomarse el tiempo de hacer, cuando menos, una revisión de la obra de los biólogos evolutivos Stephen Jay Gould y Richard Dawkins (y de su maestro Charles Darwin); del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga; o del psicólogo cognitivo Steven Pinker, sólo para mencionar a unos pocos científicos naturales.

 

Por el lado de la acusación de totalitarismo, el quehacer científico –su lógica argumentativa y sus métodos empíricos— es lo más antitotalitario que existe. Basta con leer libros científicos para percatarse de ello. Y, el talante o ethos científico es antitotalitario –lo mismo que antifanático y antidogmático— por definición. No da por supuesta ni niega la racionalidad de las formas de conocimiento no científico (mitos, tradiciones, religiones, arte), sino que aquellos científicos a los que esos asuntos competen se preocupan por explicarlos de la mejor manera posible. Es obvio que no lo harían si no los consideraran importantes.

 

Los cultivadores del saber social-cultural-comunitario-ancestral –a los que no se puede llamar científicos sociales, principalmente porque rechazan la ciencia— se dan la mano con algunos de los cultivadores de un saber científico social que acepta que lo suyo es un trabajo científico distinto (“blando”, “cualitativo”) al que realizan los científicos naturales. Es aquí –tanto en los sectores docentes como entre los estudiantes— que el tercer grupo (que abandera enfoques como el de las “epistemologías del sur”) recluta a sus adeptos. Y, en la actualidad, hace sentir con fuerza sus tesis, argumentos y propuestas en distintas facultades de Humanidades y en disciplinas como la antropología, la sociología de la cultura y los estudios culturales.

 

Es notable como, en algunos ambientes universitarios y de investigación social, docentes, investigadores y estudiantes adscritos a disciplinas de las ciencias sociales están adquiriendo formas de ver la realidad natural y social que son contrarias a la ciencia y que la rechazan, dando la espalda a sus extraordinarias conquistas. Pareciera ser que este fenómeno se repite en distintos lugares en el mundo, socavando aun más las posibilidades de que las ciencias sociales sean lo que, ante todo, tienen que ser: ciencias. Porque el problema de que esas posibilidades se debiliten es de las ciencias sociales, no de las ciencias naturales, cuyo quehacer sigue boyante al margen de las profecías de los epistemólogos (y epistemólogas) del sur o los defensores (y defensoras) de eso que difusamente se ha dado en llamar “pensamiento crítico”.

 

Cumplir con las exigencias básicas que convierten a un saber en ciencia es el principal desafío que deben enfrentar las ciencias sociales; para ello, no deben entender su quehacer como algo ajeno a lo que hacen y logran las ciencias naturales, especialmente (aunque no exclusivamente) en aquellos campos en lo que se tratan temas que involucran al Homo sapiens: su evolución y estructura psicobiológica, su herencia genética, sus hábitos y comportamientos, sus sentimientos, emociones y vida mental.

 

Las asechanzas ideológicas que se filtran a través de las posturas anticientíficas no son un buen incentivo para enfrentar con solvencia ese desafío. Separar lo natural de lo social-cultural es un triunfo del anticientificismo, de graves consecuencias teóricas y prácticas. Y es que, como apunta Stephen Jay Gould, “no podemos analizar una situación social compleja poniendo tanta biología por un lado, y tanta cultura por otro. Debemos intentar entender las propiedades emergentes e irreducibles que nacen de una interpretación donde no se separen genes y contextos ambientales”7.

 

  1. Ciencia versus ideología

 

La ideología no se lleva bien con la ciencia, como lo dejó en claro Karl Marx. De hecho, la ideología, como falsa conciencia, es lo opuesto a la búsqueda científica acerca de cómo funciona el mundo, en lugar de las ilusiones que tenemos o nos hacemos sobre ello. Rachazar la ciencia y sus logros es rechazar la mejor herramienta disponible (inventada por los mejores de nuestra especie) para entender los resortes que mueven a la realidad en sus diferentes ámbitos, incluido el social-cultural-humano. Ese rechazo abre las puertas a las ilusiones y fantasías ideológicas, es decir, a la construcción de visiones falsas de la realidad.

 

Esas visiones falsas no descansan sólo en religiones o filosofías idealistas, como en la época de Marx, sino en constructivismos, relativismos y anticienticismos que, como plaga, se extienden con un ropaje que también es falso: el del progresismo emancipador, que se esfuerza por hacer creer que el conocimiento científico es opresor, totalitario, eurocentrico y colonialista. Con esta visión, quienes –suscribiendo posturas anticientíficas— luchan genuinamente por la emancipación de individuos y grupos oprimidos se enemistan con su mejor aliado.

 

El énfasis en lo “occidental” de la ciencia regionaliza innecesariamente un quehacer que no es patrimonio de ninguna nación o cultura en particular, sino que es patriminio de la humanidad. Es ideológico no sólo adscribir el conocimiento científico (lo mismo que la racionalidad) a un área del mundo, como sí ese conocimiento no fuera cultivado también, por ejemplo, en la India, China, Japón, Australia o América Latina.

 

Al margen de ello, asumiendo que la ciencia fuera exclusivamente occidental –que no lo es— eso no quiere decir que por ello sea algo malo o negativo. La falacia de la “asociación” es nefasta: por el hecho de que en Occidente se hayan dado y se den prácticas negativas no quiere decir que todo lo generado en Occidente o asociado con lo occidental sea negativo. Es paradógico que quienes abjuran de la “ciencia occidental” lo hacen en lenguas occidentales y siguiendo los protocolos académicos, a veces de forma enfermiza (en la autopromoción mediática y las publicaciones), que se usan en las comunidades académicas occidentales y no occidentales.

 

Definitivamente, cuando algunos campos de las ciencias sociales abren las puertas a la ideología las posibilidades de que se consolide un saber científico social provechoso se hacen más difíciles, con lo cual se pierden valiosos recursos y tiempo que podrían ser usado en el estudio explicativo de fenómenos sociales, culturales, políticos, económicos y mentales que urgen de ser entendidos de una mejor manera. No es que los científicos, naturales o sociales, no deban tener una ideología o unos compromisos ideológicos. Eso es prácticamente imposible.

 

De loque se trata es que esos compromisos e intereses no se mezclen difusamente con las exigencias cognosicitivas de lo real o, peor aun, que las ilusiones ideológicas se hagan pasar por un conocimiento cierto de lo real. Una cosa es la realidad efectiva y otra cosa las concepciones que tenemos de ella: las ideologías son concepciones distorsionadas que, como tales, impiden tomar decisiones eficaces para intervenir en la realidad y dan la pauta para la manipulación de las conciencias a partir de intereses económicos o políticos. En palabras de Stephen Jay Gould:

 

“Los científicos no somos distintos del resto. Somos seres humanos apasionados, enredados en una red de circunstancias personales y sociales Nuestro campo reconoce cánones de procedimientos diseñados para dar a la naturaleza la oportunidad de autoafirmarse delante de los diferentes sesgos; pero a menos que los científicos entiendan sus esperanzas y se autoexaminen con rigor, no serán capaces de clasificar las preferencias surgidas del mensaje débil e imperfecto de la naturaleza…

 

El compromiso político expresado abiertamente no impide al científico de ver la naturaleza con precisión, aunque sólo sea porque ningún científico honesto o un activista político efectivo estarían lo bastante locos como para impulsar un programa que estuviera en total desacuerdo con el mundo tal y como está. Muchos acontecimientos de la naturaleza son decididamente desagradables (…), pero ningún sistema social deja de incorporar este tipo de información, a pesar de la plétora de paliativos, desde la reencarnación a la resurrección, que defiende más de una cultura”8.

 

  1. Reflexión final

 

Quizás no sean pocos los que están lo bastante locos para impulsar programas que están en total desacuerdo con el mundo tal como éste es. La fuerza y éxito de las ideologías estriban precisamente en hay personas que aceptan ideas ilusorias obviando los imperativos de la realidad. De ahí la necesidad de estar siempre vigilantes a las variadas formas en las cuales la ideología puede contaminar los ejercicios cognoscitivos orientados a conocer la realidad tal como ella es.

 

Las ciencias naturales, sin ser totalmente inmunes a esa contaminación, han creado mecanismos sumamente eficaces para la “cura ideológica”; entre estos mecanismos, además de la meticulosidad experimental y la revisión-discusión colegiada de los productos de investigación, está la robustez teórica, que pone en dificultades insuperables a charlatanes que quieren “revolucionar” con sus “descubrimientos” los cimientos de saberes bien establecidos en lo lógico y en lo empírico. En fin, en las ciencias naturales es casi improbable que se suscite de nueva cuenta una experiencia como la de la “biología soviética” de Trofim Lysenko.

 

En las ciencias sociales, el débil cuerpo teórico de algunas de sus disciplinas favorece la contaminación ideológica, pues no hay criterios conceptuales-explicativos firmes que permitan descartar planteamientos que no sólo no explican nada, sino que contradicen lo que se sabe de la realidad natural y humana. En terrenos en los que el rigor lógico y conceptual es débil, cualquier formulación encuentra acomodo fácil, pasando a convertirse en parte de un híbrido difuso de ideas y nociones para todos los gustos.

 

Apuntalar los fundamentos teóricos de las distintas ciencias sociales y sus disciplinas sigue siendo un desafío de primera importancia; pero ese apuntalamiento debe ir de la mano con investigaciones que indaguen –y permitan explicar— fenómenos (y problemas) reales sociales, culturales, económicos, mentales e históricos. Porque si bien es cierto que lo ideológico es una amenaza para las ciencias sociales, no es lo único. En El Salvador, algunas ciencias sociales que despuntaron bien, como la economía, han terminado por dedicar buena parte de sus energías a la elaboración de políticas, normativas o mecanismos para corregir problemas (corrupción, evasión fiscal, tributación, equilibrio presupuestario, etc.), y no a explicar esos fenómenos (lo cual es su tarea si quiere ser ciencia).

 

No está mal ayudar a corregir problemas (económicos, sociales, sanitarios, etc.), pero corregir no es explicar, y definitivamente la explicación debería ir antes de la corrección o de la intervención. Es urgente que esa ciencia –la más antigua de las ciencias sociales— retome sus cauces explicativos de la realidad económica, en todos los planos y facetas que la constituyen. Es urgente, asimismo, que se delimite lo explicativo de lo procedimental y lo normativo. Una cosa es prescribir (o diseñar) procedimientos y normas, y otra tener un conocimiento riguroso de cómo funciona la realidad natural y social-cultural. Llamar ciencia a lo primero confunde más que ilumina las responsabilidades y tareas a realizar en cada área en particular9.

 

La siguiente ciencia social en surgir –la sociología— debería ser un baluarte de la lucha antiideológica no sólo en sus distintas disciplinas, sino en los otros saberes sociales que tienen pretensiones científicas. Los sociólogos deberían estar vacunados contra las ilusiones de todo tipo10. Deberían sentir entusiasmo por la sociedad y sus misterios, y no por la magia. Ser conscientes de que es “hermoso es poder explicar esos misterios” y que es un “privilegio hacerlo”.

 

Sus aliados naturales en este empeño son, por un lado, los economistas; y por otro, los historiadores, entre los cuales hay una estirpe (en El Salvador, y en otros muchos lugares del mundo) que se curó, desde hace un buen rato, de las arremetidas de lo ideológico, el positivismo ramplón y el inmediatismo pragmático. Historia, sociología y economía deberían ser, en un contexto como el salvadoreño, las ciencias sociales que posicionen y hagan valer, antes que nada, su carácter científico y que sean un acicate para que otros saberes sobre lo social-humano se tomen en serio la necesidad de fundamentar su quehacer en bases científicas.

 

San Salvador, 8 de enero de 2020

 

Luis Armando González

Docente e investigador del INFOD. Docente de la Universidad Nacional de El Salvador

 

 

1 Richard Dawkins, La ciencia en el alma. Barcelona, Planeta, 2019, p. 47.

2 José Sarukhán, Las musas de Darwin. México, FCE, 2009, p. 25.

3 Enunciado que expresa la respuesta provisional (lógica) a un problema de investigación, del cual se derivan implicaciones empíricas que son las que deben ser buscadas mediante el trabajo de campo (que por cierto no se reduce a ni se identifica con hacer encuestas de opinión). Por ejemplo, una hipótesis de gran calado en la paleontropología actual dice que entre los Homo neanderthalensis y los Homo sapiens, además de coexistencia temporal (hace unos 40 mil años), hubo cruzamiento sexual con descendencia fértil. La implicación empírica de ello (y de lo que se tiene encontrar evidencia) es que en el genoma de Homo sapiens tiene que haber genes de neandertal. Y, en efecto, la evidencia empírica ha sido (y está siendo) recabada de manera rigurosa en poblaciones europeas actuales, dando una base firme a la hipótesis planteada.

4 Conseguir doctorados, cuando no se tienen, es parte de ese empeño.

5 Tienen predilección por las encuestas de opiniòn que, para algunos, constituyen, prácticamente, el único y último procedimiento de investigaciòn social.

6 Boaventura de Sousa Santos, Construyendo las epistemologías del Sur. Para un pensamiento alternativo de alternativas. Buenos Aires, CLACSO, 2018, p. 35.

7 Stephen Jay Gould, Un erizo en la tormenta. Barcelona, Crítica, 2019, p. 192.

8 Stephen Jay Gould, Ibíd., pp. 187-188.

9 Una disciplina que ha sido víctima de estas confusiones es la criminología, cuyos cultivadores orientan sus esfuerzos, principalmente, al diseño de mecanismos que hagan más efectiva la persecución de los criminales. Lo que menos hay en ella es “logos del crimen” (conocimiento del crimen).

10 A las cuales, sin embargo, deben dedicar la debida atención analítica, pues su explicación es un desafío de primera importancia para la ciencia. De hecho, el mejor remedio contra la contaminación ideológica es el conocimiento científico de las ideologías: su origen, funcionamiento, factores de propagación, bases mentales y culturales, etc.

https://www.alainet.org/es/articulo/204097?language=es
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