“América Latina: 500 Años de apertura sin desarrollo”

24/10/2019
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(Síntesis del primer capítulo del ensayo “América Latina; entre la herencia colonial y la globalización”, del mismo autor de este texto)

 

Y en el principio de la globalización estaban los virus

 

Y en el principio fue la guerra bacteriológica (el tétanos, la viruela, las enfermedades pulmonares, venéreas, el tifus y la lepra), y luego vino la guerra tecnológica (la espada, el caballo y la pólvora), y luego vino la guerra económica (la encomienda, el repartimiento y el colonato), y luego vino la guerra ideológica (la cruz, el clero, la iglesia, la pigmentocracia y el racismo).

 

De esta manera pudo muy bien haber comenzado su discurso el presidente cubano Fidel Castro, cuando él realizó una especie de inventario de la “piñata colonial” (despojo), ante Juan Pablo II, en ocasión de la histórica y oficial visita del máximo jefe de la iglesia católica a la isla de Cuba, en enero de 1998.

 

Empero, en esa ocasión el discurso del mandatario cubano no estuvo muy alejado de lo arriba citado. Mencionó entre otras cosas, el exterminio de más del 50 % de la población autóctona peruana (cifra que por cierto también encontramos en Flagg, en su obra “Historia General de Latinoamérica”, publicada en 1970), y el exterminio de millones de indígenas a lo largo y ancho del continente americano.

 

De acuerdo con Carmagnani, a inicios de la conquista había una población autóctona aproximada a los 100 millones de personas, de la cual solo quedaba menos del 50 % siglo y medio después. Un diluvio de cifras y datos sobre la cuantificación aproximada del saqueo de recursos económicos complementó el relato-testimonio-denuncia del presidente cubano.

 

La respuesta no se hizo esperar. La “venganza” de Juan Pablo II ante tal reclamo histórico se sintetizó en una corta frase dialéctica, como recordándole a Fidel su tradicional lealtad a los enfoques marxistas; “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba…”.

 

¿Cómo llegamos hasta esto? ¿Cómo se llegó hasta el punto en el que el jefe de la milenaria y conservadora iglesia católica abogaba simultáneamente por el desmantelamiento de los reductos de socialismo aún sobrevivientes en Cuba, y por el desmantelamiento del viejo y obsesivo bloqueo político y económico del imperialismo?

 

Para dar respuesta a ello, diremos que la historia, muy brevemente contada, discurre más o menos de la siguiente manera:

 

La trilogía perversa

 

La expropiación campesina, la inserción desigual al mercado mundial capitalista y el “monroísmo”, constituyen una especie de “trilogía perversa”, sobre la cual se han levantado las bases de las injustas e irracionales estructuras económicas, sociales y políticas prevalentes desde hace cinco siglos en América Latina y el Caribe (ALC).

 

Como efecto de la expropiación de la propiedad colectiva campesina, se produjo entre otras cosas, el quiebre o desarticulación de la economía agrícola de subsistencia de los pueblos autóctonos americanos, introduciéndose y enseñoreándose por vez primera, el predomino de la propiedad privada como concepto exótico trasladado desde tierras extrañas, impuesto a fuego y sangre en un continente predominantemente comunitarista. La encomienda y la industria minera solo terminaron de consolidar el despojo de tierras indígenas y la migración forzada de grandes contingentes de fuerza de trabajo esclava y semi-esclava.

 

En cuanto a la inserción desigual de ALC al mercado capitalista, esto se llevó a cabo bajo la forma de la implantación-traslación de un capitalismo atrasado y dependiente, ligado fundamentalmente al mercado externo por la vía de la explotación de productos primarios y basado en modos de producción pre-capitalistas, carente de una dinámica propia o interna en su proceso de acumulación y reproducción, o para utilizar los términos empleados por Gunter Frank y Miguel Arreas, un “capitalismo dependiente”, producto del “trasplante externo…” (Recordándonos así que en la periferia del sistema-mundo capitalista lo único que se puede reproducir es el “sub-desarrollo”, y que los países hegemónicos del Norte si bien alguna vez fueron atrasados, estos nunca fueron “sub-desarrollados”, dependientes).

 

En relación al “monroísmo” (el tercer factor de la trilogía citada), con este término histórico se hace alusión a la doctrina injerencista que sobre toda América Latina viene practicando Washington, desde su famoso enunciado de “América para los americanos”, emitido en una fecha muy próxima a 1823. Con este norte de la política exterior norteamericana hacia nuestra sub-región, ha quedado desde entonces sellada su dependencia económica y política, lamentablemente vigente hasta el día de hoy, en pleno siglo XXI.

 

“El independentismo neo-colonial”

 

Sobre la base de estos factores históricos es que se sentaron los fundamentos de los Estados-Nación latinoamericanos, los cuales, como se sabe, nacieron con el “pecado original” del sello marginalizador y excluyente, en favor de pequeñas élites criollas herederas del antiguo poder colonial y, cuyos privilegios desde un inicio, estuvieron basados en su rol de intermediarias, entre los poderes hegemónicos mundiales y los sectores populares locales, papel denominado por algunos como “colonialismo interior”, en complemento de las funciones hegemónicas provenientes del exterior.

 

El ingreso de Latinoamérica y el Caribe a este período de “independentismo neo-colonial” significó, entre otras cosas, la formalización y legalización de un orden jurídico, político, económico e institucional macro-irracional (sintetizado bajo la forma de “Estado oligárquico”).

 

Españoles y portugueses no habían terminado de soltar las riendas del poder político en América Latina, cuando estas incipientes naciones ya eran asediadas por otro tipo de aventureros, esta vez vanguardizados por banqueros holandeses, ingleses, franceses y norteamericanos. Es decir, en ALC se pasó de las antiguas cañoneras a los préstamos bancarios, ingresando así, luego de 1821, al período de las “repúblicas asediadas”, fase de la cual aún no logramos salir.

 

No en vano, tan temprano como el año 1826 (en ocasión de celebrarse la “Primera Conferencia Panamericana”), ya Simón Bolívar se oponía rotundamente a la participación de Estados Unidos en una reunión que él consideraba era eminentemente latinoamericanista. Y antes de arribar a la mitad del siglo XIX ya José Artigas (uno de los primeros caudillos agraristas de Latinoamérica), había empezado su rebelión anti-imperialista y su lucha por la reforma agraria en favor del campesinado uruguayo, y en contra de los “malos europeos” y los “peores americanos” (estadounidenses).

 

Por su lado los nuevos conquistadores disfrazados ahora de banqueros, ya para 1889 habían asfixiado financieramente a Brasil, a tal punto que este país declaró ese año (el mismo en el que se declarara “República independiente”), que su deuda externa era impagable, una situación extrema que había comenzado desde 1823, con un préstamo a bancos ingleses por valor de 3 millones de libras esterlinas (“Brasil pueblo y poder”; M. Arreas, 1969). Este agudo endeudamiento habría de producirse numerosas veces a lo largo de las últimas décadas del siglo XX, desde México hasta la Argentina.

 

“Los próceres del verdadero “sueño americano

 

Desde entonces una larga cadena de próceres latinoamericanistas han estado buscando (y luchando por) nuestra verdadera independencia. El proyecto de unificación regional de Bolívar aún está inconcluso, al igual que los proyectos agraristas de Artigas, de Zapata, del “pequeño ejército loco” de Sandino, del presidente Árbenz y de Allende en Chile. Las ideas políticas de José Martí y Carlos Mariátegui, los monumentales y heroicos esfuerzos de Carlos Fonseca Amador, el Dr. Guevara (“El Che”), Farabundo Martí y de tantos otros próceres aún son asignaturas pendientes.

 

Todos ellos nos han dicho que el verdadero “sueño americano” no está en New York ni en Disneylandia. El verdadero “sueño americano” (de los americanos de Panamá, de El Salvador, de México y Bolivia entre otros), consiste, antes que nada, en abandonar la vieja condición descrita por Leopoldo Zea, quien ha dicho que desde la conquista y la colonia, el destino de América Latina ha sido el “de servir como simple instrumento de bienestar ajeno”.

 

Eduardo Galeano y Carlos Fuentes, por su parte, lo han dicho a su modo. Para Galeano, en términos históricos la función de América Latina ha sido la de “vivir desviviéndose”, y para Fuentes, “América Latina ha llegado tarde al banquete del capitalismo…” (Recordándonos así que el capitalismo – por su propia dinámica de reproducción y acumulación híper centralizada-, lo único que puede reproducir en la periferia es “subdesarrollo”, es decir, dependencia).

 

Se trata entonces de inventar o reinventar nuestro propio y verdadero “sueño americano”. Construir ladrillo a ladrillo nuestro propio futuro, algo imposible de realizar si antes no resolvemos nuestro pasado. Para ello, debemos antes liberarnos de el, y jamás podremos hacerlo ignorándolo o escondiéndolo. Solo hay una forma de liberarse del pasado, y esa forma es superándolo. Ese es el principal mensaje de nuestros revolucionarios, próceres y visionarios. En los esfuerzos por materializarlo han estado ocupados en los últimos siglos.

 

Hoy la estafeta está en nuestras manos.

 

Sergio Barrios Escalante

Investigador social independiente. Escritor. Activista por la niñez y adolescencia en el Proyecto ADINA. Editor de la revista virtual RafTulum.

https://revistatulum.wordpress.com/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/202852
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