Zapata con zapatillas

16/12/2019
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“San Emiliano Zapata,

defensor de los pueblos y sus luchas,

ruega por nosotros.”

(Repetir tres veces)

 

Este año de 2019, que está por terminar, estuvo dedicado, oficialmente, en este primer año de la Cuarta Transformación (4T), a Emiliano Zapata. Como se sabe, murió el 10 de abril, hace cien años, asesinado a traición, en la hacienda de Chinameca, en el estado de Morelos. De la 4T se puede decir lo que dijo Piort Kropotkin de la Revolución Francesa, apenas un año después de la toma de La Bastilla: “Todavía no había cumplido sus promesas. No importaba. Estaba en marcha, y eso bastaba”. Como ironía, el próximo 2020 estará dedicado a Venustiano Carranza, quien habría mandado a matar a Mi General; asesinado él mismo también, hará cien años.

 

No obstante ser su año, las conmemoraciones en torno a Miliano fueron pocas y discretas. El mismo presidente nunca fue ni a Chinameca ni a Anenecuilco, y cuando habla de la Revolución, recuerda más a Madero –con el que se identifica, después de Juárez—, que al propio Zapata. ‘Este, quien fue de cepa liberal, en el sentido juarista, más que otros revolucionarios: rubricaba sus documentos, incluido el Plan de Ayala, con el lema: “Reforma, Libertad, Justicia y Ley”. Hoy, en el sureste, a pesar de todo, hay quienes gritan: “¡Si Zapata viviera, contra el Tren Maya estuviera!”, y cuestionan el adefesio conceptual de capital natural.

 

Aquellos tiempos porfirianos prefiguraban el proceso de acumulación de capital por despojo. Por eso, Adolfo Gilly dice: “Los campesinos de Morelos aplicaron en su estado lo que ellos entendían por el Plan de Ayala. Al aplicarlo, le dieron su verdadero contenido: liquidar los latifundios. Pero como los latifundios y sus centros económicos, los ingenios azucareros, eran la forma de existencia del capitalismo en Morelos, liquidaron entonces los centros fundamentales del capitalismo en la región. Aplicaron la vieja concepción campesina precapitalista y comunitaria, pero al traducirla sus dirigentes en leyes en la segunda década del siglo XX, ella tomó una forma anticapitalista” (La revolución interrumpida. Ediciones Era. México. 1994).

 

Como cualquier persona que alcanza la calidad de héroe, éste es objeto tanto de veneración popular como de descalificaciones. Durante el mismo proceso revolucionario fue denostado como el Atila del sur. Sin embargo, en 1931, alcanza, de manera oficial, la categoría de héroe nacional y emblema del agrarismo, y su nombre, en letras de oro, se estampa en las paredes del Congreso. Se sabe que un pueblo, como sello de identidad y cohesión social, requiere de símbolos, mitos, héroes pues, que pasan a ser parte fundamental del santoral laico o calendario cívico, donde tales héroes lo son desde la infancia (Juárez), por no decir desde el vientre materno. Miguel Miramón fue niño héroe

 

Dentro de la historiografía, existe una corriente, revisionista, que hurga en asuntos biográficos de los héroes (y villanos) de la historia patria, que en primera instancia no tendrían qué ver con su actuación en la vida pública: su sexualidad –un ámbito antes personalísimo y hasta oculto, y ahora expuesto y exaltado—, ya sea para denigrarlos o exaltarlos, y en este último caso, son tomados como bandera para su causa. Una veta mediática para el escándalo y consumo masivo. El sexo vende, reza el sistema.

 

Hoy, centenario, Emiliano Zapata es objeto de controversia y disputa, por algo que trasciende lo histórico. En estos días, se presenta en el Palacio de Bellas Artes (¿acaso la literatura no es una bella arte, por aquello del horrible INBAL?), la exposición: Emiliano Zapata después de Zapata. Más de un centenar de obras, entre pinturas, fotografías, caricaturas, documentos y diapositivas, que dan cuenta de la estatura de Mi General, cuya polémica se ha centrado en una sola pintura, medio escondida, de Fabián Cháirez, que muestra al revolucionario montado en un caballo blanco, desnudo, con sombrero de charro color de rosa y tacones.

 

Organizaciones campesinas y la familia dicen que es una falta de respeto y hasta un delito contra su figura y lo que representa como símbolo patrio. En cambio, se encuentran los grupos de la diversidad sexual, que han reivindicado esa representación gay. Desde la década de los 80, se lee en una cédula de la exposición, su figura acompaña al movimiento feminista y a la comunidad LGBT. Ambos grupos se han manifestado frente al recinto cultural. Como figura universal, símbolo de luchas y resistencias, Zapata no puede ser propiedad del Estado, así sea de la Revolución (interrumpida, diría Adolfo Gilly) o de grupos que, como los campesinos, tienen hambre de justicia. Nos pertenece a todos.

 

En otra cédula: Subvertir el género, de la exposición, que estará hasta el 16 de febrero, se estipula que se trata de “una posibilidad de subvertir los estereotipos de una masculinidad estandarizada”. Y es que la imagen o representación que tenemos de Miliano es la del revolucionario, custodio de los títulos de propiedad comunal que datan de la época colonial, domador de caballos, vestido de charro, con su característico bigote (¡de macho!) y su mirada profunda, y quien rechazó sentarse en la silla presidencial, como se la ofreció Pancho Villa en Palacio Nacional, en aquel diciembre de 1914. Zapatistas que, a su entrada a la ciudad de México, enarbolan, como lo hizo Hidalgo en 1810, un estandarte de la virgen de Guadalupe.

 

Lo mismo que se dijo de Cuauhtémoc, podría decirse de Zapata: es un héroe, literalmente, a la altura del arte. En la misma exposición hay obras de Arnold Belkin, Vlady y de Arnaldo Coen, así como de miembros del Taller de la Gráfica Popular, como Pablo O’Higgins. Destaca una fotografía de Héctor García de una viejecita, desplegando una manta con la foto de Zapata muerto.

 

No podían faltar imágenes de la película: ¡Viva Zapata! (1952), del director Elia Kazan, con guión de John Steinbeck, Nobel de Literatura, autor de Las viñas de la ira. Símbolo de las luchas de chicanos y migrantes en general, cuya fama está a la altura de El Che. Y un cuadro: Paisaje zapatista, en el temprano año de 1915, de Diego Rivera, en estilo cubista. Un Rivera que sería, posteriormente, uno de los pilares del muralismo mexicano, piedra de toque de nuestra cultura política.

 

Aunque la Revolución se haya bajado del caballo para convertirse institucional, hasta desfigurarse, Zapata sigue cabalgando. O a cada quien su Zapata.

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203864

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