Esperanzados en un presente complejo
- Opinión
En todas partes las situaciones se presentan como complicadas. Es que estamos en un cambio de civilización, en la construcción de una nueva cultura, una nueva convivencia, una nueva ciudadanía global. De ahí la confusión general, diría... "normal". En Ecuador, mucho caos. En Europa mucho descontrol. En Estados Unidos, Trump se parece a “un burro con plata” (¡Perdón a los burros!), diabólico. En África muchas masacres y migraciones. En Asia bastante inestabilidad. Por todas partes está la globalización neoliberal que todo lo quiere controlar y que lo trastorna y destruye todo. Al mismo tiempo hay realidades que mueren, otras no quieren morir y muchas otras que nacen. El desafío de cada uno de nosotros es discernir las que nacen y estar de ese lado, para no ser ‘muertos en vida’.
Creo que debemos aprender a pensar y actuar de manera más sencilla y, con mucha humildad y tranquilidad, ir a lo esencial. Es momento de esperanza. La vida y el amor que habitan el universo no se detienen y avanzan con nuevos rostros, con nosotros si así lo queremos o sin nosotros si caminamos equivocadamente. Todo eso es una invitación a mirar el mundo y las religiones con ojos esperanzados.
En la sociedad, crece la violencia de las grandes potencias dominadoras que se sienten acorraladas como nunca antes. Quieren seguir controlando tanto el saqueo indiscriminado de las materias primas como las protestas de los pueblos que las poseen y no se la quieren dejar quitar sin más. La violencia de las multinacionales y de sus Estados es tanto mayor a medida que la conciencia, la resistencia y las alternativas de los pueblos avanzan y sacuden todos estos imperios. En el pasado, los conflictos eran localizados. Ahora son globales y tienen repercusiones en todas partes. De ahí las migraciones masivas, la organización de la miseria, la destrucción de países, el creciente robo de materias primas, la pasividad cómplice de los países que vienen cómodamente, la angustia de las generaciones más jóvenes...
En las Iglesias y las religiones la crisis también es grande. Tal vez las que mejor resisten son las religiones ancestrales. En la Iglesia católica, la crisis es particularmente catastrófica. Hace 55 años, un Concilio, o sea, una reunión de obispos de todos los países católicos, fue convocado en Roma para actualizar la Iglesia católica, siendo dicha reunión su máxima autoridad. Se abrió puertas y ventanas para desempolvar las conciencias dormidas y las estructuras obsoletas. Esto no fue el gusto de una mayoría de obispos y cardenales, como también de los papas Juan Pablo 2° y Benedicto 16, que buscaron volver al ‘pasado maravilloso de la Edad Media’. Frente a las grandes tensiones internas, el papa Benedicto ‘botó la toalla’. Se eligió al papa Francisco para reformar la Curia romana y encausar la Iglesia según la vida y el testimonio de Jesús: volver a lo único absoluto, tal como lo fue confirmando el papa Pablo 6°, es decir, trabajar a la implantación, por una parte, de la fraternidad y de la justicia en el planeta y, por la otra, el respeto a la naturaleza: Jesús llamó esta tarea ‘el Reino’. A eso se está empeñando el papa Francisco a pesar de las muchas resistencias y oposiciones tanto internas de los grupos tradicionalistas como externas de los gobiernos neoliberales y sus transnacionales.
Es tiempo de discernir todas las iniciativas que nacen por todas partes, en particular desde los pobres organizados que defienden la vida, la naturaleza, la fraternidad y la justicia, con un horizonte de trascendencia. En América Latina, los Pueblos indígenas con su cosmovisión y la Iglesia de los pobres con su teología de la liberación van por este camino.
Individualmente debemos integrar grupos humanos, asociaciones, organizaciones sociales, movimientos políticos que se enrumban por estos objetivos. O nos perderemos en el individualismo mortífero, el consumismo deshumanizador y la complicidad perversa con el neoliberalismo. Se trata de vivir sencilla y fraternalmente para no aumentar la destrucción de la naturaleza y de ponerse del lado de las víctimas de todo tipo para compartir sus anhelos y sus luchas.
Estamos en un momento de opciones decisivas y esperanzadoras si avanzamos hacia una 'nueva Tierra' y una Humanidad reconciliada. Esto no se hace sin sufrimiento: es, según san Pablo, “el parto de la humanidad que gime de dolor”. Es el camino que nos enseñan la “paciente impaciencia” de los humildes y el coraje de las y los que quieren vivir en plenitud, pero todos ‘en comunidad’.
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