Es tu turno, Alberto...

18/11/2019
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El drama se despliega hoy en el espacio y en el tiempo latinoamericanos, que es el espacio y el tiempo de la globalización, y exhibe, un poco borrosas por el vértigo de los acontecimientos, dos semipresencias extrañas que, aunque no nacieron hoy, exhalan sobre el presente una especie de aliento, una reverberación difuminada, y ambas se obstinan en dirimir, una vez más y en un sentido o en otro, el conflicto ancestral que las separa. Tales figuralidades vacilantes son la democracia y el fascismo, entendido este último como nuda violencia en la política en pos de abortar los procesos nacional soberanistas que irrumpieron en la región a partir de aquella alborada antiimperialista que fue el chavismo en Venezuela en los finales del siglo XX.

 

La breve historia de la democracia en el continente latinoamericano no es la de su perfección creciente sino la de sus condiciones de posibilidad. De lo que se trata, en fin, es de que las derechas, en Latinoamérica, acepten dos cosas: la paz y la ley. Esta vecindad entre derecha y ley debería tener como espacio común de su encuentro el territorio latinoamericano. Pero ello no ocurre.

 

Y cuando de política se trata, la literatura instaura otra verdad -dijo una vez Andrés Rivera-. Otra verdad diferente y más verdadera que la que puede ofrecer la política. Y la filosofía puede hacer lo propio -decimos nosotros-. Tal vez, entonces, debamos recurrir a Borges, a Foucault y a Lautréamont para describir lo que vemos y entender lo que fluye, de la madre tierra, de la madre historia. No alcanza con la política. La distopía en cierne en el mundo es surreal. Tenía razón García Márquez, que una vez dijo lo mismo, o parecido.

 

La pacífica convivencia de la derecha con la ley -o la suposición de que tal convivencia es posible- deviene ilusión pues ambas, ley y derecha, si bien cuentan con el espacio en el cual avecindarse (América Latina), fracasan en su acoplamiento porque el débito conyugal que la derecha le exige a la ley es demasiado oneroso: que le permita la infidelidad cuando la ley no dice ni hace lo que la derecha quiere.

 

Estas derechas que pasean por el continente sus programas trágicos expresan, política y culturalmente, al neoliberalismo en la globalización; y violentan la legalidad cuando comienzan a fracasar; y comienzan a fracasar cuando (y allí donde) los pueblos se organizan y sellan con sus fuerzas armadas nacionales el "pacto democrático" más genuino: la soberanía y los recursos, la justicia social y la calidad de vida para todos, es programa irrenunciable. En Venezuela, hasta hoy, han fracasado las derechas, lo cual prueba, por lo menos, una cosa: el componente militar, en las alianzas progresistas de hoy, es indispensable para que los programas nacionales y populares puedan llevarse a cabo. ¿Son la Argentina y Chile una excepción a esta norma? Parece demasiado pronto para saberlo.

 

No se trata hoy, en el marco de la globalización, de repudiar todo lo que lleva uniforne. Un militar cubano no es lo mismo que uno chileno; y las FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana) no es lo mismo que los militares que sostienen a Bolsonaro en Brasil o a Moreno en Ecuador. Mezclar a Maduro con Áñez, como hacen algunos, sólo puede ser tomado como indicio de lo equivocados que están algunos.

 

El espacio del conflicto es América Latina. El 12 de noviembre el nuevo comandante de las Fuerzas Armadas de Ecuador, Luis Lara, dijo que no permitirá que se repitan “asonadas” que afecten la paz y la seguridad; lo dijo un mes después de unas violentas protestas que sacudieron al país andino en rechazo a medidas de austeridad del Gobierno.

 

El mismo día, el presidente de Colombia, Iván Duque, dijo que no permitirá actos de violencia durante la jornada de protesta convocada para el próximo 21 contra las reformas laboral y jubilatoria.

 

En Chile, el presidente Piñera no puede parar la violencia aun cuando ha tenido que aceptar la demanda central de la movilización popular: una nueva Constitución.

 

El espectro del "contagio" recorre la geografía regional. Y ello instala la dimensión internacional de los actuales conflictos: financiado por el Pentágono estadounidense, gestionado por la Oficina de la fuerza Aérea de los EE.UU. y dirigido por la Universidad de Cornell, el "Programa Minerva" explicitaba, para el período 2014-2017, que sus objetivos eran "desarrollar un modelo empírico de la dinámica de la movilización de los movimientos sociales y de los contagios...".

 

Semejante "proyecto" estadounidense contempla, asimismo, " ... seleccionar líderes potenciales que se integren decididamente a grupos violentos o terroristas, similares a Daesh o Al Qaeda, que no trepiden en matar, quemar, acosar a la autoridad legítima, basados en la estructura emocional de las personas (odio fundamentalmente), por sobre la razón. Asimismo, se vincula a las universidades donde se coopta dirigentes que coadyuven en procesos de movilización para desestabilizar gobiernos no afectos a USA". (1). Parece, ni más ni menos, el guión actuado por Luis Fernando Camacho, el fanático paramilitar ultramontano que, en Bolivia y a estas horas, vomita violencia aferrado a biblias, rosarios, inciensos y crucifijos. En todo caso, se trata de proyectos de dominación que hoy se gerencian y se aplican, en Latinoamérica, en clave "cívico-militar", pues interviene el espionaje y la fuerza armada. El fenómeno es global porque la desobediencia civil empieza a ser global.

 

Lo esencial de lo que ocurre al interior de los "Estados-nación" es un reflejo o un efecto de lo que ocurre a escala mundial. Esto es así sobre todo en América Latina, que ha devenido territorio en disputa exacerbada desde principios del siglo actual.

 

Dice la derecha en la Argentina que “... Evo Morales ha sido un gran presidente en materia económica. Bolivia tiene una estructura económica hoy como no la tuvo en su historia, gracias a la gestión de Morales. Se habla de «desaceleración de la economía» este año porque va a crecer al 3,9 %. Ningún país de América Latina está creciendo así..." (J.M.Solá, La Nación 13/11/2019, su nota "La crisis en Bolivia detonó la transición argentina").

 

Pero aun así lo derrocaron. O precisamente por eso lo derrocaron. El argumento fue el fraude. Pero no fue por el fraude y, aun cuando lo hubiera sido, hay contraargumentos. La OEA de Luis Almagro, ese operador de Washington, ha mentido en Bolivia si nos atenemos a un informe de una ONG estadounidense: " ... el Centro de Investigación Política y Económica (CEPR, por sus siglas en inglés) —una organización con sede en Washington cuyo objetivo es «promover el debate democrático»— analizó, en un informe, el trabajo del Grupo de Auditores del Proceso Electoral en Bolivia, en el que se basó la OEA para cuestionar la victoria de Morales en primera vuelta" (2)

 

Dice, en uno de sus párrafos, el informe de CEPR: "En total, estos análisis confirman que las tendencias generales en los resultados tanto del conteo rápido como del conteo oficial son fácilmente explicables y consistentes con el hecho de que las áreas rurales que transmiten más tarde sus actas favorecen en gran medida al MAS-IPSP".

 

Y agrega el despacho noticioso: “... Para uno de los directores del CEPR, Mark Weisbrot, los observadores de la OEA cayeron en «una falsedad importante de sus reportes previos, pretendiendo que hubo un salto 'inusual' en el margen de voto de Evo Morales sobre el final del conteo rápido». Pero no fue "inusual"; e incluso: “...En Bolivia, esto ha sucedido durante los últimos 15 años en las zonas rurales y periféricas del país, que «han tendido a apoyar en una proporción bastante mayor a Morales y al Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP)».

 

Si no hay fraude, se lo fabrica; si no hay corrupción, los medios dirán que la hay. De modo que la discusión sobre si hubo fraude o si hubo golpe de Estado es una discusión que habrá que dar y que se está dando, porque es parte de la batalla ideológica con la derecha, y toda batalla ideológica tiene el fin político de ganar las conciencias para la causa propia.

 

Pero lo esencial pasa por otro lado.

 

Lo esencial es saber que el fascismo vuelve a ser opción en América Latina. Y ello es así porque esa suerte de equilibrio inestable que existe en el continente desde hace ya dos décadas entre las fuerzas involucradas, se mantiene invariable pero con tendencia a volcarse hacia la derecha. Se trata de un "ciclo largo" político, social y cultural que, dentro de sí, ha albergado una dinámica de flujos y reflujos que corresponden, alternativamente, a "subciclos" de ofensiva, ora del campo popular soberanista, ora del bloque neoliberal. Dilma-Neves, Cristina-Macri, Correa-Moreno, Bachelet-Piñera, Evo-Áñez son sólo las últimas fichas del dominó de la derrota. Antes, Zelaya-Micheletti y Lugo-Cartes habían precedido a los anteriores como actores de la restauración neoliberal en el continente en clave de tragedia.

 

Esta es la dinámica que vive América Latina desde principios de siglo. Se trata de una etapa histórica que dura ya dos décadas y que no termina de definir su opción política en ninguna dirección definitiva, afirmándose sólo como inestabilidad crónica, trémula y cambiante y potencialmente aprovechable por una u otra de las "fuerzas en presencia" (Poulantzas). Y lo que ocurra al interior de cada formación social -de cada país- está llamado a incidir en el resultado final.

 

Hay que apresurarse a decir que Bolivia y Chile no suenan en el mismo diapasón. Una cosa son las formas jurídicas y otra cosa es la verdad. En Chile, la movilización popular exige una nueva Constitución en un país donde la desigualdad y la pobreza han hecho estragos en la sociedad y donde un genocida como Pinochet goza de excelente salud simbólica debido, precisamente, a la vigencia de una Constitución diseñada por el dictador y sus asesores civiles, algunos de ellos asiduos visitantes de la "colonia dignidad" (centro filonazi de tortura, experimentación con prisioneros, pederastía, trata de personas y tráficos ilícitos) y hoy asesores del poder ejecutivo, como es el caso de Andrés Chadwick, que debió renunciar como ministro del Interior pero continúa, en las sombras, asesorando a su primo por parte de madre, el presidente Sebastián Piñera. En Chile la movilización popular es una cuestión de higiene pública, además de todo lo que también es.

 

En Bolivia, en cambio, se ha orquestado una asonada civil-policial-militar golpista contra un Presidente que había ya convocado a nuevas elecciones y terminaba su mandato dentro de dos meses.

 

Y esto se conecta con el problema -que siempre opera como sofisma, es decir, como razonamiento aparentemente verdadero- de las formas jurídicas. No es la política la que le plantea problemas a la institucionalidad, esto es, a las formalidades constitucionales, sino que es la institucionalidad la que le plantea sus problemas a la política, porque es -aparentemente- la Constitución la que le impone límites a las decisiones o a la voluntad de los actores antineoliberales. Pero la política resuelve bien y pronto el problema diciendo que, en Bolivia, no hay golpe contra el fraude sino que hay golpe contra la nacionalización de los recursos y contra la soberanía boliviana sobre el gas y el litio. Y hay golpe contra los alineamientos geopolíticos y geoestratégicos por los que el Estado Plurinacional había optado como actor global soberano. No es el fraude lo que preocupa a la derecha, sino las condiciones de posibilidad que tiene, en Bolivia, la restauración de la propiedad privada sobre los recursos, es decir, la restauración de los privilegios que Evo Morales les hizo añicos en beneficio de la economía nacional y en beneficio de un pueblo que había comenzado a abandonar para siempre la pobreza endémica. El fraude es el pretexto enunciado como causa.

 

Y las formas -en tensión persistente con la verdad- asoman a cada paso y acechan en cada recodo del camino por el que se abre paso el discurso de la derecha. Dice ésta que las verdaderas sociedades democráticas se basan en la disidencia y que el campo de la disidencia es todo el campo de los asuntos pensables, esto es, la democracia permite a todos estar en desacuerdo en todo, menos en una cosa: las reglas. Allí no puede haber diferencias y esas reglas han de devenir, así, fetiche sacrosanto de adoración obligatoria por justos y pecadores, por tirios y troyanos, por "evistas" y mesistas o camachistas, por macristas y kirchneristas, por lulistas y antilulistas (pues el modelo en consideración es abstracto y, en tanto tal, puede referirse a cualquier realidad).

 

Allí es cuando ha hecho su ingreso al espacio de la discusión su majestad el sofisma, que algunos polemistas manejan con la virtuosidad del artista. Pero a todo sofista le llega su platónica refutación. Pues las "reglas" no nacieron de la nada, no son axioma, no son apodícticas ni emanación del espíritu santo, no son "reserva textual" (como dijo una vez Luis Gusmán refiriéndose a la obediencia debida de Alfonsín), en el sentido de que "las reglas" son un punto de pura denotación jurídica pero no por ello su verdad va a ser dicha por el discurso jurídico sino que esta función le cabe a la política, que es el "hosting" (el recipiente) que contiene a cualquier ciencia social.

 

Las famosas reglas son el producto de una transacción histórica entre dos discursos. Las reglas son el fruto de la eterna tensión que existe entre el principio político de la soberanía popular y el principio jurídico de la supremacía constitucional. Los golpistas de todo pelaje y circunstancia histórica se han aferrado a este último, en tanto las izquierdas y el progresismo han priorizado siempre el primero.

 

En el límite, la soberanía popular es la que dispone. La asamblea griega, esto es, el pueblo decidiendo, ha mutado sus formas y ahora, en Occidente, la ficción a la que hay que atenerse obligatoriamente para evitar el caos -que, como una vez dijo Kissinger, acecha en todas partes- es la Asamblea Constituyente como sinónimo soberanía popular.

 

Esto viene a cuento porque la derecha, cuando santifica "las reglas", lo que está diciendo, en realidad, es que el organigrama institucional que consagra la Constitución es inmutable; que la alternancia en "el poder" es obligatoria y que los partidos son la única forma de representación de intereses y opiniones. Las únicas reformas constitucionales que acepta -y, a veces, promueve- son las que no se meten ni con la propiedad de los recursos ni con los partidos políticos, anhelados y pretendidos, por esas derechas, como únicas instancias representativas. Los partidos políticos deben ser un filtro, no una instancia que facilite la participación. Así estamos.

 

Dejando de lado la falacia de que ningún partido u organismo político, por el expediente de ganar una elección, accede "al poder", los hechos desmienten aquella ideologización vinculada a las reglas. Ninguna Constitución prevé mecanismos para hacer frente a una desobediencia civil generalizada y a la ocupación del espacio público durante períodos prolongados, como está ocurriendo en Chile.

 

Allí, el pueblo no se rige por ninguna regla, como no sea su propio decir discursivo manifestado en el espacio público. Y el presidente le ha dado la razón a ese pueblo y ya se dispone Chile a iniciar el proceso de convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Esto prueba que el pueblo se expresa y se hacer oír y entender no sólo cuando vota, no sólo cuando participa en una asamblea constituyente, no sólo cuando se atiene a "las reglas", sino que, por encima de esa asamblea constituyente, está ese mismo pueblo que es quien, en el límite, la convoca. Nadie puede decir que Piñera, en Chile, decidió, por las suyas y en uso de su potestad presidencial, convocar a la Asamblea. Esa convocatoria la impuso el pueblo en la calle defendiéndose de la violencia del Estado represivo con su violencia defensiva y justa. Las reglas son un sofisma pues exigen atenerse a un reglamento que perjudica a uno de los equipos. Ponerse de acuerdo en la redacción de otro reglamento parece mejor camino, por justo y moral. Y con la salvedad de que, el soberano, es decir, el pueblo, siempre puede autoconvocarse para actualizar el reglamento.

 

Así las cosas, la Asamblea deviene espectro indeseable para la derecha, y camino de esperanza para los pueblos. La derecha siempre quiere evitar la instancia asamblearia porque ello implica volver a discutir lo que esa derecha no querría discutir nunca: la propia posición de las clases propietarias en el seno de la sociedad, su lugar y condición y, en última instancia, su legitimidad. Así lo han dicho expresamente: “La Constitución debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque – valga la metáfora – el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para ser extremadamente difícil lo contrario”. (3)

 

El autor de esa confesión de parte se llamaba Jaime Guzmán y fue el asesor "top" de Pinochet, para no entrar en más detalles.

 

Por su parte, Bolivia exhibe su singularidad descarnada: lo que empezó a ocurrir a partir de la renuncia del presidente y jefe del partido de gobierno, evoca muy fuertemente a un fenómeno de la posguerra del siglo XX: el fascismo mussoliniano. Las "expediciones punitivas" de los squadri (escuadristas) son similares en su brutalidad o tal vez sean aún peores.

 

El fascismo se hace sólido y fuerte siempre sobre la base de los errores de sus antagonistas -que, en el caso de la Italia de 1918 a 1922- eran el Partido Socialista de Turati y Mateotti y el Partido Comunista de Gramsci y Bordiga. Hay, siempre, un "proceso de fascistización" y un "punto de no retorno". Pero la derrota -política, ideológica y militar- de las clases populares son la condición previa para que ese proceso de fascistización avance hacia el punto de no retorno y hacia la conquista del poder. Hitler y Mussolini triunfaron sobre una clase obrera que había sido derrotada previamente y, sobre esa derrota, construyeron y consolidaron la hegemonía de los bancos y del capital más concentrado. Esto instaura una diferencia central con el caso boliviano y con América Latina toda: aquí, los pueblos no han sido derrotados en lo estratégico y, si se acierta con las políticas de amplia unidad antineoliberal y anticapitalista, en el nivel local y continental, no serán derrotados.

 

Las deserciones pavimentan el camino de la barbarie. Y los errores son una forma de desertar. Dice A. Rossi: "Aun más que la naturaleza, la sociedad siente "horror al vacío": si se le deja existir demasiado tiempo, las fuerzas más brutas, atraídas y multiplicadas por él, se precipitan para llenarlo" (A. Rossi: "El fascismo"; subt. "De la Italia del Armisticio a la Marcha sobre Roma"; Ed. La Vanguardia, Bs. As., 1941, p. 517). En Bolivia, no hubo vacío, hubo algo peor: el espacio institucional fue ocupado por el indio, nada menos.

 

El proceso soberanista boliviano dio pábulo y existencia real al Estado Plurinacional de Bolivia, una creación jurídico-política no sólo eficaz sino también moralmente ejemplar, en la medida en que venía a ser el mojón histórico que resolvía una convivencia en paz entre etnias y culturas diferentes. Es mucho lo que se va a perder si se pierde Bolivia; y los Estados Unidos han recuperado una ofensiva que habían perdido. Las fuerzas de orden que puso en marcha el nuevo orden de la nueva sociedad plurinacional y pluricultural se pusieron en movimiento cuando el MAS de Evo Morales y Álvaro García Linera accedió al poder, a una porción del poder. Pero ese orden nuevo no se consolidó como tal y entonces las fuerzas del orden viejo están pugnando ahora por convertirse en clima de época y en sentido común.

 

Una definición de "fascismo" de las muchas que han circulado es la de Jorge Dimítrov dirigente búlgaro del Comintern en los años '30 del siglo pasado: es -decía Dimítrov- " ... la dictadura terrorista franca de los elementos más reaccionarios, más patrioteros y más imperialistas del capital financiero...". Marca las diferencias con el caso boliviano, al tiempo que ayuda a comprender lo que está ocurriendo en el Altiplano.

 

El fascismo europeo mentía también sobre la patria y la nación, en la medida en que podía hacer suyas esas consignas con credibilidad. En América Latina, en cambio, está quedando cada vez más claro para los pueblos que, en el marco de la globalización, la defensa del Estado-Nación y de la patria y de la nacionalidad y la cultura propias es un programa que sólo pueden levantar los trabajadores y los indígenas en los procesos nacional-soberanistas que alumbraron con el siglo. Y el carácter cada vez más desembozado y evidente de monigotes del imperio que exhiben Áñez, Bolsonaro o Lenín Moreno opera como imposibilidad para que semejantes "políticos" puedan ni siquiera insinuar que actúan a favor de la Patria y en defensa de la Nación y su cultura.

 

La excitación delirante de un lumpenaje sediento de sangre y de revancha racista en colusión con unas fuerzas policiales que nunca fueron apoyo de Evo Morales, establece, también, una semejanza con los fascismos clásicos que conoció Italia en el siglo pasado.

 

Este fascismo altiplánico se ha propuesto destruir a los partidos y a los sindicatos. Es el guión que ejecuta Áñez. Le queda, de ese modo, al fascismo, y como seña de identidad propia, sólo la nuda violencia en bruto con la cual es integrado, por el diseño estadounidense, en la ofensiva neoliberal recompuesta en el continente. No es un fascismo "árbitro" entre las fuerzas del capital y del trabajo. Es un fascismo servil a la orden de un amo y recompensado por ese amo en los términos que rigen el vínculo del dueño con el capataz.

 

No hay programa para Bolivia a partir de ahora. El tacticismo del hecho consumado gobierna el día a día de Áñez, Camacho y Mesa, unidos en su odio a Morales y en su servilismo a Estados Unidos y con contradicciones que no superarán el detalle en sus relaciones recíprocas.

 

Sin embargo, la única fuerza política que pueda nominarse como tal es el Movimiento Al Socialismo, pues la colusión ciudadana de Mesa difícilmente progrese hacia la influencia creciente sobre más amplios sectores de la población. Mesa ya fue usado y cumplió su papel. Sólo le aguarda el retiro. Y el problema central -o uno de ellos- pasa a ser la recuperación del Estado.

 

El fascismo y el Estado, coludidos, operan con eficacia, pero en Bolivia esa colusión es superficial, de coyuntura y sin perspectiva. Evo y el MAS siguen teniendo una gran responsabilidad y tal vez sean necesarias construcciones más amplias y frentistas y, por ello, más democráticas, de modo de sumar contra el enemigo neoliberal a todo aquel o aquello que ayer estaba dividido o enfrentado al gobierno pero que, a partir de ahora, nada pueden esperar de un proceso que sólo busca instalar en Bolivia a las empresas y los bancos transnacionales en pos de los recursos, establecer en el territorio bases militares y ocupar, en el tablero mundial, el rol que la geoestrategia estadounidense defina para Bolivia. La unidad amplia siempre ha sido condición indiscutible para derrotar al fascismo.

 

Un atajo hacia la digresión didáctica nos ubica ante actores de ayer y de hoy. Los trotskistas de hoy en América Latina coinciden con los stalinistas de ayer en Europa. El Comintern de 1928 a 1934 mantuvo y proclamó el "efecto benéfico" de un fascismo que ponía las cosas en blanco sobre negro y que, por ello, disipaba, al fin, las ilusiones socialdemócratas o reformistas que oprimían el cerebro de la clase obrera. Y de ese colapso de la socialdemocracia no podía sino emerger la virtuosa razón histórica que depositaría a ellos, a los stalinistas de ayer, al tope de la dirección política del movimiento obrero y de masas. Cuando decían esto, Hitler hacía ya un año que era Canciller del Reich. Y cuando quisieron dar marcha atrás la catástrofe ya era indetenible.

 

Mutatis mutandi, se sustituye aquel stalinismo por el gobierno de Evo, o de Maduro, o de Cristina, o de Lula, y la restauración neoliberal en nuestro continente tiene, también, como en aquella Europa, su sesgo bienechor: las masas, rota su confianza en las opciones reformistas o populistas, o como quiera que el delirio trotskista las inflame de vida imaginaria, pasarán a encolumnarse en las filas de esa izquierda que, a diferencia del "populismo", no las defraudará.

 

El problema es que el fascismo como expresión política del neoliberalismo actual, no sólo suprime al "populismo", sino que también mata al sujeto que lo profesa, al pueblo, ahí están, como dice el Himno patrio, Potosí, Cochabamba y La Paz como muestra. El trotskismo, rojo o verde, ha incordiado y molestado -papel subalterno, por cierto- tanto a la Revolución Ciudadana de Rafael Correa como a la del "Buen Vivir", de Evo Morales. Es un dato, pues si hay que prepararse para seguir remando, bueno es saber, de entrada, quiénes van en el bote y quiénes parece que van en el bote pero, en realidad, lo abordaron con el serrucho escondido en la verija.

 

"Nuestro programa es el hecho", proclamaba Mussolini en 1919. Esto es, no hay más programa que tomar el poder para, desde ahí, ejecutar una política. Esta es la política de Estados Unidos para Bolivia y para toda América Latina.

 

El progresismo se repliega en el continente. Ya no sólo se trata de "fin de ciclo", sino de estado de ofensiva generalizada de los Estados Unidos en el continente contra un movimiento popular que no atina a nada más que a resistir en las calles como puede y al costo de muertos y heridos en el propio campo, o bien a ordenar un discurso condenatorio que se enuncia desde los moderados lugares institucionales que van quedando indemnes, esto es, de algunos países y de organizaciones de la sociedad civil entre las cuales la más notoria y relevante es el Grupo de Puebla.

 

Cientos de médicos han tenido que irse de Brasil, cientos de Bolivia, el ALBA ha quedado muy golpeado, la Unasur tal vez no supere esta agresión fascista y muera en estos días, Bolivia ya no tiene relaciones diplomáticas con Venezuela sino con el otro títere de Washington llamado Juan Guaidó, y "por ahora estamos fortaleciendo los primeros pasos, pero vamos de a poco, es lo previo al retorno de la DEA" , ha dicho un funcionario estadounidense, y también volverá la USAID, esa organización de superficie que Estados Unidos usa en nuestro continente para financiar el terrorismo contra el soberanismo y la autodeterminación. Áñez es la despreciable mascarita que se presta -movida por el odio racista- a la traición, esa humana costumbre, que cuando la protagoniza un Macbeth, tiene la grandiosidad de la obra de arte, pero cuando ingresa al cuadro como cálculo ruin de un quídam, evoca a las ratas que chillan por las noches en la algarabía de un festín inmundo.

 

La ofensiva ideológica se enmarca en los patrones de las "guerras de quinta generación". Los diarios de la derecha argentina, si no son el primer violín en la partitura que ejecuta el imperio, están en el coro. Titulan, con toda inocencia: "Por qué el narco y AMLO están en vías de convertir a México en un estado fallido". Dicen también: "Las fotos de la suite de Evo Morales en La Casa del Pueblo: Parece una habitación de un jeque árabe".

 

Lo que está ocurriendo en Bolivia no es sólo la intervención de Estados Unidos. El derrocamiento de Evo Morales ha seguido un patrón similar al del derrocamiento de Saddam Hussein. Similar no quiere decir igual pero en ambos casos aflora ese concepto duro aludido recién: guerra de "quinta generación".

 

Estas guerras se basan en la propaganda y el principio liminar de toda propaganda es recurrir a las emociones y no a la reflexión. Los medios son un componente central en este tipo de guerras. Hay que someter a la audiencia a dos efectos: muchas emociones juntas y la repetición constante. De este modo las personas dejan de razonar y ya no serán conscientes de la manipulación a la que están sometidas. Así funciona; y funciona.

 

Hay una forma ya clásica, que ingresa al imaginario colectivo como representación simbólica: se trata de la figuralidad "cruel-dictador-que-está-masacrando-a-su-propio-pueblo". Dio resultado en Irak y se está aplicando desde hace mucho en Venezuela. En Bolivia ha transitado de modo similar, aunque Evo ha salido mejor parado de la calumnia que Maduro, víctima, éste, del dicterio de la "progresista" Bachelet, tan silente ahora y que sólo mediante un ejercicio de obscenidad taxonómica podría figurar junto a Lula, Cristina o Evo.

 

Tal retórica simplista está funcionando en América Latina y no sólo perturbando las mentes de las masas sino también de los que no son "masas", esto es, de algunos intelectuales aficionados a la política que le dan el carácter de axioma a esas figuralidades mentirosas. Lo hacen de buena fe, pues cuando lo hacen a sabiendas de que están mintiendo ya no encuadran en este tipo de "sujeto manipulado", sino en la clase de enemigo ideológico.

 

El clisé rudimentario da cuerpo al discurso de quinta generación junto a otro componente de estas guerras híbridas: el silencio. El silencio también se integra al concepto como insumo imprescindible. Lo que los medios ignoran y no hacen público, no existe. Y esto también funciona. Como funciona el antónimo del silencio mediático: la fabricación de mentiras o fake news.

 

En Irak y en Libia, Estados Unidos pudo desplegar la serie aislar-demonizar-invadir-. Con las modificaciones que impone una realidad latinoamericana en la cual el imperio está obligado a cuidar ciertas formas a las que no está obligado en otras regiones del mundo, dicha serie se aplicó en Bolivia. No hace falta, por ahora, la invasión, como sí lo está indicando la tozuda realidad en Venezuela. Nuestra región vería con muy malos ojos al imperio atacando a un país que, al fin y al cabo, pertenece a la "gran familia americana". Se trata de un obstáculo que, al día de hoy, el Pentágono no puede resolver. Y no sólo, claro está, por la común pertenencia americana. Esta viene a ser una razón secundaria que explica el atascamiento imperial en Venezuela. Las razones de fondo por las cuales ese país resiste son otras: el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acaba de anunciar que la Milicia Nacional Bolivariana se adelantó a la meta establecida para el 17 de diciembre, y este martes 12 de noviembre superó los tres millones 290 mil integrantes. “La meta se sobrecumplió -dijo- y están hoy organizados, alistados, prestos para el combate y la defensa de la Patria ...". Teléfono para los "marines", aquí.

 

En fin, que cada vez menos los procesos internos de los países se explican en función de su propia dinámica; cada vez más, lo que ocurre en nuestros países es una función de la geoestrategia de Washington en el marco de su enfrentamiento con los otros poderes globales. Son ya inequívocas las huellas digitales de Washington en las fechorías que perpetra dentro del formato legalista: “... seis audios revelaron el auspicio de Estados Unidos al Golpe en Bolivia. No tuvimos que esperar décadas para la desclasificación. Según los audios, en el plan estarían implicados Ted Cruz, Marco Rubio y Bob Menéndez". Los nombrados son legisladores influyentes en el Capitolio estadounidense en favor de la mafia cubano-terrorista de Miami. (4)

 

En la perspectiva se avizora una agudización de la lucha política, tanto pacífica como violenta. A partir de la libertad de Lula, un Brasil recuperado como insumo esencial de un proyecto latinoamericanista en clave Mar del Plata 2005 no es en absoluto aceptable para unos Estados Unidos con problemas serios en el teatro internacional y que, por ello, cuentan con una única opción para nuestra región: gobiernos de derecha, ortodoxia económica y alineamiento con el Departamento de Estado en política exterior. Aunque, en Bolivia, siempre vive el riesgo del formato "Estado fallido" como precondición que favorecería el saqueo del país. Eso es lo que hay que evitar. México también está en esa agenda terrorista de los Estados Unidos.

 

Aun así, hay que decir que lo que ha terminado en América Latina es el ciclo abierto en 1999 y consolidado ideológicamente en 2005 en Mar del Plata. Se trató de procesos que llevaron a cabo transformaciones estructurales importantes, en coexistencia con rémoras que no era posible eliminar o no se sabía cómo hacerlo y con prácticas políticas que no movilizaban y no organizaban en perspectiva de largo plazo, con la excepción de Venezuela que ha intentado formas de poder popular desde la base. Igualmente, se desplazó a la derecha de zonas sustantivas del Estado aun cuando ello no fue acompañado de políticas que apuntaran a mantener y consolidar los consensos interclasistas aptos para sostener el proceso y hacerlo avanzar.

 

La movilización desde abajo no superó el objetivo electoral y las políticas públicas apuntaron a incorporar ciudadanía para el consumo y perdieron -o no se pudo hacer otra cosa- su sentido más específicamente político, es decir, transformar esa movilización en dato social funcional a la subsistencia y consolidación de los procesos soberanistas.

 

El "empate catastrófico y punto de bifurcación" que da título a un libro de Álvaro García Linera de 2008, va dejando de ser empate y, por ahora, no puede decirse nada con respecto a probables desenvolvimientos futuros. Además, el concepto gramsciano de equilibrio catastrófico denota una situación en la cual los dos bloques clasistas enfrentados no pueden aspirar a la victoria sobre el otro como no sea al precio de su propia destrucción, y no es fácil ni apropiado hacer un diagnóstico, aquí, sobre tal configuración en el teatro de la política boliviana.

 

Pero cobra un sentido nuevo la caracterización de Massimo Modonesi: "... siguen su curso las revoluciones pasivas latinoamericanas (destacado ntro.), rodeadas por una creciente oposición a su derecha y a su izquierda, marcadas en su interior por un viraje conservador y regresivo, deslizándose peligrosamente por una pendiente en la cual pierden brillo hegemónico, anuncio del posible inicio de un fin de ciclo de duración variable e indeterminada" ("Fin de la hegemonía progresista y giro regresivo en América Latina. Una contribución gramsciana al debate sobre el fin de ciclo"; Viento Sur, Octubre 2015, Nº 142). Atención a la cita: fue escrita en 2015.

 

Los hechos auspiciosos, empero, que por cierto están ocurriendo mientras se escriben estas líneas, nos llevan, otra vez y por un instante, a Chile. Lo de Chile es una enseñanza. Allí, los docentes -irónicamente- son los estudiantes. Ganar la calle y responder a la violencia represiva con violencia justa y prolongar la protesta todo el tiempo que sea necesario, es un camino, dicen los estudiantes. Para eso sirve la militancia estudiantil y para eso sirve la toma de los centros de enseñanza. Son los lugares naturales de agrupamiento y de activismo político para los jóvenes, para esos jóvenes que aceptaron ser el futuro del país, como no, pero, ante todo -dijeron ellos- también somos el presente, y así marcaron los "chicos" su historia, la historia de Chile, con una inflexión que se recordará por siempre: hicieron lo que los políticos -aun los de izquierda- no pudieron, o no quisieron, o no supieron: escupieron sobre la "constitución" de Pinochet, la ahogaron en mierda, y ahora Chile, por fin, va a tener una Constitución, ¿vale...? A la memoria de Víctor Jara, entonces, va haciendo camino la "estudiantina" chilena, de Víctor Jara que le cortaron las manos para que no tocara más la guitarra, como a Haroldo Conti le cortaron las manos para que no escribiera más, nada menos, para que no siguiera describiendo al Boga, en Sudeste, como ni Dios podría hacerlo.

 

Después de medio siglo, el homenaje de estos estudiantes de hoy es para sus ancestros en la militancia estudiantil, aquellos estudiantes de la Universidad de Concepción, el doctor Enríquez, el "Baucha" Van Showen, Luciano Cruz ... Aprender, entonces de esos estudiantes chilenos, de los de ayer y de los de hoy, por todo esto, que ya es mucho, pero también por ese valor agregado con que ellos transitan la política: no se sientan en una banca del Senado porque las bancas del senado son como la tentación de las sirenas de dulcísima voz que escuchaba el homérico Odiseo: encantan y hacen perder la prudencia y el sentido común... y aquí el teléfono puede sonar para unos cuantos, en Chile, fuera de Chile...

 

A las 19 y 38 del domingo 10 de noviembre el político brasileño Aloizio Mercadante decía a un canal argentino, a propósito del golpe de Estado contra Evo Morales, que la derecha había roto el "pacto democrático" cuya esencia -dijo Mercadante- se enuncia del siguiente modo: el que gana gobierna y el que pierde es oposición.

 

Por lo que llevamos dicho, los hechos estarían excediendo la dimensión parlamentarista, que parece ser el corsé en el que el amigo Mercadante percibe lo que ocurre. Cada vez menos, el neoliberalismo tiene opciones para América Latina, esto es cierto. Y también es cierto que, por caso, la elección de Alberto Fernández, en la Argentina, es un activo democrático al que hay que apoyar con las armas de la crítica y con la crítica de las armas, y con todo lo que tangamos a mano. Ello es así por cuanto la democracia es lo único que el fascismo no tolera y el neoliberalismo es una forma del fascismo; o se viste de fascismo cuando le pican el boleto y lo agarran in fraganti.

 

Pero lo que está en juego no es neoliberalismo o bienestarismo socialdemócrata. Este último modelo es intolerable para el neoliberalismo pero, por eso mismo, está dispuesto a erradicarlo por completo como opción política. Y, si no nos preparamos para que no lo consiga, lo conseguirá, como lo ha hecho en Bolivia y como, en realidad, lo viene haciendo desde aquel 2005 humillante en que Bush hijo se tuvo que volver a su país con la bolsa vacía y con la vergüenza al aire libre. A partir de ahí, tan mal no les ha ido a unos Estados Unidos que requieren de una América Latina sometida como cuestión de supervivencia propia.

 

Y prepararse para arrostrar las embestidas imperiales es conocer que fascismo y democracia son términos polares. Pero "democracia" no es una voz unívoca. La democracia que temen "ellos" es la que genera poder popular. Es ese el núcleo incandescente de la política y, por ende, el de toda Constitución y el de toda reforma constitucional.

 

Los argentinos sabemos de democracia, aunque sea porque nunca la vimos del todo, ni siquiera cuando ella se anunciaba con bombos y platillos. No se trata de renegar de ella, porque aun una democracia "burguesa" es mejor que una dictadura militar. Y es esa dualidad lo que hemos conocido en la Argentina.

 

Tuvimos nuestra democracia y aún la tenemos. Con sus vicisitudes. Con sus más y sus menos. Con todo el dolor de la pobreza generalizada, por ejemplo. Y, por caso, aquel ya famoso sintagma que se enunciaba como "obediencia debida" fue un fallo de la democracia que los argentinos pronto olvidaron.

 

No pueden olvidar, en cambio, aquello de que "con la democracia, se come, se educa y se cura". Aquel quebranto (el de la obediencia debida) lo sufrían los deudos, o, por mejor decir, sólo los deudos. Éste lo sufrieron ayer, y lo sufrimos hoy, todos; lo que es lo mismo que decir que con la democracia sola no basta, o tal vez sea que lo que llamamos democracia no es sino un tipo de democracia, y que con ese tipo de democracia ni se come, ni se educa, ni se cura, ahí está el conurbano -o los diversos conurbanos no sólo el de Buenos Aires, también el de Rosario, de Mendoza, de Tucumán, de Córdoba, de Neuquén- para ser citados en calidad de testigos.

 

Tal vez sea que aquella encendida arenga de Alfonsín sólo valía como metonimia, como tropo, o como figura retórica, pero no como verdad y no porque no hubiéramos querido todos que fuera verdad, sino sólo porque los hechos nos interpelan hoy, obstinados, para decirnos que es bueno que el hombre esté solo, al contrario de lo que decía Dios, porque si solo, sólo sufre él, en cambio con familia a cuestas, la vida, más que una democracia, parece un incomprensible y doloroso tributo rendido a esas euménides que perseguían al Max Aue de Johnatan Littel en una novela que se llamó "Las Benévolas"; esto es así, salvo que consideremos a la democracia como proceso constantemente renovado en busca de su perfeccionamiento y, con ello, de su realización.

 

Y de esto se trata. Sus formas de gobierno se las ha dado el ser humano a sí mismo; no vienen de Dios; no son intangibles; no son para siempre; y esto, dicen los neoliberales, sólo lo dicen los comunistas, y tal vez tengan razón, pero entonces, ya es hora de que lo vayan diciendo los no comunistas, porque de no, nos privamos de lo único que puede cambiar el final de la película a favor nuestro, a favor de los pueblos, de los trabajadores, que eso somos nosotros.

 

La batalla contra el neoliberalismo también es cultural, y todas las batallas hay que librarlas. Pero hay un riesgo en eso de saber que la batalla también es cultural. El riesgo es el de cifrar esperanzas fuertes en el resultado de esa batalla. El riesgo es la tentación de apostar, una vez más, a nuestra capacidad de convencer, a la confianza en que la derecha aceptará, algún día, comprender que estaba equivocada. Esto no ha sucedido nunca en ninguna parte y la Argentina no es una excepción y tal vez sería más correcto decir que si hay un país donde la derecha nunca consentirá, de buen grado y sólo porque la razón la iluminó de pronto, ese país es la Argentina. La base social de la derecha, esa sí, debe ser encarada, vis-a-vis y con todo el respeto que nos debe merecer un compatriota.

 

Parece demasiado para unos pueblos que sufren el capitalismo entregando vida propia y vida de los hijos y de las generaciones. Parece eterna la tarea de forjar la escultura de la libertad, pero tal vez el camino hacia esa libertad se asemeje a unas horcas caudinas que habrá que transitar, no queda otra, nadie dijo que era fácil, la revolución social viene sin garantía. Construir a medias el palacio de la justicia y del amor, que es lo que se ha hecho desde el inicio de este siglo XXI, que crezcan mil flores, pero sólo para asistir después, casi como obligación que impone la historia, a la destrucción de ese palacio, a la destrucción de nuestra propia obra, que es lo que nos está deparando este presente, y tal vez tenga que ser así como única manera de que la conciencia proletaria de los pueblos y los pueblos mismos, masivamente, opten por el futuro, al comprender, frente a su palacio en ruinas, que, ahora sí, nada hay que esperar de esos que destruyen y que hay que doblar la apuesta, por la razón y la fuerza, como decía el doctor Enríquez.

 

Nos parece que haber pensado y seguir pensando el proceso político latinoamericano en términos de un pacto democrático con la derecha puede haber sido una necesidad de ayer impuesta por la hora, mas hoy arrecian los interrogantes acerca de su viabilidad en la medida en que los hechos se muestran tozudos en cuanto a desmentir la lógica de tal pacto, su racionalidad y, en último término, su verdad. Es un problema para el cual no hay soluciones a la vista, hay que decirlo. Aquí, "el campo" acecha, ha tascado el freno y vela sus armas. Estado de alerta. El campo vela sus armas, como antes de la batalla. Como antes de la batalla, todo es silencio. Nada ha comenzado todavía, pero igual puede decirse que el final está abierto.

 

A esa convivencia ilusoria de derecha y ley, le acontece lo mismo que a aquella extravagante taxonomía que diseñó Borges como literatura en "El idioma analítico de John Wilkins" y explicó Foucault como filosofía en "Las palabras y las cosas": le falta el espacio común de la yuxtaposición o del encuentro. América Latina no lo es, dice la historia de América Latina.

 

Y todo es tan extraordinario en América Latina, que hasta hay lugar para Lautréamont que, a fin de cuentas, era uruguayo, como dicen los uruguayos que era Gardel. Las derechas aceptando la vía pacífica hacia la democratización de la sociedad también evocan aquel collage de la máquina de coser y el paraguas sobre la mesa de disección, la lautremoniana creación cuasionírica que el surrealismo reclamó luego como abolengo y genealogía propios.

 

Aunque, en realidad, paraguas y máquina de coser se llevan mejor que la derecha con la ley. Los primeros encontraron el espacio común para esa cohabitación. Las derechas en América Latina, en cambio, ni siquiera quieren cohabitar con la ley. Cuando les conviene a su interés de derechas, la violan.

 

Y con esta idea empezamos esta nota, que ya va pareciendo, casi, el invento de otro género, como si dijéramos, de uno que se autorrealiza como discurso que disuelve lo periodístico en una especie de literatura clase B, o al revés, y entonces ya nos falta el nombre para designar esa nueva cosa que apareció casi sola, casi por sí misma, sola como están los pueblos, y no responde más que a sí misma, esa cosa, como los pueblos no le deben explicaciones a nadie más que a los niños que hoy mueren, en Bolivia, en Chile, en el Mediterráneo, en el Río Bravo que hace de frontera, que mueren en los muros de un sátrapa llamado Trump, en Centroamérica, en la 1-11-14.

 

Todos, y no sólo Bolivia, estamos atrapados en una especie de destino trágico: oponer una verdad sin poder a un poder sin verdad, así lo dijo una vez Foucault en Río de Janeiro. Pero, ¡qué raro...! Porque eso mismo vino a decir Lacan unos años después, en un invierno crudo, en Vincennes, cuando dio su última clase para disolver su propia criatura, la École Freudiènne. Cuando aparece la institución -dijo Lacan- aparece el poder, y el poder siempre es una no-verdad. Es raro el lenguaje. Lacan dijo eso mismo que él no sabía que ya lo había dicho otro. ¿Será no más que el lenguaje es lo único que existe y que su astucia es la astucia del Espíritu que se "manifiesta" a través de los humanos?

 

En aquella forma quiásmica de Foucault, los nombres se decantan a ambos lados de una línea de separación. La preposición "a" y el artículo indeterminado "un", yuxtapuestos, constituyen esa línea de separación. Hacia un lado, están los sustantivos "verdad" y "poder"; hacia el otro, los sustantivos "poder" y "verdad". Una pátina de semejanza envuelve a esos protagonistas del texto que, sin embargo, son absolutamente desemejantes, tanto como lo puede ser el sintagma "es tu turno" de otro sintagma "es tu turno".

 

Es tu turno, Alberto, dicen que dijo Cristina. Es tu turno, Miguel, dicen que dijo Salvador Allende. El mismo sintagma: es tu turno. ¡Qué raro es el lenguaje...!

 

Notas

 

  1. https://actualidad.rt.com/opinion/carlos-santa-maria/245537-iniciativa-minerva-o-provocar-guerra

  2. https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201911141089322864-hubo-fraude-electoral-en-bolivia-las-estadisticas-que-desmienten-a-la-oea/

  3. https://www.elciudadano.com/tendencias/las-frases-mas-duras-de-jaime-guzman-que-permiten-entender-el-lado-feroz-de-la-derecha-chilena/04/01/.

  4. http://hilodirecto.com.mx/divulgan-16-audios-de-golpistas-bolivianos-ligados-a-eu/

 

jchaneton022@gmail.com

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203335
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