Realismo y subjetivismo
- Opinión
Realismo y subjetivismo (y sus pares asociados: objetivismo e idealismo) son dos categorías inevitables en cualquier discusión sobre filosofía de la ciencia, epistemología o teoría del conocimiento. Se verá más adelante, de manera somera, de qué se trata con esos conceptos. Por ahora, cabe destacar que esas nociones, y otras, no circulan sólo en ambientes filosóficos, científicos o literarios, sino que son usadas en otros ámbitos, como por ejemplo el mediático. Así, en una reciente conversación en una radio salvadoreña, sostenida por un locutor y sus invitados, el primero hizo la siguiente afirmación1: “los realistas son pesimistas; yo soy un optimista que construye su propia realidad”. Sus colegas en la cabina celebraron su razonamiento; y no es improbable que personas de la audiencia lo recibieran como algo profundo y digno de ser asumido como un lema propio.
Se hacen presentes, en el razonamiento de marras, la palabra “realista”, junto con las palabras “pesimista” y “optimista”. Y aunque, como tal, no está la palabra “subjetivismo”, sí lo está de manera implícita en la formulación “soy un optimista que construye su propia realidad”. ¿Qué se puede decir del razonamiento en cuestión? ¿Qué se puede decir del uso que se hace las palabras-fuerza que lo sostienen?
Del primero se puede decir que es confuso, pero también que es falaz. Y de las segundas, que al parecer, quien las usó no sabía de qué estaba hablando. Ante todo, lo que hay que hacer es aclarar que la palabra “realismo” hace referencia a un posicionamiento cognoscitivo (epistemológico) ante lo que es objeto (o preocupación) del conocimiento: la realidad. Para un realista, la realidad tiene una legalidad y consistencia propia (física, química, biológica y bio-psico-social) que no depende de los deseos, voluntad, expectativas o ilusiones de las personas.
Por su parte, “pesimismo” es una actitud personal (expectativa, posicionamiento) ante la vida, el entorno o las demás personas. Es una actitud que se centra en (o que espera) lo negativo en el entorno, en la vida o en los seres humanos. Lo opuesto del pesimismo es el optimismo: una actitud es “optimista” cuando se destaca lo positivo, lo bueno, lo estimulante, dejando en segundo lugar (o anulando) lo negativo o lo desagradable.
O sea, mientras que el realismo es una categoría congnoscitiva (epistemológica), el pesimismo y el optimismo son categorías actitudinales, cercanas a lo ético-moral, pues marcan las pautas de comportamientos personales, en nuestras relaciones con quienes nos rodean, aunque uno y otro pueden encontrar puntos de apoyo en la realidad.
¿Puede una persona realista ser pesimista? Por supuesto que sí2, pero no necesariamente. Puede ser también optimista, y abundan los realistas optimistas en el ámbito científico y filosófico3. Con todo, las razones para ser realista son distintas a las razones para ser un pesimista o para ser un optimista: las primeras son de índole cognoscitiva y las segundas de índole actitudinal. Tampoco hay una conexión irremediable entre ser pesimista (u optimista) y ser realista. Hay pesimistas (u optimistas) que se comportan como si la realidad no existiera, con lo cual cometen disparates que muchas veces afectan gravemente su vida y la de los demás.
De hecho, el realismo es el mejor correctivo para los absurdos que pueden derivarse de pesimismos y optimismos desenfocados, desbocados o fuera de contexto. Eso es el realismo: un correctivo para quienes desvarían con un pesimismo o un optimismo exacerbados. Por tanto, la afirmación “los realistas son pesimistas”, hecha por uno de los locutores salvadoreños –pero que seguramente no sólo es suscrita por él— carece de fundamento.
Los realistas pueden ser pesimistas o pueden ser optimistas, pero su realismo les sirve de correctivo para moderar los excesos del pesimismo o del optimismo. Asimismo, se puede ser pesimista u optimista sin ser realista, es decir, teniendo otro posicionamiento epistemológico, que es precisamente el opuesto al realismo: el subjetivismo (y sus variantes idealistas).
A diferencia del realismo, el subjetivismo –como postura epistemológica— afirma que lo existente es una creación (o un reflejo o una manifestación) de algo no material (no real), sino inmaterial (no físico, químico o biológico): las ideas en Platón, la Idea Absoluta en Hegel, el mundo de voluntad y la representación de Schopenhauer o la subjetividad de los individuos en el constructivismo ingenuo. De gran peso e influencia ha sido la visión hegeliana, centrada en una macro subjetividad de la cual emana –se despliega en el tiempo y de manera dialéctica— todo lo existente, incluidas las formas de conciencia y de conocimiento en las que ellas se piensa y se conoce a sí misma: arte, religión y filosofía.
Los subjetivismos (idealistas) modernos son herederos del hegelianismo y, en su versión vulgar, del idealismo de los jóvenes y de los viejos hegelianos, acerbamente criticados por Karl Marx por creer que la realidad se movía por ideas y que si se cambiaban éstas aquélla iba a cambiar por arte de magia. Este subjetivismo idealista sigue en boga, ciertamente, por lo cual la crítica de Marx (y también Engels) al idealismo de procedencia hegeliana –plasmada en La ideología alemana, La Sagrada familia y Los grandes hombres del exilio— sigue siendo actual. Escribe Marx, en este último libro, y refiriéndose a Arnold Ruge, uno de los “grandes hombres” del exilio:
“Cuando Arnold no lograba comprender la filosofía hegeliana, realizaba, en cambio, en su propia persona, una categoría hegeliana. Él representaba la ‘conciencia honesta’ con asombrosa fidelidad, y se afirmó en esto aún más, al hacer en la Fenomenología –que, por otra parte, seguía siendo para él un libro cerrado bajo siete sellos— el agradable descubrimiento de que la conciencia honesta se ‘alegra siempre de sí misma’. La conciencia honesta oculta, bajo una importuna probidad, todas las pequeñas y pérfidas trampas del filisteo: tiene el derecho de permitirse toda la vulgaridad, porque sabe que es vulgar por honestidad; la estupidez misma se convierte en una ventaja, pues es una prueba contundente de la capacidad de orientación política. Detrás de cada pensamiento secreto lleva la convicción de su probidad interior, y cuanto más proyecta una falsedad, una porquería mezquina, tanto más sincera y confiada puede aparecer... Es la alcantarilla en la que confluyen de modo estrafalario todas las contradicciones de la filosofía, de la democracia y de la economía retórica en general… filisteo e ideólogo, ateo y creyente de clichés, absoluto ignorante y absoluto filósofo en una sola persona: ese es nuestro Arnold Ruge, tal como Hegel anticipó en el año 18064.
Más allá de la aspereza de la crítica a Arnold Ruge, lo que se quiere destacar aquí es cómo en él está presente la convicción de que en su ‘conciencia honesta” el construía ‘realidades’ sobre su persona y quehacer del todo ajenas a la realidad real suya y del mundo.
Pues bien, cuando alguien dice “yo soy un optimista que construye su propia realidad” está formulando una tesis que se inscribe en el subjetivismo idealista, lo sepa o no. O sea, está diciendo que se construye una ‘realidad’ a su medida, es decir, según los dictados de su subjetividad, no que construye cosas reales como edificios, carros o herramientas5. Naturalmente que como esa construcción no está sometida a la legalidad que gobierna la realidad real, sino a los dictados de su mundo interior (sus emociones, creencias, prejuicio e ideas), de ella puede salir cualquier cosa imaginada sobre el universo, la vida, la sociedad o las personas.
Ahora bien, ¿una persona es optimista porque “construye su propia realidad”? No necesariamente. Tampoco es necesariamente pesimista. Puede ser pesimista u optimista según el tipo de “realidad” que se construya (que invente, que elucubre, que imagine) para sí misma. Eso sí: existe el riesgo de que esa construcción subjetiva de “su” realidad le conduzca a un optimismo o a un pesimismo extremos, con peligros para sí mismo y para los demás.
La alucinación, la fantasía desbocada y la imaginería de masas, fruto de un subjetivismo desbocado parte de quienes gustan construir su propia “realidad”, prescindiendo de lo que dice la realidad real, ha dado pie a locuras de consecuencias dolorosas para quienes se las creen o los destinarios de sus acciones. El gran Inmanuel Kant lo llamó desvaríos de la “razón pura”; ahora se sabe que ese desvarío no sólo involucra a la razón, sino a las imágenes mentales y a las emociones que hacen parte del tejido de la subjetividad humana.
En fin, así como el realismo (crítico, dialéctico, racional, escéptico) es un sano correctivo para moderar de los excesos del optimismo y del pesimismo, el subjetivismo idealista es un incentivo para propiciar esos excesos. Quienes están atrapados en el subjetivismo idealista, además, son presas fáciles de la manipulación por la vía del contagio de fantasías y sueños cuya realización, se les hace creer, está al alcance de la mano con sólo pensarlo o desearlo6. Esto se ejemplifica bien en un programa dedicado al “emprendedurismo”, promocionado por la misma emisora de radio en la que se escuchó el razonamiento que suscitó estas reflexiones. La persona que presenta el espacio dice, en la cápsula promocional, algo así como (se cita de memoria): “si quieres ser un emprendedor de éxito, haz fluir tus ideas y ponles acción”. Es decir, todo es fácil: piensa en algo (pensar es un flujo de ideas) y conviértelas en ‘realidad’. ¿Y si las ideas son irrealizables por definición7? ¿Y, si son realizables en principio, pero no se tienen los recursos intelectuales, económicos y tecnológicos para materializarlas?
Las ideas no crean realidad, no se traducen automáticamente en la realidad ni reemplazan a la realidad. Las ideas (cuyo locus es la subjetividad de los individuos) pueden ir de un lado para otro cuando las pensamos y, si lo hacemos sin lógica y movidos por emociones, afectos, odios y amores, eso puede dar lugar ilusiones y falacias que los demás, si son observadores críticos (y no están sometidos a los mismos afanes “creativos”), detectan en cuanto nos escuchan hablar. En esos afanes creativos podemos cambiar el mundo, imaginar paraísos (utopías, como dicen algunos) y negar lo existente con su dureza, precariedades y conflictos: el mundo y lo existente seguirán ahí, y se alterarán según sus propios ritmos (físicos, químicos, biológicos o bio-psico-sociales) o cuando la intervención humana incida realmente en sus mecanismos, dinámicas o estructuras. Esta fue una de las grandes lecciones de Marx que no conviene olvidar.
San Salvador, 9 de septiembre de 2019
Luis Armando González
Docente Investigador de la Universidad Nacional de El Salvador, Escuela de Ciencias Sociales. Miembro del Grupo de Trabajo CIESAS Golfo, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
1 De la cual, inmediatamente, el autor de estas líneas tomó nota, por ser algo que concierne a su especialidad profesional.
2 Un ejemplo de realista pesimista es Steven Pinker. Y, asimismo, Pinker en su libro La tabla rasa hace referencia a la presencia de ese pesimismo (“visión trágica”) en algunos de los padres fundadores, en Hobbes y Hume. Cfr., S. Pinker, La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. Barcelona, Paidós, 2018, pp. 442-454.
3 Como ejemplos de realistas optimistas se pueden mencionar a Aristóteles, Karl Popper, Bertrand Russel y Alan Sokal.
4 K. Marx, F. Engels (con la colaboración de Ernst Dronke), Los grandes hombres del exilio. Buenos Aires, Editorial Las cuarenta, 2015, pp. 122-123.
5 Si este fuera el caso, ya no sería su “propia realidad”, sino según una realidad que no es propia, sino ajena a su subjetividad.
6 El voluntarismo es un derivado del subjetivismo idealista.
7 Por ejemplo, crear una raza de unicornios de todos los colores del arcoíris para mostrarlos en el zoológico.
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