Sin el gran robo a México, EEUU no sería lo que es
- Opinión
México revive el Grito de Independencia contra la Nueva España, conocido como Grito de Dolores porque fue lanzado en 1810 por el cura Miguel Hidalgo en la parroquia de esa localidad de Guanajuato.
El Grito de Dolores es el centro de las fiestas patrias, en plural, porque en septiembre coinciden el inicio y el final de la guerra de independencia que cierra el 27 de ese mes con el desfile del Ejército Trigarante en la ciudad de México una vez derrotadas las fuerzas de ocupación colonialistas.
Por tanto el 27, pero del año 1821, es considerado como el Día de la Consumación de la Independencia de México, después de 11 años de una cruenta y heroica gesta libertaria que costó la vida a miles de mexicanos y mexicanas.
Pero el mes de las fiestas patrias coincide con un hecho histórico de la mayor relevancia para México: la caída en combate frente a los invasores de Estados Unidos, de los seis niños héroes de Chapultepec.
Ellos protagonizaron la última y más dramática batalla contra la guerra expansionista del naciente imperialismo estadounidense que comenzó en 1846 y concluyó en 1948 con el botín de guerra perseguido: todo el gran norte mexicano, poco más de dos millones de kilómetros cuadrados de una notable riqueza en recursos naturales.
El 13 de septiembre, luego de una enconada defensa del último reducto mexicano, el castillo de Chapultepec, ya sin municiones y escasa comida y vituallas, fueron cayendo en combate, sin rendirse ni dejar de pelear, aquellos cadetes adolescentes que prefirieron morir antes que entregarse vivos al enemigo invasor.
México les rinde homenaje eterno y permanente desde el Mausoleo erigido en su honor en el bosque de Chapultepec, muy cerca de donde está su tumba y en el mismo escenario donde presentaron tenaz resistencia al usurpador.
Es hermoso, además, que ese hecho heroico coincida con las fiestas patrias y que el pueblo mexicano lo conmemore con tan fervoroso patriotismo, más allá de las causas políticas históricas que generaron la revolución de independencia de 1810 y provocaron la primera transformación profunda de la vida y la conciencia nacionales.
En la ceremonia de homenaje a los Niños Héroes como se les conoce, López Obrador dijo que se trata del día más triste de México porque la bandera de Estados Unidos llegó a instalarse en el propio Palacio Presidencial desde el que hoy lanzará sus veinte gritos en recordación al de Hidalgo hace 209 años.
Todo el mundo sabe, y así lo recogen los historiadores más serios, de que no hubo motivos justificados para la invasión y que se trató de una guerra de rapiña premeditada y con objetivos concretos expansionistas, y que Estados Unidos logró su propósito aprovechando la debilidad de México para defender sus fronteras lejanas.
Tampoco, lamentablemente, había un clima favorable para otro Grito de Dolores, esta vez contra el vecino del norte, sumado a la desventaja de que en esa ocasión el enemigo ni estaba a miles de millas de distancia y estaba en mejores condiciones militares y operativas para obtener la victoria.
Lo que hoy son California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas quedaron en manos de los invasores, así como partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma tras la firma del ominoso Tratado Guadalupe-Hidalgo del 2 de febrero de 1848 que puso fin a la guerra, y es asumido por los mexicanos como uno de los capítulos más negros de su historia.
Algunos analistas gastan tinta especulando cómo sería México si no hubiese perdido más de la mitad de sus entonces 4 millones 25 mil 283 kilómetros cuadrados que tenía y lo dejaran con los actuales un millón 964 mil 375. Es cierto que el país perdió un emporio de riqueza que deslumbra al mundo.
California es el estado dorado de Estados Unidos y símbolo por excelencia del optimismo económico y el más innovador y próspero, del país. Texas es un epicentro mundial de la industria energética con un Producto Interno Bruto de 1,6 billones de dólares, mayor que el de todo México, y si se suman las riquezas del resto, México estaría teóricamente entre los tres países más ricos del mundo.
Pero, además de ser especulativo, lo que sería México de mantener esos territorios no es el punto del análisis. Lo importante es lo que comentan muchos mexicanos: sin el robo de ese vasto territorio Estados Unidos no sería lo que hoy es.
Esa conclusión conduce a otra: si en 1848 no se hubiese firmado el Tratado Guadalupe-Hidalgo, Estados Unidos hubiera vuelto a invadir, y lo hubiera hecho una y otra vez siempre que le fuera posible porque el imperialismo es insaciable.
Ambas conclusiones llevan a otra más: con un vecino así, México siempre va a necesitar un Grito de Dolores, o veinte gritos como ha anunciado López Obrador.
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