Presente y vieja confrontación de clases en Venezuela

09/10/2019
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Venezuela (lo mismo que otras naciones de nuestra América) atraviesa un conjunto de situaciones definitorias respecto a su devenir en lo que puede catalogarse como un largo proceso de transformación social, cuyo punto de partida se ubica en las postrimerías del siglo pasado cuando comienza a colapsar el sistema bipartidista bajo la advocación del pacto de Punto Fijo. Así, los diferentes acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales que han marcado su historia reciente cabría enmarcarlos entre dos visiones diametralmente opuestas: aquella que es representada por los grupos de poder tradicionales (a los cuales habría de sumar, en mayor o menor medida, sin escándalo, a los nuevos gobernantes, dada la escasa o nula diferenciación existente en cuanto a estilos de vida adoptados, su sed de poder y su excesivo afán de lucro) y la representada, a grandes rasgos, sin ser del todo homogénea, por los sectores populares, caracterizada por un anhelo secular de igualdad y de justicia social.

 

Aunque invisibilizada y distorsionada, esta vieja confrontación de clases, de dominadores y dominados, persiste y ha estado matizado, además, por factores externos, interesados en que se conserve sin variaciones de importancia el orden establecido. Ello no ha sido obstáculo para que muchos venezolanos perciban y entiendan a su modo que la solución a sus diversos problemas y necesidades no provendrá de quienes los han explotado, marginado y despreciado por más de un siglo. Estos también intuyen que el modelo de Estado liberal burgués resulta completamente inadecuado para sus demandas, en especial las referidas a una mayor participación y a un mayor protagonismo de su parte en la toma de decisiones. No obstante, en el medio, hay un elemento destacado contra el cual habrá de librarse una importante pantalla: la creencia inducida por los sectores oligárquicos parasitarios relacionada con la aparente incapacidad del pueblo para autogobernarse adecuada y eficientemente, convertido éste -como lo sería- en un sujeto histórico colectivo capaz de emprender la construcción liberadora de un modelo civilizatorio de nuevo tipo; lo que, por otra parte, ha permitido el surgimiento y la permanencia de “liderazgos” presentados como providenciales e imprescindibles. Derrotar tal desvalorización del pueblo constituye un objetivo a fijarse por los hombres y mujeres que siguen resistiéndose al sistema hegemónico imperante.

 

Cerrada u obstaculizada la posibilidad cierta de alcanzar esta aspiración democrática largamente preterida, a los sectores populares les tocará crear y organizar espacios propios desde los cuales prefiguren la nueva realidad nacional (social, política, económica y cultural), sin que la restrinja la intermediación habitual de dirigentes y partidos políticos. En coincidencia con lo expresado por el filósofo de origen portugués Boaventura de Sousa Santos, tendría que surgir y considerarse lo que él llamó “una democracia emergente hacia un pensamiento pluralista y dialogal”, contrahegemónica, y que, como rasgo suyo resaltante, esté siempre orientada a la emancipación integral del pueblo. Dicho esto, el poder popular (ejerciendo su plena soberanía) tiene que impulsar y concretar iniciativas autogestionarias, con lo que se mantendría a salvo de los tentáculos cooptadores del centralismo burocrático del Estado, teniendo sus bases -valga enfatizarlo- nuevas modalidades organizativas colectivas o comunitarias en el ámbito económico, así como de participación social y política. Por supuesto, las prácticas, las relaciones y los valores que se derivarán de este tipo de democracia (de alta intensidad y eminentemente popular) tienen que ser, ineludiblemente, harto distintos de los actualmente vigentes.

 

En consecuencia, la búsqueda y la creación de espacios autónomos y de nuevas opciones políticas y sociales tendrían que conducir, de un modo obvio y constante, a una articulación y una definición en las metas colectivas por lograrse; eludiendo y confrontando cualquier rasgo de personalismo, vanguardismo y burocratismo, tan dado en la práctica política tradicional. Así, todos los espacios de acción colectiva “se transmutan -citando a Miguel Mazzeo y Fernando Stratta en Reflexiones del poder popular- en célula constituyente de un poder social alternativo y liberador que les permite ganar posiciones y modificar la disposición del poder y de las relaciones de fuerza y avanzar en la consolidación de un campo contrahegemónico”. Para ello es fundamental partir de la realidad cotidiana y esforzarse por alcanzar una confluencia efectiva de los sectores populares, de manera que sean capaces (sin vana ilusión) de trascender el limitado marco de referencia en que cada uno de ellos se desenvuelva.

https://www.alainet.org/es/articulo/202593
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